Una fe que es como un eco

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1 Thessalonians 1:8–10 NBLA
8 Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no solo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada. 9 Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de ustedes, y de cómo se convirtieron de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, 10 y esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.

Introducción

Creo que lo expresado por Pablo en el primer capítulo de su primera carta a los tesalonicenses debe ser el sueño de toda iglesia local y por ende debe ser el sueño de nosotros como iglesia; que se hable así de nosotros. Que nos describan de esta manera.
Sus palabras demuestran que Pablo está profundamente agradecido a Dios por los tesalonicenses. En especial por la manera en que se conducen, tanto entre ellos como con los de afuera.
Pablo comienza celebrando su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su esperanza en el regreso del Señor Jesucristo.
Pablo anima a los tesalonicenses recordándoles que ellos son amados de Dios, escogidos por Dios y miembros de la familia de Dios.
Pablo celebra que los tesalonicenses son la evidencia del poder del Evangelio para salvación.
Pablo celebra que los tesalonicenses fueron buenos discípulos al imitarle a él perseverando en medio del sufrimiento y produciendo mucho fruto. Especialmente demostrando el gozo del Espíritu Santo en medio de las tribulaciones.
Pablo no solo celebra que los tesalonicenses le imitaban sino que se convirtieran en un ejemplo; en un patrón para los demás creyentes de lo que significa vivir la verdadera vida cristiana.
Pablo celebra el fruto de su trabajo misionero inicial en Tesalónica. Y lo celebra no de manera presencial. No porque los haya visitado y haya sido testigo ocular. Tampoco porque la iglesia le enviara un reporte todos los meses del progreso de la misión.
Pablo se entera de lo que está pasando con los tesalonicenses por el testimonio de creyentes en otras regiones.
El testimonio de los tesalonicenses fue tan poderoso que se esparció por todas partes.

Como un eco

Mire como dice el verso 8:
1 Thessalonians 1:8 NBLA
8 Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no solo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada.
La palabra saliendo no aparece en el texto original. Estas son palabras que se añaden en el proceso de traducción para ayudar al sentido y a la comprensión. El griego antiguo era tan complejo que una sola palabra en español o en iglesia no puede encerrar todo el sentido o el significado de una palabra griega.
Originalmente el texto diría: Porque de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado...
O sea, que algo ha salido de ustedes, sin ustedes ni siquiera darse cuenta.
La palabra que se traduce con la frase se ha escuchado es execheo.
Esta palabra se define como la acción de circular audiblemente, concebido como algo reverberante o que genera un eco audible externamente.
Esta palabra describe la acción de proclamar un mensaje.
De la raíz de esta palabra viene la palabra eco.
Pablo le está diciendo a los tesalonicenses que ellos son como una caja de resonancia. Como una bocina. Como un artefacto que genera un eco. Y el sonido que se genera es la palabra del Señor. Es el Evangelio.
A los tesalonicenses se les conocía por proclamar la Palabra de Dios. Era una iglesia evangelizadora.
Al fraile italiano San Francisco de Asis se le atribuye haber dicho lo siguiente:
Predica el Evangelio en todo momento y cuando sea necesario utiliza las palabras.
Algunos utilizan esta expresión para afirmar que con nuestro ejemplo de vida es suficiente para impactar a aquellos que aún no creen en el Evangelio.
Yo no tengo que predicar, con mi ejemplo es suficiente, piensan algunos.
Pero a veces pienso que esto es más una justificación que otra cosa. Una justificación para no predicar el evangelio. Y lo triste es que muchas veces ni lo predicamos con nuestra boca ni con nuestros actos. O sea, que vivimos de una manera que no impacta a nadie. Que no demuestra que verdaderamente somos creyentes.
Pablo le dice a los romanos:
Romans 10:17 NBLA
17 Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo.
La verdad bíblica es que nadie se va a convertir simplemente con nuestro ejemplo. La gente necesita escuchar el evangelio. La gente necesita escuchar acerca del amor de Dios. La gente necesita escuchar de la provisión de salvación que solo se encuentra en Cristo Jesús. Tenemos que predicarle el evangelio a la gente, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros vecinos, a nuestros familiares y amigos, para que puedan escuchar y para que puedan creer.
Y claro que nuestro ejemplo es importante. Porque nuestro ejemplo es la evidencia de lo que predicamos. Esa es la evidencia que va a convencer a la gente que lo que predicamos es la verdad.
Por eso el apóstol Santiago dice que:
Santiago 2:17 (NBLA)
17 ...la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta.
Los tesalonicenses entendieron esto muy bien. Y no solo lo entendieron sino que lo vivían.
No solamente de ellos salía o resonaba la Palabra del Señor por todas partes, sino que también su fe en Dios era divulgada.

