Nuestra ofrenda en la reunión sacramental

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Salutación

Me siento afortunado al convivir hoy con ustedes. Cuando la presidencia de estaca me asignó para visitar el barrio Plateros me dije: “este es un barrio con una gran fama de ser participativos, espirituales, unidos y obedientes; ¿qué voy a poder enseñarles?”. La presidencia de estaca nos asignó, sin embargo, que diéramos continuidad al tema que tratamos el mes pasado, cuando abordamos “la percepción de lo sagrado”, hablando esta vez sobre la Santa Cena y la forma correcta de entenderla y de aprovecharla. Como guía se nos indicó que estudiáramos un discurso del élder Oaks, “La reunión sacramental y la Santa Cena”[1]. Este discurso hace referencia a otro del élder Russell M. Nelson que complementa muy bien este tema[2]. Por no dejar, he consultado también el tomo 2 del Manual de la Iglesia. Tomaré elementos de todos estos discursos y materiales. Así que yo hablaré un poco, ustedes orarán por mí mientras hablo, y veamos si hay algo en el Espíritu en que todos juntos podamos edificarnos.

Introducción

¿Existe una persona que no luche con la tentación? La sección 59 de Doctrina y Convenios nos proporciona la fórmula para resistir las tentaciones y mantenernos íntegros y sin mancha en medio de un entorno tentador e incluso hostil:
9 Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo; 10 porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo; (Doctrina y Convenios 59:9–10)
Esto se logra porque la Santa Cena tiene la promesa de retener tanto la remisión de nuestros pecados como la compañía del Espíritu Santo (DyC 20:77), que nos proporciona guía aún en medio de la adversidad. El presidente Wilford Woodruff enseñó que ese don del Espíritu Santo, “es el don más grandioso que se le puede otorgar al hombre”[3].
El élder Oaks enseñó que “la ordenanza de la Santa Cena hace que la reunión sacramental sea la más sagrada e importante de la Iglesia”[4]. Sin embargo, su preocupación, igual que la de la presidencia de nuestra estaca, es que no hayamos comprendido aún el papel que tienen la reverencia y la adoración individual en esta reunión y que, por lo tanto, estemos perdiéndonos en gran parte de la compañía del Espíritu Santo en nuestras vidas y perdiendo el poder para resistir la tentación.

La mesa sacramental como un escenario

Imaginen la mesa sacramental como un escenario. ¿Qué es lo que en él se representa? Nosotros, los que estamos sentados frente al escenario, vemos representarse en él la agonía del Getsemaní y la crucifixión y muerte de Jesucristo. Somos testigos de su entrega al poder del adversario, como reo justamente culpable de los peores delitos, porque los había tomado sobre sí a pesar de ser el mayor inocente. Somos testigos del derramamiento de su sangre completa sobre la cruz, al pagar nuestros pecados. Somos testigos de la hora de oscuridad y de angustia, cuando el velo fue partido, y de sus últimas palabras “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Somos testigos de su sepultura y de su resurrección. Nosotros, como espectadores atentos, podemos presenciar todo eso en los abundantes símbolos que acompañan esta ordenanza[5].

La mesa sacramental como un altar

Ahora imaginen la mesa sacramental también como un altar, como el altar de piedra o de bronce que tenían los antiguos. Nosotros venimos a adorar a Dios ante el altar. ¿Y qué es lo que sacrificamos en él? Durante el Antiguo Testamento, los israelitas sacrificaban piezas de ganado en representación del Hijo de Dios. ¿Y qué sacrificamos nosotros? El élder Russell M. Nelson explicó que “conmemoramos Su Expiación de una manera muy personal, llevando a la reunión sacramental un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Es lo que tiene más realce en nuestra observancia del día de reposo[6] ”. Lo que se ofrenda, hermanos, no es una pieza de ganado, sino nuestro propio corazón y espíritu[7]. Sin este sacrificio, hermanos, podemos estar aquí, frente al altar, pero no hay adoración. Y, por lo tanto, no hay renovación de nuestro convenio.

