Mayordomia

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La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio Capítulo 1: Dios—el Creador y dueño de todo

Esto le pasó a varios de mis amigos: reprobaron su examen de conducir aun antes de salir a la carretera.

¿Cómo puede haber pasado esto? Muy sencillo. Se olvidaron de una regla básica: Los autos deben detenerse antes de cruzar una zona peatonal.

Había un estacionamiento cerca de la puerta del departamento de vehículos de motor. Si recuerdo bien, no había ninguna señal para detenerse a la salida del estacionamiento. Pero la regla estaba escrita claramente en el libro. Lamentablemente, algunos olvidaron la regla. Tal vez estaban nerviosos. Quizá pensaron que la regla no era importante. Pero el examinador notó la infracción y dijo, al final de la prueba de carretera, que el conductor había reprobado. La habilidad de conducir del estudiante podía haber sido intachable, pero ni siquiera el mejor desempeño en la carretera podía borrar el error cometido al comienzo.

Lo mismo puede suceder cuando hablamos acerca de la mayordomía. Muchos en este mundo son mayordomos sabios. Son buenos administradores, guardianes y ecologistas. Pero muchos fallan desde el comienzo. Fallan porque no responden correctamente a la primera, y más básica, pregunta: ¿De dónde salieron todas las propiedades? Aquí, la respuesta equivocada llevará a conclusiones equivocadas más tarde.

La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio La naturaleza nos dice que Dios creó todas las cosas

La naturaleza nos dice que Dios creó todas las cosas

¿De dónde salieron todas las cosas? Aquí es donde nosotros “salimos del estacionamiento”. Es esencial que nos detengamos para saber la respuesta correcta. La respuesta es evidente para cualquiera que pueda ver. Las cosas que poseemos—sí, todas las cosas que vemos—proclaman un mensaje. Éstas gritan: “¡Hay un Dios! ¡Este Dios todopoderoso es el Creador de todas las cosas!”.

El Rey David escribió: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1). La magnificencia exterior de las estrellas y de los planetas en la noche predican un poderoso sermón. Estos astros le dicen a toda la gente que hay un Dios y que este Dios es el Creador.

Aun los gentiles, aquellos que nunca han visto una Biblia, pueden saber por las plantas y los animales, los lagos y los bosques, que hay un Dios y que este Dios creó todas las cosas. Estos hechos, dice Pablo, han sido claramente visibles “desde la creación del mundo” (Romanos 1:20).

Por lo tanto, Dios no aceptará ninguna excusa. Él no disculpará a la persona que dice: “Dios, yo no sabía que tú existías. No sabía que eras el Creador y que yo era el guardián”. Aquellos que niegan cosas que son perfectamente obvias quedan en ridículo.

La mayordomía: Lo que hago con lo que Dios me dio Dios nos da detalles en el capítulo 1 de Génesis

Dios nos da detalles en el capítulo 1 de Génesis

Ningún ser humano estaba ahí para ver cómo comenzó el mundo. Sólo Dios estaba presente. Sólo él puede decirnos lo que sucedió. En su palabra inspirada, Dios nos dice exactamente cómo lo hizo.

“En el principio”, escribe Moisés, “creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Hubo un comienzo absoluto, un punto en el cual no había ninguna cosa creada. En ese momento no había tiempo, ni raza humana, ni nada que cuidar. No había mayordomía. Sólo Dios estaba allí. Este Dios es el Señor, el Dios que se nos revela en la Biblia. Es el Dios trino—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es “desde el siglo y hasta el siglo” y estaba presente “antes que nacieran los montes” (Salmo 90:2).

En este comienzo absoluto del tiempo, Dios actuó. Él creó los cielos y la tierra. No había cosas materiales a partir de las cuales Dios pudiera formar las cosas que hizo. Por lo tanto, en este caso la palabra crear significa “hacer algo a partir de la nada”.

Él hizo “los cielos y la tierra”. El profeta de Dios usa palabras que hasta un niño las puede entender. “Los cielos” son lo que vemos cuando miramos hacia arriba; “la tierra” es lo que vemos cuando miramos hacia abajo. La expresión “los cielos y la tierra” simplemente se refiere a “todas las cosas”.

