PERMANEZCA EL AMOR FRATERNAL

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Introducción:
I. AM0R FRATERNAL
Hebreos 13
13 Permanezca el amor fraternal.
Hebrews 13:1 NTV
Sigan amándose unos a otros como hermanos.
Para los primeros lectores esta verdad era nueva y revolucionaria
La palabra amor se elevó en su mayor comprensión y significado cuando Crsito fue levantado en la cruz
Hasta entonces había sido definido por la amistad y el trato normal entre vecinos.
Pero a partir del Calvario su medida es el amor de Dios hacia nosotros.
“Como yo os he amado” -dice Jesús a sus discípulos- amaos unos a otros.
Ahora es un concepto inmenso, sin fronteras, que exige una entrega absoluta e incondicional.
Nadie puede escalar las alturas de este requisito. Nadie puede profundizar perfectamente en todas sus dimensiones.
Porque el amor de Cristo se escapa de nuestro análisis (Efesios 3:18–19), a la vez que constituye el nuevo patrón de nuestro amor.
Ephesians 3:18–19 NTV
Espero que puedan comprender, como corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor. Es mi deseo que experimenten el amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo. Entonces serán completos con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios.
La segunda idea es la de la relación fraternal que existe entre los cristianos. Todo creyente tiene la obligación de aceptar como hermano a todo aquel que Dios ha recibido por hijo y sellado por su Espíritu.
Este es un distintivo de nuestro pacto, amar aceptar y perdonar a los hermanos de la misma manera como el Señor me aceptó, amó y perdonó.
¡Qué difícil sería para algunos de los primeros creyentes hebreos! Acostumbrados a considerar a los gentiles como inmundos, ahora debían abrazarlos como hermanos.
¡Y qué difícil es para algunos de nosotros aceptar a determinados creyentes como hermanos!
Pero no tenemos otra opción. Si Dios nos ha aceptado en Cristo, ¿quiénes somos nosotros para negar la diestra de comunión los unos a los otros?
parece ser la bisagra para que todo lo demás se puede llevar a cabo
esta bisagra está hecha a modo de comunidad, a manera de iglesia
Es la manera bíblica para la vida comùn de la iglesia
y Precisamente esto diistingue a una iglesia verdadera
No decaiga el amor
Que permanezca, que allí quede
No dejen de tener amor fraternal
2 Peter 1:7 RVR60
a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.
II. HOSPITALIDAD
2 No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
Hebrews 13:2 RVR60
No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
La hospitalidad cristiana era muy importante en el primer siglo cuando, por primera vez en la historia, la gente viajaba con frecuencia.
Los romanos habían construido una extensa red de carreteras, y esto facilitó un intercambio cultural y comercial en todo el imperio. Los productos de una región eran llevados por vendedores a otras regiones.
Además de los comerciantes, también viajaban misioneros cristianos, deseosos de extender el Evangelio.
En las primeras generaciones de la iglesia eran muchos los que recibían de parte de Dios el llamamiento a dejar todo e ir por el mundo para proclamar las buenas noticias del Evangelio.
También la persecución había dado lugar a muchos refugiados cristianos que iban en busca de un lugar seguro en el cual establecerse.
Aunque la nueva red de carreteras era muy buena, las posadas en cambio eran malísimas.
Eran pocas y de mala reputación, tanto por su suciedad física como por su corrupción moral. Esto no representaba ningún problema para los comerciantes.
Pero era violento para un misionero cristiano encontrarse en estos ambientes.
Por lo tanto, a lo largo del Nuevo Testamento encontramos exhortaciones a los creyentes a recibir a los hermanos en sus casas (p.ej. Romanos 12:13; 1 Pedro 4:9).
Explícitamente uno de los requisitos para los ancianos de la iglesia era que debían ser hombres hospitalarios y abrir sus casas a los hermanos necesitados (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8).
Como consecuencia de la hospitalidad cristiana del primer siglo, los misioneros podían viajar sin grandes recursos, pero bien provistos por el Señor por medio de los hermanos, y así extender rápidamente el Evangelio.
Por otra parte, los cristianos perseguidos en una provincia del imperio, podían huir a otra sabiendo que allí se encontrarían con hermanos en la fe que les acogerían y les ayudarían a establecerse.
Y esto efectivamente fue así. Lo sabemos no solamente por ciertos textos del Nuevo Testamento sino por otros escritos del primer siglo.
David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 181–182.Hay la posibilidad de que se olvide ser hospitalario
Es un llamado a la hospitalidad
la hospitalidad nos puede sorprender
la hospitalidad es independientemente de quien vaya a hospedar
3Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también ustedes están en el cuerpo.
Hebrews 13:3 RVR60
Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo.
la hospitalidad no solo tiene que ver con mi domicilio, puede incluir otro lugar, incluso la cárcel
Pero el autor no está hablando de un ministerio a lso criminales sino a los presos por causa de la predicación de la Palabra
En este contexto de víctimas por el evangelio que se escribe este texto, y Pablo lo experiemnta en carne propia
2 Timothy 4:16–17 RVR60
En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta.Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león.
Que vergonzoso es este texto pensando donde estaban los hermanos en los momentos más dificiles en la vida de aquel que estaba entregado por entero a la predicación
En cambio ¡qué grande fue el ejemplo de Onesíforo! «Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló» (2 Timoteo 1:16, 17).
