El Cristo Resucitado (2)

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EL CRISTO RESUCITADO
(San Juan 20:11-31)
INTRODUCCIÓN
La resurrección del señor Jesucristo fue la afirmación divina de su expiación cumplida en la cruz. Cuando Dios resucitó a Jesús, declaró con eso que el sacrificio de Jesús había sido propiciación y que lo había aceptado como pago completo de los pecados de su pueblo, había también no sólo pagado la deuda sino satisfecho la exigencia de su justicia divina (; ).
Es imposible creer en el Jesús de la Biblia sin creer en su resurrección de los muertos. Rechazar su resurrección es inventar otro Jesús, es llamar mentiroso a Dios (). Quienes rechazan la resurrección de Jesucristo están fuera de la salvación (). Negar que Cristo resucitó de entre los muertos hace que cualquier forma de fe carezca de significado y sea absurda, porque la resurrección es esencial para el evangelio cristiano y la salvación (, ). Negar la resurrección de Cristo también es pasar por alto la evidencia histórica que lo afirma, como dicen los escépticos, quienes representan las “doctrinas de demonios” (). Que no es por falta de evidencias sino por incredulidad llevada por el amor al pecado.
Por último las apariciones de Jesucristo después de su resurrección aportan la prueba más convincente de su resurrección. Entre de su resurrección y su ascensión (), la Biblia registra por lo menos diez apariciones diferentes de Jesucristo: María Magdalena (); a otras mujeres que estuvieron en la tumba (); a los dos discípulos que iban en el camino a Emaús (); a Pedro (); a 10 de 11 apóstoles, sin Tomás presente (); a los 11 con Tomás presente ahora (); a siete de los apóstoles en la playa del lago de Galilea (); a más de 500 discípulos, probablemente en una montaña de Galilea (); además, se le apareció a Saulo de Tarso en el camino a Damasco () y en varias ocasiones posteriores (; ; ).
Es importante notar que de todas las apariciones del señor Jesucristo después de la resurrección fueron a creyentes (excepto a Pablo, que aún no era creyente cuando se le apareció por primera vez). Su método normal para evangelizar y alcanzar a los perdidos no es a través de milagros espectaculares, como apariciones a ellos y como vemos hoy en la televisión y el Internet, sino por medio del testimonio de su Iglesia en el poder del Espíritu y a través de la predicación de la Palabra (; ). De todas formas tales milagros no habrían convencido a los incrédulos (; ).
I. APARICIÓN DE CRISTO A MARÍA MAGDALENA.
La aparición del Señor a María MAGDALENA simboliza su amor y fidelidad especial para con todos los creyentes; sin importar cuán insignificantes parezcan, María no era un personaje importante, y aun así Jesús se le aparece a ella, y no a uno de los apóstoles.
Versículo 11 “Pero” marca el contraste entre María y los que se fueron a sus casas que son Pedro y Juan (). María regresó y se quedó fuera llorando junto al sepulcro, Desconsolada. Su amor por el señor era más grande que su fe en la promesa de la resurrección. Sin embargo, a pesar de su fe débil, el señor no la dejaría en su pena, como lo dijo en (). Al final, mientras ella aún lloraba, se inclinó y miró dentro del sepulcro. Aunque ya había estado allí antes, esta es la primera vez que se nos dice que miró en el interior del sepulcro.
Versículo 12 como las otras mujeres (), vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. No los reconoció como ángeles, pues habían asumido forma humana (; ).
Pero ¿por qué aparecerían estos ángeles a las mujeres y no a Pedro y a Juan? ¿Fue porque la fe de las mujeres era mucho más débil que la de los hombres por lo que necesitaban el apoyo especial del ministerio de los ángeles? No lo creo así porque no hay nada que demuestre eso. Podría también invertir la pregunta y decir que los ángeles y el mensaje que trajeron a María () fue una recompensa especial por el ministerio muy especial de amor en que se habían destacado estas mujeres, incluyendo María. Tampoco puedo acreditar esta respuesta, creo que la mejor respuesta es el sencillo reconocimiento de que no sabemos por qué Los Ángeles se aparecieron a las mujeres y específicamente en el verso que estamos estudiando a María MAGDALENA y no a los hombres. Sólo sabemos que María no los reconoció como ángeles, pues habían asumido forma humana (; ).
