Historia de las ofrendas

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La literatura se ha visto influenciada por acontecimientos externos:
entre los que destacan la crisis económica de 1857 y 1873;
así como la Gran Depresión de la década de 1930.

Entre 1844 y 1859, los adventistas sabatarios no tenían un plan de donaciones regulares, sino que dependían de las donaciones voluntarias de los lectores interesados.

Por ejemplo, durante tres meses de duro trabajo en Illinois en 1857, J.N. Loughborough recibió:
diez dólares en efectivo,
un abrigo de piel de búfalo,
su alojamiento y comida.
Durante el invierno de 1857-58, sus oyentes de Michigan le regalaron:
tres pasteles,
tres kilos de azúcar de arce,
diez bultos de trigo,
cinco bultos de manzanas,
cinco bultos de papas,
un montón de frijoles,
un jamón,
medio cerdo y
4 dólares en efectivo.
Después de pasar el verano en Wisconsin, cuatro meses de predicación le dieron sólo:
veinte dólares en efectivo
Comida.
Alojamiento.
Gastos de viaje.
Otro ministro en 1859, después de conducir un equipo de caballos en un recorrido de 320 kilómetros y tres semanas, durante el cual predicó catorce veces,
regresó a casa con sólo cuatro dólares en el bolsillo.
El resultado inevitable de estas donaciones esporádicas era el trabajo ocasional para la causa: si se tenía dinero, se predicaba; si no se tenía dinero, se trabajaba en la granja o en la carpintería.

Entonces llegó la crisis económica de 1857, la primera a nivel mundial.

Provocado por los negocios fraudulentos y la posterior quiebra de la Ohio Life Insurance and Trust Company [entidad bancaria para el sector agrícola en Estados Unidos], este pánico financiero causó la quiebra de numerosas empresas, el declive de la industria ferroviaria y el despido de cientos de trabajadores.
Las acciones del ferrocarril habían sido objeto de compras cada vez más especulativas, lo que no hizo sino empeorar las cosas cuando la burbuja estalló en agosto de 1857. En la primavera de 1858, el crédito comercial se había agotado; los comerciantes estadounidenses experimentaron una disminución de las ventas y los beneficios; decenas de bancos cerraron; numerosos ferrocarriles se declararon en quiebra; los trabajadores sufrieron recortes salariales del diez por ciento; y muchos agricultores perdieron sus tierras debido a los embargos bancarios. La nación no salió de esta depresión hasta que comenzó la Guerra Civil en 1861.
La zona más afectada de Estados Unidos fue la región de los Grandes Lagos, donde los adventistas habían establecido su sede en Battle Creek en 1855.

En abril de 1858, Jaime White describió el pequeño grupo de hermanos predicadores.

Como “sumidos en la pobreza, la salud y el ánimo deteriorados”.
Había que hacer algo pronto para sostener financieramente la causa o el Movimiento Adventista se hundiría.
En febrero de 1859, un Comité de tres hombres en Battle Creek propuso un Plan Sistemático de Benevolencia.
Basado en 1 Corintios 16:2
(el primer día de la semana,
cada uno de ustedes
aparte y
guarde algún dinero).
2 Corintios 8:12-14 (enfatizaba el principio de equidad), y 2 Corintios 9:5-7 (Dios ama a los dadores alegres).
En términos prácticos, el comité instó a los varones de 18 a 60 años a dar semanalmente entre 5 y 25 céntimos [entre 1,74 a 8,94 dolares actuales]; a las mujeres, entre 2 y 10 céntimos [entre 0,72 centavos de dólar a 3,48 dolares actuales]; y a ambos grupos, entre 1 y 5 céntimos más por cada 100 dólares en propiedades.
Cabe señalar, sin embargo, que los enfermos, los ancianos y los menores de 18 años no debían participar en el Plan Sistemático de Benevolencia.
También cabe mencionar que en ningún momento algún líder adventista hizo referencia a Malaquías 3:8-10 (diezmar los ingresos propios); nadie utilizó el término “sacrificio” para este plan; ni ningún escritor enfatizó inicialmente las bendiciones divinas que se obtendrían al dar.
En su lugar, los artículos de la Review hacían hincapié en las grandes necesidades de la causa y en la bondad, igualdad y el carácter no sacramental de lo que popularmente se llamaba “el Plan de la Hermana Betsy (S.B.)”.
Todos los domingos, el tesorero local de la Hermana Betsy visitaba la casa de cada miembro, llevando un baúl o cartera de mano y un libro de registro con recibos. “Todos lo esperan, y todos se preparan para recibirlo, y lo reciben con las manos abiertas y sentimientos generosos”.
Conforme avanzaba en las décadas de 1860 y 1870, el Plan de Benevolencia Sistemática se basó en el principio del diezmo: se instaba a los trabajadores a tiempo completo a dar un diezmo o el 10% de su ganancia anual a la causa.
Puesto que Jaime White estimó que la ganancia de una persona representaba alrededor del 10% del crecimiento anual de sus activos, en realidad, el Plan de Benevolencia Sistemática representaba a sólo el 1% de los ingresos totales de una persona para cualquier año dado.
Pero en Ohio, se esperaba que los miembros pagaran un “impuesto anual a la iglesia” del 2% basado en la tasación de sus propiedades realizada por el tesorero.
Si bien hubo resistencia al “Plan de la Hermana Betsy” y en ocasiones se hizo un mal uso de los fondos para la construcción o el mantenimiento de las iglesias locales, en general, el Plan de la Hermana Betsy volvió a encaminar financieramente al Movimiento Adventista durante los siguientes veinte años.