Cuando el autor dice: Acordaos de los presos, tampoco debemos pensar que es cuestión de traerlos a la memoria de vez en cuando, ni siquiera de orar por ellos solamente.
Es mucho más que esto. En aquel entonces las autoridades civiles no se ocupaban de las necesidades materiales de los prisioneros.
Su trabajo sólo consistía en impedir que los prisioneros escapasen. En cuanto a comida, ropa, cama, muebles y otras necesidades, los presos tenían que depender de sus familiares. Si no tenían familiares ni amistades, tenían que depender de la «benevolencia» de los carceleros, hombres del peor estamento social que más bien maltrataban a los prisioneros.
¡Qué importante era, por lo tanto, que los creyentes no se olvidasen de sus hermanos encarcelados! Y no sólo durante las primeras semanas del encarcelamiento.
En el primer siglo, los prisioneros no tenían muchos recursos legales y podían estar meses o años en la cárcel a merced de las autoridades y sin llegar a los tribunales. Una cosa es recordar a un hermano durante los primeros días y semanas de su sufrimiento. Pero cuando las semanas se convierten en meses y los meses en años, no es tan fácil mantener la fidelidad del principio.
David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 185–186.la hospitalidad nos hace ser sensible a la necesidad de otras personas
por otro los maltratados se refiere a aquellos que habían sido azotados en su cuerpo
III. FIDELIDAD
4Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios. Hebreos 13:4 LBLA
Hebrews 13:4 RVR60
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.
Hebrews 13:4 RVR60
Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.
La idea de escribir de esta manera era para combatir las ideas helénicas,
el amor fraternal honra el matrimonio
En el texto griego no hay ningún verbo en la primera parte del versículo, por lo cual los traductores tienen que añadir uno.
Y aquí entra un primer punto de debate.
¿Es la frase una oración imperativa o afirmativa?
O bien debe entenderse como un imperativo, al igual que en nuestra traducción: «honroso sea en todos el matrimonio». O bien como una afirmación: «honroso es en todos el matrimonio».
Si es una afirmación, entonces este texto constituye una declaración de la honorabilidad del matrimonio como instituido por Dios y, por lo tanto, bueno y digno en sí.
Más adelante veremos por qué esta idea es importante.
Sin embargo, hay en principio tres razones que militan en contra de la interpretación de esta frase como si fuese afirmativa.
En primer lugar cae en medio de una lista de otros imperativos, por lo cual esperaríamos que fuera también imperativa.
En segundo lugar, es más probable que la segunda parte de la frase, «el lecho sin mancilla», sea una exhortación que una afirmación («el lecho sea sin mancilla» más que «el lecho es sin mancilla»), especialmente porque a continuación viene el juicio de Dios sobre los fornicarios y los adúlteros, como consecuencia de no prestar atención a ella.
En tercer lugar, porque los hebreos (y los primeros lectores lo eran) tenían muy claro que el matrimonio era honroso.
Si esta epístola hubiese sido dirigida a una congregación de gentiles, entonces tendría sentido afirmar que el matrimonio es bueno, porque en el mundo gentil había una influencia platónica que despreciaba lo corporal y, en algunos casos, abogaba a favor del celibato como más «espiritual».
Desafortunadamente esta última idea totalmente extraña a la Biblia, encontró cabida en la iglesia cristiana, de manera que hasta el día de hoy algunos consideran que el celibato es superior al matrimonio y «prohíben casarse» (1 Timoteo 4:3)
Sabemos por otras epístolas del Nuevo Testamento que en las iglesias del primer siglo se iba extendiendo una enseñanza falsa, calificada por el apóstol Pablo (¡nada menos que por el apóstol Pablo!) como «doctrina de demonios», que decía que era mejor no casarse (1 Timoteo 4:3).
pues nuestra esposa es también nuestra hermana en Cristo y ella debe ser amada fraternalmente
y hay una seria advertencia para todos los matrimonios la inmoralidad, y a los adúlteros los juzgará Dios
Sin embargo, la lectura más natural, dado el contexto de exhortaciones, no es ésta. Más bien se dirige a los que están en peligro de negar sus votos matrimoniales de fidelidad, amor y respeto. A éstos el autor les dice: Téngase en sumo respeto la relación matrimonial en la cual os encontráis.
Si los judíos tenían muy claro que el matrimonio era algo bueno, erraban seriamente al pensar que el divorcio también lo era. El hecho de que Moisés hubiese mandado dar carta de divorcio a una esposa repudiada (Deuteronomio 24:1), había sido malinterpretado por muchas escuelas rabínicas en el sentido de que era lícito divorciarse casi por cualquier motivo siempre que se concediera la carta. Esta actitud, que trivializa el compromiso matrimonial, llevó al Señor Jesucristo a serias confrontaciones con los judíos (Mateo 19:3–9). Por otra parte Él se vio en la necesidad de contrarrestar los efectos nocivos de esta enseñanza en sus discípulos, al remitirles al carácter indisoluble del matrimonio en la voluntad de Dios desde el principio:
«También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio» (Mateo 5:31–32).
El carácter radical de la enseñanza de Jesús sobre el divorcio habría resultado de difícil asimilación para los judíos que se convertían al cristianismo, acostumbrados a una línea más «flexible». De ahí la necesidad de una exhortación como la presente.