Versículo 13 su pregunta a ella fue una reprensión suave: Mujer ¿por qué lloras? En la pregunta que los ángeles hacen va implícito un mensaje: “Este es tiempo de gozo, no de lágrimas”. ¿Podríamos agregar que la pregunta es una expresión de reproche, formulada con ternura, como si los ángeles quisieran decir, “¿Ha resultado completamente vana la enseñanza del Señor respecto a su próxima muerte y resurrección? María ¿no te avergüenzas de tu incredulidad?”.
Pero el pesar y dolor se han apoderado del alma de María en forma tan completa que no se asusta, no, ni siquiera se sorprende de estos ángeles ni de su pregunta. En la mente confusa de María queda lugar para sólo un pensamiento, que lo expresa al responder, Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.
También se podría traducir así, “Mi Señor ha sido llevado”. Observe: María todavía habla de Jesús como de su Señor. Oh, con haber sabido dónde estaba el cuerpo, habría podido cumplir con el propósito que la había conducido al sepulcro. Además, sólo el estar cerca de él—aunque ello sólo significara estar cerca de su cuerpo muerto—le daría mucha satisfacción.
Versículo 14 no se especifica cómo María, de repente, detectó la presencia del señor. Tal vez, como algunos sugieren, los ángeles se lo señalaron. En cualquier caso, ella se volvió y vio a Jesús que estaba allí. Pero su perplejidad continuó, pues no sabía que era Jesús. El cuerpo resucitado de Jesús era más glorioso que antes y no se ajustaba a los recuerdos vívidos de ella; especialmente, al cadáver ensangrentado, golpeado y apaleado que había visto en la cruz.
Versículo 15 repitiendo la pregunta de los ángeles, Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras?. Y luego añadió: ¿A quién buscas?. Mostrando su confusión continua, ella, pensando que era el hortelano, le dijo: señor, si tú le has llevado, dime dónde le has puesto, y yo me lo llevaré. María en su devoción decidida, solamente quería asegurarse de que el cuerpo de Jesús tuviera el funeral adecuado; aun si ello significaba que ella moviera el cuerpo.
Versículo 16 Jesús abrió los ojos de María con una sola palabra. Tan solo pronunció el nombre de ella ¡María!, E instantáneamente desaparecieron todas sus dudas, confusiones y dolor. Jesús se dirige ahora a ella usando su nombre en arameo original con el que sus padres y amigos deben haberse dirigido a ella muchas veces, el nombre que Jesús siempre había utilizado al hablarle, es el que se emplea en este caso. Jesús se dirige a ella en su nombre propio, en su lengua materna. Al reconocer a Jesús en ese momento, por el viento se ella le dijo en hebreo: ¡Raboní! (Que quiere decir, Maestro). Cuando María oye esta palabra—su propio nombre en su lengua materna—dicha en esa forma conocida como una sola Persona jamás la había pronunciado, se aparta rápidamente del sepulcro para dirigirse hacia el que le habla y con una palabra de dramática sorpresa, alegre reconocimiento, y humilde reverencia exclama, “Raboni”. Aunque esta palabra (que originalmente significaba mi maestro) tiene un significado que se aproxima mucho (y quizá sea idéntico) al de “Rabí”, y así lo traduce Juan (“Maestro”) pensando en sus lectores griegos que no hablaban arameo, el uso de hecho es mucho menos común que Rabí. El título Raboní se dio a unos pocos “Rabís”, por ejemplo, a Gamaliel I y Gamaliel II. A menudo se utilizaba para referirse a Dios.
Puede que Juan quiera que veamos que la reacción de María ante la presencia del Señor resucitado es parecida a la de Tomás, que dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn. 20.28). Pero esta teoría no se sostiene si tenemos en cuenta que el ciego de también usa “Raboni”.
Versículo 17 Invadida por una mezcla profunda de alegría y alivio, María cayó a sus pies. Como las otras mujeres (), se aferró a Jesús y le hizo decirle: suéltame porque todavía no he subido al Padre. Seguramente después de haberlo encontrado más allá de sus esperanzas más grandes, ahora no quería volverlo a perder.
