El poder de un esposo que ora

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El poder de un esposo que ora

Una esposa (se sobrentiende buena) es para un hombre gran bendición; la que es mala no merece ser llamada con un nombre tan honorable. La buena esposa es ayuda idónea para el hombre, según el designio de Dios (v. Gn. 2:18); es decir, alguien que ha de cooperar con él en las varias actividades de la vida, que ha de contribuir más que ninguna otra cosa a su bienestar, y ha de ayudarle a caminar hacia el cielo. Refiere el Talmud que, antiguamente, cuando alguien se casaba, le preguntaban: ¿matsá o motsé? La clave de esta pregunta se halla en los versículos que comienzan respectivamente por dichos vocablos hebreos: Proverbios 18:22 y Eclesiastés 7:26. Con ello, se evitaba el preguntar descaradamente: ¿buena o mala?

El v. 22 es uno de los dichos más hermosos de Proverbios. “Buscar” tiene la idea de un esfuerzo positivo para lograr lo que tiene un valor. Buscar cónyuge es una de las tareas más importantes de la vida, quizá la segunda tarea más importante después de buscar al Señor. Al encontrar la esposa idónea se ha hecho bien y se ha “extraído” (trad. lit. de la palabra hebrea encontrada en 3:13; 8:35; 12:2) el favor o el placer de Dios. Cuando la comunidad ha dicho “amén”, como en el caso de Rut y Boaz (Rut 4:11, 12) y Dios ha dicho “amén” (Gén. 2:18 ss.), entonces el individuo puede sentirse contento con la compañera de su juventud (ver 2:17) y con la mujer que le dará confianza y honor (ver mujer; y 2:16–19; 5:3, 14; 6:20–35; 7:5–27; 9:13–18; 19:19; 21:9, 29; 25:24; 27:15, 16 para las mujeres no muy buenas).

algo bueno. El matrimonio es deseable porque ha sido ordenado por Dios (cp. Gn 2:20–25)

18.22 Este versículo establece que es bueno estar casado. El énfasis que se hace hoy en la libertad individual está mal encaminado. Individuos firmes son importantes, pero también lo son los matrimonios sólidos. Dios creó el matrimonio para que lo disfrutemos, y declaró que era bueno. Este es uno de los tantos pasajes de la Biblia que nos muestra al matrimonio como una creación de Dios positiva y feliz (Génesis 2.21–25; Proverbios 5.15–19; Juan 2.1–11).

22. Una buena esposa es una gran bendición para el hombre y es señal del favor divino.

El que halla esposa halla el bien 18:22

Se supone que el proverbista tiene en mente a una buena esposa. No todas las mujeres son un hallazgo. “La mujer sabia edifica su casa” (14:1a). “De Jehová [es] la mujer prudente” (19:14b). Bienaventurado el hombre que encuentra esa clase de mujer, porque las hay que son necias y destruyen su casa (14:1b), las hay rencillosas (19:13b y 21:9) e iracundas (21:19). Conviene al joven orar mucho a Dios pidiéndole una mujer sabia y prudente.

MATRIMONIO. Las costumbres matrimoniales israelitas compartían muchas de las costumbres comunes de otros pueblos del Cercano Oriente. El padre, como cabeza de la familia, normalmente seleccionaba una novia para su hijo y hacía los arreglos para el matrimonio (véase Gn. 24:4). El papel de la muchacha era pasivo, ya que ella era dada como esposa al hombre que su padre escogía. El amor romántico no estaba ausente necesariamente, y un padre bondadoso tendría en cuenta los deseos de su hija. Se dice, por ejemplo, que Mical amaba a David (1 S. 18:20).

El concepto del *Matrimonio de levirato puede verse reflejado en la costumbre antigua en la que una novia era comprada por el padre del hijo para éste. En el caso de la muerte del hijo, la viuda era dada al siguiente hijo. La palabra bíblica mohar se usaba para el regalo dado al padre (¿o hermanos?) de la novia, por el novio o el padre del novio. Esto podía ser plata (Dt. 22:29; Ex. 22:16, 17) o unos servicios: Jacob sirvió a Labán 7 años (Gn. 29:20, 28) por Raquel. Como regalo de matrimonio por Mical, Saúl demandó a David “cien prepucios de (los) filisteos” (1 S. 18:20–25).

Un texto de *Ugarit afirma: “Y tú la mhr (comprarás) de su padre por mil siclos de plata y diez mil de oro.” Parece que en todo el Cercano Oriente era costumbre dar un mohar al padre de la novia cuando se hacían los arreglos para el matrimonio. Como en el caso de Rebeca (Gn. 24), tales arreglos debían generalmente considerar los deseos y el bienestar de la novia. No eran simplemente transaccciones comerciales, aunque tenían un aspecto de negocio.

Un segundo tipo de regalo era la dote, un regalo a la novia (o novio) de parte del padre de ella. Esto podía ser un regalo en plata y oro o de siervos (Gn. 24:59, 61) o aun de tierra. El faraón egipcio dio la ciudad de Gezer como dote a su hija cuando ella se casó con Salomon (1 R. 9:16).

Además, el novio daría regalos a la novia (véase Gn. 24:53) que serían de acuerdo con su riqueza y su estima con la cual él consideraría a su amada. Hubo indudablemente otras numerosas oportunidades para el intercambio de regalos entre miembros de las familias involucradas en los procesos de casamientos.

