Desarrollando El Conocimiento De Cristo

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DESARROLLANDO EL CONOCIMIENTO DE CRISTO

Todos los que estamos aquí tenemos en mayor o en menor medida un conocimiento de Cristo. Este conocimiento a algunos nos ha llevado a dar un paso más y aceptarle como Señor de nuestras vidas y a otros todavía les mantiene a la expectativa de obtener un mayor conocimiento.

Ahora bien en cuanto a nosotros los cristianos, los que hemos llegado a ese conocimiento, que nos ha llevado a aceptarle ¿Cuál es realmente el grado de conocimiento que tenemos de Él en nuestra vida? ¿Estamos seguros de que verdaderamente hemos crecido? ¿Es más seguimos creciendo, en el conocimiento de Cristo? ¿O tal vez nos hemos quedado a medias, nos hemos acomodado, y estamos viviendo vidas cristianas con un conocimiento parcial, incompleto, de Cristo?

Durante mi vida cristiana, y en estos últimos años mas debido a mi ministerio pastoral en la iglesia, me he dado cuenta de la pobre vida cristiana que vivimos a veces. Me da mucha pena ver a cristianos vivir perdiéndose un montón de bendiciones por no haber llegado a profundizar en el conocimiento de Cristo. Muchos todavía no han llegado a darse cuenta de lo alto que pueden volar, de las posibilidades tan maravillosas que nos depara que Cristo no sólo sea una experiencia, un sentimiento, sino una realidad encarnada de tal forma que podamos decir al igual que el apóstol Pablo "y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2.20, RVR60)

Muchos se han bautizado y ya creen que con eso es suficiente. Se conforman con saber que sus pecados han sido perdonados, que Dios les ama y que son Hijos de Dios, y está bien. Pero sin embargo no han ido más allá y no han incorporado a sus vidas la actitud de todo buen siervo que es la  de conocer a su señor pues solo conociéndolo es cuando uno puede hacer su voluntad. El buen siervo es aquel que conoce lo que su amo quiere y además conoce como quiere que se hagan las cosas. Sabe, al igual que cualquier trabajador, que su permanencia en la casa, en el trabajo depende de que lo que haga, lo haga conforme a la voluntad de su   señor, de su jefe, ya que si no es así será echado de la casa, despedido del trabajo. Y en esto los del mundo son muy sagaces, pues aunque no tengan aprecio por su jefe hacen todo lo posible para agradarle ya que  saben que es la única manera no sólo  de permanecer en el trabajo, sino también de ser promocionados.

Pues con mucho mayor motivo nosotros los creyentes debemos hacer todo lo posible para agradar a Dios, que no sólo es nuestro jefe justo, sino además el que nos ha dado la vida y el que ha  provisto nuestra salvación por medio de Jesucristo. Pero sólo hay una forma de agradarle y es creciendo en el conocimiento de Cristo. Creciendo en primer lugar para llegar a saber como era Él, cuál era su carácter, sus sentimientos, sus atributos,  como se comporto ante las diversas situaciones a las cuales se enfrento, como trato a las diferentes personas con las cuales se cruzo en su vida y sobre todo llegar a conocer la profundidad y la magnitud de su amor, de ese gran amor que le llevo  a dejarlo todo, incluso en diversas situaciones a despojarse de su divinidad, para llegar a sufrir y a morir por nuestros pecados. En  segundo lugar creciendo para que podamos saber qué es lo que Él quiere de nosotros y como nosotros podemos no sólo alcanzarlo sino también mantenerlo, desarrollarl0. Y en tercer lugar creciendo para que podamos vivir la vida digna y gloriosa que Dios quiere para nosotros. Muchas veces sólo nos acordamos de que en Cristo tenemos vida eterna y nos olvidamos que no sólo promete vida eterna sino también vida abundante y aunque miramos con esperanza la vida eterna, lo cierto es que también la miramos a lo lejos y ello nos lleva a vivir la vida actual con cierta melancolía y resignación y nada más lejos de lo que Dios quiere para nosotros los cristianos, Él quiere que nuestra vida aquí en la tierra sea una vida abundante, no en el sentido material, sino en el sentido de nuestra realización plena, realización que se consigue cuando nuestro gozo es permanente a pesar de que las circunstancias no nos sean siempre favorables, cuando nuestra paz interior no depende de lo que ocurre en nuestro exterior, cuando nuestra paciencia es capaz de perdonar hasta setenta veces siete, cuando nuestra bondad nos lleva incluso a negarnos a nosotros mismos por amor a los demás, cuando nuestra benignidad es capaz de renunciar a lo que en derecho nos corresponde por amor a Dios, cuando nuestra fe sigue anclada en la Roca a pesar de todas las turbulencias de la vida  y cuando nuestro amor todo lo sigue sufriendo, todo lo sigue soportando y todo lo sigue esperando. Esta es la vida en abundancia, que se desborda a raudales inundando todas las áreas de nuestra vida, la que Dios nos ofrece y que sólo iremos experimentando en la medida en que vayamos creciendo en el conocimiento de Cristo. Tened por seguro que se trata de una vida llena de triunfo, en la cual la palabra derrota no tiene cabida porque "… sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8.28, RVR60), incluidas las cosas malas.

