Por saberlo callamos, por callar olvidamos

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El evangelio de este domingo, II de Epifanía, da pie para dedicar nuestra explicación de la Palabra de Dios para hablar sobre la responsabilidad que tenemos todos los creyentes de dar testimonio, como lo hizo San Juan Bautista, de la forma en que Jesús ha impactado nuestras vidas y desea hacerlo en todas las personas

San Juan Bautista, en su predicación, habló de los atributos de Jesucristo: Predicó sobre su preexistencia antes de todas las cosas. Aseguró que su venida es el grado superlativo de la gracia: más gracia y también de su divinidad. Jesús es Dios, la segunda persona de la Santa Trinidad.

Una síntesis de su ministerio: Juan predicaba el evangelio y alimentaba a los oyentes con la sana doctrina.

Nosotros escuchamos y creemos las palabras del evangelio que nos presenta a Jesús como El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. La pregunta, tema de hoy, es: ¿Qué hacemos con este conocimiento?

La obra del Cordero de Dios

Juan tenía como escuchas a muchas personas. Algunas no creyentes, pero interesadas en oírlo. Otros curiosos con este predicador. Pero también estaban allí los líderes religiosos de su época. Él aprovechaba cada oportunidad para dejar sonar el evangelio con todo su poder. Textualmente predicó: Juan 1: 29 — ¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!

Los judíos estaban claros sobre el significado del Cordero: Un sacrificio a Dios por los pecados que cometían. El cordero llevaba sus pecados. Ellos proveían el cordero expiatorio, pero Juan dice, señalando a Jesús que estaba presente: — ¡He aquí el Cordero de Dios...!

Este Cordero no era solo para expiar los pecados de quienes ofrecían el sacrificio, Jesús fue enviado para ¡Quitar el pecado del mundo! Quitar tiene varios significados, Levantar, Cargar, llevarse. Una manera perfecta de predicar la obra de Jesús por toda la humanidad es decir que ¡Jesús levantó, cargó y se llevó el pecado de todos nosotros! En palabras de San Juan Evangelista: “Él es la propiciación por nuestros pecados, pero no solo por los nuestros, también por los de todo el mundo”. 1ra. Juan 2:2.

El mensaje de Juan continúa. Les dice a quienes le habían escuchado sobre la venida del Mesías, que era Jesús el centro y motivo de su mensaje: Juan 1: 30 Este es aquel de quien dije: "Después de mí viene un hombre que ha llegado a ser antes de mí, porque era primero que yo." 31 Yo no le conocía; pero para que él fuese manifestado a Israel, por eso vine yo bautizando en agua.

Si comparamos la historia de los nacimientos de Juan Bautista y Jesús, como están escritos en los evangelios, es fácil deducir que Juan no estaba hablando de la existencia física de Cristo, porque Juan era mayor que él. Juan se refería a la existencia de Cristo antes de todos los tiempos y que el bautismo que administraba, era parte de su misión preparatoria a la llegada del Salvador.

En su predicación, el hijo de Isabel y Zacarías, confiesa cómo conoció al Jesús como Salvador: Juan 1: 32…—He visto al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y posó sobre él. 33 Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: "Aquel sobre quien veas descender el Espíritu y posar sobre él, éste es el que bautiza en el Espíritu Santo."

Su confesión de fe es más directa en el siguiente versículo. Juan habla de corazón, confiesa con su boca: Juan 1: 34 Yo le he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. Esta fue la confesión posterior de Pedro, también de Tomás, pero también la nuestra. La piedra no son las personas, la piedra que congrega a la Iglesia, por la acción del Espíritu Santo, es confesar que Jesús es el Hijo de Dios, enviado, entregado, dado por el Padre para la salvación.

El mensaje del Cordero de Dios

Es admirable el ministerio de San Juan Bautista. Él nunca dejó de predicar que preparaba el camino del Mesías. Su bautismo para arrepentimiento y perdón era señal anticipada del plan de Dios. Pero cuando fue testigo de la manifestación de Dios Trino y Uno, “Padre, Hijo y Espíritu Santo”, compartía con insistencia de Cristo: Juan 1: 36 … — ¡He aquí el Cordero de Dios!

