Capturado Por Su Fuego

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CAPTURADO POR SU FUEGO SERGIO SCATAGLINI

            A principios de mayo de 1997 saludé a mi congregación en la ciudad de La Plata, Argentina, y les dije: "Los veré dentro de una semana. Voy a visitar un par de lugares de avivamiento en los Estados Unidos y les traeré noticias de lo que Dios está haciendo en el mundo." Básicamente, yo pensaba que estaba haciendo las cosas bien para el Señor, y suponía que todo lo que necesitaba para fortalecer mi ministerio era recibir un toque de El en estos lugares de avivamiento.

Sin embargo, había en mi corazón un clamor, una oración extraña que había estado haciendo durante los meses anteriores. Varias veces, mientras me encontraba de rodillas, me había oído a mí mismo decir: "Señor, si no traes otro avivamiento llévame contigo; no deseo vivir más". Entonces reprendí a mi alma, porque tengo tres hijos pequeños y mi esposa, y el ministerio no iba tan mal, así que pensé: "¡No debo orar de esta manera, porque el Señor puede responder y llevarme con Él!"

Pero entendí que el Espíritu Santo estaba poniendo en mi corazón una carga por el avivamiento; un hambre santa por más de Dios. John Knox solía decir, "Señor, dame Escocia o me muero". Oro que llegues a desear el avivamiento más que tu propia vida, que desees, más que estar vivo, ver a tu nación entera sacudida bajo el poder de Dios.

Como muchos otros, oraba por el avivamiento, pero no me preparaba para recibirlo. Iba a llevar noticias de avivamiento cuando volviera a mi congregación. Así que fui a un lugar de avivamiento y me gocé en el Señor con lo que vi. Así estimulado, a la siguiente mañana, muy temprano, viajé al norte de Indiana, donde vive la familia de mi esposa.

Apurado por ir a otra reunión...

Dos días más tarde pasé a saludar brevemente a la congregación de una iglesia. Sólo tenía unos minutos del programa, pues otro era el predicador invitado para ese domingo por la mañana. No era mi turno para predicar allí; de hecho, suponía que ese domingo (18 de mayo de 1997) me iría rápidamente para predicar en otra iglesia; pero no sabía que el Señor tenía otros planes.

Compartí un saludo y entonces el pastor dijo: "Pidamos al Pastor Sergio que pase al frente para que oremos por él antes de que se vaya a predicar a otra iglesia, así puede llevarles el fuego a ellos". Ésas fueron sus palabras. Invitó a algunos jóvenes a que oraran por mí.

Tomado por sorpresa...

Ellos comenzaron a orar por mí muy tranquilamente. Todo ocurría en calma y de acuerdo al boletín de la iglesia. Cuando los jóvenes comenzaron a orar, cerré los ojos; mi mente no estaba en el avivamiento ni en nada semejante. Estaba apurado por llegar a la otra iglesia para predicar, cuando de repente, mis manos comenzaron a temblar sin mi permiso, y no podía controlarlas. En nuestra denominación, y especialmente con el entrenamiento que recibí de mi padre, cuando estamos en la plataforma tenemos control de la situación. Sí, permitimos que el Señor nos use, pero no dejamos que las cosas se nos vayan de las manos. Si nosotros perdemos el control ¿qué podemos esperar del resto de la congregación?

Eso es sabio. Pero en este caso, por primera vez, me estaba sucediendo en el púlpito algo que no podía controlar. Pensé: "Esto está fuera de lugar". Abrí los ojos y miré a la congregación, frente a mí: a nadie más le temblaban las manos. Intenté detener los temblores. Apreté mis manos firmemente, para que no temblaran, y entonces todo mi cuerpo comenzó a temblar. Recuerdo que trabé mis rodillas y traté de pararme con firmeza, y entonces caí al piso.