El apóstol Pablo sabe con certeza que el crecimiento en el conocimiento de Cristo debe de ser un requisito constante en nuestro proceso de madurez cristiana y así nos anima a ello en Colosenses 1:10 y dice: "para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios". Por tanto vemos que el crecimiento en el conocimiento de Dios es algo posible, no constituye ninguna imposibilidad para nosotros el llegar a tener más conocimiento de Dios, ya que si así fuera no Pablo no nos retaría a ello. Es más es lo que se espera de nosotros. Pablo nos dice que el crecimiento en el conocimiento de Dios es la característica resultante  de la vida que agrada a Dios, ya que el conocimiento claro de Dios es el punto de partida para “agradarle en todo”. ¿Pues si no sabemos lo que Él quiere como vamos a poder agradarle en todo? Como cristianos este debe de ser nuestro desafío, nuestra aspiración, la de agradar a Dios en todo. No podemos conformarnos con no saber si realmente le estamos agradando en todo o sólo en parte, no podemos vivir bajo la duda constante de si estamos dando la talla que Dios espera de nosotros. Por ello debemos esforzarnos en crecer en el conocimiento de Cristo para que al avanzar en él cada día le vayamos agradando un poco más hasta que llegue el momento en que estemos ante Su presencia y sólo en ese momento será cuando podremos parar en ese crecimiento ya que entonces será cuando habremos llegado a la plenitud del  conocimiento de Dios.

Muchas veces creemos que de Dios ya todo lo conocemos, creemos que de Él ya todo nos es conocido y que nada puede sorprendernos. Esto mismo era lo que  pensaba  Job, y así vemos en el libro que lleva su nombre, que desde el principio de la historia,  cuando Job pasa por todas las pruebas,  Dios para él no era un desconocido, o al menos eso era lo que creía, pero al final de su libro reconoce que en realidad las cosas no eran así,  y asume de que aún a pesar de que él creía que lo conocía sólo lo conocía en parte, tan en parte que llego a decir "De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven." (Job 42.5, RVR60). Cuando se enfrento con el conocimiento real de Dios, le pareció que todo su conocimiento anterior sólo era algo lejano, incompleto, llegando a reconocer que sólo le conocía de oídas, es decir superficialmente, no vivido, pero al tener que acercarse a Él debido a todas las pruebas por las que estaba pasando, debido a todo lo que estaba sufriendo es cuando realmente llega a conocerlo. Es decir se había producido en Job un crecimiento en el conocimiento de Dios y por eso ahora es cuando puede decir: “Mas ahora mis ojos te ven”. Sus ojos ahora le podían percibir tal y como era en realidad, ahora es cuando estaba disfrutando de sus bendiciones, ahora es cuando sentía su cercanía y su poder y  por ello, ahora, cuando ya conoce lo que es  la grandeza de Dios, cuando Dios ya no era algo de oídas sino su vida misma, no puede más que aborrecerse, que despreciarse por todo lo que durante su vida se había perdido por no haber tenido el conocimiento que ahora tiene de Dios y dice: "Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza." (Job 42.6, RVR60). Se sentía despreciable por no haberse preocupado con anterioridad en llegar a conocer más de su Creador. Sentía que había perdido el tiempo y con él muchas cosas buenas. Pero cuando Job se dio cuenta de ello no persistió en su error sino que nos dice el texto que se “arrepintió”. Aquí este arrepentimiento tiene el sentido de que “sintió alivio”, respiro profundamente, se sintió tranquilo al experimentar personalmente este nuevo conocimiento que había adquirido de Dios. Se alegró de su nueva visión pues había pasado de un conocimiento vago y lejano de Dios a un conocimiento real y cercano de Dios.  Y es mas no sólo se arrepiente sino que el versículo dice que lo hace  en “polvo y ceniza”. Esta expresión es una imagen de muerte, es decir al darse cuenta de su error decide ya no seguir confiando en el hombre viejo, si no que proclama su muerte y su nueva vida en Dios, en el que ahora ha descubierto y  en el cual ha depositado su total confianza.

