Esperando en Tu Salvación

Inoculados Con Su Gracia  •  Sermon  •  Submitted
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Introducción

El salmo 119 es la oración de uno que se deleita y vive por la Torah. Este que es el más largo de los Salmos, es un poema acróstico del alfabeto hebreo.
Hoy estudiaremos parte de la estrofa de la letra Caf
Un Corazón Inquieto lleva a una vida temeraria- Ilustración
Warren Wiersbe hace la siguiente observación: “La habilidad para calmar tu alma y esperar ante Dios es una de las cosas más difíciles en la vida cristiana. Nuestra vieja naturaleza es inquieta… el mundo alrededor de nosotros esta frenéticamente con una prisa. Pero un corazón inquieto usualmente dirige a una vida temeraria”.
El arte de esperar puede ser un gran desafío para nosotros. Como bien dice el dicho, “El que espera se desespera”. Pero aquí en el salmo 119:81-88 el escritor nos habla de esperar en la salvación de Dios.
La Escritura nos habla constantemente de la necesidad de esperar en Dios y en sus promesas. De hecho, como Adventistas del Séptimo Día estamos anhelando y esperando la venida en gloria de nuestro Salvador. Quizás esa sea un de as razones por la cual algunos siguen fijando fechas e interpretando los acontecimientos con la esperanza de que ya venga el Señor. Pero debemos recordar que el tiempo de Dios no es el mismo tiempo de nosotros.
El autor del Salmo nos dice que está esperando con su alma desfallecida por la salvación la cual no parece aun llegar, pero aun así él confía en la palabra que le ha sido dada de parte de Dios.
G. Campbell Morgan expresó lo siguiente sobre el esperar en Dios: “Esperar en Dios no es pereza. Esperar en Dios no es irse a dormir. Esperar en Dios no es abandonar el esfuerzo. Esperar en Dios significa, primero, actividad bajo orden; segundo, presteza para cualquier nueva orden que pueda venir; tercero, la habilidad de no hacer nada hasta que la orden sea dada”.
Por eso, el esperar es un arte que debemos cultivar. Somos personas desesperadas. Queremos ver resultados y los queremos ver lo antes posible. Sin embargo, cuando vemos a las promesas de Dios en Cristo nos damos cuenta que Dios no anda apresurado. Jesús dijo: “Vendré otra vez… y en Apocalipsis nos recuerda… “He aquí que vuelvo pronto...” Pero el pronto de Dios no es necesariamente el pronto que usted y yo conocemos o pensamos.
Es precisamente eso lo que le ocurrió al escritor en el salmo 119:81-88. Su espera se volvió en angustia porque no alcanzaba a ver la salvación del Señor, aun así, retuvo su confianza en que la palabra de Dios se cumpliría.
I. La Clave Está en Esperar en Su Palabra
A. La Paciencia de Dios
Ilustración
Cuando Robert Ingersoll, el famoso ateo estaba dando conferencias, en una ocasión sacó su reloj de bolsillo y declaró: Le daré a Dios cinco minutos para que me mate por las cosas que he dicho”. Los minutos pasaban mientras él sostenía su reloj y esperaba. Alrededor de los cuatro minutos y medio algunas mujeres comenzaron a desmayarse, pero nada ocurrió. Cuando terminaron los cinco minutos, Ingersoll puso su reloj de vuelta en su bolsillo. Cuando el incidente llegó a los oídos de cierto predicador, Joseph Parker, él pregunto: “¿Y este caballero piensa que puede agotar la paciencia del Dios eterno en cinco minutos?”
Cuando miramos a la bondad de nuestro Dios, su amor y benignidad nos damos cuenta que nunca podremos agotar sus misericordias La Palabra de Dios nos dice que sus misericordias son nuevas cada mañana… (Lamentaciones 3:22,23).
Su gracias es suficiente y como dice el apóstol Pablo: “La gracias de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11,12)
B. La Consolación de Dios
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Cristo, la fuente de consolación
Octavius Winslow (1808-1878)
Está en el corazón de Dios el querer reconfortar a su pueblo. Tenemos que empezar con esta verdad central. Toda consolación para cualquier sufrimiento surge de la comprensión y, la comprensión, es un reflejo del corazón. Toda consolación divina es el puro reflejo del corazón de Dios. ¡Oh, qué deficientes somos en enfocar esta verdad! El corazón de Dios es nuestro corazón: En él moramos y estamos como en un hogar y dentro de él.
¿Podemos dudar de su corazón por un momento cuando en su pecho encontró al Cordero para ofrecer en sacrificio por nuestro pecado? Si pues, no escatimó a su propio Hijo, sino que lo dio por todos nosotros (Ro. 8:32), ¿podemos tener alguna duda que apague la esperanza de consolación de Dios que anida en lo más hondo de nuestro más profundo sufrimiento y congoja? En el mismo corazón que Jesús nos dio, se encuentra la fuente divina de toda consolación verdadera que fluye a nuestro lado en este valle de lágrimas.
Hija de aflicción, hijo de tribulación: Dios lo ama con todo su corazón. Son de usted cada pulso de vida, cada latido de amor, cada flujo de compasión y cada gota de comprensión.
El corazón de Dios habla a su corazón. Su profundo amor está en sintonía con el profundo dolor de usted. ¿Acaso lo duda? Escuche su mandato a su siervo, el Profeta: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados” (Is. 40:1-2). Tome nota de la ternura de la consolación de Dios.
Ese Dios que nos consuela en todas nuestras tribulaciones y que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20) ha de sostenernos aun ante las crisis que tendremos que pasar, así como nos ha cuidado en las crisis que ya hemos pasado. Todo está fundamentado en su palabra y sus promesas.
