Temor

¿Por qué entonces deberíamos temer a la muerte, la cual es un pasaje hacia Cristo? No es sino un sargento sombrío que nos conduce al palacio glorioso, que golpea nuestros pernos, quita nuestros harapos, de modo que podamos vestirnos con ropas mejores, que termina con toda nuestra miseria y es el comienzo de toda nuestra felicidad. ¿Por qué deberíamos, por ello mismo, estar atemorizados de la muerte? No es sino una partida hacia una condición mejor. Es como el Jordán para los hijos de Israel por el cual pasaron a Canaán. Es el mar Rojo por el cual se dirigieron hacia aquel camino. Por lo tanto, no tenemos ningún motivo para temer a la muerte.

No tengan miedo de aparentar poco y ser despreciables, o ser llamados por los hombres necios y locos, sino anuncien la penitencia en la sencillez, confiando en Aquél que venció al mundo por la humildad, él hablará en ustedes por su espíritu. Tengamos cuidado de no perder el reino de los cielos por ningún interés temporal, y nunca despreciemos a los que viven distinto de lo que lo hacemos nosotros. Dios es su maestro, así como es el nuestro, y él los puede llamar a sí por otros caminos.

No nos dejemos perturbar por nuestros temores ni nos descorazonemos en vista de nuestra fragilidad, antes bien, luchemos por fortificar nuestra humildad y por estar claramente convencidos de lo poco que podemos hacer por nosotros mismos, porque sin la gracia de Dios no somos nada. Confiemos, pues, en su misericordia y desconfiemos de nuestra propia fuerza en todos los aspectos, porque poner la confianza en ésta es la raíz de todas nuestras debilidades.