Una fe ampliamente conocida

Aquí Pablo utiliza la palabra exerchomai que se traduce como se ha divulgado.
Esta palabra se define como la acción de llegar a ser ampliamente conocido y transitado.
Es como si Pablo le dijera a los tesalonicenses que su fe en Dios es ampliamente conocida por aquellos que les rodean. O sea, que la gente puede dar fe de la fe de los tesalonicenses.
Los tesalonicenses no solo eran famosos por proclamar la Palabra de Dios sino por vivirla también. No hacían una cosa o la otra. Hacían ambas.
Ellos sabían que ambas cosas eran inseparables. Porque cuando se separan, cuando se hace una cosa o la otra, entonces deja de ser el auténtico Evangelio de Jesucristo.
Cuando la Palabra solo se predica y la fe no se demuestra, se convierte en un legalismo farisaico. Y cuando la fe solo se demuestra y no se predica la Palabra, se convierte en un moralismo vacío.
Creo que esto define perfectamente el anhelo de Dios con todos sus hijos. Esta es la combinación perfecta. Proclamar la Palabra y divulgar nuestra fe.
Que la gente diga de nosotros: Ese vive lo que predica. No que digan: Ese predica la moral en calzoncillo.
Esto precisamente fue lo que llenó a Pablo de tanta alegría y gozo.
¿Y cómo lo sabemos?
Se cree que, luego de predicar en la ciudad de Tesalónica por primera vez, Pablo y sus compañeros siguieron viajando por toda la costa hacía el sur, llegando eventualmente a la región de Acaya, donde estaban las ciudades de Atenas y Corinto.
Cuando llegaron a la región de Acaya Pablo y sus compañeros se encontraron con tremenda sorpresa. Cuando se disponían a predicar el Evangelio y a demostrar su fe, alguien los detuvo y les dijo: Hermanos, ya nosotros somos cristianos.
¡Pero cómo! ¡Cómo es posible! ¡Quién les predicó!
Es que escuchamos hablar acerca de los tesalonicenses. Es que escuchamos acerca de su fe. Es que la Palabra del Señor ha llegado a nosotros como un eco desde Tesalónica.
La fe de los tesalonicenses viajó más rápido que Pablo y sus compañeros.
Por eso al final del versículo 8 Pablo dice: de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada.
Pablo escribe esto en tiempo presente: no tenemos necesidad de decir nada, porque se cree que tan pronto escuchó el testimonio de los de Acaya no aguantó la emoción y allí mismo se sentó a escribir esta carta a los tesalonicenses.
No aguantó la emoción de escuchar que una iglesia había nacido en Tesalónica, como producto de su trabajo misionera y que estaba llena de vida, perseverando y dando testimonio de su fe. Una iglesia que tan pronto nació comenzó a multiplicarse.
Es como si Pablo le dijera a los tesalonicenses:
Ustedes nos han hecho la vida fácil. Nos han facilitado el trabajo. Nosotros veníamos con todo el empuje a evangelizar a esta gente y nos encontramos con tremenda sorpresa.
Amada iglesia, esto nos enseña que no podemos hacer una cosa o la otra. Tenemos que hacer ambas. Tenemos que proclamar el Evangelio y a la misma vez tenemos que demostrar nuestra fe en Dios. Ambas son inseparables.
Si hacemos una cosa o la otra nos arriesgamos a vivir un falso evangelio.
Si no procuramos hacer ambas, nuestra fe será una fe muerta. Una fe que no sorprenderá a nadie.