Elena G. de White señala lo siguiente en cuanto a las promesas divinas: “Cuando leáis las promesas recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran Corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. “En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados.” Sí, creed tan sólo que Dios es vuestro ayudador. Él quiere restaurar su imagen moral en el hombre. Acercaos a Él expresándole vuestra confesión y arrepentimiento, y Él se acercará a vosotros con misericordia y perdón.” El Camino a Cristo pág. 54
C. Los Mandamientos de Dios
Los cristianos han tenido un tiempo muy difícil en conciliar la ley de Dios con su gracia. Muchos entienden que ambas son contrarias una a la otra. Sin embargo, sabemos que la ley de Dios y su gracia no están divorciadas. Por el contrario, al leer las epístolas de Pablo podemos ver claramente que tanto la ley como la gracia juegan un papel preponderante en la salvación del ser humano. (Romanos 3:31; 4:15,16; 5:20,21).
Aunque el ser humano ha trastocado la importancia de los mandamientos de Dios, definitivamente que el Señor nunca a tenido la intención de olvidar sus mandamientos o pasarlos por alto. De hecho, el Señor nos dice que “hace misericordia (o le muestra su gracia) a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Deuteronomio 5:10)
“El Señor tiene en esta vida preciosas promesas para los que guardan su ley. Dice: “Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán. Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres”. (Proverbios 3:1-4) Consejos de Mayordomía Cristiana pág. 61)
La manifestación de la gracia de Dios en nuestra vida se hará patente en la medida en que sigamos los mandamientos del Señor. La desobediencia a causado ya mucho daño a la humanidad y todo el dolor y el sufrimiento del que somos testigos en nuestra vida y en la vida de aquellos que amamos tienen su origen en la desobediencia a los estatutos de nuestro Dios. La humanidad se ha revelado hacia Dios y los frutos de esa desobediencia son cosechados por todos, inocentes y culpables.
Pero, mientras el pecado abunda, la gracia de Dios sobreabunda. La buena noticia es que el Dios de promesas, el Dios que cumple su palabra y que ha establecido su ley de forma perpetua, también está en el negocio de redimir y perdonar. Por eso, nuestra confianza en medio de la angustia está en esperar la salvación que nos ha prometido en su palabra. Su promesa es que Él no fallará y que no nos abandonará a nuestra suerte si somos fieles y obedientes a sus preceptos.
“No ganamos nuestra salvación por la obediencia ; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que él fué manifestado para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo aquel que mora en él no peca; todo aquel que peca no le ha visto, ni le ha conocido.” [8] He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra justicia es justo, así como él es justo.” [9] La justicia se define por la norma de la santa ley de Dios, expresada en los diez mandamientos dados en el Sinaí”. – {CC 61.1} – CC 61.1
II. Su Gran Amor Es Para Siempre
A través de toda la Escritura se refleja la misericordia y el amor de Dios por sus criaturas. Ese amor fue la razón por la cual este Dios amoroso estuvo dispuesto a entregar a su propio Hijo para salvarnos. El amor de Dios lo vemos reflejado en los escritos del Espíritu de Profecía una y otra vez. El amor paternal del Padre era algo en lo que Elena G. de White se deleitaba grandemente en hablar.
El amor de Dios es algo que no entenderemos totalmente en este lado de la eternidad, y aun en la tierra nueva hemos de estudiar de ese gran amor por siempre. El amor es una fuerza viviente, un don envigorizante que fluye de Dios hacia los seres humanos con vitalidad y energía. El amor, ser amado y saber que uno es amado nos empodera para amar. Sin embargo, el entendimiento del amor de Dios ha sido trágicamente distorsionado. La versión sentimentalizada del amor como uno que es cómodo o conveniente, que encontramos hoy en día esta muy lejos de la descripción bíblica del amor de Dios.
La Biblia abunda con expresiones de ese amor indescriptible de Dios por nosotros sus criaturas. “Hace mucho se me apareció el Señor y me dijo: “Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad”. (Jeremías 31:3
“El tema de la redención es un tema que los ángeles desean escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos durante las interminables edades de la eternidad. ¿No es un tema digno de atención y estudio ahora? La infinita misericordia y el amor de Jesús, el sacrificio hecho en nuestro favor, demandan de nosotros la más seria y solemne reflexión. Debemos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e Intercesor. Debemos meditar en la misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus pecados. Cuando contemplemos así los asuntos celestiales, nuestra fe y amor serán más fuertes y nuestras oraciones más aceptables a Dios, porque se elevarán acompañadas de más fe y amor. Serán inteligentes y fervorosas. Habrá una confianza constante en Jesús y una experiencia viva y diaria en su poder de salvar completamente a todos los que van a Dios por medio de El”. – {CC 89.1}
“Por el contrario, cuando me aman y cumplen mis mandamientos, les muestro mi amor por mil generaciones” (Deuteronomio 5:10); “Muchas son las calamidades de los malvados, pero el gran amor del Señor envuelve a los que en él confían” (Salmos 32:10); “…La tierra está llena de tu gran amor” (Salmos 119:64).
III. La Salvación La Hemos Recibido Por su Gracia y Por Su Amor
A. Lo que puede hacer la Salvación en la Vida del Creyente
500 ilustraciones 393. Cambios Obrados Por La Venida del Salvador