El matrimonio era considerado como un convenio entre las dos familias (véanse Pr. 2:17; Mal. 2:14). El regalo de mohar sellaba el convenio entre las familias y daba al esposo la autoridad (aunque no el control absoluto) sobre su esposa.

Antes de la ceremonia del matrimonio se preparaba un contrato por escrito. Muchos de esos contratos han sido encontrados en *Nuzi, en los cuales una esposa sin hijos acepta dar una sierva a su esposo a fin de que pueda tener hijos. De acuerdo con el libro apócrifo de Tobías (7:14), entre los judíos el padre de la novia preparaba un contrato escrito. La Mishnah llama a esto ketuba. Entre los papiros arameos del siglo V a. de J.C., hay registros de contratos entre hebreos y egipcios que se casaban.

El matrimonio mismo era una ocasión festiva. Se usaban ropas especiales por la pareja contrayente y eran adornados con ornamentos y joyas. La novia evidentemente llevaba velo (Gn. 24:65). Las procesiones acompañaban tanto a la novia como al novio desde sus lugares de reunión encontrándose en un lugar predeterminado (1 Mc. 9:39). Con acompañamiento de música se dirigían hacia la casa, normalmente la del novio, donde se celebraba la fiesta de bodas. Las festividades podrían durar siete días o aun, según el libro de Tobías (8:20), catorce.

La ceremonia incluía el extender la capa sobre la novia, simbolizando así que ella era tomada como esposa por el dueño de la capa. J. L. Burckhardt, un viajero en las tierras árabes del siglo XIX, notó que uno de los parientes del novio extendía una capa sobre la novia, diciendo: “Ninguna otra te cubrirá sino sólo ésta”, señalando al novio. En la historia bíblica de Rut, la joven se acercó a Booz en el campo y le pidió que extendiera su capa sobre ella (Rt. 3:9) porque él era el pariente cercano y con el derecho a reclamarla de acuerdo con las leyes del matrimonio de levirato.

La consumación del matrimonio se realizaba en una tienda especial o en el cuarto conocido como el huppa o cámara nupcial. Un pedazo de tela teñido de sangre se mostraría como prueba de la virginidad de la novia (véase Dt. 22:13-21). Después de este rito final, aún observado en algunos lugares del Cercano Oriente, continuaban las festividades nupciales.

La ley mosaica hacía provisiones para el divorcio (Dt. 24:1-4) por iniciativa del esposo. Los papiros arameos de *Elefantina indican que una desposada judía tenía derecho a obtener divorcio entre los judíos de Egipto. Cuando un hombre se divorciaba de su esposa le escribía una carta o certificado de divorcio y la despedía. Jesús dijo que la provisión mosaica para el divorcio se debió a la dureza del corazón de los hombres (Mt. 19:8).

MATRIMONIO. Institución o complejo de normas sociales que sanciona la relación entre un hombre y una mujer y los liga a un sistema de obligaciones y derechos mutuos, esencial para la vida familiar. (Ver familia).

MATRIMONIO

El matrimonio fue la primera institución divina de las Escrituras y la única establecida para la humanidad antes de la entrada del pecado. Como tal es la institución fundamental de la sociedad humana. Lo ideal divino se establece con el primer hombre y la primera mujer (cp. Ge 2:18–25). La descripción de “unirse” para formar “una sola carne” describe el matrimonio como unión del amor (cp. Hos 2:19) entre hombre y mujer formando comunidad permanente de interés y fidelidad. Implica una relación pactada (Mal 2:14). La explicación de la mujer como “ayuda idónea” para el hombre explica más el matrimonio como compañeros en una relación complementaria de ayuda mutua. El egoísmo del pecado trastornó la armonía matrimonial, causando desorden, infidelidad y a veces disolución del matrimonio. Por la dureza del corazón humano Dios permitió desviaciones de lo ideal pero las reguló para evitar abuso excesivo (cp. Mt 19:4–8). El establecimiento del matrimonio sólo tiene que ver con la vida natural terrenal y no se pertenece a la vida en la resurrección (Mt 22:30). (véase DIVORCIO).

MATRIMONIO. Institución divina, establecida desde la creación. Mediante el matrimonio, Dios impide que la humanidad venga a ser una confusa multitud de individuos dispersos; queda así organizada sobre la base de la familia, de la que la célula es la pareja, unida según su voluntad.

1. El propósito del matrimonio, según la Biblia, es cuádruple: a) la continuación de la raza humana (Gn. 1:27–28); b) la necesaria colaboración. El hombre es esencialmente un ser social. Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (2:18); c) la unidad de los cónyuges: la mujer ha sido tomada del hombre (de la misma manera que el hombre existe por la mujer, 1 Co. 11:12); abandonando padre y madre para fundar un nuevo hogar, los dos vienen a ser una sola carne (Gn. 2:21–24); d) la santificación de ambos mediante la preservación de lo que es para ellos el lazo conyugal (1 Co. 7:2–9). El Señor quiere que el matrimonio sea honrado por todos y santo (He. 13:4). Trata de apóstatas a aquellos que, predicando el ascetismo, se permiten prohibirlo (1 Ti. 4:1–3).

