Sermón sin título (10)

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Lenguas torcidas
La teleevangelista pentecostal y autoproclamada profetisa Juanita Bynum
apareció en los titulares en el 2011 cuando registró cadenas de caracteres
incoherentes en su página de Facebook, incluyendo «CHCNCFURRIRUN
GIGNGNGNVGGGNCG», «RFSCNGUGHURGVHKTGHDKUNHSTNSV
HGN» y «NDHDIUBGUGTRUCGNRTUGTIGRTIGRGBNRDRGNGGJN
RIC». En la mayoría de los casos, un poco de galimatías en un sitio de las redes
sociales probablemente pasaría inadvertido, explicándose como una representación
de un pensamiento confuso o tal vez atribuyéndosele a un teclado defectuoso. Sin
embargo, para los carismáticos, el revoltijo de letras de Bynum representó algo
mucho más elevado. Un artículo en el Christian Post captó el significado de la
extraña actualización de su estatus en Facebook con este título. «La teleevangelista
Juanita Bynum causa asombro con su oración en “lenguas” en Facebook».
Aunque el hablar en lenguas pentecostal es por definición verbal, en esta
ocasión apareció de forma impresa. Las galimatías de Bynum en Facebook sirven
como un claro ejemplo de las denominadas lenguas que caracterizan al movimiento
carismático contemporáneo. Aunque hay menos interés en este comportamiento
esotérico que en el tangible evangelio de la prosperidad (por razones obvias),
todavía este es un elemento básico que define al movimiento. Haciéndose referencia
a ellas como «un discurso celestial», «la lengua de los ángeles», o un «lenguaje
privado de oración», las lenguas «modernas» consisten en una completa cháchara
sin sentido, un punto que incluso los mismos carismáticos reconocen.
Reflexionando sobre la primera vez que habló en lenguas, el editor de la revista
Charisma, J. Lee Grady, escribió: «Al día siguiente, mientras estaba en mi habitación
orando, me di cuenta de que una lengua celestial bullía dentro de mí. Abrí
mi boca y las palabras se derramaron. Ilia skiridan tola do skantama. O algo por el
estilo. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Sonaba como un galimatías. Sin
embargo, cuando oraba en lenguas, me sentía cerca de Dios».
Dennis Bennett, cuya experiencia carismática personal ha ayudado a despertar
al Movimiento de Renovación Carismática de la década de 1960, lo explica así:
«Usted nunca sabe cómo una lengua va a sonar. Tenía un conocido que decía algo
como «rub-a-dubdub» cuando hablaba en lenguas, pero experimentó una gran
bendición al hacerlo».
Joyce Meyer, después de defender el fenómeno moderno
solo porque «hay millones de personas en la tierra hoy» haciéndolo, concluye:
«Dudo que muchas personas estén inventando lenguajes y pasando su tiempo
diciendo tonterías solo por el simple hecho de pensar que están hablando en lenguas».4
Irónicamente, la tonta defensa de Meyer reconoce de manera involuntaria
a la glosolalia moderna (el hablar en leguas) como lo que realmente es: un lenguaje
inventado y tonterías.
Los lingüistas que han estudiado la glosolalia moderna están de acuerdo con
esa descripción. Después de años de investigación de primera mano, visitando
grupos carismáticos en varios países, el profesor de lingüística William Samarin
de la Universidad de Toronto escribió esto:
No hay ningún misterio acerca de la glosolalia. Las muestras grabadas son fáciles
de obtener y analizar. Ellas siempre resultan ser lo mismo: cadenas de sílabas,
compuestas por sonidos tomados de entre todos los que el hablante sabe, puestas juntas
más o menos al azar, pero las cuales sin embargo emergen como unidades de palabras
y frases debido al ritmo y la melodía similares a los de un lenguaje. En realidad, la
glosolalia es de cierta manera como un lenguaje, pero esto es solo porque el
hablante (inconscientemente) quiere que sea así. No obstante, a pesar de las similitudes
superficiales, la glosolalia no es fundamentalmente un lenguaje. Todas las
muestras de glosolalia que se han estudiado nunca han producido ningún rasgo
que incluso sugiera o refleje algún tipo de sistema comunicativo [...]
La glosolalia no es un fenómeno sobrenatural [...] De hecho, cualquiera
puede producir glosolalia si es desinhibido y descubre cuál es el «truco».
En otro lugar Samarin dice: «Cuando el aparato completo de la ciencia lingüística
se apoya en la glosolalia, se convierte en solo una fachada de la lengua».
La Enciclopedia de Psicología y Religión lo expresa de forma más sucinta: «La
glosolalia no es un lenguaje humano y no puede ser interpretado ni estudiado como
un lenguaje humano». El Manual de Ciencia y Religión de Cambridge está de acuerdo,
señalando que de manera incuestionable la glosolalia «no es un idioma».
En respuesta a la realidad evidente, los autores carismáticos han abandonado
cualquier intento por correlacionar el don moderno de lenguas con algún idioma
conocido. Más bien, se les dice a los lectores que más «de seiscientos millones de
cristianos han recibido el don del Espíritu Santo con su propio idioma del espíritu».
El don de lenguas es único para cada persona. Y a menudo comienza con
nada más que una sílaba repetida sin pensar. Como un pastor instruye: «Cuando
usted pide el Espíritu Santo, es posible que tenga una sílaba burbujeando, o dando
vueltas en su cabeza. Si usted la pronuncia con fe, será como si se abriera una presa,
y el lenguaje fluirá. Me gusta imaginármelo como si uno tuviera un carrete de
hilo en el intestino y la punta, o el inicio del hilo, se vislumbrara en su lengua,
pero a medida que comienza a tirar (a hablar), el resto del hilo va saliendo».
Otro autor carismático añade lo siguiente: «Usted no entiende lo que está
diciendo [...] Pero se trata de una oración con el espíritu y no con la mente».11 Nada
menos que el Diccionario de los Escépticos señala una ironía obvia y preocupante:
«Cuando la hablan los esquizofrénicos, la glosolalia es reconocida como un galimatías.
En las comunidades cristianas carismáticas la glosolalia es sagrada y denominada
“hablar en lenguas” o tener “el don de lenguas”».
Debido a que se supone que es una expresión extática de la fe, el don de las
lenguas modernas no está vinculado a ninguna de las normas que rigen el lenguaje
legítimo. Sin embargo, los carismáticos le han dado a esto un giro positivo.
