Cristo es la fuente de la verdadera felicidad I. Mateo 5: 1-12

Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 59,090 views
Notes
Transcript

INTRODUCCIÓN: El historiador y filósofo francés Voltaire escribió: “Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”.

Buena parte de los sicólogos y filósofos no han logrado un acuerdo para describir ¿qué es o dónde está la felicidad? Los materialistas aseguran que es el momento en que las personas logran obtener todo lo quieren o desean. Los emocionalistas, más parcos, dicen que es un estado de ánimo que no necesariamente implica alegría.

El común de las personas resume la felicidad con el tema de una vieja canción hispana: “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”. Un reduccionismo que le da la razón a Voltaire y su referencia a la búsqueda de un borracho.

El evangelio de Mateo recoge la enseñanza dada por Jesús, conocido como “El Sermón del Monte”. En este pasaje, nuestro Señor menciona nueve veces la palabra bienaventurados, del griego μακάριος (makarios). Una vez alégrense, del griego χαίρω (chairō). Y una estén llenos de gozo extremo ἀγαλλιάω (agalliaō).

Este pasaje muestra que el concepto de felicidad para un creyente es distinto al que maneja el mundo. Un creyente piensa y actúa como discípulo de Cristo. La fuente de nuestra alegría está en quien nos ha elegido para salvación. Como discípulos somos motivados a imitar al Señor. La fe en Jesús nos garantiza la alegría eterna en los cielos. Tener esa felicidad también es posible aquí en la tierra, cuando vivimos como copias de Jesús.

A partir de hoy comenzamos una serie de mensajes, basados en este texto evangélico, para desarrollar este tema: Cristo es la fuente de la verdadera felicidad. Nuestro enfoque de hoy: Felices viviendo para Dios

I. La pobreza que crea esperanza. Mateo 5: 3

3 «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Esta expresión estoy seguro de que volverá locos a psicólogos, filósofos y humanistas. La palabra dice que somos felices en la pobreza.

No hay nada parecido a los postulados que sobre la felicidad tiene el mundo en la que la prosperidad material es la base para disfrutarla.

¿Quién podrá estar interesado en una Iglesia que enseña que la pobreza es una demostración de felicidad?

Pero… Preste atención. El evangelio no está hablando de la pobreza material. Se refiere a Pobres en espíritu.

¿Recuerdan la parábola del Fariseo y el publicano? El primero estaba confiado en su orgullo y vanidad, se creía rico espiritualmente por su legalismo religioso. Era tan “grande” su fe, que pensaba tener el derecho de despreciar a los demás.

El publicano, por el contrario, reconoció ser pecador, se humilló delante de Dios, confió en el Señor para recibir el perdón. No hubo palabras altivas, solo humillación.

Jesús dice que “Este hombre regresó a su casa, justificado, es decir declarado justo y con el perdón, ante Dios”.

Un pobre de espíritu es verdaderamente rico y feliz. Su riqueza le es dada cuando oye la Palabra de Dios y la cree. Es rico porque tiene la seguridad de que, como dice el himno: “Todas las promesas del Señor Jesús, son apoyo poderoso de su fe”.

¿Cuál es esta promesa divina? De ellos es el reino de los cielos.

Quizás usted cuando lee el pasaje diga: “Es cierto en el cielo no habrá tribulación, enfermedad ni llanto. Pero vivo en el mundo real. Me desespero, tengo ansiedad y muchos problemas”.

Perdone que le contradiga. Pensar de esta manera es imitar al fariseo. Él pensaba que la riqueza estaba en lo que él hacía y no confiaba ni en la misericordia ni en la provisión de Dios.

Un creyente es feliz. Primero porque está seguro, aquí y ahora, que tiene el perdón, la salvación y en el cielo un lugar reservado.

Un creyente es feliz. Porque posee la compañía de Cristo, su ayuda y respuesta a sus oraciones. Cree lo que el Señor dice: “Yo he venido a proclamar las buenas noticias a los pobres”

La verdadera riqueza no está en las cuentas de bancos, sino en los tesoros acumulados en el cielo. Esos tesoros no son otra cosa que las riquezas de gracia que el Señor le ha dado.

II. El llanto que tiene consuelo. Mateo 5: 4

4 Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación.

¿Por qué se aflige, lamenta y llora la mayoría de la gente? Si hacemos una encuesta, las respuestas, en muchos casos, serán iguales. La gente se aflige por no tener dinero. Perdió el empleo o la casa. No tiene buena salud. Los hijos andan en malos pasos.