2. El celibato. Si el matrimonio se halla en el orden de la creación, ¿qué sucede con aquellos que permanecen solteros? Algunos entre ellos lo hacen voluntariamente, «por causa del reino de los cielos» (Mt. 19:12), como Pablo (1 Co. 9:5, 15). En efecto, el célibe se halla menos implicado en los asuntos de la vida y menos limitado por el deseo de complacer a su cónyuge; puede así consagrarse a un servicio determinado para el Señor sin distracciones de ningún tipo (7:32–35). Ello no significa que el celibato sea puesto a un nivel más elevado en la escala de la santidad que el matrimonio. Cada uno tiene que discernir el llamamiento particular y el don personal que haya recibido del Señor (v. 7). El cap. 7 de 1 Corintios es el único pasaje dedicado al celibato; se comprende que Pablo, al justificarlo plenamente, dice: «El que la da en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor» (v. 38); él desearía, desde su punto de vista, que todos los hombres fueran como él y que se ahorraran muchos dolores (vv. 7, 26–31); pero afirma que no hay mal alguno en el matrimonio, sino todo lo contrario (vv. 27, 28, 36, 39). Cada uno debe buscar la voluntad de Dios de manera individual (vv. 7–9). Si alguien se siente llamado al celibato, es que el Señor se lo ha dado como don; su soltería podrá quedar ricamente compensada, como en el caso de Pablo, con una gran familia espiritual (4:14–15). Si alguien se siente llamado al matrimonio, será en este estado que glorificará verdaderamente a Dios.

Un cortejo de boda en tiempos bíblicos. ZN.

3. La monogamia es el ideal prescrito por las Escrituras (Gn. 2:18–24; Mt. 19:5; 1 Co. 6:16). Sólo ella permite la unidad total de los dos cónyuges, en tanto que la poligamia la hace imposible. El Creador confirma este hecho al hacer nacer un número aproximadamente igual de varones que de hembras. Él quiere también que el matrimonio sea una relación permanente (Mt. 19:6). Normalmente, el afecto entre marido y mujer se va desarrollando con el paso de los años. La moral reprueba la rotura del contrato. A causa de las obligaciones que les incumben, los esposos deben disciplinarse y criar a sus hijos enseñándoles a predicar el bien. El matrimonio es indisoluble antes de la muerte, excepto en caso de adulterio (Ro. 7:2, 3; Mt. 19:3–9). Pablo constata que hay rupturas arbitrarias, asimilables a una deserción (1 Co. 7:15). Los casos a los que hace alusión el apóstol iban probablemente acompañados de infidelidad conyugal. Está prohibido el nuevo matrimonio de personas divorciadas ilegítimamente (Mt. 5:32; 19:9; 1 Co. 7:10, 11). La sentencia de un tribunal civil no anula el matrimonio delante de Dios; declara si la ruptura ha sido causada por el pecado de uno de los cónyuges o por ambos. Parece que Adán, Caín, Noé y sus tres hijos fueron monógamos.

4. La poligamia apareció con Lamec (Gn. 4:19), y así quedó manchada la pureza de los matrimonios, al dejarse los hombres ser dominados por impulsos carnales en la elección de sus compañeras (6:1–2). Cuando Abraham tomó para sí una segunda mujer para conseguir el cumplimiento de la promesa, actuó insensatamente (16:4). Isaac tuvo una sola esposa, pero Jacob fue polígamo, en parte debido al engaño de Labán (cap. 29). Moisés reprimió los abusos, pero no los abolió de golpe. Los israelitas estaban poco crecidos espiritualmente, y encadenados a los usos y costumbres de la época, que no se correspondían en absoluto con la voluntad de Dios. El gran legislador rindió un gran servicio a la causa del matrimonio, prohibiendo las uniones entre consanguíneos y parientes políticos (Lv. 18); desalentó la poligamia (Lv. 18:18; Dt. 17:17); aseguró los derechos de las esposas de condición inferior (Éx. 21:2–11; Dt. 21:10–17); reglamentó el divorcio (Dt. 22:19, 29; 24:1); exigió el respeto al vínculo matrimonial (Éx. 20:14, 17; Lv. 20:10; Dt. 22:22). Después de Moisés, hubo aún los que se dieron a la poligamia: Gedeón, Elcana, Saúl, David, Salomón, Roboam, y otros (Jue. 8:30; 1 S. 1:2; 2 S. 5:13; 12:8; 21:8; 1 R. 11:3). Sin embargo, la Escritura expone los males inherentes a la poligamia, las míseras rivalidades que se daban entre las esposas de Abraham, de Jacob, de Elcana (Gn. 16:6; cap. 30; 1 S. 1:6); en cambio, se destaca la belleza de las familias felices (Sal. 128:3; Pr. 5:18; 31:10–29; Ec. 9:9; cfr. Eclo. 26:1–27). Abraham se casó con una medio hermana suya; Jacob tuvo dos esposas que eran hermanas entre sí (Gn. 20:12; 29:26). En Egipto, no era raro casarse con una hermana de padre y madre; los persas lo permitían (Herodoto 3:31). Los atenienses podían casarse con una medio hermana del mismo padre, en tanto que los espartanos podían casarse con sus medio hermanas nacidas de la misma madre. La Ley de Moisés prohibió estas uniones e incluso los matrimonios con parientes más alejados (Lv. 18:6–18). El estatuto matrimonial de los romanos se parecía al de los israelitas; denunciaba como incesto la unión de parientes próximos (por ejemplo, entre hermano y hermana) o entre parientes políticos (como suegro y nuera). Todos los textos del NT hablan formalmente en contra de la poligamia. Hablando a los judíos acerca del divorcio, Cristo afirmó que Moisés lo había permitido por la dureza de sus corazones y que, excepto en caso de infidelidad, un nuevo matrimonio era un adulterio (Mt. 19:8–9). Se puede llegar a la conclusión de que la poligamia había sido permitida en la época del AT por la misma razón, aunque con las restricciones señaladas; sin embargo, queda claro que no tiene lugar alguno en el Evangelio.