El matrimonio es algo sagrado y santo. Dios ha dado claras instrucciones en cuanto a su funcionamiento y estas instrucciones han de ser acatadas. El compromiso matrimonial debe ser respetado y nunca vulnerado. «Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (Mateo 19:6).
Aquí hemos de decir que la frase traducida «en todos», puede significar en el griego: honroso sea «en todo» el matrimonio. Es decir, o bien puede significar que el respeto al matrimonio es un requisito para todos los casados, o bien que los casados deben honrar el matrimonio en todas las áreas de su convivencia: en el aspecto sexual, como el autor indica en la frase siguiente, pero también en el respeto mutuo, en la buena comunicación, en el cuidado el uno del otro
Es ya un tópico decir que vivimos en una época de crisis matrimonial. En algunos países la mayor parte de los matrimonios acaban en el divorcio. En nuestro país la incidencia va en aumento cada año. Y esto sin contar tantas relaciones que no se sabe si son matrimonios o no. Cualquiera que ejerce el pastorado en una iglesia evangélica de nuestro país sabe que las necesidades en el área del consejo matrimonial crecen con una rapidez alarmante.
Es un tema que da mucho de sí. Pero hechas todas las elaboraciones y matizaciones, hemos de volver vez tras vez al fundamento: el matrimonio como compromiso indisoluble, una relación que debemos honrar, respetar y tener por sagrada.
Es además un tema que adquiere especial relieve cuando recordamos que vivimos en un mundo caracterizado por las prisas y las presiones sociales. En medio de tanto activismo muchos, especialmente los maridos, dedicamos tantas horas fuera de casa que dejamos medio abandonadas nuestras familias, nuestros hogares y a nuestras esposas. Esto tampoco es tener el matrimonio por honroso.
En la segunda mitad del versículo, el autor nos enseña la otra cara de la moneda. ¿Cómo responderá Dios ante aquellos que no honran su compromiso matrimonial? «A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios».
Aquí el autor emplea dos palabras que necesitamos considerar. La primera, «fornicario», en el griego es la palabra «porneia» (de donde deriva la palabra «pornografía»). Tiene un significado más amplio que el uso habitual de la palabra «fornicación» hoy en día (es decir, la relación sexual antes del compromiso matrimonial). Se refiere a cualquier tipo de suciedad o inmoralidad sexual. La prostitución, las relaciones sexuales entre dos personas del mismo sexo, la pornografía, la impureza en acto, palabra o pensamiento, todo queda incluido dentro de esta palabra «porneia».
Por supuesto, una de las formas de inmoralidad sexual, conforme a las Escrituras, es precisamente tener relaciones sexuales sin aquel compromiso público que constituye el matrimonio, por lo cual la «fornicación» en su sentido actual queda incluida aquí. Lo que es más, dado el contexto (que versa sobre las relaciones matrimoniales) y el hecho de que la palabra «fornicario» está en combinación y contraste con la palabra «adúltero», algunos comentaristas insisten en que debemos entenderla aquí con este significado más restringido. En tal caso, el fornicario es aquel que practica la relación sexual antes del matrimonio, mientras el adúltero practica una relación sexual ilícita después de casado.
Sea como sea en este caso, no debemos olvidar que la fornicación en las Escrituras incluye toda una gama de prácticas ilícitas, las cuales caen todas ellas bajo el juicio divino.
En segundo lugar están los «adúlteros». Es decir, los casados que tienen relaciones sexuales con alguien que no es su cónyuge.
Por supuesto Jesús llevó la idea del adulterio más allá de esta definición convencional. Él enseñó que el adulterio no es cuestión solamente de una relación física; también la lujuria en la imaginación es un comienzo de adulterio, y como tal es mala (Mateo 5:27–28). Además, sin pelos en la lengua, Él afirmó que cualquier persona que se divorcia y entra en segundas nupcias, salvando ciertas excepciones especificadas también en el Nuevo Testamento, está viviendo en una relación adúltera ante los ojos de Dios (Mateo 19:9).
Todos estos matices los podríamos añadir aquí. Pero nos limitaremos a lo básico, que es lo que el autor sin duda tenía en mente. Las Escrituras, desde el principio hasta el final, nos enseñan que la relación sexual, habiendo sido instituida por Dios, es buena y debe ser honrada. Pero es buena sólo y exclusivamente cuando se realiza en la relación matrimonial; es decir, dentro de un compromiso público entre marido y mujer, hecho ante la sociedad y de una manera vinculante y permanente. La práctica del acto sexual fuera de este compromiso hace violencia a lo que Dios ha establecido y será castigado por Él.
Por supuesto, la fornicación y el adulterio suelen ser practicados clandestinamente. Quizás no tanto hoy en día, porque cada vez más la inmoralidad sexual es abierta y pública. Pero al menos en las iglesias, quien profesa ser creyente practicante y cae en estos pecados intenta esconderlo. Posiblemente logra engañar a sus hermanos en la fe y a su propio cónyuge. Pero, dice el autor, no lo puede esconder de Dios. Dios todo lo ve y todo lo juzga Y toda infidelidad será juzgada.
IV. SIN AVARICIA
5Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé»,
6de manera que decimos confiadamente:
«El Señor es el que me ayuda; no temeré.
¿Que podrá hacerme el hombre?».
En los diez mandamientos la «codicia» es aplicada tanto a los deseos ilícitos en cuanto a la mujer de nuestro prójimo, como a sus bienes (Éxodo 20:17). Es decir, en la mentalidad hebrea la codicia cubre tanto la lujuria sexual como el espíritu materialista.