Orgullosos de nosotros

Hay algo que se añadió al gozo de Pablo y de sus compañeros.
Mire cómo dice la primera parte del verso 9:
1 Tesalonicenses 1:9 (NBLA)
9 Pues ellos mismos [refiriéndose a los de Acaya] cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de ustedes...
Los tesalonicenses no solo le hicieron la vida fácil a Pablo y a sus compañeros en la región de Acaya por haber compartido su fe, sino que les prepararon el camino.
Cuando llegaron a Acaya Pablo y sus compañeros ya gozaban de una buena reputación; de un buen testimonio. Prácticamente no tuvieron necesidad de ganarse la confianza de los de Acaya. Ya ellos los conocían. Ya ellos los apreciaban. Gracias al testimonio de los tesalonicenses.
Este es el resultado, amados, de vivir la vida que los tesalonicenses estaban viviendo. Esto es lo que pasa cuando procuramos amar a la gente que queremos alcanzar, cuando procuramos la paz con todos los que nos rodean, cuando somos fieles a Dios, cuando perseveramos en la fe, especialmente en medio del sufrimiento, cuando el gozo del Señor caracteriza nuestro actuar, cuando nuestras vidas son una evidencia clara de nuestra fe, no sabemos hasta dónde puede llegar nuestra influencia, no sabemos hasta dónde puede llegar nuestra fe. No tenemos ni idea de lo que Dios puede hacer con nuestro testimonio.
Pablo no solo se alegra de que los tesalonicenses hayan hablado bien de ellos a los de Acaya sino que se alegra porque se dio cuenta, a través del testimonio de los de Acaya, que los tesalonicenses habían entendido bien el Evangelio.
Pablo se siente orgulloso porque se dio cuenta que su enseñanza fue bien recibida. Que su trabajo no fue en vano. Que al contrario. Su esfuerzo produjo mucho fruto.
Miren como continúa diciendo el verso 9:
1 Tesalonicenses 1:9 (NBLA)
9 Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de ustedes, y de cómo se convirtieron de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero,
Pablo se dio cuenta que los tesalonicenses, no solo se habían convertido al Evangelio sino que habían comprendido claramente la doctrina de los apóstoles.
Porque, amados, nuestra fe no es una fe superficial. No es un cuento de camino. Ni un cuento de hadas. Nuestra fe tiene un fundamento. Nuestra fe está fundada sobre una roca. Nuestra fe tiene una doctrina. Una regla de vida. Y es importante para nosotros como creyentes entender correctamente nuestra doctrina bíblica.
Hay gente por ahí que dice: Yo soy cristiano pero no soy dogmático. Las doctrinas son reglas de hombres.
¡Falso! La doctrina bíblica es la revelación de Dios y es nuestra guia para conducirnos en esta vida. Es imposible ser cristiano y no ser dogmático.
Y esto fue lo que emocionó a Pablo. Que los tesalonicenses entendieran correctamente su doctrina.