Según las palabras de un escritor: «En el hablar en lenguas —un signo de posesión
del Espíritu Santo— el lenguaje elimina todas las restricciones gramaticales y
semánticas con el fin de hacer lo que es imposible que cualquier idioma haga:
comunicar lo inefable». Sin embargo, este giro positivo representa un cambio
importante en el movimiento desde la primera generación de los pentecostales en
los albores del siglo veinte. Como ya hemos visto (en el capítulo 2), Charles Fox
Parham, Agnes Ozman y los primeros pentecostales pensaron que habían recibido
la habilidad sobrenatural de hablar en lenguas extranjeras genuinas.
Tal como Kenneth L. Nolan explica: «Los primeros pentecostales creían que
la glosolalia le había sido dada a la iglesia con el propósito de la evangelización
mundial. Muchos de ellos se fueron a los campos misioneros extranjeros esperando
por completo que el Espíritu Santo les diera sobrenaturalmente el idioma de los
pueblos nativos. Esta expectativa inicial y la experiencia resultante fue una amarga
decepción para los aspirantes a misioneros que no quisieron invertir años en el
estudio de la lengua».14 Cuando se hizo evidente que sus «lenguas» no se correspondían
con ningún idioma conocido, los pentecostales se vieron obligados a
hacer una elección. Ellos podrían seguir insistiendo neciamente en que las lenguas
eran idiomas reales, a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario, o reconstruir
su definición de lenguas para adaptarse a sus experiencias fallidas. Hoy, la
genuina explicación para el balbuceo carismático sigue siendo que es algo no lingüístico,
una jerga irracional.
¿Coincide la versión moderna de las lenguas con el don bíblico?
Los carismáticos afirman que su experiencia de las lenguas los hace sentirse más
cerca de Dios. Un testimonio típico de un feligrés carismático proclama: «Para mí,
es casi como si fuera capaz de aprovechar el sentir de Dios y lo que él quiere. Realmente
no sé lo que estoy diciendo, pero sé que es lo que Dios quiere que diga y
hable. Es más bien una iluminación, lo puede sentir a su alrededor, y puede escucharlo
hablar a través de las palabras que usted dice».
Otro feligrés explicó su participación así: «Sé que algunas personas experimentan
una sensación cálida e imprecisa en su interior. A mí, en realidad me pone
la piel de gallina».16 Tales sentimientos —aun incluyendo estados como de trance
de la conciencia alterada— son vistos como una prueba de que algo significativo,
probablemente positivo, está sucediendo en el reino espiritual. Sin embargo, para
cualquier persona que lea y entienda las Escrituras, debería ser obvio que el argumento
subyacente —si se siente bien, entonces debe hacerse— es inútil como defensa
y peligroso como práctica.
En realidad, las expresiones modernas de la glosolalia son engañosas y peligrosas,
ofreciendo solo una pretensión de espiritualidad genuina. Los carismáticos
pueden afirmar que es Dios el que habla a través de ellos, pero no hay absolutamente
ninguna evidencia para confirmar la idea de que la glosolalia moderna
proviene del Espíritu Santo o ayuda a su obra de producir la santidad. Por el contrario,
hay muy buenas razones para evitar la práctica. En realidad, se trata de una
práctica común en muchas sectas heréticas y religiones falsas: desde los médicos
vudú de África y los monjes místicos del budismo hasta los fundadores del mormonismo.
Históricamente, el discurso irracional y el éxtasis se han asociado solo con los
grupos marginales heréticos, desde los montanistas hasta los jansenistas e irvingitas.
Sin embargo, la misma experiencia espiritualmente vacía es en esencia idéntica
a la práctica carismática moderna. Los evangélicos de hoy, en gran parte
desconociendo la historia de esta práctica, parecen pensar que la glosolalia es una
práctica más o menos común que se remonta en una línea de sucesión ininterrumpida
hasta la era apostólica de la iglesia. No es así. Lo que W. A. Criswell dijo hace
unos años sobre las lenguas sigue siendo cierto:
"En la larga historia de la iglesia, después de los días de los apóstoles, en cualquier
lugar donde el fenómeno de la glosolalia ha aparecido se le ha considerado como
una herejía. La glosolalia en su mayoría se ha limitado a los siglos diecinueve y
veinte. Sin embargo, sin importar dónde y cómo apareciera, nunca ha sido aceptada
por las iglesias históricas de la cristiandad. Más bien ha sido universalmente
repudiada por estas iglesias como una aberración doctrinal y emocional."
En resumen, la glosolalia practicada por los carismáticos de hoy es una falsificación
que en todo aspecto falla en parecerse al don de lenguas que se describe en
el Nuevo Testamento. Los habladores de lenguas de hoy reclaman haber recibido el
don bíblico, pero al final tienen que reconocer que los galimatías que están hablando
no tienen ninguna de las características del lenguaje real. Aunque las lenguas
modernas son una conducta aprendida que consiste en un tartamudeando ininteligible
y sílabas sin sentido, el don del Nuevo Testamento implica la habilidad sobrenatural
de hablar precisamente un idioma extranjero que el orador nunca había
aprendido. Aunque los carismáticos pueden utilizar la terminología bíblica para
describir su práctica, el hecho es que ese comportamiento fabricado no tiene ninguna
relación con el don bíblico. Como Norman Geisler señala:
Incluso aquellos que creen en las lenguas [modernas] reconocen que las personas
no salvas tienen experiencias con las lenguas. No hay nada sobrenatural en cuanto
a ellas. Sin embargo, hay algo único acerca de hablar frases y discursos completos
y significativos en un lenguaje reconocible al que uno nunca ha sido
expuesto. Esto es lo que el verdadero don de lenguas del Nuevo Testamento
implicaba. Cualquier cosa menos que esto, como lo son las «lenguas privadas»,
no debe considerarse el don bíblico de lenguas.
¿Cómo conocemos la naturaleza exacta del don bíblico de lenguas? En particular,
¿la expresión «lenguas humanas y angélicas» en 1 Corintios 13.1 sugiere
que el don de lenguas puede ser la capacidad de hablar el lenguaje angélico de otro
mundo? Esto, como veremos, es la afirmación que la mayoría de los carismáticos
hacen. Los carismáticos creen que esta es la respuesta a la pregunta de por qué las
«lenguas» modernas no tienen las características del lenguaje real.