Preparando la ofrenda

Con este conocimiento, de que estamos ofrendándonos nosotros mismos, de que estamos ofrendando nuestro espíritu, ¿cómo podemos preparar ante Dios una ofrenda aceptable?
La preparación de nuestra ofrenda comienza antes de la Santa Cena. La preparamos desde casa y llegamos a la capilla mucho antes de que comiencen los servicios. Entonces, ponemos en silencio nuestros celulares y todo lo que distraiga. Nos reunimos en silencio y dejamos la conversación para después. Llevamos a la reunión lo necesario para evitar que nuestros niños distraigan a otros. Meditamos las escrituras y escuchamos con atención el preludio, preparando nuestro espíritu para una ofrenda digna. Mientras lo hacemos, buscamos la confirmación del Espíritu Santo, porque este es uno de los mejores momentos para recibir revelación. Hacemos todo esto porque, al hacerlo entramos en ese estado santo que las escrituras llaman “comunión”[8]. “Según lo que enseñó el élder Nelson, ”cada miembro de la Iglesia es responsable del enriquecimiento espiritual que proviene de la reunión sacramental"[9].

La apariencia apropiada

Los misioneros nos enseñan en las charlas que debemos dar lo mejor que tenemos a Dios. Esto abarca aspectos como la vestimenta, tratamos de usar camisa blanca y corbata, o un vestido bonito y modesto. El élder Oaks explicó una de las razones por las que esto resulta importante:
“La forma en que nos vestimos es un indicador importante de la actitud y la preparación que tenemos para cualquier actividad en la que tomemos parte. Si vamos a nadar, a caminar o a jugar en la playa, la vestimenta que usemos, incluso el calzado, lo indicará así. De la misma manera debe ser nuestra forma de vestir cuando vamos a participar en la ordenanza de la Santa Cena. Es como ir al templo; nuestra forma de vestir indica hasta qué punto comprendemos y honramos la ordenanza en la cual participaremos[10].”
Hay muchos más nexos de los que normalmente suponemos entre nuestra apariencia en la reunión sacramental y la adoración en el templo.

La razón de la reverencia

La reverencia es mucho más que guardar sólo silencio. Se trata de crear una atmósfera que nos permita entrar en armonía con los cielos. Tal como lo explicó el presidente Nelson, “en la congregación hay quienes ruegan por los susurros y la comunicación delicados de los cielos; el establecer un espíritu de reverencia les ayudará a recibir esa comunicación”. Y luego dijo: “Recuerden: la reverencia invita a la revelación”[11].

Preparación de los oficiantes

Esa es nuestra preparación. Déjenme hablar un momento también sobre la preparación de los oficiantes.
El obispo es el presidente del sacerdocio de Aarón que hoy , al igual que en tiempos antiguos, es el que nos ayuda a presentar esta ofrenda. El sacerdocio de Aarón de tiempos antiguos vestía de manera especial, se preparaba y se purificaba. El sacerdocio de Aarón de nuestros días se mantiene limpio de cuerpo y alma, se lava las manos, va vestido de preferencia con una camisa blanca, siempre que sea posible[12], y se prepara para que la Santa Cena esté dispuesta y los oficiantes sentados antes de comenzar la reunión sacramental. Quienes dirigen la reunión sacramental se sientan unos cinco minutos antes de que comience y, para este momento, la mesa sacramental debe estar dispuesta[13]. Esto es parte integral de la realización de la ordenanza.

La organización del sacerdocio aarónico

En mi experiencia, hay dos cosas por las que el obispado no debe preocuparse al empezar los servicios. Una es la música, la otra es la mesa sacramental. ¿Cómo lo logra? Bueno, debe delegar plenamente[14]. En la antigüedad, como ahora, el sacerdocio de Aarón se dividía en distintos oficios y trabajaba de manera organizada.

Disposición de los oficiales de la mesa sacramental

¿Quién invita a quienes ofician en la mesa sacramental? El presidente de quórum de diáconos es quien dispone a quienes reparten, el de maestros a quienes preparan, el de presbíteros a quienes bendicen. Estos presidentes son integrantes del comité del obispado para la juventud y presentan sus listas al obispo desde muchos días antes, y él las autoriza. Bajo la dirección del obispo, estos presidentes tienen la autoridad para invitar a otros hermanos a oficiar en la mesa sacramental. Debe hacerse todo lo posible por evitar que el sacerdocio de Melquisedec tome el lugar de los miembros del sacerdocio aarónico[15]. Faltar a nuestra participación en el altar es faltar a nuestro convenio en el sacerdocio.