La conversión

Una de nuestras doctrinas es la conversión.
Una de las cosas que resonó por toda aquella región acerca de los tesalonicenses fue precisamente su conversión. Fue la manera tan radical, tan evidente de cómo se convirtieron de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero.
Si algo impactó a otros fue la conversión de los tesalonicenses a Dios.
La palabra que se traduce como convirtieron también se puede traducir como volverse o cambiar de dirección.
Es la idea de hacer un giro de 180 grados.
Eso describe precisamente lo que le ocurre a alguien que tiene una verdadera conversión. Lo que le ocurre a alguien que ha nacido de nuevo. Que ha escuchado el Evangelio y que Dios ha puesto fe en su corazón y convicción de pecado y que decide seguir a Cristo. Que decide arrepentirse de su manera de vivir y cambiar de dirección.
Es lo que Pablo le dice a los corintios:
2 Corinthians 5:17 NBLA
17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas.
La verdadera conversión es un cambio radical. Es una vuelta de 180 grados. Es tan radical que es imposible que los demás no lo noten. Es tan radical que es imposible que los demás no sean impactados por el cambio que ha ocurrido en nosotros.
Esta es una de nuestras doctrinas fundamentales.
Si tú experimentaste una verdadera conversión deben haber testigos del cambio que ha ocurrido en ti. Especialmente de los más cercanos a ti.
Alguien que tiene un verdadero encuentro con el Jesús resucitado no vuelve a ser el mismo y los demás lo notan.
Yo recuerdo, aún siendo niño, cuando papi se convirtió. Recuerdo el cambio de 180 grados. Recuerdo cómo se volvió de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero.
Recuerdo a aquel hombre que no quería saber del Evangelio ni de la iglesia cambiar radicalmente. Ser libre de la adicción al cigarrillo y al alcohol. Dejar las noches de jangueo con los panas y dedicarse por completo al Señor y a su familia.
En el barrió se escuchaba decir: Es que Papo, el hijo de Elí, se metió a la religión.
Este fue precisamente el testimonio de los tesalonicenses. Se convirtieron radicalmente. Abandonaron la creencia en los ídolos. Dejaron de adorarlos.
Reconocieron que las creencias en ídolos, creencias con la cuales habían crecido y cuyas vidas giraban alrededor de estas creencias, eran falsas. Cuando se encontraron con el Dios vivo y verdadero se dieron cuenta que los ídolos estaban muertos.
Se dieron cuenta que tenían oídos pero no escuchaban. Que tenían boca pero no hablaban. Que tenían nariz pero no respiraban. Que tenían manos pero no tocaban. Que tenían pies pero no caminaban.
Se dieron cuenta que era absurdo; ridículo que algo creado por manos humanas, con elementos terrenales pudiese tener poder.
Y quizás usted pueda decir: bueno, hoy día ya la gente no adora a ídolos.
Eso depende de cómo definamos un ídolo.
(Y si usted quiere escuchar una exposición magistral acerca del tema de los ídolos en nuestro contexto, le invito a que escuche la última predicación de Gabriela Martinez, Fábrica de Ídolos.)
En la antiguedad (y aun en muchas culturas hoy día) un ídolo era la representación de una deidad a la cual la gente adoraba. En quien la gente ponía su confianza.
Hoy día quizás la gente no adore imágenes talladas de deidades pero el corazón del ser humano sigue siendo una fábrica de ídolos. La gente sigue fabricando en su corazón cosas en las cuales poner su confianza. A las cuales adorar.
No hay tal cosa como una persona secular. No hay tal cosa como una persona no religiosa.
Nadie puede decirle a usted: Yo no creo en nada. Yo no practico ninguna religión.
Estos son los famosos nones.
Algunos antropólogos afirman que la identificación principal del ser humano no debe ser homosapiens, sino homoreligiosos.
Nuestro corazón es una fábrica de ídolos porque fuimos creados; diseñados; programados para adorar. Para estar en sumisión a Dios.
Pero el pecado lo que hizo fue desviar nuestra mirada; nuestra atención del auténtico objeto de nuestra adoración, que es Dios. Por eso la gente, irremediablemente, va a adorar a algo o a alguien.
A algo o a alguien tú adoras. O adoras a Dios o adoras a algo de lo creado por Él.
La gente no adora deidades pero adora al dinero, a las cosas materiales, la fama, el poder, las relaciones, el sexo, la política, los deportes, la profesión, el trabajo. La gente siempre va a adora aquellas cosas que aparentan ofrecerles seguridad.
Por eso Dios detesta la idolatría. Porque Él detesta que los seres humanos pongan su confianza en las cosas creadas en vez del Creador. Él detesta la idolatría porque Él no comparte su gloria con nadie. Él detesta la idolatría porque Él es el único Dios vivo y verdadero. Él detesta la idolatría porque Él es la única fuente de seguridad.
Y viviendo en medio de una de las sociedades más idólatras de la historia de la humanidad, los ojos de los tesalonicenses fueron abiertos a esta realidad. Y abandonaron sus ídolos. Dejaron de poner su confianza en ellos y comenzaron a confiar en el Dios vivo y verdadero. Y esto sorprendió e impacto a muchos.
Esa es la definición de una verdadera conversión. Tornarnos de nuestros ídolos al Dios vivo y verdadero.

La segunda venida

Los tesalonicenses no solo entendieron muy bien la doctrina de la conversión sino también la de la segunda venida.
Los tesalonicenses no solo fueron un testimonio de una verdadera conversión sino también de vivir con la esperanza del regreso del Señor Jesucristo.
Mire como dice el verso 10:
1 Thessalonians 1:10 NBLA
10 y esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.
Los de Acaya no solo le contaron a Pablo de la radical conversión de los tesalonicenses sino de su esperanza en el regreso del Señor Jesucristo.
Los tesalonicenses se volvieron de los ídolos y fijaron su mirada en los cielos. Dejaron de poner su confianza en las cosas de este mundo y comenzaron a confiar en que aquel Jesús al cual los apóstoles vieron subir al cielo y que de esa misma manera lo verán descender del cielo a restaurar todas las cosas y a reinar sobre su pueblo para siempre.