¿Por qué no iba a poder tocarle? De hecho, Mateo dice que las primeras mujeres que vieron al Jesús resucitado “acercándose, abrazaron sus pies y le adoraron” (). Es como si Jesús estuviera diciendo: “Deja de sujetarme. No es necesario que lo hagas, ya que aún no ha llegado el momento de la Ascensión definitiva. Podrás verme durante unos días más”, o tal vez lo que Jesús quiso probablemente decir fue esto: “No creas, María que aferrándote a mí con tanta firmeza (), puedes conservarme siempre contigo. Esa comunión ininterrumpida que anhelas debe esperar hasta que haya ascendido para siempre al Padre”. Jesús no se opuso a que lo tocaran. Lo que censuró fue la idea equivocada de María de que la forma anterior de comunión iba a reanudarse, en otras palabras, que Jesús fuera a volver a vivir en asociación diaria visible con sus discípulos, tanto hombres como mujeres. Sin duda que la comunión se reanudaría; pero sería mucho más abundante y bendita. Sería la comunión del Señor ascendido en el Espíritu con su iglesia.
El señor envió a María a los apóstoles para hablarles sobre su ascensión inminente: Ve a mis hermanos, y diles: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Por primera vez Cristo llama hermanos a los discípulos, a quienes ya se había referido como siervos o amigos (). Por medio de la obra de la redención en la cruz se hizo posible esta nueva relación con él. En él (). Dios adopta como hijos (; ) a quienes creen en Jesucristo para salvación () como resultado, Jesús (), y ha llegado a ser () para reflejar esta nueva relación, el señor enfatizó así el mensaje a los discípulos: “mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Jesús llama ahora a sus discípulos con un nombre nuevo: “hermanos”. (; ; ). Una relación nueva—comunión en el Espíritu, a punto de ser derramado—exige un nombre nuevo, un nombre todavía más íntimo que el hermoso nombre de “amigos”. Los hermanos son de una misma familia. Tienen mucho en común. Comparten la misma herencia. Así pues, todo verdadero creyente es coheredero con Cristo (). Así pues, también, en el sentido espiritual, Dios no es el Padre de todos los hombres sino sólo de quienes, habiendo sido escogidos desde la eternidad pasada, han aceptado al Hijo con fe viva. Estos—todos éstos y sólo éstos—son hermanos de Cristo.
Cuando pensamos en el hecho de que apenas unos días antes todos estos hombres “lo abandonaron y huyeron”, nos sorprende aún más que Jesús, con tierna misericordia, quiera llamarlos sus hermanos, no hace lo mismo con nosotros después de tanto orgullo, arrogancia y pecados. Jesús va a subir a este Dios y Padre. Este es el mensaje que debe comunicarse a los discípulos. Es también la lección que María necesita aprender.
Versículo 18 emocionada, fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡he visto al Señor!, y que él le había dicho estas cosas. Como era predecible, como hubiéramos actuado cada uno de nosotros, ellos respondieron con la misma duda con la que recibieron el testimonio de las otras mujeres que habían estado en la tumba. El médico Lucas nos dice en su libro que consideraron “locura” lo dicho por ellas y no le creían ().
María hizo lo que se le ordenó que hiciera. María debe haber sido una persona muy emotiva. En cierto sentido, nos recuerda a Pedro. En cierto momento la vemos llorar mucho. Se deshace en lágrimas, tanto, que incluso apenas advierte la presencia de los ángeles. Un momento después—el momento de reconocimiento gozoso, cuando el Señor resucitado pronuncia su nombre—todo cambia. “Raboni”, exclama; y, llegada a donde están los discípulos, apenas si puede contenerse en decirles, “He visto al Señor”. Ahora ya no pensaba en un cadáver. No, se trataba del Señor vivo, gloriosamente resucitado del sepulcro. María comunicó el mensaje expositivamente, palabra por palabra, versículo por versículo, exactamente como el Señor le había dicho que hiciera. Y estas palabras deben haber sido muy preciosas para los discípulos.
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