Jesús el Señor del perdón perfecto

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INTRODUCCIÓN: En una ocasión, padre e hijo discutían ferozmente. En un momento el hijo paró de discutir, miró a su airado padre y le dijo: “Padre perdóname. No debí haber hablado así”. El padre, sin bajar el tono de voz, con más rabia, le respondió. “Siempre me dices lo mismo. Ya me cansé de perdonarte”.

Cualquiera que haya visto este diálogo, llegaría a la misma conclusión: “El perdón fue fingido, no hubo verdadero perdón, porque el perdón es acompañado por olvido total”.

En este día el evangelio nos muestra un episodio muy conocido en el ministerio de Jesús, el cual enseña claramente la dimensión, el alcance del perdón perfecto, completo, total y absoluto que Dios ofrece, da y sella a los pecadores arrepentidos sinceramente.

El Señor fue invitado a comer en la casa de Simón, el fariseo, miembro de una secta que, además de fanática, se destacaba por su hipocresía religiosa. A ellos les gustaba juzgar a los demás pero, de manera interesada cuando juzgaban, deliberadamente olvidaban sus propios errores, sus propios pecados, sin embargo, eran duros, crueles para enjuiciar a los demás. La Biblia acertadamente describe a los miembros de esta secta como “víboras, sepulcros blanqueados, hipócritas, falsos”.

Para entender lo que ocurrió en esta comida, en casa de Simón, necesitamos ver lo que narra el Espíritu Santo a través de San Lucas, evangelista, capítulo 7: 36-50. Por medio de ella. Dios nos enseña la Dimensión del Perdón que ofrece, porqué Jesús es el Señor del Perdón Perfecto.

1. EL SEÑOR AMA A LOS PECADORES. Lucas 7:36-47

(1) En el primer cuadro del pasaje tenemos: Una mujer, de mala reputación, va a una cena a la que no la habían invitado. La primera observación es que a ninguno de nosotros nos gustaría ver a un persona de esta en nuestra casa. Leyendo el texto, entendemos que ella asistió por una importante razón: “37… Ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo”.

Que bueno sería imitar la actitud de esta mujer y que todas las personas decidan asistir a la Iglesia, sin ser invitados, sin tener conocidos, si ser amigos del pastor, sino por saber que en este lugar, está Jesús presente, hablando por su Palabra.

(2) Esta mujer acudió porque lo que ella necesitaba solo Cristo podía dárselo: el perdón de sus pecados. Vivir en pecado, cuando se ha escuchado la Palabra de Dios es horroroso, peor aún, nadie puede ser feliz sintiendo el desprecio de la gente por causa de una vida desordenada e inmoral. Ella muestra una actitud de arrepentimiento sincero: 37… se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. 38 Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume.

El frasco fue elaborado una pieza fina de alabastro, un mineral usado en esos tiempos para esculpir recipientes, generalmente tenía que romperse para derramar su contenido.

(3) La mujer se arroja a los pies de Jesús llorando, al punto que literalmente se los bañaba en lágrimas, se los secaba con los cabellos, se los besaba y derramaba el perfume.

(4) Lo que vemos es una muestra auténtica de arrepentimiento de corazón, lo que Jesús no rechaza. No deje de venir a la Iglesia porque tiene muchos pecados, aquí nadie tiene “pecadómetros”, más bien venga con la seguridad de que el Señor siempre está dispuesto a escuchar su confesión y mirarlo con misericordia.

(5) Simón, lleno del complejo de superioridad de los fariseos, de su desprecio para Jesús mismo, mostró el verdadero motivo de haberlo invitado a comer a su casa: Descalificarlo como enviado de Dios, por eso describe al Señor en forma despectiva, “éste”.

El fariseo no habló en voz alta, tampoco abrió su boca, sino que pensó para sí mismo: 39 Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora.»

(6) Jesús que penetra lo más profundo de los corazones, que lee los pensamientos y escucha las palabras que no pronunciamos, aprovecha la ocasión para enseñarle al religioso hipócrita, el alcance de su gracia perdonadora y, como es su estilo pedagógico, usa una parábola: 41 —Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. 42 Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?

(7) Notemos que el fariseo no reconoce a Cristo como Señor, sino como un maestro, igual que otros en ese tiempo: 40…Dime, Maestro.

Esta parábola es fácil de comprender, por eso el fariseo no tardó mucho en dar una respuesta correcta a la pregunta que el Señor le hizo: 43 Supongo que aquel a quien más le perdonó.