La resurrección

Los tesalonicenses no solo entendieron la doctrina de la conversión y de la segunda venida, sino también la de la resurrección.
Ellos reconocieron que para confiar en que el Señor Jesús regresará, por lógica, primero hay que creer que Él está vivo.
Los tesalonicenses pusieron su confianza en el regreso de Cristo porque primero fueron convencidos de que este verdaderamente resucitó de entre los muertos.
Aunque no estuvieron allí; aunque no fueron testigos oculares de la resurrección, la evidencia presentada por Pablo y sus compañeros fue contundente.
No puede haber una conversión sin un verdadero convencimiento de que Jesús resucitó. De que Jesús se levantó de la muerte. De que su cuerpo inerte volvió a la vida. De que la tumba está vacía. De que por 40 días el Jesús resucitado caminó por esta tierra. De que más de 500 personas fueron testigos de su resurrección. Caminaron junto a Él, lo tocaron, vieron sus heridas y lo vieron comer.

La ira de Dios

Los tesalonicenses no solo comprendieron la doctrina de la conversión, la de la segunda venida y la de la resurrección, sino también la de la ira venidera.
Los tesalonicenses no solo se convirtieron de sus ídolos para servir al Dios vivo y verdadero. No solo pusieron su confianza en el regreso del Señor Jesucristo. No solo se convencieron de la resurrección. Sino que también entendieron la razón por la cual necesitaban un Salvador.
A veces nos preguntan el por qué necesitamos un salvador y no sabemos cómo contestar. A veces nos preguntan de qué necesitamos salvación y no sabemos cómo contestar.
¿Podrías contestar esa pregunta? ¿De qué es lo que Cristo nos salva?
Los tesalonicenses lo entendieron bien.
Ciertamente Jesús nos salva del pecado. Ciertamente Jesús nos salva de la muerte eterna. Ciertamente Jesús nos salva del infierno. Ciertamente Jesús nos salva para darnos una nueva vida. Ciertamente Jesús nos salva para un día estar con Él para siempre. Ciertamente Jesús nos salva para integrarnos a la familia de Dios.
Pero todas estas cosas son implicaciones de su salvación. Son el resultado.
La pregunta sigue siendo, ¿de qué verdaderamente Jesús nos salva?
Y la respuesta es que Jesús verdaderamente nos salva de la ira venidera.
Jesús le dijo a sus discípulos:
Matthew 10:28 NBLA
28 »No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a Aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.
Pablo le dice a los romanos:
Romans 5:9 NBLA
9 Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él.
La doctrina de la salvación nos enseña que Jesús nos salva de sí mismo. De la ira que Él mismo derramará un día sobre esta humanidad.
Jesús nos salva de Aquel de quien el apóstol Juan tuvo aquella visión. Aquel semejante al Hijo del Hombre. Aquel que estaba vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y que estaba ceñido por el pecho con un cinto de oro. Aquel cuya cabeza y cabellos eran blancos como la blanca lana y como la nieve. Aquel cuyos ojos eran como una llama de fuego. Aquel cuyos pies se parecían al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno. Aquel cuya voz era como el ruido de muchas aguas. Aquel que en su mano derecha tenía siete estrellas. Aquel de quien por su boca salía una espada aguda de dos filos. Aquel cuyo rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Aquel que cuando Juan lo vio, cayó como muerto a Sus pies.
¿De qué hemos sido salvados? De la ira venidera de Dios.
Los tesalonicenses no solo pusieron su confianza en que un día Jesús regresaría para restaurar todas las cosas. Para hacer todas las cosas nuevas.
Ellos entendieron que Jesús también regresaría a juzgar a las naciones y a derramar su ira sobre todo aquel que no puso su confianza en Él.
Cuando realmente entendemos de qué es lo que verdaderamente el Señor nos salva, más grande se hace La Cruz en nuestras vidas. Más preciosa Su gracia. Más gloriosa Su sangre. Más incomprensible Su misericordia. Más inmenso Su amor. Más nos maravillamos de nuestra elección.
Y a medida que vamos entendiendo esta gloriosa verdad, no solo en nuestra mente sino en nuestro corazón, el resultado lógico es que vivamos como los tesalonicenses. El resultado lógico es que los imitemos. Que nuestras vidas proclamen la Palabra del Señor y que nuestra fe sea ampliamente conocida por todas partes.
Que de nosotros se diga: Porque saliendo de La Cumbre, la palabra del Señor se ha escuchado, no solo en San Juan, Caguas, Guaynabo, Trujillo Alto y Carolina, si no que también por todas partes la fe de La Cumbre en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada.
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