Hasta aquí te está llevando Dios

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Ap. 7.9-17
Nos encontramos en uno de los libros de la Biblia más emocionantes, pero que a la vez la gente normalmente evita leer, ya sea por temor a todo lo que se describe, o quizás porque es difícil de entender. Apocalipsis narra una serie de eventos presentes y futuros, que describen el juicio de Dios sobre la humanidad pecadora. Pero, en Ap. 7, parece haber un pequeño paréntesis de esperanza. Veamos cómo termina el Cap. 6:
Revelation 6:15–17 NBLA
Los reyes de la tierra, y los grandes, los comandantes, los ricos, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían* a los montes y a las peñas: «Caigan sobre nosotros y escóndannos de la presencia de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero. Porque ha llegado el gran día de la ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse?».
Bueno, el apóstol Juan (quien escribió Apocalipsis) hace una pausa y responde esa pregunta: ¿quiénes pueden ser salvos de la ira de Dios? Y, aunque Ap. 7 parece describir a dos grupos, únicamente nos enfocaremos en el segundo (Ap. 7.9-17). Y vamos a responder 3 preguntas:

¿Quiénes son?

Ap. 7.9, 14
Vemos que Juan describe a una “gran multitud… de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas”.
Hoy inicia el Torneo Mundial de Futbol, en el cual participan 32 países para juigar el campeonato, y ver qué país es el que sale campeón. Es interesante cómo, tanto en el Mundial como en las Olimpiadas, se congregan deportistas y aficionados de muchos países. Ahora imagina lo mismo, pero ya no con 32 países, sino con más de 200 países, con pro lo menos un representante de cada uno de ellos. Ahora súmale que hubo países que dejaron de existir, y que otros recién surgieron. hubo imperior que desaparecieron, y otros que surgieron recientemente. Imagina cuanta gente puede reunirse, en un solo lugar, y con un mismo motivo: alabar a Dios.
En Ap. 7.14 se nos dice que cada una de esas personas tienen 3 características en especial: 1) Han salido de la tribulación; 2) Han lavado sus ropas; y 3) Han emblanquecido en la sangre del Cordero.
Esto es interesante, porque Juan describe que estas personas han salido de la Tribulación, lo que nos dice que dichas personas pasaron por la Tribulación. Y aunque esto parezca muy obvio, en realidad es importante de decir, porque cada uno de nosotros nos encontramos en tribulación. No existe ni una sola persona que pueda decir que jamás ha tenido dificultades. No puede haber alguien que levante la mano y diga: “Mi vida está libre de preocupaciones y dolor.” Todos, absolutamente todos hemos pasado por situaciones difíciles, y quizá tú hoy estés pasando por algo aún más difícil que el resto de las personas en este lugar. Bueno, pues, Apocalipsis 7.9, 14 nos dice que, esas personas que han salido de la Tribulación somos tú y yo. Entender esta verdad es importante para que nuestra cosmovisión cambie. El primer paso para el verdadero gozo es reconocer nuestra realidad.
Pero hay algo más que el texto no enseña acerca de esta multitud, y es ¿qué hacen?

¿Qué hacen?

Apocalipsis 7.10 nos dice que
Revelation 7:10 NBLA
Clamaban a gran voz: «La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero».
Un momento. ¿Acaso Juan nos está diciendo que estas personas están alabando a Dios a pesar de haber estado en la Tribulación? ¿Has conocido a gente que, a pesar de estar luchando con el cáncer, o después de perder a un familiar, cantar alabanzas a Dios? ¿Por qué? Antes de responder esta pregunta, quiero que notemos algo importante en el versículo. Ellos están diciendo: “la salvación PERTENECE a nuestro Dios que está SENTADO en el TRONO”.
Esta frase: “está sentado en el trono” se repite varias veces en el libro, y en toda la Biblia, y quiere decir que Aquel que está en el trono es Soberano. Él está en control de todo, y todos los súbditos se deben someter a lo que Él diga. Y ese Dios Soberano que está en el trono nos ha ordenado obedecerlo en todo y con todo. Sin embargo, querramos aceptarlo o no, tú y yo somos culpables ante Dios de no cumplir TODOS Sus mandamientos. Dice la Biblia que “no hay ni un solo justo” (Ro. 3.10), que “todos han pecado” (Ro. 3.23), y que, como consecuencia, merecemos la muerte (Ro. 6.23). Quizá, por ahora, algunos estén pagando una condena, que puede ser de unos cuantos años, o de toda la vida. Pero al final es temporal porque se acabará, ya sea porque se cumplió el tiempo de condena, o porque se llegó la muerte. Pero hay una condena de la cual nadie se podrá escapar, ni terminará jamás, y es la condena por el pecado en el infierno. La Biblia dice que “está establecido para todos, que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio”. A ti y a mí nos espera un juicio delante del Dios que está en el trono.
Y, así como la multitud estaba delante del trono, así tú y yo estaremos delante de él algún día. Pero, ahora sí, notemos qué es lo que esta multitud hará frente a Dios, “clamará a gran voz: La salvación pertenece al Cordero”. ¿Por qué cantan esto?