No obstante, la única descripción real del verdadero don de lenguas en la
Biblia se encuentra en Hechos 2 durante el día de Pentecostés, un texto que identifica
claramente este regalo como la habilidad sobrenatural de hablar idiomas
genuinos, traducibles y significativos. Hechos 2.4 es explícito con respecto a los
ciento veinte seguidores de Jesucristo que estaban reunidos en el aposento alto: «Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen». Que los discípulos hablaban lenguas
auténticas no solo se confirma por la palabra griega para lenguas (glossa, un término
que se refiere a idiomas humanos20), sino también por el uso posterior de Lucas
de la palabra dialecto (vv. 6–7) y su inclusión de una lista de los idiomas que se
hablaron (vv. 9–11). Debido a la celebración de Pentecostés, judíos de todo el
mundo habían viajado a Jerusalén para la fiesta (v. 5), incluyendo a muchos peregrinos
que habían crecido hablando idiomas distintos del arameo. Que un grupo
de galileos incultos de repente pudiera hablar con fluidez en varios idiomas fue un
milagro innegable, por lo que los peregrinos que los escuchaban estaban completamente
maravillados (vv. 7–8).
También había judíos nativos en la multitud que no hablaban esas lenguas y
por lo tanto no podían entender lo que los discípulos estaban diciendo. En su
confusión y buscando una explicación, ellos respondieron con escepticismo y burla,
acusando a los discípulos de estar intoxicados (v. 13). Sin embargo, la ebriedad
no era la causa de lo que sucedió el día de Pentecostés, un punto que Pedro explicó
después (vv. 14–15). Como uno de los padres de la iglesia afirmó: «El asombro
fue grande, un idioma fue hablado por los que no lo habían aprendido».
En Génesis 11, en la torre de Babel, el Señor confundió las lenguas del mundo
como un juicio sobre la humanidad. Por el contrario, en el día de Pentecostés, la
maldición de Babel fue milagrosamente deshecha, lo que demuestra que las maravillosas
palabras de Dios, incluyendo el evangelio de Jesucristo, se llevarán por todo
el mundo a todas las naciones. Así es precisamente como los primeros cristianos, en
los siglos posteriores a los apóstoles, entendieron el milagro de las lenguas. Por
consiguiente, el famoso predicador de la antigüedad, Juan Crisóstomo, explicó:
Y como en el momento de la construcción de la torre [de Babel] la única lengua
fue dividida en muchas, así [en Pentecostés] las muchas lenguas con frecuencia
se reunieron en un hombre, y la misma persona dio el discurso tanto en persa,
romano, indio y muchas otras lenguas, con el Espíritu resonando dentro de ella:
y el don fue llamado el don de lenguas, ya que todos a la vez pudieron hablar
diversos lenguajes.
De forma similar, Agustín añade:
En los primeros días, el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes, y ellos
hablaron en lenguas que no habían aprendido, según el Espíritu les daba que
hablaran. Estas señales resultaban apropiadas para la época, ya que era necesario
que el Espíritu Santo fuera representado de este modo en todos los lenguajes,
porque el evangelio de Dios iba a recorrer todas las lenguas en todo el mundo.
Esa fue la señal que se les dio, y así sucedió.
Vale la pena repetir que esto es tan evidente que incluso los de otro modo
aberrantes primeros pentecostales, en los albores del siglo veinte, entendieron
el fenómeno de Hechos 2 como haciendo referencia a idiomas reales. Sabían
por la simple lectura de la Biblia que el Espíritu Santo les había dado la habilidad
milagrosa e instantánea de hablar en lenguas extranjeras y estaban convencidos
de que también habían recibido la misma habilidad a fin de acelerar la
labor misionera. Su movimiento, en definitiva, fue nombrado así por el día de
Pentecostés. Solo más tarde, cuando se hizo evidente que las «lenguas» modernas
no son verdaderos idiomas, los carismáticos comenzaron a inventar nuevas interpretaciones
de las Escrituras con el fin de apoyar su invención poco ortodoxa.
En el relato de Lucas de la historia de la iglesia apostólica, hablar en lenguas se
menciona otra vez en Hechos 10.46 y 19.6. Los carismáticos, en un esfuerzo por
encontrarle un paralelo bíblico a su práctica moderna, a veces sugieren que el don de
lenguas que se describe más adelante en Hechos fue diferente del que se menciona
en Pentecostés. Sin embargo, el texto no permite llegar a esta conclusión. En Hechos
2.4, Lucas registra que los del aposento alto «hablaron» (de la palabra griega laleo) en
«lenguas» (glossa). Lucas usa estos mismos términos exactamente en Hechos 10.46 y
19.6 para describir las experiencias de Cornelio y los discípulos de Juan el Bautista.
Además, cualquier idea de que el fenómeno de Hechos 10, por ejemplo, difiere del
de Hechos 2 se contradice directamente con el testimonio de Pedro en Hechos
11.15–17. Allí el apóstol afirma de forma explícita que el Espíritu Santo vino sobre
los gentiles de la misma manera que había venido sobre los discípulos en Pentecostés.
En defensa del habla sin sentido, la mayoría de los carismáticos se remonta al
libro de 1 Corintios, alegando que el don descrito en 1 Corintios 12—14 es categóricamente
diferente al de Hechos. No obstante, una vez más el texto no permite
hacer esta afirmación. Un simple estudio de las palabras lo demuestra de una
manera efectiva, ya que ambos pasajes utilizan la misma terminología para describir
el don milagroso. En Hechos, Lucas usa laleo («hablar») en combinación con
glossa («lenguas») en cuatro ocasiones diferentes (Hechos 2.4, 11, 10.46, 19.6). En
1 Corintios 12—14, Pablo usa formas de esa misma combinación trece veces
(1 Corintios 12.30; 13.1, 14.2, 4, 5 [dos veces], 6, 13, 18, 19, 21, 27, 39).
Estos paralelismos lingüísticos conllevan una importancia adicional si se considera
que Lucas fue compañero de viaje de Pablo y un estrecho colaborador, escribiendo
incluso bajo la autoridad apostólica de Pablo. Debido a que escribió el libro
de los Hechos alrededor del año 60 a.d., aproximadamente cinco años después de
que Pablo escribiera su primera Epístola a los Corintios, Lucas habría sido muy
consciente de la confusión que ellos tenían sobre el don de lenguas. Ciertamente,
Lucas no querría aumentar la confusión. Por lo tanto, no habría usado en Hechos
la misma terminología exacta que Pablo empleara en 1 Corintios a menos que lo
que hubiera sucedido en Pentecostés fuera idéntico al auténtico don que Pablo
describe en su epístola.
