El día que se firmó el pacto

Éxodo: De la esclavitud a la libertad  •  Sermon  •  Submitted   •  Presented
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El día que se firmó el pacto
Éxodo 24
Muchos de nosotros hemos asistido a una boda alguna vez, y si les preguntáramos acerca de qué es lo más importante en este tipo de eventos, seguramente encontraríamos opiniones diversas.
El momento en el que los novios se besan, o cuando los padres entregan a la novia, tal vez la salida y la celebración, o la marcha nupcial. Sin embargo, el momento más importante en una ceremonia matrimonial es la lectura de los votos. De hecho, la razón por la que asistimos a una boda es porque somos testigos del pacto que dos personas hacen delante de Dios o de un juez civil.
Dicho pacto incluye algunos compromisos tanto del esposo como de la esposa, y también presenciamos el momento en el que sellan o firman ese pacto a través de la entrega de una prenda. Así es como vemos el matrimonio en nuestra cultura y es probable que haya diferencias en otras culturas, pero los elementos esenciales al menos están presentes.
El pasaje que tenemos aquí es la ceremonia de la "firma" del pacto por el cual Dios entra en una relación con el pueblo de Israel. El Señor les promete llevarlos a la tierra prometida y ser su Dios, pero les demanda obediencia a una ley que ha sido descrita en detalle.
Este capítulo 24 es también el cierre de una sección que comenzó en el capítulo 19, donde Dios propone un pacto al pueblo y el pueblo, de manera apresurada, lo acepta. A partir del capítulo 20, el Señor describe los términos del contrato, resumidos en diez leyes o mandamientos, y a partir del capítulo 21 hasta el capítulo 23, se describen los aspectos normativos o detallados de esos diez grandes artículos. Ahora estamos listos para retomar.
Entonces, aquí veremos si una vez conocidas las leyes y los detalles, el pueblo todavía quiere esta relación de pacto con Dios en la que Él les pide obediencia, al mismo tiempo que se compromete a cumplir su palabra de llevarlos a una tierra y hacerlos una gran nación.
Y es en ese sentido que quiero proponerles el siguiente argumento a desarrollar:
Dios espera que quienes entran en una relación de pacto con Él obedezcan Su ley.
El llamado a la firma del pacto (1-2)
La ceremonia por la firma del pacto (3-8)
La ratificación del pacto (9-18)
El llamado a la firma del pacto (1-2)
Este pasaje nos devuelve al escenario con el que comenzamos toda esta sección, Dios en El Monte y el pueblo de Israel en las faldas, escuchando atentamente las instrucciones enviadas por medio de Moisés.
Dios vuelve a llamar a Moisés a la montaña, recordemos que es a quien Dios ha escogido como mediador debido a lo imposible que resultaba para el pueblo estar cara a cara con Dios sin morir.
Esta vez suben junto a Moisés, Aarón y sus hijos Nadab y Abiú, y setenta ancianos de Israel, representantes del pueblo, hombres de influencia. Sin embargo, ellos solo podían acercarse hasta cierta distancia y solamente Moisés podía avanzar hasta la presencia del Señor.
No se nos dice de qué habló Dios con Moisés, pero a juzgar por lo que vemos en los pasajes siguientes, parece que le dio instrucciones para una ceremonia que sellaría el pacto con el Pueblo, al mismo tiempo qué instrucciones específicas sobre el documento final, uno que debía ser escrito y que contenía todos los detalles de la ley que Dios les estaba dando.
Es interesante como este pasaje nos revela la forma en la que Dios se relaciona con Su pueblo. Parece en principio una parafernalia sin sentido, después de todo, ¿para qué pedirle a Aarón y a sus hijos, y también a los ancianos, que subieran si no podían acercarse? Pero la realidad es que el Señor está dejando claro que Él está separado del pueblo debido a Su santidad y que solo a través de intermediarios autorizados por él podía darse una relación.
Más adelante, Aarón, Nadab y Abiú serían ordenados como los primeros sacerdotes, pero también quienes fueron responsables de la profanación del nombre de Dios.
Esto nos muestra que no siempre el experimentar lo extraordinario y sobrenatural garantiza la obediencia.
Una vez recibidas las instrucciones, Moisés está listo para bajar y poner el siguiente paso para el cierre de este pacto, en marcha.