De igual manera la palabra «avaricia» en el Nuevo Testamento puede significar también «codicia sexual». Por esto en Efesios 5:5, el texto que acabamos de leer, es del todo posible que la palabra «avaro» se refiera más bien a la persona que tiene deseos sexuales ilícitos. Puesto que una sola palabra cubre las dos ideas, vemos en seguida por qué nuestro autor aquí, como Pablo en Efesios, pasa directamente de una cosa a la otra.
«El amor al dinero puede ser tan perjudicial a la vida espiritual del hombre como la sensualidad» (Hewitt, p.207).
«Sean vuestras costumbres -dice- sin avaricia». La palabra aquí traducida «costumbres» puede significar tanto nuestra manera de vivir, como nuestra manera de pensar acerca de la vida. Así pues, la avaricia no debe manifestarse ni en nuestros pensamientos ni en nuestras prácticas.
La relación que nosotros, como creyentes, tenemos con los bienes materiales es toda una revelación de la autenticidad de nuestra vida espiritual. Si hay avaricia en nosotros -y entendemos por «avaricia» el afán de tener más y más, ya sea de dinero en la cuenta bancaria o de posesiones en la casa- es una clara demostración, sobre todo, de incredulidad. Porque quien tiene este afán demuestra no estar confiado en la providencia de Dios. En la práctica no cree que Dios es su Señor que determina cómo debe vivir, ni su Padre que suple todo lo que necesita para vivir.
La avaricia, en el caso del creyente, es una manera de decir: No me fío demasiado de Dios. Ya le conozco, y sé que suele ser un poco severo conmigo. Creo que sé mejor que Él lo que me conviene. Si descanso en el Señor y en su provisión, a lo mejor Él no satisfará todos aquellos caprichos que yo quisiera tener. Por lo tanto, además de creer en el Señor, voy a hacer todo lo que pueda para asegurar que siempre tenga un amplio saldo positivo en el banco.
Por supuesto, nunca diríamos estas mismas palabras pero es lo que hacemos. Y así caemos en la trampa. Porque todos sabemos que cuando decimos: Si logro tener esto o aquello, entonces seré feliz; nunca funciona así. Lo conseguimos, pero en seguida se asoma otra cosa que necesitamos para ser felices. Y así sucesivamente. El avaro, por definición, siempre está mirando lo que no tiene; no está disfrutando de lo que tiene.
La avaricia también es una demostración de egoísmo. Como creyentes el Señor espera de nosotros que administremos nuestros bienes materiales para el bien de los demás, no de una forma egocéntrica. Pero la avaricia es todo lo contrario de la generosidad.
Así pues, por medio de la avaricia pecamos de incredulidad y egoísmo. Lejos de ser avaros, si verdaderamente creemos en el Señor debemos ser personas que nos contentemos con lo que tengamos.
¿Estoy contento con lo que tengo en este mismo momento? ¿O estoy pensando siempre en lo que no tengo?
El apóstol Pablo pudo decir. «Yo he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11). Él había llegado al punto de estar satisfecho en cualquier circunstancia: cuando estaba en casa de creyentes, rodeado de amigos, con todas las atenciones y comodidades; y cuando estaba en la cárcel, habiendo recibido azotes, sin comida, sin ropa adecuada y sin compañía humana.
El contentamiento es algo que tenemos que aprender. A algunos les cuesta menos que a otros. Pero no es algo que suela ser fácil al principio. Más bien es por medio de duras experiencias que el Señor nos lo va enseñando.
Nosotros también encontramos nuestra seguridad en esta promesa. Dios dice que no nos dejará; es decir, siempre estará a nuestro lado. Y también dice que no nos desamparará; porque podemos tener un buen amigo a nuestro lado, quien con todas su buena intención desea ayudarnos, pero en ciertas circunstancias es impotente para hacerlo. En cambio Dios es poderoso en todo momento para suplir el oportuno socorro (4:16).
Hermano mío, hermana mía, ¿te sientes solo? ¿Deseas tener compañero? Desde luego, Dios ha dicho que no es bueno que el hombre esté solo y ha provisto para nuestra soledad por medio del matrimonio. Pero en nuestra condición caída erramos mucho si esperamos encontrar la solución final a la soledad en nuestro cónyuge. Es poner sobre él un peso que no puede sobrellevar. Sólo Dios puede suplir nuestra seguridad afectiva y social. Él no nos dejará.
¿Estás preocupado por tu futuro? ¿De dónde vendrán tus provisiones? Dios te dice: «No te desampararé».
Quizás alguien diga, ¿con qué derecho nos aplicamos a nosotros unas promesas dadas por Dios a Jacob y a Josué? Nuestra respuesta es: Esto es lo que hace el autor de Hebreos.
Primero cita estas palabras a fin de animarnos en cuanto a nuestro contentamiento, lo cual sería inoportuno si ellas no tuvieran aplicación a nosotros. Y luego, más claramente aún, cita otro texto para expresar nuestra respuesta a las promesas de Dios. Es porque «Él ha dicho», que ahora «nosotros podemos decir». Respondemos con confianza ante las palabras de Dios, como si nos las hubiese dirigido a nosotros.
¿Y con qué derecho nos las aplica el autor?