En los versículos restantes del capítulo 1 de Génesis, Moisés revela más detalles. Nos dice que Dios decidió hacer todas las cosas en seis días.

• El día uno, Dios creó la “materia” a partir de la cual él construiría su creación. También creó la luz.

• El día dos, Dios creó el cielo, el firmamento, la bóveda que está encima de la tierra.

• El día tres, Dios hizo que el agua fluyera en lagos y océanos. De esta forma, creó la tierra seca, la cual procedió a cubrir con toda clase de plantas.

• El día cuatro, Dios creó los cuerpos celestes: el sol, la luna y las estrellas.

• El día cinco, Dios creó los peces que nadaran en el agua y las aves que volaran en el aire.

• El día seis, Dios terminó su creación haciendo todos los otros animales y creando a los dos primeros seres humanos.

Todo en nuestro universo fue creado durante estos seis días. Dios no hizo nada antes del primero día. No hizo nada en la creación original después del sexto día.

Dios Todopoderoso pudo haber hecho todas las cosas en seis horas o en seis segundos. Pero decidió crear todas las cosas en seis días. Moisés nos dice que cada uno de estos seis días tuvo una noche y una mañana. Por lo tanto, podemos estar seguros de que los seis días de la creación fueron días ordinarios de aproximadamente 24 horas.

¿Cómo hizo Dios todas las cosas? Con su palabra poderosa y creadora. Dios habló, y súbitamente las cosas que no habían existido llegaron a existir. El universo fue “hecho por la palabra de Dios” (Hebreos 11:3).

Al final de esos seis días todo fue perfecto. Moisés nos dice que “vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Todo funcionaba perfectamente. Toda la creación era como Dios la quería.

Creador y dueño

Los seres humanos se pasan la vida obteniendo partes y piezas de lo que Dios creó. Aquellos que tienen riquezas se consideran exitosos.

Los que no tienen riqueza se consideran fracasados. Los pobres tienen celos de los ricos. Las naciones más pobres del mundo envidian a las más ricas.

A muchas personas les gusta exhibir su riqueza. Viven en hermosas casas, conducen autos nuevos, usan ropa costosa. Muchos creen que sus casas, sus autos y su ropa hacen una declaración pública. Sus posesiones proclaman que son exitosos.

A veces los seres humanos se comportan como si estuvieran involucrados en un juego de Monopolio en la vida real. Actúan como si el ganador en esta vida fuera el que muere con el puñado más grande de dinero.

Cuando se reduce a eso, el orgullo de los ricos y los celos de los pobres son insensatos. Tales personas, como lo ilustró alguien, son como dos pulgas que pelean por ver quién es el dueño del perro. Aquellos que viven como si la vida fuera un juego de monopolio están actuando de una manera necia. De hecho, realmente no somos dueños de aquellas cosas de las que pretendemos ser dueños. El Dios que creó todas las cosas es y sigue siendo el dueño real de todo.

Hablando desde el punto de vista humano, usted y yo no somos, como otro hombre lo ilustró, sólo un “accidente pasajero en la cronología del mundo”. El hecho de que poseamos una propiedad es sólo un arreglo temporal. Pronto morimos, y otro alardea de ser el dueño. Somos como niños pequeños que entran a la habitación de sus padres, se visten con las mejores ropas de ellos y luego se pavonean en la sala de estar para que todos puedan admirarlos. Los ricos (al igual que los pobres) tienen y usan propiedades que realmente pertenecen a Dios.

Por contraste, nuestro Dios soberano es eterno. Él no recibió su propiedad de nadie. Y no morirá ni pasará su propiedad a nadie. “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Salmo 24:1). Aquellas palabras del rey David son una verdad eterna. Fueron válidas cuando Dios descansó en el séptimo día. Fueron ciertas cuando David gobernó en Jerusalén. Son verdaderas hoy en día. Cuando Dios mira hacia abajo, desde su trono celestial, anuncia: “porque mía es toda bestia del bosque y los millares de animales en los collados” (Salmo 50:10).

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