El caso especial de los polígamos convertidos al Evangelio se trataba con la aceptación de la situación familiar de hecho; sin embargo, el polígamo quedaba excluido de la posibilidad de ejercer cargo alguno de responsabilidad en la iglesia (cfr. 1 Ti. 3:2, 12; Tit. 1:6).

5. El concubinato era una forma más baja de poligamia. La concubina era una mujer de rango inferior, quizá una esclava o una prisionera de guerra (Gn. 16:3; 22:24; 36:12; Dt. 21:10–11; Jue. 5:30; 2 S. 5. 5:13, etc.). Agar, p. ej., no tenía la posición social de Sara (Gá. 4:22–23), y los hijos de las concubinas, aunque plenamente reconocidos, no tenían el mismo derecho a la herencia que los hijos de la esposa principal (v. 30; Gn. 25:6).

Matrimonio cristiano con el monograma de Cristo, grabado en oro en el fondo de un vaso, ornamentación característica del arte cristiano de los siglos II y III.

6. El levirato (lat. lege vir, «hermano del marido»). La Ley de Moisés prescribía que la viuda del hermano muerto sin hijos tenía que ser tomada como esposa por el hermano sobreviviente. El primogénito de los hijos de esta nueva unión debía heredar los bienes y el nombre del fallecido (Dt. 25:5–6). El interesado se podía librar de esta obligación, pero en tal caso debía soportar una reprensión pública (vv. 7–10); el deber de casarse podía entonces transmitirse a un pariente más alejado (cfr. Rut 4:1–10). Con ello se buscaba mantener la integridad de la familia, e impedir la extinción de la raza y del nombre de un hombre muerto prematuramente o privado de descendencia.

7. Casamientos posteriores. Una vez que el vínculo matrimonial queda roto con la muerte, el cónyuge superviviente queda libre para casarse con quien quiera, siempre que ello sea «en el Señor» (1 Co. 7:39); ello significa que se debe contraer matrimonio con una persona verdaderamente creyente, y buscando los dos glorificar a Dios y servir al Señor con sus vidas. La declaración de Pablo acerca de los obispos y diáconos, que «sea[n]… maridos de una sola mujer» (1 Ti. 3:1, 12), ha sido interpretada diversamente. La Iglesia Ortodoxa griega, que permite el casamiento de los grados bajos de su clero, prohíbe que puedan contraer segundas nupcias. De ahí el proverbio en Grecia: «Mimada como la esposa de un pope.» Sin embargo, lo que parece ser el caso en estos textos de Pablo es impedir el acceso a cargos de autoridad o responsabilidad a los que vivieran en situaciones de poligamia o concubinato, en un momento en que las presiones del paganismo ambiental propiciaban estas formas de vida. Sí es cierto que para que las viudas pudieran tener un papel en la Iglesia primitiva era necesario que «haya sido esposa de un solo marido» (1 Ti. 5:9). Habiendo pertenecido a dos familias, sería en este contexto que tendría que dar sus servicios. Sin embargo, los diáconos y obispos tenían que ser maridos de una sola mujer al empezar a ejercer sus funciones (véanse Anciano, Diácono, Obispo).

8. Prohibición de ciertos matrimonios. Además de las disposiciones que tratan del incesto (Lv. 18), la ley prohibía formalmente a los israelitas que se unieran con personas paganas, que los arrastrarían a la idolatría y a la inmoralidad (Éx. 34:15–16; Dt. 7:3–4). Y es, efectivamente, lo que sucedió cada vez que desobedecieron (Jue. 3:6; 1 R. 11:1–2; Esd. 9:1–2; 10:2–3). En el NT, el texto de 2 Co. 6:14–7:1 se aplica también al matrimonio. Un hijo de Dios, renacido de Él, no puede casarse con una persona inconversa. Muchos han sido los casos en que jóvenes bien dispuestos, habiendo profesado fe en Jesucristo, se han visto totalmente apartados de la fe por un cónyuge no creyente. Y si han permanecido personalmente fieles, han tenido que pasar por múltiples sufrimientos personales, y han tenido que ver las desagradables consecuencias que todo ello ha tenido para sus hijos. La única seguridad y dicha está en casarse «en el Señor» (1 Co. 7:39).

9. Elección de la esposa y desposorios. En Israel eran los padres—sobre todo el padre—los que elegían a la esposa del joven (Gn. 21:21; 24: 38:6); en ocasiones el hijo manifestaba sus preferencias, pero el padre era el que se encargaba de formalizar el asunto (Gn. 34:4, 8; Jue. 14:1–10). El joven no podía ocuparse de ello directamente más que en circunstancias excepcionales (Gn. 29:18). No siempre se consultaba a la joven; la voluntad de su padre y de su hermano mayor decidían el asunto (Gn. 24:51, 57–58; 34:11). En ocasiones un pariente más alejado buscaba un marido para la hija, o la ofrecía a un buen partido (Éx. 2:21; Jos. 15:17; Rut 3:1, 2; 1 S. 18:27). Se daban regalos a la parentela de la futura esposa, y en ocasiones a ella misma (Gn. 24:22, 53; 29:18, 27; 34:12; 1 S. 18:25). Otro joven, llamado el amigo del esposo (Jn. 3:29), servía de intermediario entre las dos partes interesadas, pero no tenía, excepto en esto, contacto alguno antes de las bodas. Se trataba, como se ve, de un compromiso más preciso y formal que nuestros compromisos modernos, y que ya tenía ciertas consecuencias legales. Si la prometida se dejaba seducir, era castigada con la muerte por adulterio, y su cómplice también, «porque humilló a la mujer de su prójimo» (Dt. 22:23–24). Los soldados quedaban dispensados de luchar si los esperaba una prometida en casa (20:7), de la misma manera que el recién casado quedaba dispensado por un año del servicio militar (24:5). Esto explica que en Mt. 1:18–25 se empleen simultáneamente los términos de desposados y de marido y mujer acerca de María y José antes de la consumación de su matrimonio.