El hecho de que Pablo mencionó «diversos géneros de lenguas» en 1 Corintios
12.10 no significa que unos sean lenguas reales y otros simplemente galimatías. Más
bien, la palabra griega para géneros es genos, que se refiere a una familia, grupo, raza
o nación. Los lingüistas a menudo se refieren a lenguajes de «familias» o «grupos», y
ese es precisamente el punto de Pablo: hay varias familias de lenguajes en el mundo,
y este don les permitió a algunos creyentes que hablaran en una variedad de ellos. En
Hechos 2, Lucas enfatizó la misma idea en los versos 9–11, donde explicó que las
lenguas que se hablaban procedían de al menos dieciséis regiones diferentes.
Se pueden establecer otros paralelismos entre Hechos y 1 Corintios 12—14.
En ambos lugares la Fuente del don es la misma: el Espíritu Santo (Hechos 2.4,
18; 10.44–46; 19.6; 1 Corintios 12.1, 7, 11 y otros). En ambos lugares la recepción
del don no se limita a los apóstoles, sino también participan los laicos de la iglesia
(ver Hechos 1.15; 10.46; 19.6; 1 Corintios 12.30; 14.18). En ambos lugares el
regalo se describe como un don del habla (Hechos 2.4, 9–11; 1 Corintios 12.30;
14.2, 5). En ambos lugares el mensaje resultante se puede traducir y por lo tanto
entender, tanto por parte de los que ya conocen el idioma (como en el día de Pentecostés,
Hechos 2.9–11) como por alguien dotado con la capacidad de traducir
(1 Corintios 12.10, 14.5, 13).
En ambos lugares, el don fue una señal milagrosa para los judíos incrédulos
(Hechos 2.5, 12, 14, 19, 1 Corintios 14.21–22; cp. Isaías 28.11–12). En ambos
lugares, el don de lenguas se asoció estrechamente con el don de la profecía
(Hechos 2.16–18; 19.6; 1 Corintios 14). Y en ambos lugares, los no creyentes que
no entendían lo que se estaba hablando respondieron con burla y escarnio (Hechos
2.13; 1 Corintios 14.23). Ante tantos paralelos, es exegéticamente imposible e
irresponsable afirmar que el fenómeno descrito en 1 Corintios fue diferente al de
Hechos 2. Dado que el don de lenguas consistía en auténticos lenguajes extranjeros
en el día de Pentecostés, lo mismo era cierto para los creyentes en Corinto.
Dos consideraciones adicionales hacen que este entendimiento resulte absolutamente
seguro. En primer lugar, al insistir en que cualquier idioma que se hablara
en lenguas en la iglesia debía ser traducido por alguien con el don de
interpretación (1 Corintios 12.10; 14.27), Pablo indicó que el don de lenguas
consistía en hablar idiomas racionales. La palabra para interpretación es hermeneuo
(de donde se deriva el término hermenéutica), que hace referencia a una «traducción»
o un «despliegue preciso del significado». Obviamente, sería imposible
traducir un galimatías sin sentido, ya que la traducción requiere que significados
concretos en un idioma se transcriban de forma correcta a otro.
A menos que el don en 1 Corintios 12—14 consistiera en un idioma auténtico,
la insistencia de Pablo en la interpretación no tendría sentido. Como Norman
Geisler explica: «El hecho de que las lenguas de las que Pablo habló en 1 Corintios
pudieran ser «interpretadas» demuestra que se trataba de un lenguaje significativo.
De lo contrario, no sería una «interpretación», sino una creación del significado.
Así que el don de la «interpretación» (1 Corintios 12.30; 14.5, 13) es compatible
con el hecho de que las lenguas son un verdadero lenguaje que podría traducirse
en beneficio de todos por medio de este don especial de interpretación».
En segundo lugar, Pablo explícitamente se refiere a lenguas humanas en
1 Corintios 14.10–11, donde escribió: «Tantas clases de idiomas hay, seguramente,
en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el
valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será
como extranjero para mí». En el día de Pentecostés no había necesidad de un
intérprete, porque el público ya entendía los diferentes lenguajes que se hablaban
(Hechos 2.5–11). Sin embargo, en la iglesia de Corinto, donde no se conocían
los idiomas, se requería un traductor, de lo contrario, la congregación no
entendería el mensaje y por lo tanto no sería edificada. El apóstol posteriormente
hace referencia a Isaías 28.11–12 (un pasaje en el que la «extraña lengua» se
refiere al idioma asirio) confirmando que Pablo tenía en mente los idiomas
humanos (1 Corintios 14.21).
Cuando se considera la evidencia bíblica, no hay duda de que el verdadero
don de lenguas descrito en 1 Corintios 12—14 fue precisamente el mismo discurso
racional milagroso que los discípulos hablaron en Hechos 2, es decir, la habilidad
dada por el Espíritu para comunicarse en un idioma extranjero desconocido
para el que hablaba. No hay otra explicación permitida por el texto de la Escritura.
Como Thomas Edgar observa:
"Hay versículos en 1 Corintios 14 en los que la lengua extranjera tiene sentido,
pero la expresión extática ininteligible no tiene sentido (por ejemplo,
v. 22). Sin embargo, lo inverso no se puede afirmar. Un idioma extranjero
que el oyente no entiende en su opinión no es diferente a un discurso ininteligible.
Por lo tanto, en cualquier pasaje en el que el habla extática puede ser
considerada posible, también es posible sustituirla por una lengua no familiar
para los oyentes. En este pasaje no hay razones, y mucho menos las
razones muy fuertes necesarias, para apartarse del sentido normal de la glosa
y escapar hacia un uso totalmente no corroborado."
Esta conclusión representa un golpe mortal a la versión carismática moderna
de la glosolalia, que no comparte nada en común con el don real del Nuevo Testamento,
sino que refleja la expresión frenética de los antiguos misterios de las
prácticas de religiones paganas grecorromanas que la Escritura condena (cp.
Mateo 6.7).
Respuestas a preguntas comunes acerca del don de lenguas
Armado con una definición correcta, el estudiante de las Escrituras es ahora capaz
de interpretar de forma adecuada la enseñanza bíblica con respecto a esta capacidad
milagrosa. En el resto de este capítulo, consideraremos las diez preguntas más
frecuentes sobre el don de lenguas.
¿Cuál fue el propósito del don de lenguas?
Dos propósitos se cumplieron con este don: uno primario dentro del ámbito
del plan soberano de Dios para la historia de la salvación y uno secundario en el
contexto de la iglesia del primer siglo. En primer lugar, se demostró que una transición
se estaba llevando a cabo del antiguo al nuevo pacto y, como tal, esto sirvió
como una señal para el incrédulo Israel. El apóstol Pablo hizo ese punto explícito
en 1 Corintios 14.21–22, y Lucas se hizo eco de ese mismo propósito en su descripción
de Pentecostés en Hechos 2.5–21. El final del evangelio de Marcos explica
de forma similar que los discípulos de Cristo hablarían en lenguas que eran
nuevas para ellos (16.17), lo que sería una de las señales que les autenticaban como
mensajeros de la verdad del evangelio (v. 20).