La ceremonia por la firma del pacto (3-8)
Una vez en el pie del monte y reunido otra vez con el pueblo, Moisés les habla todas las palabras del Señor. No se sabe exactamente si se refiere a toda la ley o a lo escuchado en el último llamado en la montaña, lo cierto es que el pueblo respondió:
“Haremos todas las palabras que el Señor ha dicho”.
Eso parece una respuesta muy rápida para un asunto tan serio.
Creo que a veces, así como el pueblo de Israel, somos demasiado ligeros con nuestros compromisos y no estimamos lo que Dios demanda de nosotros.
Las cosas que Dios demanda deben ser meditadas y debemos ser conscientes que obedecerlas será un desafío, pero contamos con su ayuda.
Cuando somos demasiado ligeros en nuestros compromisos, le restamos honra a Dios, es un síntoma de que no lo estamos tomando en serio.
Jesús dijo, si alguien quiere ser mi discípulo, debe tomar su cruz y seguirme. No queremos presentar el evangelio como algo que es exclusivo y que solo unos pocos pueden vivir a su altura, pero tampoco queremos comunicar que ser un seguidor del Señor es como decir: “si sí, acepto”.
Moisés, entendiendo esto, se aseguró de que este compromiso no quedará solo en palabras, así que se apresura a solemnizarlo y da la instrucción para la celebración de un pacto. 
Lo primero, por supuesto, era dejar por escrito todo lo que implicaba el pacto, en este caso todo lo que hemos leído desde el capítulo 20—23. No sabemos cuánto le tomó esta tarea, pero es evidente que Dios quería que sus palabras no fueran una mera tradición oral, finalmente, lo escrito, escrito está. 
Lo segundo, fue elegir un altar compuesto por doce columnas, la cuales representan que es un pacto que involucra a todo el pueblo, sin excepción. 
En tercer lugar, envío a jóvenes Israelitas a ofrecer dos tipos de sacrificio: holocaustos y ofrendas de paz al Señor.  El hecho de encargar esta tarea a los jóvenes es porque todavía no había un sistema de sacerdotes: estos muy posiblemente eran los primogénitos, como una manera de garantizar que las siguientes generaciones estarían comprometidas con el pacto, no solo la actual. 
Los holocaustos eran ofrendas que se quemaban del todo y que involucraban una rendición completa a Dios. Por otro lado, en las ofrendas de paz quienes ofrecían el sacrificio también podían participar de Él. Solo se ofrecía la sangre y la grasa y era una forma de representar comunión entre las partes. Este era un pacto que estaba enmarcado en una relación: Dios y Su pueblo. No un acuerdo entre dos desconocidos. 
Luego, Moisés derramó la sangre del pacto y roció el altar, esto es, Dios declarando su compromiso con la nación de Israel, pero la otra mitad de la sangre todavía está reservada para cuando el pueblo también declare su compromiso.
Acto seguido lee el libro del pacto en presencia de todo el pueblo, todavía el pacto no está sellado, falta la respuesta del pueblo y es por eso que vuelve a leer la ley, para que sirviera en sus mentes y esta vez ellos responden:
“Todo lo que el Señor ha dicho haremos y obedeceremos”. Ellos están diciendo: “Sí, acepto”. 
Entonces, ahora, sí, Moisés rocía al pueblo, ellos están entrando en una relación de pacto con Dios. 
Las palabras de Moisés cierran la ceremonia: “esta es la sangre del pacto que Dios ha hecho con ustedes, según todas estas palabras”. Es decir: “el pacto ya está hecho y está sellado con sangre”. 
¡Guao! ¡Qué momento más emotivo! 
Desde los días de Adán, el Señor había revelado que era por medio de la sangre de un animal inocente que se podía entrar en una relación con Él. 
Es lo que vemos en el pacto con Noé (Gen 9:1-19), en el pacto con Abraham (Gen 17:1-11) y en cada uno de ellos hay presencia de sangre y todo esto nos está apuntando a algo mucho más glorioso:
“Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso, es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive. De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado. Y además de esto, roció también con la sangre el tabernáculo y todos los vasos del ministerio. Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.” Hebreos‬ 9‬:13‬-28‬ RVR1960‬‬
Nosotros hoy hemos entrado una relación con el Padre por medio de la sangre del Señor Jesucristo. 
Hoy disfrutamos de un nuevo y mejor pacto y, por lo tanto, de una relación más plena con Dios y una que trae consigo mejores promesas. 
La sangre del pacto antiguo solo podía aplacar la ira de Dios por la desobediencia, pero no podía quitar de manera definitiva la culpa por el pecado, como si lo hace la sangre de Cristo. 