10. Celebración de las bodas. Tenía lugar sin ceremonia religiosa, con la posible excepción de la ratificación por juramento (Pr. 2:17; Ez. 16:8; Mal. 2:14). Después del exilio se concertaba y sellaba un contrato (Tob. 7:14). Antes de la boda, la novia se bañaba (cfr. Jud. 10:3; Ef. 5:26, 27), se revestía de ropas blancas, adornadas frecuentemente con preciosos bordados (Ap. 19:8; Sal. 45:13, 14), se cubría de joyas (Is. 61:10; Ap. 21:2), se ceñía la cintura con un cinturón nupcial (Is. 3:24; 49:18; Jer. 2:32), y se velaba (Gn. 24:65). El novio, ataviado también con sus mejores ropajes, y con una corona en su cabeza (Cnt. 3:11; Is. 61:10), salía de su casa con sus amigos (Jue. 14:11; Mt. 9:15), dirigiéndose, al son de la música, y de canciones, a la casa de los padres de la novia. Si se trataba de un cortejo nocturno, había portadores de lámparas (1 Mac. 9; 39; Mt. 25:7; cfr. Gn. 31:27; Jer. 7:34). Los padres de la desposada la confiaban, velada, al joven, con sus bendiciones. Los amigos daban sus parabienes (Gn. 24:60; Rut 4:11; Tob. 7:13). El casado invitaba a todos a su casa, o a la casa de su padre, en medio de cánticos, de música y de danzas (Sal. 45:15, 16; Cnt. 3:6–11; 1 Mac. 9:37). Los acompañaban jóvenes (Mt. 25:6). Se servía un banquete en la casa del esposo o de sus padres (Mt. 22:1–10; Jn. 2:1, 9) o en casa de la joven, si el marido vivía lejos (Mt. 25:1). Él mismo o los padres de la novia hacían los agasajos (Gn. 29:22; Jue. 14:10; Tob. 8:19). La novia aparecía por vez primera al lado del esposo (Jn. 3:29). Al caer la noche, los padres acompañaban a su hija hasta la cámara nupcial (Gn. 29:23; Jue. 15:1; Tob. 7:16, 17). El esposo acudía acompañado de sus amigos o de los padres de su mujer (Tob. 8:1). Las fiestas se reanudaban al día siguiente, y duraban una o dos semanas (Gn. 29:27; Jue. 14:12; Tob. 8:19, 20).

11. Sentido espiritual. El matrimonio, y los desposorios, simbolizan con frecuencia las relaciones espirituales de Jehová con su pueblo (Is. 62:4, 5; Os. 2:18). La apostasía del pueblo de Dios, debido a la idolatría y a otras formas de pecado, se compara con el adulterio de una esposa (Is. 1:21; Jer. 3:1–20; Ez. 16:24; Os. 2), que lleva al divorcio (Sal. 73:27; Jer. 2:20; Os. 4:12). El NT emplea la misma imagen: Cristo es el esposo (Mt. 9:15; Jn. 3:29), la Iglesia, la esposa (2 Co. 11:2; Ap. 19:7; 21:2, 9; 22:17). Cristo, cabeza de la Iglesia, la ama y se cuida de su santificación. Allí se halla el modelo que se presenta para el matrimonio cristiano (Ef. 5:23–32).

MATRIMONIO Es el •pacto entre un hombre y una mujer para hacer vida en común. Mediante este pacto, con la bendición de Dios, unen placenteramente sus cuerpos y almas para expresar mutuamente su amor, reproducir la especie humana y constituir la sociedad comenzando con la familia.

El estado matrimonial se utiliza en distintas porciones bíblicas para ilustrar la relación de Dios con su pueblo (“Y te desposaré conmigo para siempre...” [Os. 2:19]; “... como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” [Is. 62:5]). En el libro del profeta Oseas, su m. con •Gomer y la posterior infidelidad de ésta sirve para explicar en resumen la historia de Israel, a quien Dios tomó como quien toma una esposa, para recibir luego su deslealtad ( •Oseas, Libro de).

En el NT, se recurre también a la figura del m. para señalar la relación de Cristo con su iglesia (“... pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” [2 Co. 11:2]). Pablo habla de la grandeza de un misterio: el m. “de Cristo y de la iglesia”. Y a partir de ese ejemplo amonesta a los maridos que amen a sus mujeres “como también Cristo a la iglesia” (Ef. 5:28–33).

No tomaron esto en cuenta algunas personas que intentaron colocar el celibato como un estado superior al matrimonial. Esta idea se introdujo en círculos cristianos desde sus primeros años. Los apóstoles tuvieron que combatirla. Pablo advirtió que “en los postreros tiempos” vendrían “espíritus engañadores” que “prohibirán casarse” (1 Ti. 4:1–3). El escritor de Hebreos exhortó: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla” (He. 13:4). •Celibato.