Loughborough declaró en junio de 1861 que “ha sido la salvación de la causa de la verdad presente de la bancarrota”.

Entre 1859 y 1879, un flujo constante de fondos y ofrendas de la S.B. permitió a la naciente denominación construir numerosas iglesias; formar una docena de Asociaciones locales y una Asociación General; fundar una editorial, un sanatorio y una universidad; y enviar un grupo de misioneros a Europa. En una palabra, todo iba de maravilla hasta la crisis económica de 1873.
La crisis económica conocida como “El Pánico de 1873” fue una crisis financiera que provocó una depresión en Europa y Norteamérica que duró hasta 1879 (incluso más en Francia y Gran Bretaña).
La causa fueron las desenfrenadas inversiones especulativas en ferrocarriles (el segundo mayor empleador después de la agricultura), muelles de embarque y fábricas; la eliminación de la moneda de plata en Alemania y Estados Unidos; los crecientes déficits comerciales; las repercusiones mundiales de la guerra franco-prusiana de 1870-71; y las enormes pérdidas materiales del incendio de Chicago de 1871 y del incendio de Boston de 1872. El detonante inmediato, sin embargo, se produjo a miles de kilómetros de distancia, en Viena, la capital del vasto Imperio Austrohúngaro, que en 1873 dejó de acuñar monedas de plata. Esto hundió la industria minera de plata del Oeste, redujo la oferta monetaria nacional y provocó que Estados Unidos abandonara su propia moneda de plata. Cuando el presidente Ulysses Grant restringió la oferta monetaria, aumentaron los tipos de interés, lo que empeoró las cosas para los deudores. Estos factores acumulados pronto desencadenaron una reacción en cadena de quiebras bancarias, el cierre de la Bolsa de Nueva York, la quiebra o bancarrota de 110 ferrocarriles estadounidenses, el cierre de 18.000 empresas y el despido de miles de trabajadores. De nuevo, la crisis económica de 1873 golpeó con especial fuerza a Michigan cuando sus empresas madereras quebraron.
En estas difíciles circunstancias, el plan de la hermana Betsy de dar el 10% de la utilidad anual ya no proporcionaba fondos suficientes para mantener en marcha el tren del Evangelio. Paradójicamente, aunque Jaime White había rechazado en abril de 1861 “el sistema israelita del diezmo” como “el plan de Dios para el sacerdocio levítico”, y no vigente para los adventistas de hoy, la crisis económica de 1873 le obligó a él y a otros líderes a volver a consultar el Antiguo Testamento.
En una serie de artículos publicados en la Review en la primavera de 1876, Dudley M. Canright se refirió ahora a “El plan bíblico para sostener el ministerio” basado en Malaquías 3:8-11. “Dios exige que el diezmo, o la décima parte, de todos los ingresos de su pueblo debe darse para sostener a sus siervos en sus labores”, escribió. “Fijaos” – agrego – “el Señor no dice que deberías darme el diezmo, sino que dice que la décima parte le pertenece al Señor”.
Por lo tanto, como el diezmo ya pertenecía a Dios, los creyentes se contentaban con devolvérselo.
Así, de un plumazo, Canright cambió todo el pensamiento adventista previo sobre el diezmo. Los creyentes no pagan el diezmo como un “impuesto de la iglesia”, sino que lo devuelven a Dios como propiedad de Él.
Además, no deben dar la décima parte de su utilidad anual para otro, sino la décima parte del total de sus ingresos anuales.
Además, Canright y Ellen White cambiaron ahora el enfoque de la predicación del diezmo en los documentos de la Iglesia. Enfatizaron las bendiciones divinas que recibía el dador generoso. Resaltaron cosas como el té, el café, el tabaco, el alcohol, los bailes, el teatro y las joyas que los adventistas evitaban gustosamente, ahorrando así miles de dólares anuales que podían donarse a la causa de la Verdad Presente.
Durante la década de 1880, los adventistas de todas partes adoptaron el plan del diezmo completo (excepto los hermanos de Arkansas, que todavía seguían el Plan Sistemático de Benevolencia a finales de la década de 1890). Pero Ellen White declaró repetidamente en sus Testimonios que, cualquiera que fuese el nombre que se le diera, “la Benevolencia Sistemática [o Diezmo] no debe convertirse en exigencia sistemática”.
Entonces llegó la Gran Depresión de la década de 1930. Esta crisis económica, desencadenada por el derrumbe de Wall Street el “martes negro” (29 de octubre de 1929), fue mucho peor que cualquier “crisis” anterior debido a las condiciones de sequía del Dust Bowl occidental. El colapso provocó el cierre de bancos, el desempleo masivo, la falta de vivienda, el hambre, la desesperación y el desaliento de decenas de miles de estadounidenses y millones más en el extranjero. Entre 1929 y 1931, cerraron más de 20.000 empresas y negocios, quebraron más de 3.000 bancos (el 10% del total del país) y los suicidios se dispararon a 18,9 por cada 1.000 habitantes. En 1932 los proyectos de construcción habían caído un 80%; en 1933 más de 12.000.000 de estadounidenses estaban en paro (el 25% de la población) al cerrar 70.000 fábricas. El comercio internacional se contrajo en un 70%.