¿Por qué hacen lo que hacen?

Alguien escribió una vez, quizá un sueño que tuvo o simplemente una ilustración como una historia. Y dice lo siguiente, y con esto termino.
Dice que él estaba en una habitación. No tenía características distintivas, excepto que había una pared cubierta con pequeños archiveros, llenos cada uno de tarjetas. Eran como de la biblioteca, donde archivan los libros en orden alfabético o por tema del libro. Pero estos archivos que se extendían desde el piso hasta el techo, y aparentemente interminables en ambas direcciones, tenían encabezados muy diferentes.
Cuando me acerqué a la pared de archivos, el primero en captar mi atención fue uno que decía: “Chicas que me han gustado”. Lo abrí y comencé a hojear las tarjetas. Rápidamente la cerré, sorprendido en darme cuenta de que reconocía el nombre que estaba escrito en cada una. Y luego, sin que me lo dijeran, ya sabía exactamente donde me encontraba. Esta habitación, con sus pequeños archivos, era una sistema de catálogo sobre mi vida. Aquí se escribieron en detalle los pensamientos y acciones de cada momento, grandes y pequeños. Una sensación de asombro y curiosidad, al igual que de horror, se agitó dentro de mí. Comencé a abrir archivos al azar, y explorar su contenido. Algunos trajeron alegría y dulces recuerdos, otros un sentimiento de vergüenza y arrepentimiento, tan intenso que miraba sobre mi hombro para ver si alguien me estaba observando.
Un archivo llamado “Amigos” estaba a lado de otro que decía “Amigos que he traicionado”. Los títulos iban de lo mundano hasta lo completamente extraño: “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, Consuelo que he brindado”, “Chistes de los que me he leído”. Algunos eran casi hilarantes en su precisión: “Cosas que le he gritado a mi hermano.” “Otras eran cosas de las que no podía reírme: “Cosas que he hecho en mi ira”, “Cosas que he murmurado contra mis padres”.
Había muchas más cartas de las que esperaba, a veces menos de las que esperaba. Estaba abrumado por el gran volumen de la vida que había vivido. ¿Podría ser que tuviera tiempo en mi breve vida para vivir cada una de estas miles, millones de tarjetas? Pero cada carta confirmaba la verdad. Cada una fue escrita con mi propia letra. Cada una de mi propia firma.
Cuando saqué el archivo marcado como “Canciones que he escuchado”, me di cuenta que los archivos crecían hasta contener su contenido. Éstas estaban empaquetadas apretadamente, y sin embargo, después de dos o tres metros, no había encontrado el final del archivo. La cerré avergonzado, no tanto por la calidad de la música que escuchaba, sino más bien por la basta cantidad de tiempo que yo sabía que el archivo representaba.
Cuando llegué a un archivo marcado, “Pensamientos Lujuriosos” sentí un escalofrío que recorría mi cuerpo. Saqué solo uno centímetro. No estaba dispuesto a probar su tamaño, y saqué una tarjeta. Me estremecí por su contenido. Me sentí enfermo al pensar que tal momento había sido grabado. Una furia casi animal prorrumpió en mí, un pensamiento dominó mi mente: ¡NADIE DEBE VER ESTAS TARJETAS! ¡NADIE DEBE VER ESTA HABITACIÓN! ¡TENGO QUE DESTRUIRLOS! En un frenesí demente saqué el archivo. El tamaño no importaba ahora, tuve que vaciarlo y quemar las cartas pero cuando lo tomé de un extremo y comencé a golpearlo en el suelo, no pudo salir ni una sola carta. Me desesperé. Tomé una tarjeta, solo para encontrarla tan fuerte como el acero cuando intenté romperla.
Derrotado y completamente indefenso, regresé el archivo a su ranura. Apoyando mi frente contra la pared, dejé escapar un largo suspiro de autocompasión; y luego lo vi. Un archivo que llevaba como título “Gente con quien he compartido el evangelio”. La manija era más brillante que las que la rodeaba. Más nueva y sin usar. Jalé de ella, y una pequeña caja de no más de 10cm de largo cayó en mis manos. Podía contar las cantas que contenía en una mano. Entonces vinieron lágrimas.
Empecé a llorar, sollozos tan profundos que el dolor comenzaba en mi estómago, y que me sacudía por completo. Caí de rodillas y lloré. Lloré de vergüenza, de la abrumadora vergüenza ante todo. Las filas de estantes de archivos se arremolinaban en mis ojos llenos de lágrimas. “Nadie debe conocer jamás acerca de esta habitación. Debo cerrarla y esconder la llave”, me dije.