Nosotros tenemos la posibilidad de llegar también a ese mayor conocimiento de Dios, al igual que llego Job y entonces experimentaremos como él lo experimento que nuestras vidas como dice el Salmo 84:7 “Irán de poder en poder”. Lo único que tenemos que hacer es querer. Nunca creamos que ya le conocemos totalmente. El apóstol Pablo, a pesar de que ya conocía a Cristo, a pesar de ser quien era, seguía todavía orando para obtener un conocimiento más grande: “a fin de conocerle” (Filipenses 3:10). Según vamos creciendo en su conocimiento nos damos cuenta que aún hay más, de que todavía podemos conocerle mejor, de que por mucho que vayamos conociendo de Él todo nos parecerá poco, nos entrará un gusanillo, la insatisfacción, que  se convierte en nuestra compañera ya que cuando Cristo empieza a dejar de ser un desconocido se produce en nosotros una especie de enamoramiento que busca estar con Él el mayor tiempo posible, al igual que el  enamorado o enamorada buscan estar la mayor parte del tiempo en compañía de su amada o amado. Se produce lo que dice Proverbios 4:18: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto”. La senda, el conocimiento de Dios,  es algo que va penetrando en nosotros de tal manera que al igual que la luz del día va aumentando hasta llegar a su cenit, nunca parara de aumentar hasta que llegue a la perfección, es decir hasta que nos encontremos delante de Él, como ya he dicho anteriormente.

En el capitulo 1 de Colosenses lo que llama la atención es la repetición del verbo orar en los versículos 3 y 9: Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;” (Col 1.9-10 RVR60) “Ello nos muestra en primer lugar que Pablo era un hombre de oración y en segundo lugar que la oración tenía dos propósitos: ser llenos del conocimiento de Dios y andar como Dios se merece. Pablo ora para que seamos llenos del conocimiento de Dios, en concreto se esta refiriendo a un “sobreconocimiento”, esto es a un conocimiento más profundo y completo en contraste con el simple conocimiento que algunos se habían puesto como meta y propósito de su vida. Este “sobreconocimiento” no es un mero discernir conceptual, sino un conocimiento personal de Dios que brota de una comunión de vida con la persona de Jesús más que con un concepto teórico o intelectual del mismo. Estoy hablando de conocer verdaderamente cual es la voluntad de Dios, esto es algo más que hablar y pedir a Dios, es que estemos atentos al mensaje que él tiene para nosotros, para que, como el mismo Pablo dice en Efesios 5:17, “no seamos insensatos, sino entendidos de cual sea la voluntad de Dios”. Si no llegamos a saber cual es la voluntad de Dios somos dignos de conmiseración, somos unos pobrecitos, por no decir unos alocados en la fe, ya que no llegaremos realmente a conocer al Dios que decimos adorar en todas sus excelencias.