Vemos un gesto en Juan que debemos imitar y decimos en una sola palabra: Evangelismo. Él comparte de Cristo, con sus más cercanos, con sus discípulos. A ellos que le habían escuchado y seguido. A ellos que esperaban la venida del más poderoso, no duda en señalarles que ya había llegado: ¡El Cordero de Dios!

El testimonio de la palabra, dada por Dios a Juan, hizo la obra, como la hizo en nosotros: Juan 1: 37 Los dos discípulos le oyeron hablar y siguieron a Jesús. La razón por la que estamos en la Iglesia. Somos parte de la familia de Dio , no por razonamiento lógico ni simpatías personales. Hemos sido congregados en la Iglesia porque escuchamos la Palabra de Dios. La palabra bendita, maravilloso medio de gracia, nos llevó a Jesús.

¿Cuál es la reacción de Jesús al ver que le seguían dos discípulos de Juan? Juan 1: 38 Jesús, al dar vuelta y ver que le seguían, les dijo: — ¿Qué buscan? El Señor conocía los corazones de ellos, como conoce los nuestros. En la respuesta de los dos discípulos expresan lo que ocurría en sus corazones: Ellos le dijeron: —Rabí -que significa maestro-, ¿dónde vives? Dicho en palabras coloquiales, ellos dicen: Señor sabemos que eres ¡El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo! Queremos escucharte a ti, aprender de ti, seguirte a ti.

Es maravilloso, cuando compartimos el evangelio con otras personas y se muestran interesadas en saber más de lo que enseñamos y quieren venir a escuchar de Jesús, oír de la obra de ¡El Cordero de Dios que quita los pecados del mundo!

Jesús mostró su amor y los motivó a seguirle. Juan 1: 39 Les dijo: —Vengan y vean. Por lo tanto, fueron y vieron dónde vivía. Las enseñanzas de Jesús hicieron la obra en el corazón de ellos, cómo lo demostramos: Se quedaron con él. Así ha pasado en muchas personas. Escuchan la Palabra de Dios y las palabras de Jesús los motivan a ser parte de la Iglesia.

Compartamos el mensaje del Cordero de Dios

No resulta difícil imaginar lo que Jesús compartió con los ex discípulos de Juan Bautista que ahora le seguían. Puedo pensar cómo el Señor les habló de cómo Dios había prometido un vencedor del pecado. Es probable que haya repasado con ellos lo dicho por Moisés, los profetas y los Salmos sobre el Mesías prometido.

Lo importante es que ellos no se quedaron con ese conocimiento como un secreto personal, como algo que debían callarse. No. Ellos hicieron todo lo contrario. Salieron a compartir, a contarlo a otros. No fueron a lo último de la tierra, buscaron a los más cercanos: Juan 1: 40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41 Este encontró primero a su hermano Simón y le dijo: —Hemos encontrado al Mesías -que significa Cristo-.

El testimonio de la palabra, como había pasado en la vida de ellos cuando la escucharon de Juan, los había impulsado a seguir a Jesús. El testimonio de la Palabra que les dio Jesús había que compartirlo. Andrés lo hizo con su hermano Pedro. Andrés Juan 1: 42a… lo llevó a Jesús.

No hay otro resultado, cuando se comparte la palabra. Es la palabra la que hace la obra, es el testimonio del evangelio que lleva a las personas a Jesús. Este es el ejemplo que debemos imitar. Compartir el evangelio de Jesús para que haya otras vidas cambiadas por el poder del Evangelio.

Hoy es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con el Señor de testificar a otros como Jesús, ¡El Cordero de Dios!, ha quitado, se ha llevado, ha cargado nuestros pecados y nos ha dado su perdón.

Hablar a otros, enseñar a otros, motivar a otros, para que ellos también vengan, vean y escuchen el mensaje del evangelio, las palabras de ¡El Cordero de Dios!

Andrés no necesitó ir muy lejos, ni a otras ciudades o países. Andrés fue a su casa, le habló a su hermano Pedro: Hemos encontrado al Mesías. En el nombre de Jesús hagamos nosotros lo mismo: Compartamos con familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo: ¡Hemos encontrado al Mesías! ¡Hemos encontrado al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo! Saber estas cosas y callarlas, es correr el riesgo de olvidarlas ¡Soli Deo Gloria! ¡Amén!

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