Como Estados Unidos carecía de un sistema de asistencia social, las colas para comprar pan se extendían a lo largo de varias cuadras en las principales ciudades, y las iglesias y organizaciones benéficas establecieron comedores de caridad. Miles de hombres y mujeres sin hogar vivían en chozas construidas apresuradamente en terrenos públicos; el 50% de los niños estadounidenses no tenían comida, cobijo o atención médica adecuados. Miles de vagabundos viajaban en trenes de mercancías por todo el país en busca de cualquier tipo de trabajo, especialmente los que habían vivido en las Dakotas, Nebraska, Kansas, Oklahoma y Nuevo México (el corazón del Dust Bowl que destruyó 160.000.000 de hectáreas de tierra y dejó a 3.000.000 de personas sin hogar y empobrecidas).
Durante la Gran Depresión, a medida que la Iglesia Adventista experimentaba importantes reducciones en el apoyo financiero, la retórica de los líderes respecto a los diezmos y las ofrendas se hacía cada vez más minuciosa y didáctica. En 1932, el punto más bajo de la Depresión, se publicó el primer Manual de la Iglesia. Enfatizaba por primera vez, en la historia adventista, el deber de los líderes de las iglesias locales en cumplir con el pago de los diezmos. “Un hombre [sic] que no dé ejemplo en este asunto no debe ser elegido para el cargo de Anciano”, afirmaba, añadiendo que “todos los oficiales de la iglesia deben diezmar”. Aunque el Manual estaba de acuerdo en que el pago del diezmo “no se considera una prueba para ser miembro de la iglesia”, aquellos “empleados de la Asociación, Ancianos de iglesia, otros oficiales y líderes institucionales que no paguen el diezmo, no deben continuar en sus cargos”. De hecho, en 1951, el Manual de la iglesia establecía que los líderes de la iglesia que no fueran fieles en el pago del diezmo no sólo debían ser expulsados del cargo de Anciano local, sino también excluidos de cualquier otro cargo en la iglesia. Tres años más tarde, el Manual para Ministros apretó la soga alrededor del cuello de los obreros que no pagaban el diezmo al estipular que “no se mantendrá en el empleo denominacional a ningún obrero que sea desleal en el pago del diezmo, ni se le [sic] transferirá a otra Asociación a menos que [sic] cambie”.
En 1932, por primera vez, el diezmo entró en la lista de “Creencias Fundamentales”. El número 18 declaraba:
Que el principio divino de los diezmos y ofrendas para el sostenimiento del evangelio es un reconocimiento de que Dios es el dueño de nuestras vidas, y que somos mayordomos que debemos rendirle cuentas de todo lo que Él ha confiado a nuestro cuidado.
Del mismo modo, el diezmo entró por primera vez en la lista de votos bautismales en 1951, al preguntarse en el número 10. “¿Cree usted en la organización de la iglesia?
¿Crees en la organización de la iglesia, y es tu propósito sostener a la iglesia con tus diezmos y ofrendas, tu trabajo personal y tu influencia?”.
Pero en 1985, cuando el Concilio Anual propuso varias revisiones significativas en el área del diezmo, las ofrendas y el empleo en la iglesia, la redacción de sus propuestas revela que todavía reinaba la confusión en los círculos oficiales. Su definición de “un diezmo fiel” incluía las palabras “una décima parte de sus ingresos o ganancias personales”. Sin embargo, como es sabido, ambos términos no son lo mismo.
El creciente número de llamamientos por parte de iglesias locales e instituciones adventistas autónomas para obtener una parte del dinero de los miembros también redujo drásticamente las ofrendas misioneras, que pasaron de un máximo del 28,6% del diezmo en 1934 a un mínimo del 6,5% en 1985. Además, mientras que el 68% de los miembros de la Iglesia en la década de 1980 calculaba su diezmo en función de los ingresos brutos personales, el 29% lo hacía en función de los ingresos netos después de impuestos, y alrededor del 3% lo hacía en función de la cantidad que quedaba después de deducir los principales gastos de consumo. Además, no era raro que algunos ministros adventistas apoyaran el diezmo de los ingresos netos. Otros instaban celosamente a dar un diezmo doble, mientras que algunas asociaciones en la década de 1980 pregonaban el plan 10%+10%+ de diezmos y ofrendas. Por lo tanto, en sentido práctico, el concepto adventista del diezmo y la ofrenda sistemática se encuentra todavía en un proceso de cambio y puede evolucionar durante las próximas décadas en respuesta a las crisis financieras externas y a las decisiones del liderazgo de la iglesia.
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