Algo extraño me estaba sucediendo y me dije: "Esto no tiene sentido; debo levantarme". Desde el piso, mientras seguía temblando incontrolablemente, miraba a la congregación y ellos me miraban a mí. ¡Ya ninguno oraba! El pastor comenzó a dirigir algunos coros. Yo por momentos lloraba y por momentos reía. Me sentía verdaderamente desconcertado, algo shockeado y sumamente feliz, todo al mismo tiempo.

Pensé: "Debo salir de aquí". Tres veces intenté levantarme. La tercera vez me auxiliaron dos ujieres. El Pastor asociado me sostenía. El Pastor bajó de la plataforma; yo estaba justo frente a ella. Llorando, le dije: "Pastor, no me dejes interrumpir esta reunión; por favor sácame de aquí". Y este hermano puso su brazo alrededor de mi hombro y dijo: "No estás interrumpiendo, hermano, ésta es la presencia de Dios". Esto fue como un bálsamo sanador para mi alma.

Ustedes saben cuán importante es que, cuando esta nueva gloria del Señor llega, haya personas bondadosas que comprendan lo que está pasando. Cuando oramos por el fuego de Dios, quiero encontrar otros que tengan un ministerio de guerreros de fuego.

Finalmente me sacaron de allí. Pensé que me llevarían a un cuarto apartado, pues deseaba desesperadamente estar a solas con Dios. Pero ellos tuvieron la mala idea de sentarme en primera fila. Continué temblando y cada pocos minutos me caía al piso y alguien tenía que levantarme y sentarme en la silla. Hice todo lo posible por refrenarme, pero cuanto más intentaba controlarme, más fuertes eran las olas del Espíritu Santo que venían sobre mí. Había olas de poder sobre mis huesos y mi vida. Su gloria estaba allí. No sé cómo llamar a esto.

Alguien, sin consultarme, fue a la oficina de la iglesia y llamó al pastor de la iglesia donde me esperaban para predicar. Le dijo: "Parece que este hermano no va a poder predicar hoy". ¡Me tomó dos semanas poder llegar a esa iglesia para predicar!

En este punto de mi experiencia, sin embargo, mi mente no había cambiado, mis pensamientos aún no habían sido renovados. Mi cuerpo estaba temblando, yo tenía una señal y sentía las olas de la gloria del Señor. La Biblia nos habla de milagros, señales y maravillas. Yo creo que eso fue una señal del Señor para captar mi atención, ¡y ciertamente lo consiguió! ¡Estuve disponible para El las veinticuatro horas del día durante los siguientes seis días!

¿De qué modo un cristiano es transformado permanentemente? Por la renovación de su mente. "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Cuando nuestros pensamientos son purificados, cuando dejamos de lado nuestras conclusiones erróneas y la verdad del evangelio viene a nosotros, ya nunca más seremos los mismos.

Enfrentando a mis suegros...

Un hermano se acercó y me preguntó algo que fue un poco humillante. Dijo: "Hermano ¿necesita que lo lleven a su casa?" Y dije: "Sí, lo necesito". Tenía una sola oración mientras nos dirigíamos a la casa de mis suegros. Decía, mientras continuaba temblando, llorando y riendo: "Señor, por favor no dejes que mis suegros me vean en este estado". Oraba que no estuvieran en casa cuando yo llegara. Existe cierta tensión teológica con mis suegros. Oré: "Señor, no permitas que esto sea causa de división". Pero el Señor no respondió esta plegaria.

Cuando abrimos la puerta de la casa, vi a mis suegros parados frente a mí. Yo no podía caminar muy bien y el hermano que me había conducido a casa me llevaba más o menos a cuestas. Yo transpiraba y no podía hablar con claridad, pero recuerdo que dije, especialmente a mi suegra: "Mamá, estoy bien, no te preocupes. Pero por favor no me mires". Inmediatamente mi suegra levantó sus manos al cielo; comenzó a llorar y alabar a Dios. Entró en un ayuno de tres días para recibir la gloria de Dios. Y cuando iba camino a mi habitación, para mi gran sorpresa la oí decir: "¡Esto es lo que necesitamos en nuestras iglesias!"