Un creyente atraviesa situaciones similares. Pero la mayor tristeza que puede sentir un cristiano es apartarse de la Palabra de Dios y los Sacramentos. En ellos tiene el verdadero consuelo. No me explico cómo alguien puede sentirse tranquilo sin escuchar las palabras de absolución ni recibir los beneficios del Sacramento del Altar por mucho tiempo. Un creyente en este estado es igual o peor que un incrédulo. Porque ha negado la fe y la eficacia de la gracia.

Un creyente acude desesperado a la Iglesia y sale feliz. Sus pecados han sido quitados. Mira con esperanza el futuro descrito para él en los cielos: Apocalipsis 21 4 Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. Ya, aquí mismo, tiene la motivación de Jesús: “Ten ánimo, tus pecados han sido perdonados”.

III. La mansedumbre que enaltece. Mateo 5: 5

5 Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad.

El mejor cuadro de la mansedumbre está pintado en la escena de la cruz. 1ra Pedro 2: 23 Cuando le maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia.

Es frecuente escuchar decir: “La mejor defensa es el ataque”. Nada más contrario a la fe cristiana que esa expresión. Los creyentes somos motivados por Jesús, quien enseña: “Aprendan de mí que soy manso y humilde”.

Lo vemos en la muerte de San Esteban, quien oró a favor de quienes lo mataban.

La mansedumbre debe ser parte de nuestra vida diaria, nuestra conducta, nuestra fe, nuestro espíritu, nuestra pureza. El nuevo hombre que Cristo ha creado en nosotros.

Ser mansos no es vengarse, sino perdonar, como el Padre nos da el perdón. Ser mansos aun cuando respondemos a quienes enseñan falsas doctrinas. Nuestra respuesta debe ser en mansedumbre. Que sea la autoridad de la Palabra, no nosotros, la que calle a los adversarios. Orando por ellos, esperando que sea la espada de dos filos, quien haga la obra en sus corazones.

Solemos pensar que la tierra como herencia está limitada a “A los nuevos cielos y tierra”. Es verdad que es parte de lo que nos aguarda en los cielos. Pero también es cierto que, aquí y ahora, los creyentes, reciben del Señor todo lo que les hace falta. “No habrá justo desamparado, ni sus hijos pidiendo comida”. Siempre Dios proveerá.

IV. El hambre y sed que son saciadas. Mateo 5: 6

6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Otro de nuestros refranes es: “Barriga llena, corazón contento”. Los cristianos somos llenos del Espíritu Santo. Estamos gozosos con todo lo que Dios nos da: Tiempo, salud, posesiones, talentos. Somos felices porque nuestros nombres están escritos en el libro de la vida. Es tan dulce el evangelio que podemos dormir tranquilos, vivir confiados y hasta morir con esperanza.

¿Cómo se puede ser feliz teniendo hambre y sed de justicia? Cuando leo este versículo pienso en las personas que no tienen la verdadera justicia. La justicia de Dios que les declara el perdón. La justicia de Dios que se revela por fe y para fe de principio a fin.

Un creyente satisfecho, lleno de Dios, es movido a compartir, a evangelizar, a esos que tienen hambre y sed del Señor. Nos mueve el amor por los perdidos. Nos mueve el deseo de que también ellos sean saciados por Cristo.

El Señor nos ha dado todo. Nosotros, controlados por Cristo, somos impulsados a ser obedientes. Obedecer el mandato supremo de Ser testigos hasta lo último de la tierra. Para que el mundo crea. Para que la gente sea saciada por el Espíritu Santo, por medio de la Palabra y los Sacramentos, de la justicia de Dios.

Conclusión

Los creyentes somos pobres, pero de espíritu, pero confiamos en el Señor y en su misericordia y eso nos hace felices. Los creyentes podemos llorar, pero tenemos lo que no tiene el mundo, el consuelo permanente del Señor y su voz en la Palabra.

Los creyentes podemos llegar a perder el control por la ansiedad, pero tenemos a un Dios manso, que nos da la mansedumbre, para “Estar quietos y conocer al Señor”.

Los creyentes tenemos hambre y sed, pero no para alcanzar nuestra justicia, pues ya nos fue dada por Cristo, en gracia sobre gracia, sino para ser testigos del poder de salvación que el evangelio dispone para todo el que crea en Él. ¡Qué feliz es vivir para Dios y depender del poder de su amor! Soli Deo Gloria. Amén.

Related Media
See more
Related Sermons
See more