Preparar la Santa Cena

Como todos los oficiales[16], el maestro se lava sus manos y prepara los sacramentos. La Santa Cena se prepara con reverencia y con toda discreción. No se debe preparar sobre el altar, a la vista de la gente. Mientras preparan, los maestros cuidan de no ponerse a conversar entre ellos. Lo que realizan es sagrado y, aunque no sea muy visible, es parte esencial de la ordenanza.

Recoger la Santa Cena

Cabe comentar que, de acuerdo con el manual de la Iglesia, los mismos maestros que han preparado la mesa sacramental son también responsables después de recogerla[17]. Después de recoger el pan y el agua no tienen más un carácter sagrado y deben desecharse de manera normal. Se puede dar pedacitos de pan a los niños, pero no debe hacerse sobre la mesa sacramental ni en los pasillos, y aún en eso se debe mantener orden y reverencia. De hecho, es simplemente preferible deshacerse de ellos con completa discreción.

Bendecir la Santa Cena

Los que bendicen deben memorizar la oración sacramental. Sólo hay dos oraciones fijas en la Iglesia y esta es una de ellas. Si cuentan con el apoyo de la tarjeta escrita, deben usarla. Se les insta a decir la oración despacio y en tono audible, no deben apresurarse demasiado. Cuando estamos nerviosos tendemos a hablar demasiado rápido, es preferible que lo hagamos con calma[18]. El tono de voz que utilizan, el énfasis que ponen, debe ayudar a los miembros a concentrarse en los convenios que realizan y en el significado de la ordenanza. Al terminar, el obispo (no el presidente de estaca ni nadie más) debe confirmar, discretamente, que la oración ha sido realizada correctamente. Si la persona corrigió un pequeño error sobre la marcha, normalmente se deja pasar[19]. Si fuera necesario repetir la oración, nuevamente aconsejo hacerlo despacio.
El oficiante se lava las manos antes de sentarse junto al altar. El pan se bendice primero, luego el agua. Esto tiene un significado especial, el cual se explica en la misma oración sacramental. Sólo los presbíteros están autorizados para partir el pan. Esto también tiene significado simbólico. Todos los símbolos de la ordenanza ayudan a quien la realiza a saber cómo obtener el perdón de los pecados y cómo presentar una ofrenda aceptable.
Aunque se puede usar hasta galletas, el material preferido es pan blanco. Se debe hacer un conteo aproximado de los asistentes y partir cuantos pedacitos se crean necesarios, cuidando de no aplastarlos mucho. Si hace falta pan o agua después de repartir, debe volverse a bendecir.

La Santa Cena y su relación con el bautismo

Debo hacer aquí un paréntesis para concentrar su atención en el significado de esta ordenanza y su relación con la esperanza de la vida eterna. Tenemos cinco ordenanzas indispensables para lograr la exaltación, y todas las demás son auxiliares. Las cinco ordenanzas esenciales que se nos menciona son: el bautismo, la confirmación, la ordenación, la investidura y el matrimonio en el templo. Pero, ¿dónde entra la Santa Cena en este escenario? ¿No se ha dicho que, de todas, esta ordenanza es la más importante? La Santa Cena no se menciona porque es una extensión del bautismo. Dicho de otra manera, es como si cada domingo estuvieran recibiendo de nuevo el bautismo. Presten mucha atención a la oración sacramental y observen que los mismos significados presentes en el simbolismo del bautismo pueden observarse también en el simbolismo de la Santa Cena.
Las promesas del bautismo son el recibir el perdón de los pecados y recibir el don del Espíritu Santo. Mantenemos vigentes estas promesas a través de nuestra renovación del convenio del bautismo. Si no renovamos el convenio perdemos el derecho a la compañía del Espíritu Santo y también perdemos el derecho a ser perdonados de nuestros pecados. Es así de simple. Aún cuando viajo, prefiero preparar el viaje y tomarme el tiempo para asistir a una capilla y renovar estos convenios. ¿Quién tendría la arrogancia para creer que puede prescindir del Espíritu Santo o del perdón de sus pecados? ¡En cuanto a mí, yo lo necesito! En su discurso, el élder Oaks recalcó la prioridad de esta ordenanza:
“Esta ordenanza se instituyó a fin de que renovemos nuestros convenios de servirle, obedecerle y recordarle siempre. El presidente [Joseph Fielding] Smith agrega: ”… no podemos retener el Espíritu del Señor si no cumplimos con este mandamiento“[20] (Doctrina de salvación, Tomo II, pág. 321)”