No obstante, también hubo un propósito secundario para la iglesia, es decir, la
edificación de los creyentes. En 1 Corintios 12.7–10, Pablo dice claramente que
todos los dones espirituales fueron dados por el Espíritu Santo para la edificación
de los demás dentro del cuerpo de Cristo (cp. 1 Pedro 4.10–11). Cuando se utilizaba
fuera de la iglesia, el don de lenguas era la señal que autenticaba al evangelio
(como se demuestra en el día de Pentecostés). Sin embargo, cuando se usaba en la
iglesia, era para la edificación de otros creyentes (por instrucción de Pablo a los
cristianos de Corinto). El don proporcionó otra manera de que Dios le revelara su
verdad a su iglesia antes de que el Nuevo Testamento se completara, al igual que la
profecía, pero con el efecto añadido de un milagro lingüístico que la autenticaba.
Mostrarse amor los unos a los otros era siempre la prioridad, todos los dones
espirituales pretenden ser un medio para ese fin (1 Corintios 13.1–7; cp. Romanos
12.3–21). Por lo tanto, poner en práctica cualquier don por razones egoístas sería
tan poco edificante como «metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios
13.01). Como Pablo les explicó a los Corintios, el amor «no busca lo suyo»
(1 Corintios 13.5). Y antes en la misma carta les dijo: «Ninguno busque su propio
bien, sino el del otro» (1 Corintios 10.24).
En 1 Corintios 14.4, cuando Pablo escribió: «El que habla en lengua extraña,
a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia», no estaba validando
la autoedificación como un fin en sí misma. ¡Hacer eso hubiera socavado todo
lo que acababa de escribir en el capítulo anterior! Más bien, estaba demostrando
que la profecía (que se habla en un idioma que entiende todo el mundo) era superior
a hablar en lenguas extranjeras (que nadie podía entender a menos que hubiera
una interpretación). Debido a que el único uso adecuado de cualquier don era
para la edificación de toda la congregación (1 Corintios 14.12, 26), resultaba esencial
que las lenguas extranjeras se tradujeran para que todos pudieran entender
(1 Corintios 14.6–11, 27).
Los corintios estaban usando el don de lenguas con motivos impuros y egoístas,
para satisfacer su deseo carnal de parecer espiritualmente superior. En la era moderna,
los mismos motivos a menudo prevalecen, sin la posibilidad de edificar a los demás.
¿Se esperaba que todos los creyentes hablaran en lenguas?
Muchos carismáticos, en especial aquellos influenciados por el pentecostalismo
clásico, han insistido en que todos los cristianos deben hablar en lenguas,
argumentando que es la evidencia inicial y universal del bautismo del Espíritu
Santo. No obstante, este paradigma pentecostal se ve destruido por la enseñanza
de Pablo en 1 Corintios 12. En el versículo 13, Pablo dejó en claro que todos sus
lectores, como creyentes, habían experimentado el bautismo del Espíritu en el
momento de la salvación (cp. Tito 3.5). Sin embargo, en los versículos siguientes,
también aclara que no a todos ellos les había sido dado el don de lenguas. Las
implicaciones son inequívocas: si todos los creyentes en Corinto fueron bautizados
por el Espíritu Santo (v. 13), pero no todos ellos podían hablar en lenguas
(vv. 28–30), entonces ese don no debe ser la única señal del bautismo del Espíritu,
como reclaman los pentecostales. Esto es congruente con lo que Pablo enseñó
antes en el capítulo 12, que el Espíritu Santo distribuye soberanamente dones
diferentes a diferentes personas:
Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.
Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de
ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro,
dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro,
profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas;
y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno
y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
(vv. 7–11)
Aun si la habilidad sobrenatural de hablar idiomas extranjeros siguiera disponible
en la actualidad, no le sería dada a todo cristiano. Cuando los carismáticos
sostienen que cada creyente debe buscar el don de lenguas, pierden todo el punto
del argumento de Pablo en 1 Corintios 12.14–31 y terminan fabricando falsificaciones.
Los carismáticos a menudo mencionan 1 Corintios 14.5, donde Pablo declaró:
«Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas», como un texto de prueba para
su insistencia en que todos los cristianos deben practicar la glosolalia. Al hacer esto,
fallan en reconocer que el apóstol no estaba declarando una posibilidad real, sino
más bien usando una hipérbole hipotética. En este caso, Pablo estaba enfatizando
una vez más la superioridad de la profecía sobre el don de las lenguas, como el resto
del versículo 5 establece claramente: «Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas,
pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla
en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación». Por lo
tanto, incluso si hubiera sido posible que Pablo lograra que su deseo se hiciera
realidad, lo que él en verdad quería no era que todos los corintios hablaran en lenguas,
sino más bien que profetizaran, porque las palabras de la profecía no se tenían
que traducir con el fin de edificar a otros miembros de la iglesia.
Gramaticalmente, la declaración de Pablo es casi idéntica a su anterior declaración
en 1 Corintios 7.7. En referencia a su condición de no casado, el apóstol
escribió: «Me gustaría que todos los hombres fuesen como yo mismo». Es obvio
que en este versículo Pablo no estaba ordenando el celibato para todos los creyentes,
ya que sabía que no a todos se les había dado el don de la soltería. Lo mismo
ocurre en 1 Corintios 14.5 con respecto al don de lenguas.
¿Exhortó Pablo a los corintios a desear el don de lenguas?
A menudo, 1 Corintios 12.31 se traduce como una orden: «Procurad, pues,
los dones mejores». Sin embargo, esa decisión de la traducción plantea una cuestión
grave. Si los dones espirituales son dados de manera independiente por el
Espíritu (1 Corintios 12.7, 18, 28), y si cada don es necesario para la edificación
del cuerpo de Cristo (vv. 14–27), ¿por qué se les dice entonces a los creyentes que
procuren dones que no habían recibido? Cualquier idea sería ir en contra de todo
el argumento de Pablo en 1 Corintios 12, donde cada creyente debía estar agradecido
por su talento único, contento de emplearlo en el ministerio para la edificación
de la iglesia.