El hermano comenzó a hablarles y explicarles lo qué había sucedido, dándome la oportunidad de subir hasta mi habitación. Cuando finalmente llegué a mi habitación, en el segundo piso, cerré la puerta y me sentí feliz de poder estar solo. Continué temblando y llorando, y sin saber qué me estaba sucediendo. Dos horas después, las manifestaciones cesaron totalmente, no tenía más temblores, todo estaba bien. Pensé: "¡Caramba! Tengo muchas cosas que contarle a mi iglesia de La Plata". Creía que ese había sido el fin de mi experiencia.

No un toque sino una Transformación...

Sintiéndome nuevamente normal, bajé a explicar a mis suegros lo que me había ocurrido. Antes de poder hacerlo, mi suegra me puso enfrente un plato de comida y dijo: ¿No es maravilloso el Señor?", y cuando lo dijo sentí que la gloria de Dios volvía a caer sobre mí. Caí hacia atrás sobre el piso, otra vez, y comencé a temblar; luego me fui arrastrando hacia las escaleras para subir a mi habitación.

Debía confirmar a otro pastor de la zona que predicaría en su iglesia, pero ni siquiera podía hacer una llamada telefónica. Yo pensaba: "Señor, si esto viene de ti, ¿por qué no me estás dejando hacer mi trabajo? Debo estar ocupado, más ocupado que nunca". Sobre mi escritorio tenía una lista de cosas por hacer, y el boleto de avión que había comprado era caro, así que me sentía con la responsabilidad de hacer cosas. Miraba la lista y la lista me miraba a mí, y deseaba ocupar mi tiempo para el Señor, pero no comprendía que el Señor tenía otros planes para mí. El no le interesaba mi agenda; ¡la hizo pedazos!

Durante seis días permanecí en la presencia del Dios todopoderoso, llorando y gimiendo. Cuando volvía a sentirme normal me ponía la corbata y el saco y me alistaba para salir, pero cuando tocaba el picaporte el poder de Dios venía nuevamente sobre mí y me arrojaba al suelo, de donde no me podía levantar. A veces pasaban varias horas antes de que pudiera volver a ponerme en pie.

La Gloria se Acrecienta...

Al día siguiente, la presencia del Señor era aún más poderosa que el domingo. A las 7 de la mañana comencé a planchar mi camisa, porque quería hacer cosas para Dios; pero no acabé de hacerlo hasta cerca de las 3 de la tarde, porque mientras planchaba la gloria del Señor llenaba el cuarto y yo caía al suelo en adoración.

Juan el Bautista lo dice claramente en Mateo 3:11: "Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo...".

El no es igual a nosotros, El es más poderoso. Por eso no cabe dentro de nuestros viejos moldes. Por eso no puedes tener un derramamiento del Espíritu Santo en tu vida y conservar los mismos odres. Debemos hacer un cambio de odres antes de que el Espíritu pueda descender sobre nuestras vidas. Si estás muy aferrado a tus propios hábitos y patrones de vida y viene el Espíritu Santo, El romperá el odre viejo. Pero si el odre es nuevo es diferente, porque se estirará.

Mateo 3:11 continúa: "...más poderoso que yo, cuyo calzado yo no soy digno de llevar". Y sigue una promesa: "él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". Hay mucha gente que dice: "Oh sí, recibí el Espíritu Santo hace quince años". Yo creo que el Espíritu Santo viene a nuestros corazones cuando recibimos a Jesús: ése es el comienzo. Su presencia está con nosotros: no podríamos ser cristianos sin el Espíritu Santo. Pero hemos cometido el error de separar al bautismo del Espíritu Santo del fuego del Espíritu Santo.

El Temor de Dios...

Yo sentía olas del Espíritu Santo fluyendo sobre mi vida esos primeros días, pero mi mente no fue transformada hasta el tercer día que pasé bajo el fuego de Dios. Ese día, todas las cosas cambiaron. Desperté y había tristeza en mi habitación. La misma hermosa presencia de Dios que el día anterior había sido cariñosa y me abrazaba, ahora parecía rechazarme; se me acercaba con demasiada fuerza, estaba peligrosamente cerca de mí.