Porque él entiende qué son de aplicación a todo el pueblo de Dios. ¿Quién es Jacob? Jacob es Israel. La promesa es para Israel y para todos los hijos de Israel. Dios la dio a Jacob como representante de todo su pueblo. Y todos los que creen en el Señor Jesucristo, en Él son hechos israelitas.
¿Quién es Josué? Él es el prototipo de los que entran en la Tierra Prometida. Todo creyente en Jesucristo va camino a ella. Así la promesa hecha por Dios a Josué se hace extensiva a los que creen.
De manera que nosotros también podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador.
La palabra «confiadamente» es muy significativa en Hebreos. Tenemos acceso al trono «confiadamente», según 4:16. Tenemos entrada en el Lugar Santísimo «confiadamente», según 10:19. Es con confianza que penetramos en el Santuario. Es con confianza que nos acercamos al trono. Y al escuchar las palabras de misericordia que Dios nos dirige, es con confianza que afrontamos el futuro. Dios es nuestra seguridad.
La cita que expresa nuestra confianza procede del Salmo 118:6, y consta de tres ideas:
«El Señor es mi ayudador». Este fue el testimonio de los santos de antaño, y es el nuestro hoy. Dios está con nosotros para brindarnos aquella ayuda que necesitamos en cada circunstancia. No nos dejará ni nos desamparará. «Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas» (Mateo 6:32).
Por tanto, «no temeré». Saber que Dios tiene cuidado de nosotros espanta la ansiedad que de otra manera nos tiene esclavizados (1 Pedro 5:7).
Jesús dijo en una ocasión a los discípulos que Dios tiene cuidado de los pájaros, hasta tal punto que ninguno de ellos cae al suelo sin que Dios lo sepa; no debe sorprendernos, pues, que Él nos cuide a nosotros hasta el punto de saber exactamente cuántos cabellos hay en nuestra cabeza. Dios nos conoce a la perfección.
Sabe cuáles son nuestras necesidades y es poderoso para ayudamos. Por lo tanto no necesitamos temer (Mateo 10:29–31).
«Lo que me pueda hacer el hombre». Ni siquiera necesitamos temer en tiempos de persecución, cuando nuestras posesiones materiales pueden ser confiscadas, y nuestras relaciones sociales cortadas (ver 10:34). Nunca está puesta más a prueba nuestra seguridad que en medio de la persecución. Pero aun entonces no hay motivo de temor.
Algunos comentaristas (p.ej. Gooding, p. 191; Hewitt, p. 207) sugieren que la última frase de nuestro texto debe ser traducida como una pregunta retórica, o exclamación: «No temeré. ¿Qué me puede hacer el hombre?»
A fin de cuentas, ¿cuál es el límite del daño que los hombres pueden hacerme? De hecho parece ser un límite amplio. El hombre puede quitarme las posesiones, las amistades y hasta la vida. Puede herirme en muchos sentidos, tanto físicos como emocionales. Puede destruir mi reputación. Pero como el Señor Jesucristo explicó a los discípulos, es un límite pequeño en comparación con el poder de Dios:
«No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar, temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mateo 10:28).
«Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Romanos 8:31).
Así pues, hagamos nuestras estas palabras, digámoslas confiadamente. Porque nosotros tenemos una seguridad plena de cara al futuro, por medio de Jesucristo. Nuestro Padre Celestial promete estar siempre con nosotros para ayudarnos.
David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 203–205.
David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 196–198.Sin avaricia, ser generoso, ser dadivoso, compartir,
ser generoso es poder experimentar por la gracia misma de Dios
sin avaricia es poder confiar en las grandes promesas del Señor.
Nunca te dejaré, aunque consideres que estas solo
ni te desamparar, aunque sintamos que estamos desamparados
Sin avaricia significa depender totalmente de Dios
sin avaricia es experimentar lo que el Señor nos dice
sin avaricia es posible no temer lo que pueda suceder
IV. CONSIDEREN A SUS PASTORES
7Acuérdense de sus guías (pastores) que les hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imiten su fe.
Hay tres menciones de pastores en este capítulo.
Los versículos 17 y 24 claramente se refieren a los pastores actuales de la congregación.
Pero en nuestro versículo 7 el autor está hablando probablemente de los líderes de la iglesia que ya han fallecido.
Ciertamente la frase podría tener un sentido presente.
Podría significar: «acordaos de vuestros pastores en la oración»; o «acordaos de ellos en la ayuda práctica».
Las dos ideas son importantes y en el versículo 3 hemos visto un uso parecido: «acordaos de los presos».
Sin embargo, el tiempo de los verbos nos induce a pensar que la referencia es al pasado. Acordaos de vuestros pastores –dice– que «os hablaron» la Palabra de Dios (no que «os hablan»); considerad cuál «haya sido» el resultado de su conducta (no «cuál sea»).
El «acordaos», por lo tanto, tiene el sentido de «traer a la memoria» a los que no están presentes, reflexionar sobre sus vidas y pensar en su ejemplo.
Toda la vida de fe de aquellos hombres, desde el principio hasta el final, debe estar desplegada ante los lectores, para su reflexión, edificación e imitación.
Seguramente todos nosotros podemos dar gracias por hombres y mujeres de Dios que han contribuido a nuestra edificación.
A lo mejor, si pensásemos más en ellos y recordásemos cómo confrontaron diferentes situaciones, su ejemplo sería de gran ayuda para nosotros.