En realidad, 1 Corintios 12.31 no es un imperativo. Gramaticalmente, la
forma del verbo procurad también se puede representar como una declaración de
un hecho (indicativo), y el contexto aquí apoya esa traducción. Después de todo,
no hay nada en el flujo del argumento de Pablo que nos haga esperar una orden,
pero hay mucho que recomienda el uso del indicativo.28 La Nueva Versión Internacional
se acerca más al punto del apóstol en su lectura alterna de este versículo:
«Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones». Y el siríaco del Nuevo
Testamento acertadamente declara: «Porque usted es celoso de los mejores dones,
voy a mostrarle un camino más excelente».
Pablo estaba reprendiendo a los corintios porque deseaban agresivamente los
dones más llamativos, mientras que se burlaban de aquellos que consideran como
menos impresionantes. El apóstol deseaba mostrarles un camino, el camino más
excelente del amor humilde hacia los demás, lo cual desencadenó su discusión
sobre la superioridad del amor en 1 Corintios 13.
Motivados por el orgullo y la ambición egoísta, los corintios buscaban adquirir y
presentar los más ostentosos y evidentemente milagrosos dones espirituales. Codiciaban
el aplauso de los hombres, con el deseo de parecer espirituales cuando en realidad estaban
actuando en la carne. (Es bastante probable, dada la naturaleza de la instrucción
que Pablo les dio, que algunos miembros de la congregación corintia incluso hubieran
comenzado a imitar las expresiones ininteligibles de las religiones de misterios grecorromanas,
como el movimiento carismático contemporáneo.) Fue un error entonces, y
sigue siéndolo, buscar cualquier don espiritual cuando se nos ha dicho que los dones
espirituales son elegidos y distribuidos de manera soberana por el Espíritu Santo. Es
especialmente malo desear un don que no tenemos por motivos egoístas o de orgullo.
¿Qué son las «lenguas angélicas»?
Los carismáticos a menudo señalan la declaración de Pablo en 1 Corintios
13.1, donde menciona las lenguas angélicas. Invariablemente, ellos quieren dar a
entender que las galimatías que escuchamos en la glosolalia carismática es una
lengua de algún otro mundo, algo así como una lengua santa y celestial que trasciende
la conversación humana y pertenece al discurso de los ángeles.
Más allá de ser un insulto a los ángeles, esa interpretación de 1 Corintios 13.1
se viene abajo cuando se tiene en cuenta el contexto. Nótese, en primer lugar, que
el tema de Pablo en 1 Corintios 13 es el amor, no los dones espirituales. Y se introduce
el tema de esta manera: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no
tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe». Pablo está
describiendo un escenario hipotético. (Sus ejemplos posteriores en los versículos
2–3 indican que el apóstol estaba usando ejemplos extremos para enfatizar el valor
del amor.) A Pablo no le falta amor, él les está pidiendo a los corintios que se
imaginen si esto fuera así. Del mismo modo, no está diciendo que tenía la capacidad
de hablar lenguas angelicales, sino que supone el caso de alguien que pudiera
hacerlo, pero habló sin amor, sin preocuparse por la edificación de los demás. ¿Su
conclusión? El resultado no sería más útil que el mero ruido.
Irónicamente, los carismáticos suelen enfocarse de un modo tan intenso en la
frase «lenguas angélicas» que fallan en ver el verdadero punto de Pablo: cualquier uso
egoísta de este don viola su verdadero propósito, es decir, que se ejerza como una
expresión de amor para la edificación de otros creyentes. Los demás no son edificados
por el mero espectáculo de alguien hablando en lenguas (1 Corintios 14.17), ni al
escuchar un galimatías ininteligible. Tal práctica viola todo lo que Pablo les está enseñando
a los corintios en esta epístola.
Por supuesto, si alguien insiste en la consideración literal de la frase «lenguas
angélicas», es útil tener en cuenta que cada vez que los ángeles hablaban en la
Biblia, lo hacían en una lengua real que era comprensible para aquellos que los
escuchaban. Nada acerca de la expresión «lengua angélicas» en 1 Corintios 13.1
justifica la práctica moderna de la algarabía irracional.
¿Qué ocurre con la declaración de Pablo de que las lenguas cesarán?
En 1 Corintios 13.8, Pablo explicó que «cesarán las lenguas». El verbo griego
usado en este versículo (pauo) significa «cesar de forma permanente», lo que
indica que el don de lenguas podría llegar a su fin de una vez por todas. Para los
pentecostales clásicos —que admiten que los dones milagrosos cesaron en la
historia de la iglesia, pero que argumentan que regresaron en 1901— la forma
permanente inherente al verbo pauo presenta un problema significativo. Y como
ya se ha demostrado, lo que los carismáticos modernos están haciendo no constituye
el don de lenguas. La habilidad sobrenatural de hablar con fluidez en
idiomas extranjeros no aprendidos, como lo hicieron los discípulos en el día de
Pentecostés en Hechos 2, ha demostrado no tener ningún parecido con la glosolalia
moderna. El don del Nuevo Testamento cesó después que la era apostólica
terminó y nunca ha regresado.
En 1 Corintios 13.10, Pablo señaló que el conocimiento parcial y la profecía
parcial se acabarían «cuando venga lo perfecto». No obstante, ¿qué quiso decir
Pablo con perfecto? La palabra griega (teleion) puede significar «perfecto», «maduro»
o «completo», y los comentaristas han ampliamente estado en desacuerdo en
cuanto a su significado preciso, que ofrece numerosas interpretaciones posibles.
Por ejemplo, F. F. Bruce sugiere que lo perfecto es el amor mismo; B. B. Warfield
sostiene que es el canon completo de la Escritura (cp. Santiago 1.25); Robert Thomas
argumenta que es la iglesia madura (cp. Efesios 4.11–13); Richard Gaffin
afirma que se trata del regreso de Cristo; y Thomas Edgar concluye que se refiere
a la entrada del creyente a la gloria celestial (cp. 2 Corintios 5.8). Sin embargo, de
manera significativa, aunque estos investigadores no están de acuerdo en la identificación
de «lo perfecto», todos ellos llegan a la misma conclusión, es decir, que
los dones milagrosos y de revelación han cesado.
No obstante, de todas las interpretaciones posibles, la entrada del creyente en
la presencia del Señor se ajusta mejor al uso de Pablo de «lo perfecto» en 1 Corintios
13.10. Esto tiene sentido con la declaración posterior de Pablo en el versículo
12 acerca de que los creyentes verán «cara a cara» a Cristo y poseerán un conocimiento
completo, que no puede experimentarse de este lado de la gloria.
