¿Así que quieres ser pastor?

1 Timoteo: La casa puesta en orden  •  Sermon  •  Submitted   •  Presented
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1 Timoteo 3:1-2
Un día tomas tu teléfono para hacer scroll en alguna red social, después de dos bajadas aparece el video, no pedido por ti, de un hombre hablando de los peligros de consumir arroz. Él no es un nutricionista, tampoco un médico especializado en metabolismo; es alguien que hace 2 años pesaba 60 kilos y comenzó a practicar crossfit, abrió una cuenta en TikTok y otra en Instagram para registrar sus avances y ahora da consejos sobre lo que debes comer.
Dos scroll más abajo sale un anuncio de un joven de unos 20 años bien vestido y con un reloj impresionante. Te aconseja acerca de cómo invertir en criptomonedas y hacerte rico en un año. Él no es un experto en finanzas y tampoco tiene idea del mercado financiero; pero un día, durante la pandemia, se encontró con un curso gratuito en Youtube para aprender a hacer traiding y ahora da consejos sobre inversión.
Podría seguir contando historias de este tipo, las cuales son cada vez más comunes. Las redes sociales nos han dejado esto como saldo: una generación de impostores. De personas que conocen un poco de algo, pero que no son expertos en nada, pero eso sí, pueden aparentarlo muy bien.
Esto puede ser solo un problema de tipo ético, aunque haya costado algunas vidas; pero es sin duda trágico cuando se trata de los que están supuestos a guiar y dirigir al pueblo de Dios.
Ninguno de nosotros querría encomendar el cuidado de su alma y el de sus familias a alguien que no es competente o que no cumple con el estándar que Dios demanda en Su Palabra para los que han de encargarse de esta sagrada labor. Es por eso que la Biblia no es ambigua en una cuestión tan importante como el llamado y el carácter de los líderes de Su iglesia, sino que nos ha dejado una guía lo suficientemente amplia y detallada para saber cómo deben vivir los que aspiran a ser pastores de su rebaño.
Pablo identificó esto rápido. Entendió que si la meta era poner la casa en orden, no solo la adoración y los roles debían ser puestos en su lugar, sino también los líderes.
Gran parte de los males de la iglesia de Éfeso habían venido precisamente por pastores no competentes que habían cambiado la verdad del evangelio por la avaricia de sus propios corazones y se habían entregado a la vanidad y el engaño.
A partir de este capítulo 3 y hasta el final del 4 toda la temática gira alrededor de la necesidad de que los que ministran como pastores sean fieles y obreros competentes, en contraste con los falsos pastores que van tras el dinero y su propia gloria y hacen extraviar el rebaño. Hoy nos ocuparemos solo de los primeros dos versos y en adelante continuaremos viendo en detalle, cada uno de los requisitos que se demandan aquí para los pastores y los diáconos y este es el argumento que quiero proponerles:
Ser pastor es una labor honrosa, pero demanda un alto estándar para aquellos que lo anhelan.
Desarrollaremos esta argumento en los siguientes encabezados:
Aspirar a ser pastor está bien
Aspirar a ser pastor implica un ser irreprensible

Aspirar a ser pastor está bien

Pablo inicia esta instrucción con una expresión que usa en varias ocasiones en la carta: “palabra fiel”. Esta es una forma de reafirmar que lo que está por decir es de vital importancia, y no es que las otras cosas no lo sean, pero es como si estas deban considerarse en una escala superior de importancia.
En estas palabras hay varias cosas interesantes que queremos ver en detalle:

Si alguno anhela/aspira:

El liderazgo pastoral es y debe ser una aspiración. Nadie nace “elegido” o señalado para ser un pastor. Es algo que comienza con un deseo genuino.
La aspiración a ser un pastor es un deseo legítimo, no hay nada de malo en querer ser alguien que sirva al Señor guiando a su pueblo, pero debemos examinar siempre cuál es la naturaleza de ese deseo.
Muchas veces el deseo por el ministerio pastoral, aunque sea genuino, puede ser impulsado por una mala motivación, el deseo de ser reconocido, el deseo de poder o de obtener algún beneficio paralelo. Si somos honestos, debemos ser capaces de someter nuestro deseo al escrutinio del Señor, pero también al de otros que conozcan nuestras vidas y nos ayuden a ver de donde proviene nuestra inclinación.
Esta también debe ser una aspiración realista y coherente. Es decir, debe ir de acuerdo con una capacidad o inclinación a las capacidades esenciales para ser alguien que preside. Si bien, no hay condiciones innatas para ser un pastor, sí hay dones y virtudes que hacen fácil prepararse para ese propósito. Yo puedo desear mucho cantar, pero debo ser consciente que hay unos requisitos mínimos para que ese deseo sea realista, coherente.
El anhelo por el ministerio pastoral también significa que nadie puede ser puesto aquí por algún accidente no premeditado. Algunas personas suelen decir en un acto, en ocasiones, de falsa humildad: yo no quería ser pastor, esto me llegó y fue en contra de mi voluntad. Y bueno, puede ser que en realidad no se haya planificado con anticipación, pero si alguien fue puesto en el liderazgo pastoral en contra de su voluntad, no debería ser un pastor. Hablando de esto, aunque en referencia a su ministerio profético, Jeremías dijo:
Me persuadiste, oh Señor, y quedé persuadido;
Fuiste más fuerte que yo y prevaleciste. (Jer 20:7)
Aun cuando la misión era difícil y en principio la rehusaba, el Señor convenció a Jeremías que ese era su llamado, pero no lo usó vulnerando su voluntad sino cambiándola y eso es muy diferente.
Otra cosa importante sobre el anhelo es tener expectativas realistas acerca de ese anhelo. Desear algo no significa que debemos tenerlo. Como veremos más adelante, el llamado al ministerio comienza con un anhelo, pero eso no es todo. Se requiere de ciertos requisitos y de la confirmación externa de los mismos.
Personas que no logran tener expectativas claras con relación a sus anhelos experimentan luego frustración y desánimo porque tales deseos no se cumplen, pero el ministerio pastoral no es la moneda que se tira a la fuente mientras cierro los ojos esperando que el deseo se haga realidad; no es algo emotivo sino realista, observable, medible, comprobable.
La iglesia local debe ser un lugar seguro para desear y aspirar al servicio. Nadie debería ser desanimado o desalentado en cuanto a esta labor, sino todo lo contrario.
Nuestra meta es ayudar a quienes tienen el deseo a examinar los motivos, a observar de cerca, a evaluar la coherencia de ese deseo y ser honestos cuando haya lugar.
Si vemos a alguien con el deseo, tampoco debemos juzgarlo como alguien aprovechado u oportunista, más bien ayudarlo en el andar, motivándolo a involucrarse en áreas de servicio en la iglesia en las que pueda descubrir mejor si es un deseo con potencial o una aspiración lejana.
Lo otro interesante que vemos en este versículo es el uso de la palabra obispado.

El obispado

La palabra que se emplea aquí es una que se refiere a un supervisor, una persona que se para en una parte alta para observar desde arriba un rebaño.
No sabemos en qué momento este cargo llegó a convertirse en oficial en la iglesia, pero aparece como uno de los ministerios que el Señor otorgó por medio de Su Espíritu a la iglesia (Efesios 4).
En principio los Apóstoles fueron los encargados del liderazgo de la iglesia, pero con el tiempo y debido a la necesidad de expansión del evangelio, la estancia de los 12 en lugares era más itinerante y conforme partían del lugar, dejaban supervisores encargados de replicar sus enseñanzas.
Estos líderes, a quienes también se les llama ancianos o pastores, tenían como misión la enseñanza fiel de la Palabra de Dios y el cuidado de los creyentes, a fin de que ellos fueran perfeccionados y crecieran en la santidad y el servicio al Señor.
Con el tiempo, estos mismos líderes fueron encomendados enseñar y supervisar a otros más nuevos en una misma iglesia o incluso en una región determinada, como en el caso de Tito en Creta, y eso fue dando cada vez más estructura a la iglesia.
Por lo que, es importante aquí que veamos este término como sinónimo o intercambiable con: Un pastor-maestro, obispo, anciano, o líder de la iglesia.
Este es entonces uno de los dos oficios de servicio en cuanto a la administración y el liderazgo en una iglesia local, el otro son los diáconos, de los que hablaremos más adelante también.
Como vemos, el Señor cuidó de que su iglesia no fuera una anarquía. Incluso, desde el diseño de la administración de Su pueblo en el desierto, la figura de supervisores, representados estos en los ancianos y jefes de las casas, era de vital importancia para garantizar que las cosas funcionaran. Esto sigue siendo así en el día de hoy y es por eso que existe la figura del pastor como el líder principal en una iglesia local.
Pero lo otro que vemos en este pasaje, es que el anhelo o la aspiración de ser pastor es algo bueno.

Buena obra desea:

