salmos60

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una suplica por su ayuda

SALMO 60 Este salmo comienza con un aire de derrota para terminar con clamor de victoria. Alude a la guerra narrada en 1 Crónicas 19:6–19. Vemos que David era tan devoto en su adversidad como en su prosperidad. Aquí: I. Reflexiona sobre el estado de humillación nacional durante bastantes años (vv. 1–3). II. Toma nota del feliz cambio que se había operado recientemente (v. 4). III. Ora a Dios que Israel se vea libre de sus enemigos (v. 5). IV. Canta victoria con la esperanza de sus triunfos (vv. 6–12) Versículos 1–5 El objetivo general del salmo. Es un mictam, término musical, y tiene por objeto enseñar. Está acomodado a la tonada de «lirio de testimonio» (hebreo, shushán eduth). Los levitas tenían a su cargo enseñar al pueblo dicho salmo y, por medio de él, estimularle a confiar en Dios y cantar victoria en Él. En estos versículos, con los que empieza el salmo, tenemos: 1. Un memorial melancólico de las muchas desdichas y decepciones que Dios les había hecho sufrir durante varios años. (A) Se queja de cosas duras que les había hecho ver (v. 3); es decir, sufrir, mientras los filisteos y otros malos enemigos de Israel se habían aprovechado de su desventajosa situación. (B) Reconoce que el desagrado de Dios es la causa de todas las cosas duras que han experimentado (v. 1): «Oh Dios, tú nos has desechado, nos quebrantaste; te has airado y, en esa ira, nos has maltratado; de lo contrario, no habrían podido nuestros enemigos prevalecer contra nosotros». (C) Se lamenta de los malos efectos y de las terribles consecuencias del infortunio de los últimos años. Toda la nación estaba convulsa (v. 2): «Hiciste temblar la tierra». El pueblo estaba consternado (v. 3b): «Nos hiciste beber vino de aturdimiento; estábamos como borrachos que no saben lo que se hacen ni cómo puede ser compatible esa situación con las promesas de Dios» (comp. con Is. 51:17, 22; Jer. 25:15 y ss., donde se habla del cáliz de la ira de Dios). Cuando disfrutamos de los favores de Dios es bueno recordar las pasadas desdichas, pues ese recuerdo puede servir para estimular nuestro gozo y nuestra gratitud. 2. Una nota agradecida del ánimo que Dios les había dado con la esperanza de que, aunque las cosas habían marchado mal por largo tiempo, ahora comenzarían a enmendarse (v. 4): «Has dado a los que te temen una bandera (lit.), para que sea desplegada por la causa de la verdad: por la verdad de la promesa que cumplirás y en defensa de la verdad de la equidad» (45:4). Esta bandera era el gobierno de David, así como su establecimiento y ampliación sobre todo Israel. Unía a todos los israelitas, del mismo modo que la bandera nacional une a los soldados mientras infundía terror a los enemigos, contra los que constituía un perenne desafío. Cristo, el Hijo de David, había de ser por pendón a los pueblos (Is. 11:10); por bandera a los que temen a Dios; en Él se glorían y toman ánimos, como en el centro de su unidad; en su nombre y por su poder libran batalla con los poderes de las tinieblas, y bajo su mando triunfa la Iglesia de todos sus enemigos. 3. Una humilde petición de misericordia (v. 1): «¡Vuélvete a nosotros! ¡Sonríenos, ponte en paz con nosotros y, en esa paz, tendremos paz! ¡Repara las grietas (de nuestra tierra), porque se desmorona! (v. 2b); no sólo las grietas hechas por nuestros enemigos, sino también las que hemos hecho entre nosotros mismos con nuestras desdichadas divisiones». Así es como podían ser preservados de caer en manos de sus enemigos (v. 5): «Para que se libren tus amados, salva con tu diestra y con los hombres de quienes te place hacer los instrumentos de tu diestra y óyeme». El pueblo de Dios en oración puede tomar las liberaciones generales de la iglesia como respuestas a sus oraciones en particular. Versículos 6–12 Aquí David se regocija en la esperanza y ora con esperanza (v. 6): «Dios ha hablado por su santidad (lit. Comp. 89:35); ha dado su palabra y no le mentirá a David» (Las frases siguientes—nota del traductor—, hasta el final del versículo 8 se han de entender como dichas por Dios como aliado y jefe de las huestes de Israel; así lo sugiere el original). 1. David (con Dios—véase la nota anterior—) se regocija con la perspectiva de dos cosas: (A) El cumplimiento de la promesa de Dios, hecha por su santidad, de llevar a cabo la unión de su reino bajo su único cetro, pues David no duda de que todo el reino es suyo como lo es de Dios; está tan seguro de ello como si lo tuviese ya en su mano: «Repartiré a Siquem (ciudad agradable en el monte Efraín), y mediré el valle de Sucot, como posesión mía. Mío es Galaad y mío es Manasés, pues ambos se hallan enteramente reducidos a mi dominio (v. 7)». Efraín había de proporcionarle soldados para su guardia personal, del mismo modo que el yelmo protege la cabeza del soldado, mientras que Judá era el cetro (Gn. 49:10) de Dios, puesto en manos de David, de la tribu de Judá. Mejor que David, podemos decir nosotros con palabras de Pablo: «Todo es nuestro, y nosotros de Cristo» (1 Co. 3:22, 23). (B) La conquista de las naciones vecinas, que tanto habían vejado a Israel, que todavía eran muy peligrosas y se oponían a David (v. 8). Los moabitas fueron hechos siervos de David (jofaina para lavarse), como vemos por 2 Samuel 8:2. Edom pasará a ser posesión suya, como lo simboliza el echar sobre ella el calzado (v. Rt. 4:7). En cuanto a los filisteos, hasta ahora habían cantado victoria sobre él, pero pronto se verían obligados a cambiar de tono. 2. Sin embargo, la guerra no ha terminado aún. La capital de Edom (Petra) era una ciudad fortificada (v. 9) por su magnífica situación. Y David pregunta aquí: «¿Quién me conducirá hasta ella?» Como si dijese: «Su situación es de difícil acceso, especialmente para un ejército, ya que se necesita atravesar por entre montes y peligrosos desfiladeros». Sin embargo, David confía en que Dios, que ha hablado por su santidad, podrá y querrá conducirle victorioso hasta ella (v. 10): «¿Quién sino tú, oh Dios, etc.?» Al mismo tiempo, vuelve a tomar nota del desagrado que anteriormente le había mostrado Dios en los extraños designios de su providencia: «que nos has desechado, y no sales ya, oh Dios, con nuestros ejércitos». Al mismo tiempo que reconocen la justicia de Dios en lo pasado, esperan en la misericordia de Dios para lo futuro. 3. Ora con esperanza (v. 11): «Danos socorro contra el enemigo». Aunque tienen esperanza en la victoria, todavía se ven en peligro, pues la guerra no ha terminado todavía, a pesar de que ellos llevan ya la mejor parte. Saben muy bien que, por excelente que sea la victoria ya lograda, aún están en sumo peligro si Dios no les presta su ayuda. Por eso añade: «Porque vana es la ayuda de los hombres, pero con Dios haremos proezas, etc.» (vv. 11, 12). Tengamos en cuenta que, aun cuando Dios haga todas las cosas por nosotros, hay algo que hemos de hacer nosotros. La esperanza en Dios debe ser acicate, no freno, de bravura. Quienes cumplen con su obligación bajo el mando de Dios, pueden hacerlo con valentía, puesto que ¿qué necesidad tienen de temer los que tienen a Dios de su parte
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