Repartir la Santa Cena

Ser diácono un oficio especialmente honroso. Ya que en la mesa sacramental se ha representado el sacrificio expiatorio de Cristo, ¿quién invita a cada persona a participar de los beneficios de su expiación? El diácono representa a Cristo e invita a todos a venir a él. Al hacerlo, lo hace con absoluta solemnidad y reverencia. No lleva puesto[21] ni hace nada que distraiga a la persona del sacrificio que dijimos, el de un corazón quebrantado y un espíritu contrito[22]. Está consciente de que muchos están buscando revelación y muchos oran y mantiene la misma reverencia que tendría durante una oración.
La única norma para repartir es que se reparte primero al que preside el servicio, ya que esto también tiene un simbolismo. Normalmente es el obispo, a menos que visite alguien de la presidencia de estaca, un Setenta de Área o una Autoridad General, y entonces se le da primero. Los miembros del sumo consejo y otros visitantes no presidimos. Mientras el que preside toma la Santa Cena, los demás pueden ir avanzando. Después que se da la Santa Cena al que preside puede repartirse en cualquier orden que se considere necesario. Ese orden es un acuerdo que puede adecuarse antes, desde la reunión de sacerdocio. La postura del que reparte puede ser cualquiera, siempre que se haga con toda reverencia[23]. Los miembros pueden pasarse la bandeja en el orden más reverente.

Normas adicionales

A veces hay preguntas adicionales sobre pequeños detalles que llaman la atención de los miembros. Al resolver estas preguntas debe tenerse presente que el propósito primordial es eliminar los distractores para ayudar a los miembros a presentar un sacrificio digno y a brindar la debida atención a la ordenanza.

El cuidado de la puerta

Por ejemplo, el cuidado de la puerta debe convertirse en una ayuda y no un distractor. En diferentes ocasiones, los líderes han pedido que se mantenga cerrada o abierta según la necesidad. La presidencia de nuestra estaca ha solicitado actualmente que se mantenga cerrada durante la ordenanza para apoyar la reverencia y estimular la puntualidad de nuestros miembros. Un presbítero o élder podría hacerse cargo del cuidado de la puerta, tratando a los hermanos con cortesía, pero con seguridad.

Investigadores y visitantes

Aunque no se requiere que los investigadores y visitantes participen de la Santa Cena, se les ofrece de todos modos y ellos son los que deciden si desean participar o abstenerse. La Santa Cena es un asunto de adoración personal y, en general, nadie que no sea el obispo debe sentirse con autoridad sobre la participación de otra persona.

Personas bajo disciplina

El único que puede restringir a un hermano de participar de la Santa Cena es el obispo y esto lo hará en privado, en entrevista. Sobre cualquier cosa que observen, los diáconos, al igual que los miembros deben mantener la debida confidencia.
El restringir la Santa Cena a quienes en un momento dado no tienen la dignidad necesaria es un deber del obispo[24] y, en general, debe considerarse valientes a quienes se han dispuesto a arrepentirse. En 1 Juan se establece el confesar nuestros pecados y arrepentirnos como un prerequisito para alcanzar la comunión, con la siguiente promesa, relacionada con la bendición de la Santa Cena: “Si confesamos nuestros pecados, [Jesucristo] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (Nuevo Testamento | ). ¿Quién no se sentiría honrado al ser invitado a la mesa del Señor, bajo cualquier circunstancia? El que alguien asista a tiempo a la Santa Cena aún cuando se encuentre restringido revela la sinceridad de esa persona por una verdadera reconciliación.

La Santa Cena fuera de la reunión sacramental

El obispo preside la ordenanza de la Santa Cena y sólo se puede realizar bajo su autorización[25]. El debe autorizar a dar la Santa Cena a un enfermo en el hogar y en casos especiales, siguiendo las instrucciones del Manual de la Iglesia[26]. Cuando se lleva la Santa Cena a un enfermo, el presbítero es quien debe partir el pan, ya que es parte del simbolismo de la ordenanza. Aunque siempre se prefiere compañía, una sola persona puede preparar, bendecir y repartir en caso necesario.

