¿Estoy dispuesto a ser un discipulador?

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Introducción

"Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Cuando lo vieron, lo adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó y les habló diciendo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Amén." (Mateo 28.16-20, RVR95BTO)

Cuando pensamos en la Gran comisión, en muchas ocasiones pensamos en ella como el mero de hecho de predicar. Transmitir un mensaje y nada más. Pensamos que el cristiano tiene que ser una especie de presentador de noticias que da el mensaje del evangelio y tiene poca o ninguna interacción con el que recibe el mensaje.

Sin embargo, Jesús nos dejó en la gran comisión otra visión un tanto distinta. Nos llamó a hacer discipulos. No a que consiguieramos telespectadores, radioyentes o visitas en una de nuestras páginas web. Hacer discipulos va a requerir mucho más que una campaña evangelística o que repartir folletos en la calle. Hacer discípulos es enseñar a la gente a vivir, pensar y actuar como lo haría Cristo.

Por supuesto, cumplir con esta parte de la Gran comisión llevará un coste. ¿Estamos dispuestos como Iglesia y como individuos a pagar este precio?

Antes de que pasemos a hacer algunas consideraciones de lo que debe ser un discipulador vamos a dejar algunos conceptos claros.

  • La Gran Comisión es un mandato para toda la iglesia. Es decir para cada uno de los cristianos, por lo tanto, todos somos llamados a hacer discipulos. No es una tarea específica del pastor, del maestro de escuela dominical, de los lideres de evangelismo o de cualquier otro ministerio. Es una tarea de todos.
  • No estamos diciendo que no haga falta proclamar el Evangelio. Es necesario que, de distintas maneras y según el contexto donde nos hallemos, proclamemos las buenas noticias de salvación.
  • Sólo hay un Maestro, Jesucristo, todos los demás somos discípulos de Él. Nuestro deber no es formar discípulos nuestros sino imitadores de Cristo.

Y por ello, vamos a tomar como ejemplo al mejor discipulador del que podemos aprender: nuestro Maestro Jesucristo. Y a partir de su vida y su ejemplo, vamos a ver en este momento tres características de un discipulador.

Un discipulador es un "Inversor de tiempo"

"Designó entonces a doce para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro, a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a Juan, hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, es decir, “Hijos del trueno”; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, el que lo entregó. Volvieron a casa," (Marcos 3.14-19, RVR95BTO)

El primer propósito que nos muestra el evangelista Marcos para el cual fueron llamados los doce fue para estar con Jesús. Si no pasaban tiempo con Él, no podrían predicar, no podrían sanar, ni podrían hechar fuera demonios. Tenían que pasar tiempo con el Maestro. Por ello el maestro tenía que pasar tiempo con sus discípulos.Era una inversión mutua, si Jesús no hubiese querido dedicar tiempo a los doce, ellos no podrían haber estado con Él.

No podremos hacer discípulos sin pasar tiempo con ellos.

Tenemos que estar dispuestos a pagar el coste del tiempo para hacer discípulos. No podemos reducir el discipulado a una hora a la semana donde nos juntamos para hacer algunas lecciones bíblicas. Eso es una pequeña parte del discipulado. El discipulado es un proceso largo y continuo.

Es como cuando enseñamos a un niño a vivir y comportarse. No quedamos con nuestros hijos sólo una vez a la semana para darle unas reglas. Invertimos tiempo, mucho tiempo, en ellos. Les acompañamos en su aprendizaje, les ayudamos las veces que sean necesarias.

Nuestro tiempo es limitado

Tenemos que tener en cuenta que nuestro tiempo es limitado. Por eso si queremos hacer discípulos a "todas las naciones" debemos encargarnos de la tarea toda la iglesia. Una sólo persona no puede tener multitud de discípulos, porque no tiene tiempo material para todos. Por ello como iglesia no podemos dejarle toda la carga a una sola persona.

Todos somos responsables de discipular. Cuando uno de nuestros amigos o familiares se convierte no podemos pretender que otra persona los discipule, nosotros tenemos la responsabilidad de guiar nuestro hijos espirituales.

Un discipulador siempre está disponible

"Entró él en la barca y sus discípulos lo siguieron. Y se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Se acercaron sus discípulos y lo despertaron, diciendo: —¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: —¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Los hombres, maravillados, decían: —¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?" (Mateo 8.23-27, RVR95BTO)

También vamos a necesitar estar dispuestos a atender las demandas de aquellos que están comenzando en la vida cristiana. Volviendo al ejemplo de un padre con sus hijos, tiene que estar dipuesto a ayudarle a cualquier hora.

Debemos valorar las tormentas de los otros.

En muchas ocasiones, nos puede parecer que la tormenta de la otra persona no es tan grave como la están viendo. De hecho en el pasaje que acabamos de leer, todos estaban en un mismo barco, todos estaban en la misma tormenta, pero había dos percepciones distintas. La de los apostoles que estaban preocupados por sus vidas, y la de Jesús que estaba durmiento tranquilamete. Pero no por ello, cuando acudieron a Jesús, éste no les hizo caso o siguió durmiento, sino que atendió su necesidad.

Debemos ser sensibles a las necesidades de los demás.

Cuando una madre está cuidando su bebé, ella procura entender qué es lo que necesita su hijo. No espera a que el niño aprenda a hablar para así empezar a suplir su necesidad. De igual modo debemos ser sensibles a las necesidades de los recien nacidos espirituales.

Un discipulador debe mostrarse tal como es.

"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte alto. Allí se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: «Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, haremos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd». Al oir esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y sintieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: «Levantaos y no temáis». Cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie, sino a Jesús solo." (Mateo 17.1-8, RVR95BTO)

No podemos tener una doble cara, o mostrar parte de nosotros. Si queremos hacer discípulos tendremos que mostrar nuestra enseñanza con nuestras vidas por completo.

Cuando invertimos tiempo nos exponemos tal como somos.

Es relativamente fácil comportarse de manera distinta a lo que verdaderamente somos cuando estamos con alguien durante un rato corto. Pero cuanto más tiempo pasamos con alguien más va a conocernos como nos comportamos, cuál es nuestra manera de pensar, etc.

Puede ser que no nos guste esto, pero es un precio que hay que pagar para ser un buen discipulador. Por ello nuestras vidas deben ser santas, sin nada que ocultar, sin que haya nada de lo que nos puedan acusar.

Discipular no es transmitir un conocimiento.

No nos equivoquemos, no se trata de transmitir un contenido, o un programa y ya está. Discipular va más allá, va mucho más lejos. No nos conformemos con enseñar la teoría.

Discipular es enseñar a vivir de la manera que lo haría Cristo.

Por ello es necesario e imprescindible que enseñemos con nuestras vidas. Enseñamos con nuestro ejemplo, enseñamos con lo que somos, no con lo que decimos.

Conclusión

¿Estamos dispuestos a pagar el precio para hacer discípulos? ¿Estamos dispuestos a invertir tiempo, a estar a disposición de los que me necesitan y a mostrar con mi vida como se vive una vida de imitación a Cristo?

Aceptemos el desafío, hagamos discípulos.

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