Es importante señalar que el propósito de Pablo en este capítulo no fue identificar
cuál sería la duración de los dones espirituales en los siglos posteriores a la historia de la
iglesia, ya que eso no habría tenido ningún sentido para los lectores originales de esta
carta. Más bien, el apóstol estaba estableciendo un punto que concernía en específico a
la audiencia del primer siglo: cuando los creyentes corintios entraran a la perfección
glorificada de la eternidad en el cielo,32 los dones espirituales que ahora apreciaban tanto
ya no serían necesarios (porque la revelación parcial que proporcionan se haría completa).
Sin embargo, el amor tiene un valor eterno, por lo que la búsqueda del amor es
superior a cualquier don (v. 13). Thomas Edgar resume el tema con estas palabras:
"Si, como parece evidente en el pasaje, teleion [«lo perfecto»] se refiere a la presencia
de la persona con el Señor, este texto no alude a un cierto punto en la historia
profética. Estos factores significan que este pasaje no enseña cuándo los dones
cesarán o cuánto tiempo van a durar. El mismo sirve para recordarles a los corintios
la naturaleza permanente del amor en contraste con los dones, los cuales por
su misma naturaleza son solo temporales, solo para esta vida."
Para determinar el momento de la historia de la iglesia en que los dones milagrosos
y la revelación cesarían, debemos buscar en otra parte que no sea 1 Corintios
13.10, más bien en pasajes como Efesios 2.20, donde Pablo indicó que los
oficios de los apóstoles y profetas eran solo para la época de la fundación de la
iglesia.34 No obstante, el principio más amplio de Pablo, que el amor es superior a
los dones espirituales, todavía se aplica a los creyentes modernos mientras nosotros
también esperamos nuestra glorificación celestial.
¿Qué quiso decir Pablo cuando afirmó que los que hablan en lenguas hablan a Dios, no a los hombres?
Los carismáticos a veces se aferran a esta frase de 1 Corintios 14.2 como una
justificación para su glosolalia ininteligible. Sin embargo, una vez más el contexto
desmiente la interpretación. La totalidad de los versículos 1–3 dice lo siguiente:
«Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.
Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le
entiende, aunque por el Espíritu habla misterios. Pero el que profetiza habla a los
hombres para edificación, exhortación y consolación».
En estos versículos, Pablo no estaba ensalzando el don de las lenguas, sino
explicaba por qué era inferior al don de la profecía. Mientras que la profecía se
hablaba con palabras que todo el mundo podía entender, el don de lenguas extranjeras
tenía que interpretarse para que otros fueran edificados. Pablo define exactamente
lo que quería decir con la frase «no habla a los hombres, sino a Dios» en la
siguiente línea: «pues nadie le entiende». Si el idioma no era traducido, solo Dios
sabría lo que se decía.
Es evidente que Pablo estaba lejos de elogiar esa práctica. Como ya se había
establecido (en el capítulo 12), el propósito de los dones era la edificación de los
demás en el cuerpo de Cristo. Los idiomas extranjeros sin traducir no cumplían
con ese propósito. Es por eso que el apóstol hizo tanto énfasis en la necesidad de
la interpretación (vv. 13, 27).
¿Qué hay sobre orar en lenguas?
En 1 Corintios 14.13–17, Pablo mencionó que el don de lenguas fue utilizado
en la oración pública a los efectos de la edificación. Sin embargo, los carismáticos
han tratado de redefinir el don de lenguas como una forma especial de expresión
sobrenatural para sus devociones personales y oraciones privadas. No obstante,
note cuán diferente es la descripción de Pablo de la que ofrecen los que hablan en
lenguas modernas. En primer lugar, Pablo no estaba recomendando ningún tipo
de galimatías, ya que él ya había establecido que el verdadero don consistía en
hablar en idiomas traducibles (vv. 10–11).
En segundo lugar, Pablo nunca elogia las oraciones que omiten la mente,
como muchos carismáticos hacen. Eso era, y sigue siendo hoy, una práctica pagana.
En las religiones de misterios grecorromanas, las expresiones extáticas se
emplean comúnmente como una manera de eludir la mente con el fin de comunicarse
con entidades demoníacas. Así que lo más probable es que las palabras de
Pablo en estos versículos tengan un tono sarcástico, mientras reprendía a los cristianos
de Corinto por su intento de imitar las prácticas sin sentido de sus vecinos
paganos. Por instrucción de Pablo, el que oraba en un idioma extranjero debía
preguntar primero por la habilidad para traducir y comprender el mensaje que
estaba comunicando (v. 13). De lo contrario, su comprensión sería «infructuosa»
(v. 14), algo que Pablo claramente considera negativo (Colosenses 1.10, Tito 3.14).
El uso apropiado de este don siempre ha involucrado tanto el espíritu como la
mente. «¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento;
cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (v. 15).
En tercer lugar, la oración de la que Pablo hablaba aquí era una oración pública,
no una forma de devoción privada. El versículo 16 deja claro que otros en la
iglesia estaban escuchando lo que se decía. Por lo tanto, Pablo se refería a una
oración en la iglesia que necesitaba ser traducida para que la congregación pudiera
afirmar el mensaje y ser edificada con su contenido. No hay fundamento en el
Nuevo Testamento para la práctica carismática moderna de la vana repetición de
galimatías, ya sea en casa para uno mismo o sobre todo en la iglesia durante una
sesión de grupo con un murmurar indescifrable masivo.
¿Practicó Pablo una forma privada de las lenguas?
Los carismáticos a menudo apuntan a 1 Corintios 14.18–19 con el fin de
argumentar que el mismo Pablo empleó una lengua privada cuando declaró: «Doy
gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia
prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a
otros, que diez mil palabras en lengua desconocida». Debido a que Pablo no especificó
cuándo o dónde habló en lenguas, la afirmación de que el carismático Pablo
cultivó una «lengua privada de oración» es una invención construida a partir de la
pura especulación. En el libro de Hechos vemos a los apóstoles hablar en otras
lenguas como parte de su ministerio de evangelización a los no creyentes (Hechos
2.5–11). Basándose en este precedente, lo mejor es concluir que Pablo usó su don
de la misma manera misionera: como una señal que autenticó su ministerio apostólico
(cp. Marcos 16.20; 2 Corintios 12.12).
Así que, en 1 Corintios 14, Pablo ciertamente no está aprobando un uso privado
y egoísta del don de lenguas. Más bien, estaba confrontando el orgullo de la
congregación de Corinto. Ellos pensaban que eran superiores porque algunos
hablaban en dialectos que no conocían, pero Pablo, que había hablado milagrosamente
en idiomas extranjeros más que cualquiera de ellos, quería que entendieran
que el amor prevalecía sobre cualquier don, sin importar lo espectacular que este
fuera. Cuando Pablo ejerce sus dones en el cuerpo de Cristo, su prioridad fue
siempre la edificación de otros en la iglesia. Cualquier noción del uso egoísta de
un don hubiera socavado todo el argumento del apóstol en 1 Corintios 12—14.