Monogamia y poligamia. La voluntad de Dios fue que el m. se hiciera entre un solo hombre con una sola mujer. Cuando quiso buscar compañía para el hombre, no creó varias mujeres, sino solamente una: Eva (“Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu?” [Mal. 2:14–15]). La poligamia es una consecuencia del pecado. El primero que la practicó fue el violento •Lamec, quien “tomó para sí dos mujeres” (Gn. 4:19–24). Desde entonces, los hombres han practicado la poligamia. Entre los israelitas esto era bastante común entre las clases pudientes. Pero se reconocía que lo ideal era la monogamia. Así, en distintas porciones que hablan del m., es tácito que se trata de una sola mujer (“Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa” [Sal. 128:3]; “La mujer virtuosa es corona de su marido” [Pr. 12:4]; etcétera). El Señor Jesús, hablando del m., ponía como modelo de Dios a la pareja inicial: un hombre y una mujer (“... al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” [Mr. 10:6]). Es evidente, por las palabras del Señor Jesús, que ciertas alteraciones al orden divino, como es la poligamia, no fueron castigadas por Dios por su paciencia. Así, dio instrucciones para poner ciertos controles a esa práctica, por medio de Moisés. Esos estatutos que reconocen la existencia de la poligamia no fueron dados como para implantar un ideal o un modelo (“Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento” [Mr. 10:5]).

Endogamia. La preferencia de los hebreos de casar a sus hijos con mujeres de su misma nación viene de una antiquísima tradición. Abraham envió a su siervo a buscar una esposa para Isaac (“... no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos” [Gn. 24:3]). Rebeca dijo a Isaac: “Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas ... ¿para qué quiero la vida?” (Gn 27:46). La principal razón para esto se encontraba en que los demás pueblos practicaban la idolatría y el politeísmo, con su secuela de corrupción moral. Por eso se prohibieron los m. con los habitantes de Canaán (“No emparentarás con ellas ... porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos” [Dt. 7:3–4]).

En realidad, no existía una prohibición general de casamientos con extranjeros. Con los únicos que no estaba permitido casarse era con personas de las siete naciones que habitaban Canaán. Un hebreo podía casarse con una prisionera tomada en guerra con cualquier país que no fuera de Canaán, para evitar el contagio con sus malas costumbres (“... para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses” [Dt. 20:10–28]). Las motivaciones, entonces, no estaban guiadas por un sentido racial. Abarcaban explícitamente a aquellos pueblos a los cuales Israel tenía que destruir y no mezclarse con ellos.

Las mujeres de Moisés fueron de pueblos no israelitas. •Séfora era madianita (Éx. 2:21) y otra, cuyo nombre no se conoce, era •cusita o etíope (Nm. 12:1). •Caleb, que era miembro de una tribu no israelita, los •cenezeos (Nm. 32:12), casó con mujeres israelitas. Se realizaron muchos m. con personas de otras naciones, como los casos de •Rahab (Mt. 1:5), los hijos de •Noemí (Rt. 1:4) y otros. Los reyes israelitas casaban a veces con mujeres extranjeras para fines de hacer alianzas políticas. David casó con •Maaca, hija del rey de Gesur (2 S. 3:3; 13:1; 1 Cr. 3:2). Salomón con una hija de Faraón (1 R. 3:1; 7:8). Pero después del exilio, y a partir de la época de •Esdras, se reforzaron las antiguas leyes referentes a los m. con personas de otros pueblos.

El desposorio. La costumbre antigua entre los hebreos era que los padres arreglaban los m. de sus hijos. •Agar “le tomó mujer de la tierra de Egipto” a su hijo •Ismael (Gn. 21:21). Abraham envió a buscar a •Rebeca a lejanas tierras, para casarla con •Isaac (Gn. 24:1–8). Esto no descartaba la posibilidad de que surgiera una relación romántica entre dos jóvenes, como fue el caso de Jacob y •Raquel (Gn. 29:20). Tampoco quiere decir que la voluntad de la potencial novia no era tomada en cuenta. A •Rebeca le preguntaron: “¿Irás tú con este varón?”. Y ella dio su consentimiento. Pero, en términos generales, el entendimiento era entre los progenitores, básicamente la decisión del padre. •Saúl prometió dar su hija •Merab a David, pero “llegado el tiempo ... fue dada por mujer a Adriel meholatita”. Sin embargo, su otra hija •Mical se enamoró del joven pastor-guerrero y más tarde Saúl tuvo que dársela por esposa (1 S. 18:19–20). Los hijos formaban parte del patrimonio de la familia, bajo la administración del padre. Cuando se arreglaba un m., el novio (o su padre) tenía que adquirir del padre de la novia ese derecho mediante el pago de una suma de dinero o entregando algunos bienes. Eso constituía la •dote (Éx. 22:17).

El desposorio era una institución social muy particular de los hebreos, puesto que una vez hecha la promesa de m., en la ley judía los contrayentes pasaban legalmente a un estado de cuasi matrimonio, hasta el punto de que el rompimiento del arreglo implicaba un •d. •María, la madre del Señor Jesús, estaba desposada con •José (Mt. 1:18). Por lo tanto, aunque no se había celebrado todavía la boda, la comunidad la consideraba como mujer casada. •Desposar.

La boda. No se dan detalles en la Biblia sobre ninguna ceremonia especial para el acto del m. Se hace referencia a él mediante la frase “tomar por esposa” (Éx. 21:8; Lv. 21:13), o “tomar por mujer” (Dt. 24:1). Pero en ese día especial se hacía una alegre celebración. •Boda. •Familia. •Herencia.