Aunque aquí Pablo está elogiando a quien aspira al ministerio pastoral, también está elogiando la dignidad de la labor misma.
Muchos pastores y líderes tenían que sufrir persecución durante el primer siglo y el vituperio; algunos por evadir esto negociaban la verdad, pero ser fieles iba a tener un alto precio; era normal que algunas personas quisieran huir de esa responsabilidad y por eso se da este incentivo.
Es una pena que hoy en nuestro contexto el ser pastor no sea visto con ese mismo sentido de dignidad. Uno casi que debe disculparse antes de decir que es pastor. Hay un prejuicio generalizado con la idea de que un pastor es alguien que vive del dinero de la gente.
Es el daño del que hablamos, al principio, los impostores que han llegado al ministerio sin ser competentes de acuerdo a la Palabra de Dios, solo para llenar de dinero sus bolsillos o porque sus oportunidades no les dieron para otra cosa.
Ser pastor sigue siendo una labor digna ante los ojos del Señor. No queremos tampoco victimizar la labor, que es el otro extremo, el de presentarla en un tono lastimero, como si no fuera de por sí, al mismo tiempo, un privilegio no merecido. Y no estoy diciendo que el ministerio no sea difícil, pero nadie dijo que no lo sería, es precisamente eso lo que lo hace una labor digna.
Pastores e iglesias fieles no solo glorifican a Dios siendo el pueblo de Dios, también le glorifican haciéndole un bien a una sociedad que cada día navega sin rumbo en busca de dirección.
El trabajo arduo de alguien que está enseñando la Palabra de Dios con fidelidad trae frutos visibles a este mundo. Un matrimonio aconsejado, un hombre que guia a su familia, una esposa que modela el orden de Dios en la creación, todo eso da gloria a Dios y es un candelabro en medio de un mundo de tinieblas.
No se espera la gratitud de un mundo que aborrece a Cristo por la labor de predicar a Cristo, pero los que somos creyentes no podemos dejar de ver los frutos del trabajo de ministros fieles como algo digno, honroso, como una buena obra.
Es a esto a lo que Pedro se refiere en 1 Pedro 5:
Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona inmarcesible de gloria.
En cuanto al ministerio pastoral hemos dicho entonces: Que comienza con un deseo. Que es un deseo por un oficio concreto; Y que es una labor honrosa que el Señor recompensará.
Pero hay algo más que el deseo y es de lo que se trata el resto de esta sección, de lo que es añadido a la aspiración:ser irreprensible.

Aspirar a ser pastor implica un ser irreprensible

Hace un momento dijimos que el deseo no es todo lo necesario para llegar a ser un pastor, que se requiere algo más y ese algo es lo que Pablo llama aquí un carácter irreprensible.
No hemos que el texto no se refiere a que es opcional, es algo imprescindible.
La palabra “irreprensible” empleada aquí da la idea de alguien que no puede ser atrapado o que no puede ser señalado en alguna falta.
Ser irreprensible no significa ser perfecto o sin pecado, para lo cual nadie estaría preparado, pero si un carácter íntegro, completo, alguien cuya reputación no puede ser comprometida.
Al mismo tiempo, esta palabra es una declaración general que enmarca todos los demás requisitos. Más adelante veremos que esta irreprensibilidad debe ser en diferentes áreas: familiar, carácter personal, trato a otras personas e incluso el testimonio de los de afuera, los no creyentes.
No se está pidiendo a un candidato a pastor algo extraordinario. Dicho sea de paso, ser irreprensibles es lo que se espera del carácter de todo hombre o mujer creyente; pero en parte, los pastores deben exhibir esto como una virtud en la que no se puede ser liviano porque es alguien que está al frente no sólo liderando sino modelando.
Parte de la función de un pastor es precisamente esa, la de modelar o ser ejemplos dignos de imitar.
Las personas respondemos con mayor facilidad a los ejemplos que las instrucciones. Nos es más fácil imitar conductas que sistematizarlas por nuestra cuenta y por eso se espera que el estándar de irreprensible sea alto.
La aspiración al pastorado no es un concurso de talentos o un casting para ver quien tiene mejores habilidades de hablar o comunicar. Se trata de un compromiso serio con la integridad, la ética, la moral, la competencia, la pureza de las relaciones, la  fortaleza del carácter.
Una de las mayores tragedias de nuestro tiempo en términos del ministerio ha sido poner el carisma de un líder y su talento para comunicar por encima de su carácter.
Que alguien pueda predicar no lo hace ser un pastor porque debe haber un carácter probado que respalde esa predicación.
Y volvemos otra vez donde comenzamos; a esta pandemia de impostores. Es fácil hoy poder proyectar que se es un pastor efectivo porque tienen buen registro en cámaras y buena presencia escénica en los videos para las redes sociales y muchas veces nos llevamos de eso, pero el carácter y la integridad no es algo que se ve comúnmente en las pantallas, se ve conviviendo con las personas.
Por eso, el ser irreprensible no es algo que queda a la opinión del aspirante. No es que alguien dice: a mí me parece que yo soy irreprensible, sino que hay una lista de elementos cuantificables, medibles, que pueden ser evaluados.
Desde mi punto de vista, el proceso para poder elegir a un pastor no puede ser más completo. No es infalible, por supuesto, pero llevado con discreción puede darnos un buen margen de certeza en la elección de un candidato.
Como vemos; ser pastor no es algo que se puede designar en un culto profético estallando en emotividad.
Tampoco es algo que se produce por generación espontánea, no te levantas un día diciendo: quiero ser pastor y por eso voy a ser pastor.
Ser pastor es algo que involucra un riguroso proceso de observación y evaluación de carácter con el propósito de ver si la aspiración es respaldada con una forma de vivir irreprensible.
No encomendaríamos nuestra salud a un médico del que no podemos estar seguro de sus competencias;  del mismo modo tampoco deberíamos confiar el cuidado de nuestras almas a alguien que no puede ser probado en su carácter y competencia como alguien fiel.
La próxima semana desglosaremos mejor lo que significa esto de ser irreprensible y cuáles son las distintas áreas en las que esto puede ser observado.
Damos gracias al Señor por permitirnos estudiar este tema tan pertinente para nuestra iglesia.
Que Dios nos ayude.
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