Conclusión

La mesa sacramental puede considerarse como un escenario en el que se hace una representación llena de poderosos símbolos de la expiación redentora de nuestro Señor Jesucristo. También puede considerarse como un altar en el que efectuamos convenios con Dios y en el que ya no sacrificamos animales, sino que hacemos el sacrificio de un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Esa ofrenda a Dios se prepara desde antes de la Santa Cena, comienza con nuestra llegada temprana a los servicios y nuestra actitud de reverencia mientras comienza la reunión sacramental. Cuando todos actuamos así, entramos en el estado sagrado que las escrituras llaman “comunión”. El élder Oaks explicó: “Cuando hacemos eso, cuando nos unimos en la solemnidad que debe acompañar siempre la ordenanza de la Santa Cena y de la adoración al Señor en esta reunión, nos hacemos merecedores de la compañía y de la revelación del Espíritu. Esa es la manera de obtener guía para nuestra vida y paz a lo largo de la jornada[27]”.
Vestimos, cantamos y actuamos para ofrecer lo mejor de nosotros, tanto en el interior como en el exterior. Bajo la presidencia del obispo, el sacerdocio aarónico se prepara con anticipación y oficia en representación de Jesucristo para ayudarnos en la presentación de nuestra ofrenda y llevar hasta nosotros los beneficios de la expiación.
Al tomar la Santa Cena con la dignidad necesaria y arrepintiéndonos con valor y humildad, obtenemos las bendiciones prometidas desde el bautismo de ser perdonados de nuestros pecados y recibir la guía del Espíritu Santo en nuestra vida. El élder Oaks concluye de esta manera su discurso.
“¿Cómo podemos tener el Espíritu del Señor para guiarnos en nuestras decisiones a fin de conservarnos ”sin mancha del mundo“ (D. y C. 59:9) y en el camino seguro a través de la vida terrenal? Debemos ser merecedores del poder purificador de la expiación de Jesucristo; esto lo logramos al guardar Su mandamiento de venir a Él con un corazón quebrantado y un espíritu contrito y al participar de los emblemas de la Santa Cena en esa hermosa reunión semanal y hacer los convenios que nos habilitan para la preciada promesa de siempre tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77). Es mi humilde ruego que podamos hacerlo siempre”[28].
A lo cual agrego mi propio testimonio sobre los principios aprendidos hoy. Que pueda aprender “cada varón su deber” y obrar todos resueltos en la meta de presentar un sacrificio aceptable ante el Señor cada domingo, en preparación para el día en que participaremos en su mesa personalmente. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Bibliografía y notas finales