El divorcio. •Divorcio.

MATRIMONIO Relación humana, instituida por Dios y aprobada por la sociedad, en la que el → Hombre y la → Mujer cohabitan en amor y ayuda mutua. Cada sociedad define las normas del matrimonio, y determina también lo que constituye la → Fornicación y el → Adulterio, es decir, las relaciones sexuales ilícitas, con miras a salvaguardar la → Familia (también → Sodomita; Sexualidad).

Costumbres de Los Tiempos Bíblicos

Como otros aspectos esenciales de la vida de Israel, el matrimonio estaba reglamentado por leyes, y los conceptos involucrados en él aparecen con frecuencia en el lenguaje figurado de la Biblia.

Según la voluntad expresa del Creador (Gn 1.28; 2.18, 22), el matrimonio había de ser en Israel una práctica general. Existían → Viudas, pero no solteros o solteras mayores de la edad de casarse. El celibato se daba solo entre los → Eunucos, quienes, como consecuencia de un defecto congénito, accidente o la castración, habían perdido su función sexual. El caso de Jeremías (Jer 16.2) fue una excepción notable (→ Virgen), y aun la continencia de los → Nazareos era temporal.

El ideal de la fecundidad (cf. Jue 8.30; 2 R 10.1) conducía naturalmente a la poligamia, costumbre aceptada dentro de las normas sociales de los tiempos veterotestamentarios (Dt 21.15; 1 S 1.2), pero que fue blanco de crítica de parte de algunos autores bíblicos (Gn 4.19–24; 29.31–30.24). Los reyes contraían gran número de uniones, por amor (2 S 11.2ss) o por interés político (1 R 3.1). En estos harenes (1 R 11.3; 2 Cr 13.21), el verdadero amor era imposible (Est 2.12–17). Sin embargo, también existía en los días del Antiguo Testamento el afecto exclusivo (Gn 25.19–28; 41.50; Pr 5.15–20; Cantares passim; Ez 24.15–18) que prevalecía ya en el judaísmo del siglo apostólico. La frase «marido de una sola mujer» (1 Ti 3.2) parece referirse a los cristianos que, al separarse por permiso (1 Co 7.17–21, → Divorcio) de una consorte inconversa, no habían contraído segundas nupcias.

En el grupo social específico de Israel se prohibían ciertos matrimonios dentro de una misma parentela (Lv 18.6–19), o con extranjeros (Dt 7.1–3; Esd 9.1–15; Neh 13.23–28). La desobediencia de Salomón a este principio de la endogamia ocasionó su caída (1 R 11.1–8). El Nuevo Testamento redefine el principio en términos de casarse únicamente con otro cristiano (1 Co 7.39).

La institución del desposorio fue común entre los judíos y muchas veces duraba hasta un año. Puesto que los judíos solían casarse muy jóvenes, el compromiso matrimonial lo arreglaban a menudo los padres, y este contrato tenía igual valor jurídico que el matrimonio mismo (Dt 22.23s). De ahí la perplejidad de José al descubrir el embarazo de → María (Mt 1.18s). Sabiendo que no era padre del niño engendrado en ella, pensó darle carta de divorcio.

El novio pagaba a los padres de la novia una compensación (Gn 29.15s; 34.12), y llegaba a ser «señor» de ella, pero nunca la consideraba como simple mercancía.

La boda, ceremonia civil que carecía de carácter cúltico, comprendía varios elementos: las vestimentas especiales (Is 61.10), las compañeras de la novia llamadas «vírgenes» (Sal 45.14), los amigos del novio (Jn 3.29; cf. 1 Mac 9.39), la procesión a la casa de la novia y luego a la del esposo, la costumbre de extender la capa del esposo sobre la novia (Rt 3.9), y finalmente la fiesta de bodas (Gn 29.22; Jue 14.10; Mt 22.1–10) que por lo general duraba siete días.

En Israel existía, además, una ley matrimonial singular: el matrimonio por → Levirato (término derivado del latín levir, que significa el hermano del esposo). Tan importante era dejar un heredero, que si una persona moría antes de tener hijos, uno de sus hermanos debía casarse con la viuda; al primogénito de este nuevo matrimonio se le consideraba legalmente como hijo del difunto (Dt 25.5–10). Este fue el problema de → Onam (Gn 38.1–10), quien, no queriendo compartir la herencia de su padre con un hijo de su cuñada, no consumó la unión con ella.

En el caso de → Rut, que no tenía cuñados (Rt 1.11s), el levirato se extendió para abarcar al pariente más cercano (Rt 2.20; 3.12), quien debió rescatar los bienes de ella.

Principios éticos

El matrimonio en el plan de Dios

La sexualidad es parte de la excelencia que Dios vio en toda la creación (Gn 1.27s, 31; 2.18–25; → Adán; Eva). Antes de la caída en pecado, la misma naturaleza del hombre demandaba el compañerismo de la mujer, deseo que el Creador vio y satisfizo (1 Co 6.16 confirma que la frase «serán una sola carne» se refiere al acto sexual). Aunque Pablo advierte que es preferible casarse que incurrir en relaciones ilícitas (1 Co 7.2, 8s), reconoce el don del celibato, por medio del cual ciertos cristianos pueden servir mejor a Dios (1 Co 7.7, 32ss; → Virgen). Sin embargo, carece de fundamento bíblico la imposición del celibato a los obreros religiosos; más bien de 1 Ti 3.2, 12; 5.9 y Tit 1.6 se deduce que los obispos y diáconos eran casados, y 1 Ti 4.2, 3 describe como apostasía al ascetismo que denigra el matrimonio.