Que sencillo es querer a quienes nos ayudan, nos apoyan, nos admiran, a los que, en nuestro criterio, son amigos ejemplares. Pero que difícil es amar a los que nos caen mal, o nos ha hecho algo malo, ni hablemos de perdonar y olvidar, porque es más difícil aún.

Pero el Señor actúa muy diferente, él nos ama y perdona, no porque hacemos el bien, sino porque somos pecadores y necesitamos de Él como Salvador.

(8) El fariseo, quien presumía como muchos de su secta, por ser considerarse experto y conocedor de toda la Escritura Sagrada, calificaba a Jesús como un "maestrucho" cualquiera. Cristo lo desenmascara y lo compara su mala la actitud con la de la mujer que llora su pecado y busca el perdón del Señor. 43… Has juzgado bien —le dijo Jesús. 44 Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: — ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. 46 Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume.

El fariseo, especialista en juzgar a los demás, usando los criterios legalistas, sin prestar atención al sentido de la ley, que es un acto de amor de Dios, en razón de que cuando el Señor revela su deseo de cómo quiere que vivan sus hijos los está amando, pero, por otra parte, también demostró su mala educación para con los invitados a su casa, pues no hizo con Jesús lo que las reglas de urbanidad exigían de los anfitriones para sus huéspedes. El Señor descargó todo el peso de la ley y, fue duro cuando en lugar de alabarlo a él, alabó a la mujer y su actitud. 47 Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.

¡Qué gran lección para este religioso! ¡Que gran lección para nosotros! A veces estamos tan pendientes de los errores de los demás, para acusarlos y, de esa manera, ocultar los nuestros. El doctor Rodolfo Blank, quien fue mi profesor en el Seminario Luterano “Juan de Frías” en Venezuela, una vez me dio una lección para meditar antes de predicar. Han pasado tantos años, pero lo recuerdo siempre: “Germán cuando uno de tus dedos apunta a tu congregación, no olvides que cuatro te señalan a ti.”

Este texto nos enseña que debemos mirar a las personas, incrédulas o creyentes, con el mismo amor que nos mira Dios, quien desea dar perdón y la salvación. Cada persona es el centro del amor del Señor, cada persona debe ser de nuestro interés, y la mejor muestra de nuestro amor por ellos, el mejor regalo que podemos darles, además de una calida bienvenida a la Iglesia, es dar gracias al Señor, por tener el privilegio de anunciarles la Palabra de Dios.

2. JESÚS PERDONA A LOS PECADORES. Lucas 7: 48-50

48 Entonces le dijo Jesús a ella: —Tus pecados quedan perdonados. 49 Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: « ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» 50 —Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.

Cada palabra de Jesús en una enseñanza profunda que revela su interés por la salvación de las personas. En estos versículos hay tres que destacan, que son maravillosas y gratificantes:

(1) Tus pecados quedan perdonados. Imaginemos por un momento como estaba el corazón de aquella mujer, se sentía acusada por Dios, por haber pecado; pero también señalada por todo el pueblo por “Tener mala fama, por ser pecadora”. Ella no recibió como respuesta un “garrotazo”, sino la absolución, el perdón. Cada domingo, todos los que vienen a este lugar, confesamos juntos nuestros pecados, pero también recibimos, en el Evangelio, proclamado por el Pastor, “el perdón completo de todos nuestros pecados”. Esa palabra ya ha sido dicha desde el cielo, nosotros la proclamamos en la tierra.

(2) Tu fe te ha salvado. Como aquella mujer, nosotros recibimos este perdón, la salvación por medio de la fe. Sencillamente creemos, por obra del Señor, en la verdad divina que nos garantiza que somos salvos por fe en Jesús, « ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?, porque ese “éste” despectivo que usan el fariseos y sus otros invitados, es para nosotros los creyentes, “El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.

(3) Vete en paz Ella sintió la paz, nosotros mismos salimos en paz, al saber que Dios ha tenido misericordia de nosotros, y nos dio, por fe, la absolución, porque “En él tenemos redención, por su sangre, el perdón de los pecados”.

CONCLUSIÓN

El evangelio trae la descripción de Dios Padre amoroso y perfecto, que no desea castigarnos, sino darnos perdón. Un Padre que entregó a su propio Hijo para morir por los pecados del mundo. Un padre que no se cansa de escuchar nuestra sincera confesión y tampoco de darnos su perdón. Un Padre que nunca más se acuerda de nuestras faltas pasadas. Un Padre que ama y perdona.

Ese es el modelo que tenemos por Padre y por el cual, damos gracias que, mediante Jesucristo, tenemos frente a nosotros el mismo Señor que nos dice, vayan en paz, regresen a su casas, son salvos por la fe, sus pecados han sido perdonados. Amén.

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