Entonces, mientras me secaba las lágrimas, lo vi. “¡NO, POR FAVOR. NO A ÉL! ¡CUALQUIERA MENOS JESÚS! Observé sin poder hacer nada, cuando Él empezó a abrir los archivos, y a leer las tarjetas. No podía soportar ver Su reacción. En los momentos en que pude mirarle a la cara, vi un dolor más profundo que el mío. Parecía Él ir, intuitivamente, a las peores cajas. “¿POR QUÉ TENÍA QUE LEER CADA UNA?”
Finalmente, se volvió y me miró desde el otro lado de la habitación. Me miró con compasión en Sus ojos, pero esta fue una pena que no me enojó. Bajé la cabeza, me tapé la cara con las manos y empecé a llorar de nuevo. Se acercó y puso su brazo alrededor de mí. Podría haber dicho tantas cosas, pero no dijo ni una palabra. Él solo lloró conmigo. Luego se levantó y caminó de regreso a la pared de los archivos. Comenzando por un extremo de la sala, sacó un archivo, y uno por uno comenzó a firmar Su nombre sobre el mío en cada tarjeta. “¡NO!”, grité corriendo hacia Él. Todo lo que pude decir fue “¡NO, NO!”, mientras intentaba quitarle la tarjeta. “¿SU NOMBRE NO DEBÍA ESTAR EN ESTAS TARJETAS!”, pero ahí estaba. Escrito en rojo tan fuerte, tan oscuro, tan vivo. El nombre de Jesús cubrió el mío. Fue escrito con Su sangre. Con ternura, tomó nuevamente la tarjeta de mis manos, sonrió y comenzó a firmar las tarjetas.
No creo que alguien pueda entender cómo lo hizo tan rápido, pero al instante siguiente me pareció oírlo cerrar el último archivo y caminar de regreso a mi lado. Colocó Su mano sobre mi hombro y dijo: “Consumado es”. Me levanté, y Él me sacó de la habitación. No había cerradura en su puerta, porque todavía había tarjetas que escribir.
Cada uno de nosotros tiene una habitación así. Todos tenemos un registro de todo lo que hemos hecho y pensado, bueno o malo. Ahí está, delante del Juez del universo, delante del Dios Santo contra quien hemos pecado, y esas son las evidencias que se han presentado, suficientes para condenarnos por la eternidad. No en una cárcel con barrotes, horarios de comida, y tiempos de visita. No. SOn evidencias que nos condenan a una eternidad en el infierno, donde toda la ira del Dios contra quien hemos pecado será descargada, lista para tragarte y consumirte para siempre… a menos que hoy tú corras a Jesucristo, y le dejes llenar esas tarjetas con Su nombre.
Fue Él quien tomó cada una de tus delitos y se las adjudicó a Sí mismo. Fue Él quien decidió entregar Su vida en la cruz, sufriendo el infierno por ti y por mí, para que hoy tú puedas creer y confiar en Él.
Observa el Ap.7.17
Revelation 7:17 NBLA
pues el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos»
El Cordero está en medio del trono. Él se encuentra entre el Juez y tú. Así como tú estuviste en ante un juez, quien determinó tu sentencia, así algún día estarás delante del Juez, con todas las tarjetas como evidencia contra ti. Y si tú confías en Cristo hoy, ese Juez no dictará tu sentencia, pues ya la dictó en la cruz sobre Su Hijo. No. Él te mostrará cada una de los pecados y faltas que cometiste en tu vida, y te mostrará el nombre de Cristo en cada uno de ellos. Y si (quizá como ahora) salen de tus ojos lágrimas de arrepentimiento y vergüenza, “Él en jugará toda lágrima de tus ojos”, y te dirá, “Mi hija eres tú. ¡Bienvenida a casa!”
¿Qué tienes que hacer? Lo mismo que la multitud delante del trono, “lavar tus ropas, y emblanquecerlas EN la sangre del Cordero”. Paradójicamente, cuando se ensucia una ropa con sangre, ésta mancha ya no se quita. Pero, únicamente la sangre de Cristo es la única sangre capaz de limpiar la mancha del pecado.
¿Crees esto? ¿Crees que solo la sangre de Cristo puede limpiar todo lo que has hecho en tu vida, y presentarte ante el Juez inocente y sin culpa? Ven a Cristo, y así será. Confía en Él, y serás limpia. Serás más blanca que la nieve. Y, entonces, tú misma estarás entre esa multitud en el cielo, y tu voz se escuchará también “clamando a gran voz:
Revelation 7:12 NBLA
diciendo: «¡Amén! La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén».
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