Adopción

Cuando Dios imprime su sello en el corazón de una persona mediante su Espíritu, sucede una especie de santa impresión, una imagen que se deja impresa en el corazón por medio del Espíritu, como ocurre con un sello sobre cera caliente. Y este sello santo, o imagen impresa, exhibe a la conciencia una evidencia clara de que el asunto en cuestión es el hijo de Dios, aquello que la Escritura denomina como el sello o

las arras del Espíritu, y el testimonio o la evidencia del Espíritu. Y esta marca estampada por el Espíritu en los hijos de Dios es su propia imagen. Esa es la evidencia mediante la cual son conocidos como hijos de Dios, tienen la imagen de su Padre estampada en su corazón mediante el Espíritu de adopción.

Todo lo que es débil y tierno, y que necesita ayuda a causa de su debilidad, es visto con buenos ojos, y es dulce y agradable. En estos casos la ira se cambia en ayuda, por lo tanto, potros, caballos y las pequeñas crías de las vacas, y los cachorros de león, y los cervatillos del ciervo y el niño humano, son vistos con agrado por sus padres y madres. Así también el Padre del universo valora el afecto hacia las personas que han escapado de él y que han sido engendrados de nuevo por el Espíritu, por la adopción de hijos. Los conoce gentilmente, los ama, los ayuda y lucha por ellos, y por lo tanto, les otorga el nombre de niño.

Si el Señor nos adopta como sus hijos, con la condición de que nuestra vida sea una representación de Cristo, el vínculo de nuestra adopción, entonces, a menos que nos dediquemos a nosotros mismos a la justicia, no sólo nos sublevamos contra nuestro Creador con la más alta traición, sino que también renunciamos al Salvador mismo.