La oración perseverante

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La humillación y perseverancia de la mujer cananea nos enseña que debemos humillarnos y perseverar en oración para alcanzar respuesta.

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La oración perseverante

Mateo 15:22–28 (RVR60)
22Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. 24El respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 26Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

Introducción

Algunas veces oramos a Dios por ayuda, pero no recibimos respuesta inmediata.
La oración parece no llegar a oidos del Padre, a pesar de lo grande de nuestra necesidad.
La mujer cananea conocía este sentimiento. Tenía una gran necesidad porque su hija era afligida por un demonio. ¡Que dolor sentía esta madre!, que impotente se sentía.
Escuchó que Jesús estaba cerca, una chispa de esperanza iluminó su corazón. Solamente eso se necesita, una pequeña chispa de esperanza, una pequeña semilla de mostaza.

El Silecio del Señor

Quizá ya había intentado de todo para sanar a su hija, pero no había logrado nada.
Buscó al Señor con urgencia, cuando lo encontró derramó su alma delante del Señor con mucho dolor: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.
La mujer elevó una oración, pero el Señor guardó silencio. Había puesto toda su esperanza en el Señor pero parecía que El Señor no quería ayudarla.
Si, es el mismo Señor que le dijo al paralítico de Betesda “¿Quieres ser sano?”, sin que el paralítico lo pidiera, ahora guarda silencio.
Cuantas veces has buscado pero no encuentas, llamas y nadie abre, pides y no recibes.
Clamamos como Job: “¡Oh quién me direa que Dios hablara! Job 11:5

El primer desprecio

Los discípulos interceden por ella piden que la atienda, ¿pero de que sirve que el hombre este de su lado si Dios está contra usted?
Cristo la rechaza: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel
¿Qué hacía ahora la mujer? ¿regresar a casa?
¿Qué haríamos nosotros?¿creer que ya fue suficiente, al menos lo intentamos? ¿ya no es necesario seguir orando?
La necesidad tenía mucho más peso que la dignidad, no le importaba humillarse con tal de recibir la respuesta.
El que realmente tiene necesidad no se rinde fácilmente, ahí radíca el valor de nuestra petición, si estamos dispuestos a despojarnos y humillarnos delante de Dios.

El segundo grado de humillación

La mujer no estaba dispuesta a rendirse, corrió a estorbar el paso del Señor y se humilló a tierra, su rostro bañado en lagrimas mezclado con polvo clama al Señor: ¡Señor, socórreme!
Ante esta humillación esperaríamos que El Señor no aguantara más y le respondería, aquel que lloró en la tumba de Lázaro, y se compadeció de las multitudes que vagaban como ovejas sin pastor.
Pero El Señor responde con firmeza: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Le decía que su poder sanador era para otros pero no para ella.

La respuesta inesperada

Ante esta respuesta del Señor quizá los discípulos y la multitud esperaría que la mujer se apartara los dejara en paz, sola llorando su desgracia, resignandose a su destino.
Cómo actuariamos nosotros, reclamando a Dios una actitud de injusticia... justificando nuestra devoción, oración, ofrendas o servicio?
Ella estuvo de acuerdo con el Señor “Sí Señor”, reconoció su condición, ella no merecía nada, sabía que lo único que merece un pecado es la muerte.
Pero ella vio una pequeña puerta abierta, ¡El Señor le ofrecía migajas! Le dice: “pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.
Una migaja del cielo sería más que suficiente para el que ora con fervor y perseverancia.

Conclusión

El Señor sabía cómo terminaría esto, y lo permitió para darle una lección de fe a los que le acompañaban y a nosotros hoy en día
A través del silencio Dios nos hace evaluar la urgencia de nuestra necesidad, la preferencia que tiene Él en nuestra necesidad, la dependencia que tenemos de Él, reconocer nuestra condición ante Él.
Si nuestras oraciones fueran inmediatamente respondidas, pesaríamos que se debe a que somos buenos para orar, y que Dios nos responde por que hemos hecho los suficientes méritos.
El silencio de Dios nos enseña que no tiene la obligación de responderle al pecador, pero Él ha abierto una puerta, y es su gracia, y a ella debemos aferrarnos.
Cuando aprendamos esto, entonces nos dirá el Señor: “grande es tu fe; hágase contigo como quieres.
Mateo 7:7–8 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
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