Esa mañana, la santidad de Dios estaba tan cerca y era tan fuerte dentro de mi cuarto que me asusté mucho y comencé a retroceder. Retrocedí hasta quedar con la espalda contra la pared, y pensé: "¿Qué estoy haciendo? Ésta es la presencia espiritual del Señor. No puedo ocultarme de ella". Comencé a orar: "Por favor Señor, basta". Era la primera vez en mi vida que oraba de esa manera. Tenía tanto temor que dije: "Señor, no puedo soportar más. Eres demasiado santo".

Le dije: "Señor, ¿qué esta pasando? Sé que algo anda mal. Por favor ten misericordia de mí. No me mates aquí". Esa tarde salí a caminar; el poder de Dios vino repentinamente sobre mí y caí de rodillas. Fue tan repentino e imprevisible que inmediatamente me quebranté en lágrimas. Entonces el Espíritu Santo empezó a mostrarme cuadros de pecado en mi vida - cosas que quedaban sin resolver.

Nací y crecí en un hogar cristiano. Mis padres me leían la Biblia desde pequeño, y me educaron en los caminos del Señor, pero ahora Dios estaba tratando con cosas que yo había considerado "pecados evangélicos". Cosas pequeñas, que había pensado que no le importaban. Yo había aceptado una mentira del diablo según la cual siempre hay un porcentaje de pecado en nosotros; pero ahora el Espíritu Santo me resistía. El ya no me abrazaba.

El tiempo no borra el pecado...

Mientras yo seguía tirado, el Señor señaló cosas específicas que no estaban bien en mi vida. Había pensado que el tiempo las borraría, ya que eran tan pequeñas. Pero se me recordó que un pecado pequeño sigue siendo un pecado, y que todo pecado es malvado y destructor. Vi flashes de momentos en que había endurecido mi corazón contra un hermano, y pude ver el lugar preciso donde esto sucedió. Nunca lo maltraté, pero había hecho un compromiso silencioso de no volver a acercarme a él. Se me recordaron las veces en que mis ojos se habían demorado demasiado tiempo en imágenes de cosas que no agradaban al Señor.

Así como estaba comencé a llorar por mis pecados y fue tanto el dolor por ellos que comencé a sentirme enfermo, como si me estuviera afiebrando. El Espíritu Santo comenzó a hablarme y mi mente empezó a comprender lo que el Señor estaba tratando de hacer. Y Dios me habló y me dijo: "Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". Sorprendido, le dije: "Señor llevo años en el ministerio; soy un predicador de tu Palabra. Ayuné la semana pasada y oro todos los días. ¿Cómo pude estar tan engañado? ¿Por qué no había visto esto antes?"

El 98% de santidad no es suficiente...

El Señor me dijo: "Desearía que fueras tan frío como un pagano, para poder salvarte una vez más, o tan caliente como un creyente que me ha entregado el 100% de su vida, pues entonces podría usarte como Yo quiero hacerlo". Le pregunté por qué yo no había discernido esto antes y el Señor me contestó: "Engañoso es el corazón del hombre, y desesperadamente perverso". Me aterroricé. No podía creer que Dios me estuviera diciendo esas cosas. Entonces el Señor me habló otra vez y dijo claramente: "El 98% de santidad no es suficiente".

En cierto sentido, yo era un fariseo de fariseos. Crecí en una iglesia cristiana. Mi meta era ser bastante santo, hacer las cosas bastante bien, y aprobar el examen de la vida con una calificación de 70%, o una B, pero el Señor tenía demandas diferentes.