Pero como he dicho Pablo ora a Dios por dos cosas  la primera la acabamos de ver para que seamos “llenos de conocimiento” y la segunda para que esa llenura nos haga andar “como es digno del Señor” (v.10). Este tema de “andar” es un tema que se repite a lo largo de todo el Nuevo testamento, enseñando que la vida del cristiano no es solamente agradable a Dios “en las cosas de la iglesia”, sino en todo. Toda nuestra vida en forma completa debe de serle agradable; el creyente que anda en la voluntad de Dios, es decir el que le conoce, lo demuestra en su comportamiento en el vivir diario y esto incluye, lógicamente, también todas sus actividades fuera de la comunidad cristiana. ¿Para que tanto conocimiento y tanto andar como Dios se merece? “Para que produzcamos  fruto”. Ahora bien dar fruto no es sólo ganar personas para Cristo, sino sobre todo y antes que nada hacer toda buena obra, y esta  debe ser la característica principal del creyente que esta creciendo en el conocimiento de Cristo, pues no es posible conocerle más y no abundar más en buenas obras. Existe una relación proporcional entre las buenas obras y el conocimiento de Cristo, cuanto más le conozco más frutos buenos uno produce. Es más llegará un momento en que nuestro conocimiento de Cristo será tal, en que  habremos llegado a tal grado de intimidad con él, que esas buenas obras se producirán en nuestra vida de una forma natural, así como las plantas vivas producen sus frutos con toda naturalidad y nadie se pregunta porque, por qué es lo que se espera de ellas.

Además se produce algo que podría parecer una paradoja y es que cuanto mayor es nuestro conocimiento de Cristo mas le comprendemos y le entendemos. No se produce como podría parecer un ahondamiento en lo desconocido que nos va llevando hacia pozos de oscuridad de los cuales es difícil salir, sino que por el contrario el crecer en  el conocimiento de Cristo nos va dando no solo más  luz, sino que cada vez es de más intensidad, que hace que se vaya disipando esa  oscuridad, ese misterio que rodea a todo lo divino, haciendo que lo que antes eran sombras que apenas llegábamos a distinguir, ahora se muestren con toda nitidez  ante nuestro entendimiento. Cada vez es menos velada la visión de Dios que el espejo, a través del cual ahora vemos, nos presenta, el cara a cara que Dios nos promete, al crecer en su conocimiento es más cercano.

Pero no sólo le comprenderemos mejor, sino que ese mayor conocimiento nos llevara a obtener la fuerza necesaria no sólo para vivir la vida en esta tierra, sino para vivirla como Él quiere. Se trata de una fuerza especial que se recibe cuando conocemos  todas sus promesas y por tanto nos apropiamos de ellas, cuando conocemos sus mandamientos, los cumplimos y por tanto recibimos las  bendiciones prometidas, cuando conocemos lo que esperamos a pesar de no verlo y vivimos con la convicción de  su certeza. Esta fuerza no tiene límites naturales como la fuerza del hombre, ya que procede de Dios y por tanto será mayor cuanto mayor sea la potencia, el conocimiento, de Dios en nosotros. Pero que quede claro que no se nos da para satisfacer nuestros deseos, sino con la finalidad de soportar y vencer cualquier aflicción o problema con el cual nos podamos encontrar mientras estemos en este mundo. Aquí podíamos aplicar lo que el apóstol Pablo les dice a los corintios: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros…” (1ª Corintios 11:30), ¿Por qué? “Porque no nos examinamos a nosotros mismos” (1ª Corintios 11:31) , pues si lo hiciéramos descubriríamos que a veces lo que sabemos de Cristo es nada en comparación con lo que podríamos llegar a saber.