Posiblemente los pastores mencionados aquí son los mismos a los que se hace referencia en 2:3, cuando dice que el Evangelio fue confirmado «por los que oyeron». Algunos de los lectores habían tenido el privilegio de llegar a la fe por medio del testimonio de otros que a su vez habían escuchado el mensaje directamente de labios de Jesucristo.
Los primeros fundadores de esta congregación habían sido testigos oculares de la vida y palabras del Señor.
Cuando se dice de ellos que eran «pastores», la palabra empleada es diferente de la que habitualmente se encuentra en el Nuevo Testamento.
Más literalmente significaría «guías», «aquellos que señalan el camino».
Sin embargo, con el uso popular había llegado a referirse a cualquiera que ejerciera el gobierno.
Si buscamos una diferencia de matiz entre las dos palabras, podríamos decir que un «pastor» vela por el bien de las ovejas en todos los sentidos, mientras un «guía» dirige al rebaño y señala el camino a seguir.
Por lo demás son palabras que se pueden intercambiar perfectamente.
Así pues, el autor nos invita a que nos acordemos de ellos. Y ¿en qué hemos de fijar nuestra atención? En tres cosas.
En primer lugar en su mensaje. «Acordaos de vuestros pastores que os hablaron la palabra de Dios». La primera característica de todo pastor fiel, conforme a las Escrituras, es que da de comer a las ovejas. ¿Cuál era la primera responsabilidad pastoral de Pedro, según Jesucristo? «Apacienta mis ovejas» (Juan 21:17
Juan 21:17 (RVR60)
Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
Estos pastores habían sido fieles a su cometido, Pero observemos en qué sentido. Ningún pastor cristiano tiene el permiso de dar de comer a las ovejas de su propia cosecha, de sus propias especulaciones.
Estos pastores no habían predicado sus propias ideas, sino habían «hablado la palabra de Dios».
Ésta es una frase muy sencilla, pero absolutamente básica en nuestra comprensión del ministerio pastoral. Nadie que utilice el púlpito para predicar sus propios conceptos es fiel a su cometido.
El púlpito es para hablar la Palabra de Dios, nada más.
Aquí vemos la gran importancia de la predicación expositiva.
Porque es la Palabra de Dios la que hemos de ministrar, los pastores debemos explicar a nuestros oyentes qué es lo que ella dice.
A fin de poder dar esta explicación, por supuesto, tendremos que acudir a ilustraciones humanas y explicaciones de otros lugares de las Escrituras; y para hacerla relevante, tendremos que aplicarla a la vida contemporánea.
Pero nuestra finalidad siempre ha de ser la de aclarar lo que el texto bíblico dice.
Aquí tenemos una cita hermosa de un pastor fiel que ministraba hace unos ciento cincuenta años:
«Haber conseguido que una sola afirmación doctrinal de las Escrituras sea mejor entendida y más firmemente creída, haber hecho que un solo oyente sienta más fuertemente en su conciencia la obligación de un solo deber moral o espiritual, en realidad es hacer un bien mucho más sólido que despedir a la congregación encantada y asombrada por la ingenuidad de las especulaciones del predicador, la persuasión de su argumentación, el esplendor de sus ilustraciones y la fuerza irresistible de su elocuencia» (John Brown, p. 688).
Hemos de hablar la Palabra. Ni más ni menos. Esta frase es una maravillosa definición de la tarea del predicador.
Notemos de paso la relación entre los pastores y este ministerio. Es decir, entre ser pastor y ser maestro.
Entre las muchas actividades y responsabilidades que implica el cuidado de las ovejas, la principal es que el pastor ha de dar de comer a la ovejas.
Un pastor que no las alimenta, pronto no tendrá rebaño.
Puesto que la comida que debemos administrar es la Palabra de Dios, no podemos ser pastores sin ser maestros.
Esto no necesariamente quiere decir que todo pastor tenga que ejercer un gran ministerio de púlpito, porque hay muchas maneras de dar de comer la Palabra de Dios.
Puede ser en conversaciones personales, en la utilización de la Palabra en situaciones de consejo pastoral, en grupos de estudio, en clases de jóvenes…
Pero sea en el nivel que sea, el pastor tiene que ser capaz de ministrar la Palabra. Es por esto que en Efesios 4, donde el apóstol Pablo enumera los ministerios que Jesucristo ha dado a su iglesia, él incluye a «pastores y maestros» en una sola categoría (v. 11).
Pastorear y enseñar son dos facetas de un mismo ministerio. Es por esto también que uno de los prerrequisitos para ser pastor es que el candidato sea «apto para enseñar» (1 Timoteo 3:2), «retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar en sana enseñanza y convencer a los que contradicen» (Tito 1:9).
En segundo lugar, los lectores deben considerar la conducta de los pastores, o más exactamente «el resultado de su conducta».
Esta frase, sin embargo, es un poco controvertida.
Necesitamos, por lo tanto, considerar las diferentes acepciones que podría tener. En el griego la palabra «resultado» puede significar o bien «el fin» o bien «la finalidad»; y la palabra «conducta» significa o bien «vida» o bien «vivencia». Nuestros traductores han entendido que la frase quiere decir «la finalidad de su vivencia». Pero podría significar «el fin de su vida».