La esencia del matrimonio

El aspecto personal está en la raíz misma del matrimonio. Cuando un hombre y una mujer resuelven unirse en todo sentido para su satisfacción mutua, establecer un hogar, criar una familia y respetar sus votos hasta la muerte (Ro 7.2), han contraído matrimonio. Su amor se expresa en el sentimiento mutuo (Ef 5.21–33), el marido es la → Cabeza de su cónyuge y ella es la gloria del marido. Pero existe también un aspecto sociolegal imprescindible. Desde que el matrimonio se formalizó mediante un contrato escrito (berit, → Pacto) se ha reconocido el derecho de la sociedad de regir el matrimonio. Por otra parte, a pesar de todo lo secular que es el matrimonio en el Antiguo Testamento, el creyente reconoce que Dios le guía en la elección de esposa (Gn 24.42–52) y que Él sanciona en nombre de la alianza los preceptos que regulan el matrimonio (por ejemplo, Éx 20.14; Lv 18.1–30). El contraer nupcias «en el Señor» (1 Co 7.39) entraña el regocijo y apoyo de la comunidad cristiana, de manera que goza de cierto carácter eclesiástico que, sin merecer el nombre de sacramento, glorifica al que nos creó y nos redimió en un solo cuerpo (Mt 26.28).

El aspecto sexual desempeña un papel fundamental en el matrimonio, puesto que este transfigura la sexualidad humana, y le da realidad concreta, pero no constituye la esencia del matrimonio. Al margen de la ética bíblica, puede haber relaciones físicas sin que los participantes contraigan matrimonio (→ Prostitución; Fornicación). Y a la inversa, puede haber matrimonio genuino aun cuando, debido a circunstancias extraordinarias (por ejemplo, accidente o enfermedad), los casados no tengan contacto sexual. Una de estas circunstancias puede ser el acuerdo mutuo de dedicarse a la oración (1 Co 7.5), pero aun así se recomienda limitar la duración de la abstinencia. En general, la expresión sexual del amor (Mc 10.8; Heb 13.4) es un deber mutuo (1 Co 7.3–5).

Si en la voluntad de Dios y de acuerdo con los planes de los casados se engendran hijos (→ Hijo; Hija), esta etapa familiar del matrimonio también se emprende «en el Señor» (Ef 5.21; 6.1–4; 1 Ti 2.15; 3.4s; 5.8).

Implicaciones para la fe

La Ley Mosaica permitía al hombre repudiar a su esposa, costumbre que fomentaba el egoísmo y el «machismo». Pero sabios (Pr 5.15–19; Eclesiástico 36.25ss) y profetas (Os passim; Mal 2.14ss) elogian la estabilidad conyugal, porque Jehová es como un marido que demanda la fidelidad de su «esposa», el pueblo escogido, y sabe perdonarla. Jesús lleva a su clímax esta enseñanza (Mc 10.1–12 y //) y ofrece la redención que quita «la dureza de corazón» (v. 5) de los hombres.

Luego Pablo da un nuevo matiz a la metáfora del Antiguo Testamento: Cristo es el esposo de la Iglesia, de modo que el matrimonio es «un gran → Misterio» (Ef 5.32). La sumisión de la Iglesia a Cristo y el amor de Cristo a la Iglesia, a la que salvó entregándose por ella, son así la regla viva que deben imitar los esposos, por la gracia (vv. 21–33).

ESPOSA. ESPOSO El término hebreo ish se interpreta como “hombre” o esposo, según el contexto, mientras que ishsha es mujer o esposa. El estar bien casado es una bendición divina, porque “el que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Pr. 19:22). En varios pasajes de la Escritura se utiliza metafóricamente la figura esposo-esposa para aludir a la íntima relación de amor que Dios tiene con su pueblo (“Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” [Is. 62:5]; “Convertíos ... porque yo soy vuestro esposo” [Jer. 3:14]). Esto es especialmente característico del libro del profeta •Oseas (“En aquel tiempo, dice Jehová, me llamarás Ishi (”Mi marido, Mi hombre"), y nunca más me llamarás Baali" [Os. 2:16]). Las infidelidades del pueblo de Israel fueron denunciadas por los profetas haciendo uso de la figura del •adulterio. Dios era el esposo de Sion y ésta le había sido infiel (“Fornicaste también con los asirios, por no haberte saciado.... ¡Cuán inconstante es tu corazón.... Y no fuiste semejante a ramera, en que menospreciaste la paga, sino como mujer adúltera, que en lugar de su marido recibe a ajenos” [Ez. 16:28–32]).

En el NT, se utiliza también la relación esposo-esposa, esta vez refiriéndose a Cristo y su Iglesia. (“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” —Ef. 5:25). Viviendo ahora como desposada con Cristo, la Iglesia espera el momento de la consumación del matrimonio: las bodas del Cordero (“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” [Ap. 19:7]). Esta especial relación de Cristo con su iglesia se utiliza para señalar los deberes del •matrimonio. Los maridos deben amar a sus mujeres “como a sus mismos cuerpos” (Ef. 5:25–29). Las esposas deben respetar a sus maridos, estando sujetas a ellos (Ef. 5:33; 1 P. 3:1). •Boda. •Familia. •Matrimonio.

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