El pueblo de Israel estaba llamado a obedecer y se comprometió a hacerlo, pero sabemos que ellos no tenían la capacidad para cumplir ese pacto a la perfección, en el nuevo pacto, primero somos aceptados y luego somos llamados a obedecer porque es esa relación la que nos capacita para agradar al Señor. 
Cristo llegó la culpa, ya no hay condenación, así que ahora que somos libres de esa pesada carga podemos obedecer de manera libre y gozosa. 
Esto es lo que hace el evangelio: nos libera de la culpa para que ahora podamos andar en obediencia y santidad. 
No obedecemos para reclamar las bendiciones de Dios, ellas ya nos han sido dadás en Cristo, ahora nuestra obediencia es el deleite de agradar al que Dios su vida por nosotros. 
Algunas personas todavía piensan en que ellos no siguen a Dios por miedo a desobedecer y ser descalificados en el camino, así que prefieren quedarse al margen que comenzar la carrera y morir en el intento. Esto es un pensamiento muy común, pero equivocado. 
Nadie debe venir al evangelio con la idea de que debe ser perfecto en obediencia para luego reclamar el premio, de ser así, ninguno de nosotros podría siquiera dar el primer paso. Venimos al evangelio porque precisamente reconocemos nuestra incapacidad de obedecer a Dios, lo duro que resulta hacer Su voluntad, pero también reconocemos que Él solo está esperando, que confiemos en Su Hijo, quien por nosotros cumplió toda justicia y obedeció perfectamente y por esa gracia disfrutemos de Él. 
Mi hermano, si en este momento estás batallando con obedecer a Dios en algún área, quiero animarte. No estás solo, pero también deja de tratar solamente en tus fuerzas. Tú necesitas deleitarte en el Señor y comenzar a encontrar gozo en Él y a partir de allí, empezarás a alejarte más de ese pecado del que crees que nunca serás librado. 
La meta de la vida cristiana es deleitarnos en el que derramó Su sangre por nuestros pecados, vivir en gratitud y adoración, y eso producirá obediencia. 
Pero hay un tercer movimiento en el texto; después de esta ceremonia solemne al pie de la montaña, Moisés es llamado de nuevo arriba, pero esta vez para que sea Dios quien ratifique Su pacto y su presencia en medio del pueblo. Lo que nos lleva al tercer y último punto de este sermón:
La ratificación del pacto (9-18)
Si esto es una ceremonia, entonces lo que sigue es la ratificación del pacto con una celebración en casa de quien lo propone. 
El Señor pide a Moisés y los líderes del pueblo regresar al monte una vez más, pero esta vez hay un detalle interesante: ellos comieron y bebieron. 
La escena es gloriosa. Se dice que ellos vieron al Señor, no en una revelación absoluta, por su puesto, pero estaban ante su presencia. 
El Señor acababa de ratificar que en efecto está entrando en una relación de pacto con Su pueblo.  
Aquí la figura de una comida nos es familiar, porque es justo eso lo que celebramos en la Cena del Señor y lo que celebraremos en cuando el Señor venga por segunda vez.  
Cada vez que participamos de la cena estamos recordando que el Dios santo y sublime tiene una relación de pacto con pecadores redimidos como nosotros. 
Moisés también hace los arreglos para recibir la ley y en medio de una espesa nube, el Señor les escribe de su puño y letra el resumen de las demandas de su pacto: los Diez Mandamientos en piedra. 
Moisés entró a la presencia del Señor por cuarenta días y cuarenta noches. No sabemos en detalle qué pasó allí, pero lo importante para nosotros es qué tal como el pueblo se había comprometido a obedecer, Dios estaba comprometiéndose a cumplir sus promesas. 
Este pasaje nos muestra que Dios se complace en tener un pacto con Su pueblo. Él no es un Dios distante. 
Más adelante veremos que ahora el pueblo está listo para que la presencia de Dios habite entre ellos en un tabernáculo. 
Esto es exactamente lo que sucede con nosotros. Una vez creemos en Cristo y entramos en una relación de pacto con Dios por medio de la sangre de Cristo, recibimos la presencia de Dios en el Espíritu Santo. 
Todos los que hoy están en Cristo gozan de la presencia de Dios en sus vidas.  
Gracias damos al Señor por concedernos por medio de Cristo un privilegio tan grande como el de gozar de una relación con Él y de su presencia. 
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