Es decir, una primera interpretación de esta frase podría ser: considerar la manera en la que murieron. Seguramente eran hombres que, como los patriarcas (11:13), murieron conforme a la fe.
La fe estaba aún viva en ellos en el lecho de la muerte. Algunos comentaristas, que entienden la frase en este sentido, suponen que, por lo tanto, tiene que haber habido algo muy especial en su muerte.
Si los lectores han de reflexionar sobre cómo murieron, entonces seguramente estos pastores sufrieron el martirio. Meditando en el testimonio y la valentía de sus primeros líderes, los lectores recibirán un fuerte estímulo a seguir fieles al Señor.
Otros ven aquí una referencia al más allá. «Considerad el fin de su vivencia». ¿Cuál es? No es la tumba.
El «fin» de la vivencia de todo creyente está en la presencia de Dios.
Según esta interpretación los lectores deben darse cuenta de que sus pastores ahora están, como los ancianos de Apocalipsis, reunidos en torno al trono de Dios, echando sus coronas delante del Cordero, en señal de alabanza y adoración. Esta visión celestial es la que tiene que estimularles en su perseverancia.
Estas interpretaciones son posibles. Desde luego enseñan verdades incuestionables. Yo mismo he recibido un gran estímulo en mi fe al presenciar los últimos días y momentos de algunos creyentes; al ver cómo la presencia de Dios se hacía cada vez más patente en ellos en aquellos últimos momentos; al descubrir que estar al lado de su cama era estar en un lugar santo, lleno de la presencia de Dios. ¡Ojalá nuestra muerte sea así! Que el Señor nos «otorgue amplia y generosa entrada en su reino» cuando Él nos llame.
También es estimulante leer acerca de los mártires. Cuando yo era joven se estilaba entre los creyentes evangélicos leer historias de la Reforma, de los mártires del Imperio Romano, de misioneros que perdieron sus vidas en diferentes países por causa del Evangelio. Desgraciadamente hoy en día éstas no son las lecturas habituales de nuestra juventud. Pero a mí me sirvieron de desafío. Doy gracias a Dios por ellas. Como también, por la visión gloriosa de los santos reunidos en la ciudad celestial, en tomo al trono de la gloria.
Estas interpretaciones, pues, entrañan grandes verdades. Sin embargo, el sentido más llano de la frase es el que tenemos en nuestra traducción: «considerad cuál haya sido el resultado de su conducta».
Es decir, fijaos en cómo el Espíritu Santo iba produciendo su fruto en ellos en medio de grandes pruebas, conflictos y aflicciones. A pesar de los ataques satánicos desde fuera y los motivos de desánimo desde dentro de la misma iglesia, a pesar de los vientos doctrinales que soplaban, los roces entre hermanos, la oposición de familiares, los momentos de cansancio, depresión y derrota, iban siendo transformados a la imagen del Señor Jesucristo. Recordad este proceso, porque vosotros ahora estáis en el mismo. Considerad su conducta, que fue fiel a pesar de las pruebas. Y considerad el resultado, que no fue el desánimo sino la confirmación en la santidad. Aquellos pastores eran ejemplares, no solamente en sus palabras, sino también en sus vidas.
En tercer lugar, los lectores deben fijar su atención en la fe de sus pastores. El autor no entra en mayores detalles. Pero ya nos ha definido lo que él entiende por una vida de fe. Y podemos imaginar que estos pastores eran hombres que tenían una viva conciencia de la presencia de Dios con ellos. Estaban seguros de lo que esperaban y convencidos de la realidad de lo que no veían.
Tuvieron que afrontar muchas situaciones de prueba, pero lo hicieron siempre con la plena convicción de que el Señor estaba a su lado. Tenían, también, una viva esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Se sostenían como viendo al Invisible, esperando el retorno del Señor Jesucristo, la plena manifestación del reino de Dios. En su fe también eran ejemplares.
En resumidas cuentas estos pastores habían hablado fielmente la Palabra de Dios, se habían comportado fielmente según la ley de Dios, y se habían sostenido en medio de las pruebas por las promesas de Dios. Tanto en su predicación, como en su vivencia y en su piedad, eran hombres ejemplares.
Huelga decir que ésta es la clase de pastores que necesitamos en nuestras iglesias hoy en día. Uno de nuestros temas principales de intercesión ante el Señor debería ser que nos conceda pastores así.
Ahora bien, si las características que hemos visto en los pastores son tres, tres son también las maneras en las que debemos relacionarnos con su ejemplo.
En primer lugar, debemos «acordarnos» de ellos. El tiempo imperativo utilizado es un presente continuo. Debemos seguir acordándonos o acordarnos constantemente. ¿Por qué? Porque solemos dejarnos impresionar más por lo inmediato que por lo principal. Cuando estamos entre compañeros en el despacho, la fábrica, o el colegio, permitimos que ellos nos arrastren un poco. Cuando estamos con creyentes en la iglesia, ellos también influyen en nosotros. Por lo tanto, necesitamos adquirir la madurez que nos permita determinar conscientemente quiénes serán nuestros modelos y evitar la influencia negativa de los demás. Debemos dejar de ser arrastrados pasivamente por las presiones inmediatas y «acordarnos» activamente de aquellos a los que, en nuestros mejores momentos, hemos decidido imitar.