¿Cómo debían usarse las lenguas en la iglesia primitiva?
Al discutir el don de lenguas en 1 Corintios 14, Pablo dio instrucciones específicas
para su uso en la iglesia. En los versículos 26–28, el apóstol explicó: «Cuando
os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene
revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación. Si habla alguno en
lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. Y
si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios».
En estos versículos, Pablo proporcionó varias estipulaciones para el uso de las
lenguas: (1) no más de tres personas deben hablar durante el servicio de la iglesia;
(2) ellas deben hablar una a la vez; (3) su mensaje precisaba ser traducido para la
edificación de la congregación; y (4) si nadie era capaz de interpretar, deben permanecer
en silencio. En el versículo 34, Pablo agregó una quinta condición: a las
mujeres no se les permitía hablar en la iglesia. Dada la naturaleza de los servicios
típicos de las iglesias pentecostales y carismáticas, si simplemente se siguiera esta
estipulación final, eso significaría terminar con la mayor parte de la falsificación
moderna.
En contraste con las formas paganas de habla extática, el Espíritu Santo no
obra a través de personas que son irracionales o están fuera de control. «Los espíritus
de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión,
sino de paz [...] en todas las iglesias de los santos» (vv. 32–33). Como
explicó un padre de la iglesia temprana al reflexionar sobre esos versos: «La persona
que habla en el Espíritu Santo habla cuando quiere hacerlo y luego puede
permanecer en silencio, como los profetas. Pero aquellos que están poseídos por
un espíritu inmundo hablan incluso cuando no quieren. Dicen cosas que no
entienden».
Se les permitió solo a dos o tres oradores pronunciar sus revelaciones en cada
reunión de la iglesia y fueron obligados a hablar uno a la vez. La idea de que todos
los miembros de la congregación debían estallar al mismo tiempo en una cacofonía
de galimatías, como ocurre con frecuencia en las iglesias carismáticas
contemporáneas, es algo que Pablo nunca habría permitido o atribuido al Espíritu
Santo. De hecho, una de las acusaciones más fuertes contra el movimiento carismático
moderno es la forma desordenada, egoísta y caótica en la que se practica la
falsa glosolalia.
Tal como se dijo antes, las lenguas que se hablaban en la congregación de
Corinto tenían que ser interpretadas. Era imperativo que los idiomas se pudieran
traducir para que todos pudieran entender el significado. La iglesia sabría quiénes
tenían ese don y, si no había nadie presente con la capacidad de interpretar, el
orador tenía instrucciones de permanecer en silencio. La declaración de Pablo
acerca de que «hable para sí mismo y para Dios» es paralela a la orden anterior de
«calle en la iglesia» (v. 28). El apóstol no estaba sugiriendo una forma particular de
hablar en lenguas que se llevaría a cabo en el hogar, sino le reiteraba la orden al
orador, diciéndole que callara en la asamblea y orara en silencio a Dios.
Por lo tanto, el don de lenguas debía ser utilizado de una manera ordenada
en la iglesia (cp. vv. 39–40). Cualquier uso perjudicial o desordenado violaba la
manera en que Dios decretó que se usara el don. Obviamente, esos requisitos se
dieron en un momento en que el don todavía estaba en funcionamiento. A
pesar de que el mismo ha cesado hoy, los creyentes aún deben mantener el
orden y la decencia en la forma en que utilizan los otros dones y llevan a cabo
su adoración.
¿Deben ser los creyentes desanimados en cuanto a buscar este falso don?
El apóstol Pablo concluyó su discusión sobre el don de lenguas con estas
palabras: «Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas;
pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Corintios 14.39–40).
Debido a que todos los dones seguían activos cuando se escribió esta orden
corporativa, los creyentes de Corinto no debían impedir el ejercicio legítimo y
ordenado del don de lenguas. La naturaleza corporativa de la orden resulta
importante. Este no era un mandato para que cada individuo dentro de la congregación
corintia buscara el don de la profecía. Más bien, la iglesia en su conjunto
debía priorizar la profecía sobre las lenguas, porque no requería traducción
para edificar a otros.
Los carismáticos usan a veces el versículo 39 para insistir en que todo el que
prohíbe la práctica de la glosolalia carismática de hoy está violando el mandamiento
de Pablo. Sin embargo, la orden del apóstol no tiene nada que ver con el fraude
moderno. En un momento en que el auténtico don de lenguas extranjeras todavía
estaba en operación, por supuesto que los creyentes no iban a prohibir su uso. No
obstante, hoy es responsabilidad de las iglesias detener la práctica de esta falsificación
espiritual, ya que el hablar ininteligible no constituye el verdadero don, y disuadir
a alguien de tal práctica no es una violación del mandamiento de Pablo en
1 Corintios 14.39. Muy por el contrario. La confusión vergonzosa y el palabrerío
irracional de la glosolalia moderna es en realidad una violación del versículo 40, y los
que están comprometidos con la decencia y el orden en la iglesia se ven obligados a
suprimirlos.
Cuando todo se junta
Si tenemos en cuenta los pasajes bíblicos que describen el don de las lenguas (de
Marcos, Hechos y 1 Corintios) comprobamos que en todos los sentidos la versión
carismática moderna es un engaño.36 El don genuino dotaba a una persona con la
capacidad milagrosa de hablar en lenguas extranjeras desconocidas en aras de la
proclamación de la Palabra de Dios y la autenticación del mensaje del evangelio.
Cuando se utilizaba en la iglesia, el mensaje tenía que ser traducido para que otros
creyentes pudieran ser edificados.
Por el contrario, la versión carismática moderna consiste no en un milagro,
sino en galimatías sin sentido que no se pueden traducir. Se trata de un comportamiento
aprendido que no corresponde a ninguna forma de lenguaje humano
auténtico. En lugar de ser una herramienta para la edificación de la iglesia, los
carismáticos contemporáneos utilizan tal fabricación como un «lenguaje de oración»
privado con el propósito de la gratificación personal. A pesar de que justifican
su práctica alegando que los hace sentir más cerca de Dios, no hay ninguna
justificación bíblica para tal balbuceo ininteligible. Se trata de un éxtasis espiritual
sin ningún valor santificador. El hecho de que la moderna glosolalia tiene similitudes
con los ritos religiosos paganos debe servir como una seria advertencia de
que los peligros espirituales pueden ser introducidos por medio de esta práctica no
bíblica.
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