Cuando en 1885 se celebró el jubileo de una de las misiones inglesas en las islas Fiji, el Reverendo James Calvert dijo que al principio de esos cincuenta años no había ni un solo cristiano en todas las islas Fiji, pero que para esa fecha, (1885) no quedaba ni un solo pagano. No solamente se había extinguido el canibalismo, sino que habían desaparecido otras costumbres crueles y bárbaras.

El doctor D. Coe Love, que hace poco se retiró después de trabajar cuarenta años como misionero en Camerún, Africa Occidental, dice: “Hemos visto cambios tremendos en la vida de los hombres y de las mujeres. En la actualidad una joven que va a casarse debe tener por lo menos catorce años de edad; puede decir algo en cuanto a la elección del marido, y muchas jóvenes se casan sin tener ninguna dote. En la actualidad cuando muere alguna persona en el barrio los que se reúnen cantan himnos sagrados, leen las Escrituras y oran, lo cual es completamente diferente de lo que hacían antes, pues lloraban y gritaban y se revolcaban en la tierra y en la ceniza y torturaban a las mujeres por causa de una muerte.

“En la actualidad los hombres cultivan café, cacao, palmas, y trabajan en las oficinas y en otras avenidas de servicio y no dedican su tiempo a estar sentados y platicando todo el día comprando y vendiendo mujeres. Estos y otros cambios se deben al hecho de que Cristo, el Salvador de los hombres, ha sido recibido por estas gentes. Cristo es el que cambia a las personas, pues hace que los hombres y las mujeres nazcan de nuevo.—Arnold.

Así como la vida de estas personas fue cambiada hace más de 135 años, Dios todavía realiza ese tipo de cambio en la gente común que lo reconoce como su Salvador. El poder de la cruz y la gracia redentora siguen teniendo poder para salvar del pecado y de la muerte.
Hoy día cuando la gente vive atemorizada por los acontecimientos mundiales de muerte, enfermedad, terremotos y problemas financieros; Jesús sigue siendo la esperanza que muchos ignoran pero que todos necesitan.
Solo recibiendo la vacuna contra el pecado que es simplemente aceptar los méritos de Cristo y reconocer que su sangre derramada en la cruz es la única eficaz para limpiarnos del pecado, saldremos airosos de esta enfermedad.
Mi oración es que demos a Jesús cada día la oportunidad de guiarnos. Somos obreros de Dios en esta Universidad y hemos escuchado muchos mensajes sobre la gracia y el amor de Jesús. Es cierto que la fe viene por el oír y el oír la Palabra de Dios. Pero lo que debemos preguntarnos es: ¿Mi vida es verdaderamente un reflejo del amor de Dios? ¿Es la salvación que Jesús me ofrece algo en lo cual puedo esperar y ser paciente?
IV. Llamado
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