Dallin H. Oaks, La reunión sacramental y la Santa Cena.  ↩
Russell M. Nelson. La adoración en la reunión sacramental.  ↩
Deseret Weekly, 6 de abril de 1889, pág. 451  ↩
2008, octubre, Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008 ¶ 11  ↩
Todas las ordenanzas contienen símbolos que conducen a la comprensión de la expiación de Jesucristo (Alma 13:16).  ↩
Russell M. Nelson. La adoración en la reunión sacramental. (Discursos de Autoridades Generales).  ↩
Véase D. y C. 59:8–13; así como 3 Nefi 9:20.  ↩
Las escrituras hablan de diferentes tipos de comunión. Primero, comunión con Dios (; ). Segundo, comunión con el sacrificio de Cristo (). Tercero, comunión con el Espíritu Santo (). Cuarto, comunión con el Padre y el Hijo (). Quinto, comunión con nuestros hermanos en la fe. En esta comunión todos nos unimos en un sólo sentir (). Un requisito para lograr una íntegra comunión que comprenda todos estos niveles es el arrepentimiento y la confesión previa a la participación de los sacramentos (ver todo el capítulo 1 de 1 Juan).  ↩
Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008, pág. 17  ↩
Ibid.  ↩
Russell M. Nelson. La adoración en la reunión sacramental  ↩
“Los que bendicen y reparten la Santa Cena deben vestir modestamente y estar limpios y aseados. La vestimenta y las alhajas no deben ser llamativas ni distraer a los miembros durante la Santa Cena. Se recomiendan camisa blanca y corbata, ya que contribuyen a la dignidad de la ordenanza. Sin embargo, no se deben considerar como un requisito obligatorio para que un poseedor del sacerdocio participe. Tampoco se requiere que todos sean iguales en vestimenta y apariencia. Los obispos deberán usar discreción al dar a los jóvenes este tipo de instrucción, teniendo en cuenta sus circunstancias económicas y su madurez en la Iglesia”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, 20.4.1)  ↩
“Antes de la reunión, los que preparen la Santa Cena se aseguran de que las bandejas con el pan sin partir, las bandejas con vasitos llenos de agua y los manteles estén en su lugar”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, 20.4.2)  ↩
“Los poseedores del Sacerdocio Aarónico generalmente se encargan de estos deberes”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, inciso 20.4.1)  ↩
“Por lo general, a los maestros y a los presbíteros en el Sacerdocio Aarónico se les debe invitar a repartir la Santa Cena antes de que se invite a hacerlo a poseedores del Sacerdocio de Melquisedec. Cuando hay suficientes poseedores del Sacerdocio Aarónico, no se debe invitar a poseedores del Sacerdocio de Melquisedec a bendecir y repartir la Santa Cena con regularidad”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, punto 20.4.1)  ↩
“Los poseedores del sacerdocio se deben lavar las manos minuciosamente con jabón, con una toallita desechable o con otro limpiador antes de preparar, bendecir o repartir la Santa Cena”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, 20:4.1)  ↩
“Después de la reunión, estos hermanos retiran las bandejas y los manteles”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2, punto 20.4.2)  ↩
“Los presbíteros que ofrecen las oraciones en nombre de la congregación deben pronunciar las palabras lenta y claramente, expresando los términos de los convenios y de las bendiciones prometidas. Éste es un acto sumamente sagrado”. (2008, octubre, Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008 ¶ 33)  ↩
Manual de la Iglesia, tomo 2, 20.4.3  ↩
Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008; citando al presidente Joseph Fielding Smith en Doctrina de Salvación, tomo 2, pág. 321.  ↩
“Lo que mencioné antes sobre la importancia de que los que reciban la ordenanza de la Santa Cena vistan correctamente se aplica, obviamente, de forma especial a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico que oficien en cualquier parte de la sagrada ordenanza; todos deben estar bien aseados y modestamente vestidos; no debe haber nada en su apariencia ni en sus modales que atraiga la atención hacia sí mismos ni que distraiga a ninguno de los presentes y le impida prestar una total atención a la adoración y a los convenios que hacemos, los cuales son el propósito de este servicio sagrado”. (Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008 ¶ 36)  ↩
“Durante la reunión sacramental, sé reverente y ten la disposición de aprender. Abstente de las actividades que podrían distraerte a ti o a otras personas durante esta sagrada reunión. Llega puntual a las reuniones. Al hacer todas estas cosas, invitas al Espíritu del Señor a estar contigo”. (Para la Fortaleza de la Juventud.)  ↩
“La repartición de la Santa Cena deberá ser natural y discreta, no rígida ni excesivamente formal. A los que reparten la Santa Cena no se les debe pedir que adopten ninguna postura o acción especial, como por ejemplo colocar la mano izquierda detrás de la espalda. El proceso de repartir la Santa Cena no debe resultar llamativo ni restarle importancia al propósito de la ordenanza”. (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Manual de la Iglesia, tomo 2., 20.4.1)  ↩
Esta necesidad se extiende también a los oficiantes del sacerdocio aarónico.  ↩
“Por último, la Santa Cena se prepara, bendice y reparte sólo cuando ha sido autorizada por alguien que posee las llaves de esta ordenanza del sacerdocio. Esa es la razón por la que generalmente no se prepara, bendice y reparte en el hogar ni en reuniones familiares, aun cuando haya allí suficientes poseedores del sacerdocio. Los que ofician en la mesa sacramental, preparan la Santa Cena o la reparten a la congregación deben ser designados por alguien que posee o ejerce las llaves de esta ordenanza; me refiero al obispado, o a las presidencias de los quórumes de maestros o diáconos, ”… mi casa es una casa de orden“, dijo el Señor (D. y C. 132:8).” (2008, octubre, Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008 ¶ 38)  ↩
En el punto 18.2.2  ↩
Dallin H. Oaks, ‘La reunión sacramental y la Santa Cena,’ Liahona, noviembre 2008  ↩
Ibid.  ↩
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