Difamación

Guarda tu lengua de las críticas y vela por tus palabras. Debes saber que al juzgar a los demás te dictas sentencia a ti mismo, y que tú mismo eres culpable de las faltas por las que los culpas. No es una excusa decir, “Si otros me cuentan cosas no puedo ser grosero con ellos”. A nadie le interesa hablar con un oyente reacio. Una flecha nunca se aloja en una piedra, a menudo vuelve sobre el que la arrojó. Deja que el detractor aprenda de tu renuencia a escuchar que no debe menoscabar.

Bienaventurado el hermano que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede ayudarlo como cuando está sano, que sí puede hacerlo. Bienaventurado el hermano que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos, como cuando está con él, y no dice nada a sus espaldas que no pueda decir con caridad delante de él.

Cuando no estamos dispuestos a contener las palabras ociosas, pronto pasamos a decir palabras que son muy malas: cedemos el paso a las quejas y a la maledicencia, o tal vez a disputas y conflictos, y de allí le damos lugar a la ira y al odio.