Me reprendió por mi autosuficiencia y expuso la mentira de mi corazón. Entonces comprendí mi mayor error: no estaba tratando de ser como Jesús. Sólo estaba tratando de ser aceptablemente bueno. En ese momento sentí que toda mi religiosidad y disciplina eran como trapos inmundos en Su presencia, porque yo no había creído que el Señor no me había llamado a ser una persona bastante buena, sino que me había llamado a ser como Jesús. La semana antes de viajar a los Estados Unidos había tenido un tiempo de ayuno y había orado con intensidad, y me sentía bien conmigo mismo. Me había sentido santo en un 90% o más.

A veces permitimos que pecados en apariencia insignificantes queden dentro de nuestros corazones. Pero debemos hacernos esta pregunta: "¿Con cuántos pecados piensas que el Señor nos dejará entrar al cielo? ¿Qué porcentaje de maldad piensas que Él nos permitirá llevar con nosotros cuando llegue el Día del Señor?"

Mientras estaba en Su presencia, Dios me habló en término que cualquier niño podría entender. En aquel momento no hubiera podido comprender cosas muy complejas. Él me dijo: "Nadie se levanta por la mañana, prepara una taza de café, le echa solo una gota de veneno, lo revuelve y se lo toma". Entonces comenzó a hablarme acerca de la iglesia. Hay en la Iglesia gente que permite que el veneno penetre en sus corazones y sus mentes, y esto los está destruyendo. Nadie compraría una botella de agua mineral cuya etiqueta dijera: "98% de agua mineral pura; 2% de agua cloacal". Sin embargo, muchos cristianos han permitido que las aguas cloacales espirituales se infiltren en sus vidas.

Muchos se asombran: "¿Por qué pierdo tan rápidamente la fortaleza del Señor? Será porque soy un fracasado, o quizás porque no tengo la preparación o la educación que necesito". Debo decirte que cuando hay pecado en nuestros corazones, aunque sea un 1%, puede llegar a destruir la devoción en nuestras vidas.

Convicción de pecado, no culpabilidad...

Lloré, confesé y me arrepentí. El Señor señaló pecados específicos en mi vida. No apuntó a generalidades. Satanás tiene un ministerio falso que utiliza especialmente en la Iglesia, es el ministerio de producir culpa. La Biblia nos dice que Satanás es el acusador de los hermanos. El viene a poner un sentimiento general de culpa, y nunca nos ayudará a resolverla. Como resultado, nos sentimos mal. Hay algunos líderes, algunos obreros, algunos siervos del Señor que están en el ministerio; sus corazones están tratando de hacer lo mejor, pero la culpa los tortura. Cuando predican logran librarse de ella por una hora, pero luego vuelve sobre ellos. Ese no es el ministerio del Espíritu Santo.

El ministerio del Espíritu Santo es traer convicción de pecado (Juan 16:8). El habla directa y específicamente, y su Palabra es muy clara para nosotros. Él nos indica lo que está mal en nuestros corazones, nuestros pensamientos y nuestros afectos, y demanda que nos arrepintamos. Si lo hacemos, nos cambia. Ése es el trabajo del Espíritu Santo. Es tan diferente al trabajo de Satanás. Satanás viene a destruir vidas y empujar ministerios enteros hacia la depresión y la soledad. Hay quien piensa: "Espero que nadie descubra cómo vivo mi vida privada". Pero quiero decirte esto, mi hermano, mi hermana, pastor, siervo del Señor, quienquiera que tú seas, cuando el fuego del Espíritu Santo caiga sobre tu vida, dirás con el Apóstol Pablo: "De nada tengo mala conciencia" (1 Corintios 4:4). Tu vida será purificada por Jesús. Aquel día volví a mi cuarto y gradualmente comencé a recuperar el gozo del Señor. Pero en vez de aterrizar en el mismo lugar que antes, me había mudado a una nueva dirección. El gozo del Señor estaba en ese sitio. Había regresado la misma gloria del día anterior.

Comparto mi testimonio no sólo para contarles cosas que están sucediendo al otro lado del mundo, sino porque el Señor quiere impartirte a ti lo mismo que me dio a mí.

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