En este mismo sentido el Apóstol Pedro nos exhorta de una manera positiva y firme y dice: “Más bien crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (1ª Pedro 3:18). Pedro se dirige a creyentes que ya están madurando espiritualmente, pero Pedro sabe que hay más y no quiere que se queden ahí y por eso los anima a continuar haciéndolo ya que el proceso de crecimiento es la tarea que le corresponde hacer a cada convertido. Este proceso no es un modo de vida pasiva, sino uno en el que cada creyente tiene una participación activa, debe de ser buscado y no esperar a que llegue milagrosamente. Pedro nos  insta a los creyentes a apropiarnos de las cualidades espirituales de la gracia y del conocimiento que Jesús nos otorga a todos los que hemos nacido de nuevo. El conocimiento de Cristo y el conocimiento acerca de Cristo constituyen además de un medio para crecer en la gracia una salvaguardia contra la herejía y la apostasía, ya que nuestro conocimiento acerca de Cristo no sólo nos hará más fuertes espiritualmente sino que el conocerle mucho más profundamente impedirá los vaivenes de nuestra fe que a veces nos llevan a no creer, a dudar, a renegar de ella y además nos mantendrá en la sana doctrina, en la doctrina de Dios y no en las doctrinas de los hombres. En resumen Pedro nos anima a los cristianos a ser cada vez más como nuestro Maestro manifestando en nuestra vida las características de Él. El verdadero conocimiento afecta a la totalidad de nuestra personalidad: mente, emociones y voluntad y tiene como centro a nuestro Señor y Salvador Jesucristo a quien debemos dar toda la gloría y la honra.

El apóstol Juan en el capitulo nº 4 en el relato de la “Mujer Samaritana” nos da un ejemplo de crecimiento en el conocimiento de Cristo. Observemos cómo a lo largo de la conversación que la mujer va teniendo con Cristo ella va adquiriendo un mayor conocimiento acerca de quien es realmente  su interlocutor y así en el versículo nueve se refiere en primer lugar a Jesús como “judío”: “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?”. En el versículo once ya se refiere a Jesús como “Señor”: “La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?”. En el versículo diecinueve, según va avanzando la conversación,  ya empieza a darse cuenta de que Jesús no es una persona como las demás y empieza a reconocerle como “profeta”: “Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta”. Pero a medida que va descubriéndose ante Jesús y este le va llegando con sus palabras al corazón, ella empieza acordarse de que ya alguien en el Antiguo Testamento había hablado de que iba a venir un Mesías y no se porque ella pensó que podía ser la persona que tenía delante y le dijo en el versículo veinticinco: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.” Con esta afirmación en realidad lo que estaba  haciendo era preguntarle si no era él “El Mesías”, pues a ella le estaba declarando muchas cosas que sólo ella y Dios podían saber. A lo cual Jesús la  respondió, confirmándole sus sospechas: “Yo soy, el que habla contigo.” (V.26) ¡Que maravilla de progresión! ¿Pero os habéis fijado como se ha desarrollado este conocimiento acerca de quien era Jesús? ¿Vosotros creéis que esta mujer podría haber llegado a conocer realmente quien era Jesús si después del primer intercambio de palabras ella se hubiera marchado? No, ella en ese primer contacto ya percibió algo que de alguna manera le obligaba a seguir escuchando a aquel hombre y quería saber más acerca de él, por ello siguió haciéndole preguntas, buscando respuestas a sus dudas. Y cuanto más hablaba con él mas quería conocerle, pues se daba cuenta como sus palabras iban produciendo en ella una liberación de sus errores, de su ignorancia y como la hacían desear esa agua viva que le iba a quitar definitivamente la sed. En pocas palabras ella llego a conocer profundamente a Jesús por su cercanía con él. Sólo el estar cerca de Cristo nos podrá llevar a conocerle tal y como es y sólo de esta manera iremos día a día creciendo más en su imagen e iremos eliminando la imagen del mundo que todavía pueda haber en cada uno de nosotros.