Pensemos, pues, en aquellos que nos condujeron a Cristo al principio. Vendrán otros con nuevas doctrinas y nuevos énfasis, pero ¿qué les debemos a ellos? ¿qué nos han dado para que nos dejemos llevar por ellos? Recordemos, más bien, a aquellos que primeramente nos hablaron la Palabra de Dios, a través de los cuales llegamos al conocimiento del Señor Jesucristo. Tengamos presente su mensaje. Y no nos dejemos mover fácilmente de aquella fe que inicialmente profesamos como consecuencia de su testimonio. El avance es necesario. Debemos seguir adelante en la fe. Pero no nos movamos nunca de aquel fundamento.
En segundo lugar, debemos «considerar» la vida de los pastores. «Considerar» es literalmente «observar detenidamente», como con una lupa.
¿Cómo empezar esta «consideración» de los pastores? Quiero hacer una sugerencia que no viene en el texto, pero sí en otros lugares de las Escrituras: Dar gracias al Señor por ellos. Y no de una manera superficial, sino de una manera explícita, enumerando ante el Señor sus virtudes, recordando sus consejos y los énfasis principales de su enseñanza. Pablo casi siempre empezaba sus epístolas con una oración. Y casi siempre empezaba la oración con acción de gracias. Y no una acción de gracias generalizada, sino explícita: «Damos gracias a Dios por…»
En tercer lugar, debemos «imitar» a nuestros pastores. Pero observamos que esta imitación viene en el área de la fe. Es así porque no todas las características de los pastores podían ser imitadas por los primeros lectores. Aquéllos tenían vocaciones y dones que no necesariamente podían ser compartidos por éstos. Habían afrontado circunstancias que quizás eran diferentes de las circunstancias de los lectores. Pero lo que era válido para la imitación de todo creyente, era su fe. Nosotros, como ellos, necesitamos tener una visión del Dios invisible, y vivir para el reino venidero.
El principio de la imitación es muy importante en el Nuevo Testamento. Acabamos de verlo en las palabras de Pablo a los filipenses (3:17). De igual manera escribe a los corintios:
«En Cristo Jesús, yo os engendré por medio del evangelio. Por tanto, os ruego que me imitéis… Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo (1 Corintios 4:15–16; 11:1).
También a los tesalonicenses:
Vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo… Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea… Porque vosotros mismos sabéis de que manera debéis imitarnos…» (1 Tesalonicenses 1:6; 2:14; 2 Tesalonicenses 3:7).
Es de observar que en estos casos Pablo indica que su ejemplo es digno de imitación por cuanto él ha sido utilizado por Dios para la constitución de estas iglesias, idea que corresponde al énfasis de nuestro texto.
Por su parte, Juan nos recuerda que hay cosas en otros hermanos que no debemos imitar, pero ¡gracias a Dios! también cosas dignas de ser imitadas:
«Amado, no imites lo malo, sino lo bueno» (3 Juan 11).
Además el autor de Hebreos ya nos ha hablado de la importancia de la imitación:
«Deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin… a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas (6:11–12).
Todos aprendemos más por mimetismo (por imitar a otros) que por enseñanza teórica. Para poner un ejemplo concreto: ¿Cómo podemos esperar que los jóvenes de una iglesia presten atención a las predicaciones del domingo, si éstas son contradichas por lo que ven en casa entre semana en el mal ejemplo de sus padres creyentes? A veces somos incapaces de escuchar el mensaje verbal del predicador porque su mal ejemplo nos habla con mayor fuerza.
No nos justifiquemos, sin embargo. El Señor ha puesto en nuestro camino a muchos cuyas vidas son ejemplos vivos de fe, de conducta y de palabra. No fijemos de tal manera nuestra atención en el mal ejemplo de algunos, que descuidemos el ejemplo positivo de otros.
David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 212–220.porque esta indicación se ha vuelto tan difícil para los miembros de la iglesia
solo con la bisagra es posible llama da aquí amor fraternal
acuérdense de sus guías en plural, no en singular,
la particularidad de los guías es que hablan la Palabra de Dios
la segunda es evaluar el resultado de la conducta de los guías
el amor fraternal hace que los miembros de la iglesia imiten la fe de los pastores
8Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
Cristo es el amor fraternal descrito en el primer verso
9 No se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. Porque es buena cosa para el corazón el ser fortalecido por la gracia, no por alimentos, de los que no recibieron beneficio los que de ellos se ocupaban.
10Nosotros tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer los que sirven en el tabernáculo.
11Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es llevada al santuario por el sumo sacerdote como ofrenda por el pecado, son quemados fuera del campamento.
12Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta.
13Así pues, salgamos a Su encuentro fuera del campamento, llevando Su oprobio.
14Porque no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir.
15Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan Su nombre.
16Y no se olviden ustedes de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios.
17Obedezcan a sus pastores y sujétense a ellos, porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta. Permítanles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para ustedes.
18Oren por nosotros, pues confiamos en que tenemos una buena conciencia, deseando conducirnos honradamente en todo.
19Es más, les exhorto a hacer esto, a fin de que yo les sea restituido muy pronto.
20Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno,
21los haga aptos en toda obra buena para hacer Su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
22Les ruego, hermanos, que soporten la palabra de exhortación, pues les he escrito brevemente.
23Sepan que nuestro hermano Timoteo ha sido puesto en libertad, con el cual, si viene pronto, he de verlos.
24Saluden a todos sus pastores y a todos los santos. Los de Italia los saludan.
25La gracia sea con todos ustedes. Amén.
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