El deseo del Señor de que le conozcamos en toda su magnitud, en toda su grandeza no ha menguado en estos tiempos. Pero por desgracia nuestras congregaciones, están compuestas por un cada vez más preocupante número de hermanos que no logran echar mano de la plenitud de vida que él ofrece. A pesar de los años que llevan en la iglesia, continúan tomando leche, continúan andando a gatas, continúan  paralizados por las mismas angustias y tristezas que los caracterizaban antes de su conversión. El pasado, como un verdugo implacable sigue estando ahí, los atormenta a cada paso de la vida y el presente sigue sin tener sentido para ellos, siguen sin ver más allá de la angustia que les presenta cada día. La presencia de estos cristianos en nuestro mundo, y por tanto también en nuestras congregaciones, debe de constituir un punto de reflexión, una llamada de atención acerca de  la forma en que hemos abordado la experiencia de ser cristianos. Tal vez hemos dado mucho énfasis a la salvación por fe y hemos dejado de lado  las innumerables enseñanzas del Nuevo Testamento    que nos exigen una relación viva con Jesús y no solamente teórica. Nos hemos inclinado por la seguridad de las estructuras inamovibles de una religión. Nos hemos conformado, para callar nuestras conciencias, con la asistencia a los cultos dominicales, como paradigma máximo  de nuestro compromiso con Dios, y en los mejores de los casos, los hemos complementado con  una desnutrida rutina espiritual diaria y todo ello lo hemos  convertido en los medios que intentan sustentar una experiencia espiritual que pierde, rápidamente, su atractivo, porque no es creible. Cuando Jesús nos  lanza su intrigante desafío —«sígueme»— no tiene en mente una experiencia limitada por horarios y espacios apartados para esta relación, te sigo pero sólo un par de horas al día o a la semana y sólo en la iglesia o en el mejor de los casos en mi casa. Él nos llama a un compromiso tan profundo y absorbente como el que puede existir en el matrimonio. Tampoco imagina el Señor que todo el esfuerzo por mantener viva esta relación provenga solo de nosotros. A veces en nuestra vida cristiana parece que nosotros lo queremos hacer todo y que Cristo esta ahí de espectador, cuando en realidad lo que él  pretende es  que comencemos a prestar atención a lo que él ha hecho ya y  está haciendo ahora, a  que aprendamos a responder a sus desafíos,  a sus demandas,  en lugar de iniciar, porque la vida abundante siempre procede de él hacia nosotros y no al revés. Muchas veces buscamos formas para agradar a Dios, para vivir vidas más cristianas sin darnos cuenta que Dios ya ha diseñado como quiere que sea nuestra vida cristiana, a veces se trata de excusas para vivir mi vida “cristiana”, para no vivir la “vida cristiana de Dios”. Por ello en vez iniciar ninguna relación con Dios lo que tenemos que hacer es responder a la relación que Él ya ha iniciado con nosotros, nos tiene que quedar claro que se trata de él y no de nosotros, que él es el Señor y nosotros sus siervos, que él es el maestro y nosotros sus aprendices.

El éxito, en el marco de esta clase de relación, es un éxito asegurado pues, mientras lo vamos descubriendo a él, «vamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (2Co 3.18). Esa transformación es tan profunda, que cuando se produce dejamos de ser nosotros para acabar siendo «partícipes de la naturaleza divina» (2ª Pedro 1:2). Transformación que debería percibirse en la vida de cada uno de nosotros en la medida que se afianza, por medio de crecer en el conocimiento, nuestra relación con Cristo. No es que ya no experimentamos los dolores y las angustias comunes a todo ser humano, sino que estas ya no representan ninguna barrera en el proceso de maduración de nuestra vida cristiana. La gente con quienes compartimos nuestras actividades cotidianas: esposa o esposo, hijos, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, amigos deberían, al igual que las autoridades  religiosas que examinaron a Pedro y a Juan, sentirse obligadas a reconocer y a decir que realmente hemos tenido un encuentro con Jesús (Hechos 4.13), que nuestras vidas ya no son iguales, que hay un antes de Cristo y un después de Cristo, que no somos los mismos  que en su día ellos conocieron, pues la belleza que ahora muestran nuestras vidas, profundamente restauradas por haber desarrollado el conocimiento de Cristo en nosotros, es al fin y al cabo ,después de todo, la marca que nos distingue como verdadero pueblo de Dios.

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