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A MEDIO COCER

Laodicea. Este nombre se ha definido como “juicio del pueblo”, o “un pueblo juzgado”. Lo último parece preferible. La distancia que hay desde Filadelfia hasta la ciudad de Laodicea es de unos 65 km (ver t. VI, mapa frente a p. 33). Laodicea fue fundada por el rey seléucida Antíoco II Teos (261–246 a. C), y recibió su nombre en honor de Laodice, la esposa del rey. La ciudad se hallaba situada en el valle del río Licos. En los días de Juan era un centro comercial próspero que se especializaba en la producción de tejidos de lana. Estaba a pocos kilómetros de las ciudades de Colosas y Hierápolis, y muy pronto hubo cristianos en cada una de esas ciudades (cf. Col. 4:13). La iglesia de Laodicea quizá tenía ya unos 40 años de fundada cuando Juan escribió el Apocalipsis. Pablo se interesó mucho en esa congregación y encargó a los colosenses que hicieran un intercambio de epístolas con los laodicenses (Col. 4:16). Hay información acerca de la antigua ciudad de Laodicea en la pp. 105–106.
Amén. La unión de este título con “el testigo fiel y verdadero” lo identifica como un título de Cristo (cap. 1:5), el autor de las cartas a las siete iglesias. En cuanto al significado de “amén”, ver com. Deut. 7:9; Mat. 5:18. La aplicación de este término a Cristo puede compararse con Isa. 65:16, donde en hebreo el Señor recibe el nombre de ’Elohe ’amen, “el Dios del amén”. En el pasaje que consideramos, puede entenderse este título como una declaración de que Cristo es la verdad (Juan 14:6), y por lo tanto, su mensaje a la iglesia de Laodicea debe ser aceptado sin vacilación.
El testigo fiel y verdadero. Ver com. cap. 1:5.
Principio. Gr. arjḗ, palabra que tiene sentido pasivo y también activo. En sentido pasivo se refiere a lo que recibe la acción en el principio. Si así se interpreta aquí, significaría que Cristo fue el primer ser creado; pero es evidente que ésta no puede ser la traducción correcta, pues Cristo no es un ser creado. En sentido activo se refiere a lo que comienza una acción, la primera causa o motor. Si así se entiende entonces se afirma que Cristo es el Creador. Este es, sin duda alguna, el significado de este pasaje, porque en otros versículos se describe a Cristo repetidas veces desempeñando ese mismo oficio (ver t. V, p. 894; com. Juan 1:3; Heb. 1:2). La declaración notablemente similar de Col. 1:15–16 había sido leída por la iglesia de Laodicea muchos años antes (cf. Col. 4:16).
15. Tus. En cuanto al énfasis del singular, ver com. cap. 2:2.
Obras. Ver com. cap. 2:2.
Ni eres frío ni caliente. Se ha sugerido que esta expresión figurada debe haber tenido un significado especial para los cristianos de Laodicea. Uno de los principales lugares de interés de esa comarca es una serie de cascadas de agua salobre proveniente de las termas de Hierápolis. Las cascadas forman piletas naturales de agua tibia, muy apreciadas por los turistas. Los informes históricos y las ruinas de Hierápolis no dejan duda de que el agua termal fluía en el primer siglo d. C. El agua tibia era, pues, algo familiar para los laodicenses; describía adecuadamente su condición espiritual.
La tibia condición espiritual de la iglesia de Laodicea era más peligrosa que si hubiera estado fría. El cristianismo tibio retiene la forma y hasta el contenido del Evangelio en cantidad suficiente para adormecer las facultades de percepción del espíritu. Esto hace que los creyentes olviden el esfuerzo diligente que es necesario hacer para alcanzar el alto ideal de una vida victoriosa en Cristo. El típico cristiano laodicense está contento con el rutinario transcurrir de las cosas y se enorgullece del poco progreso que hace. Es casi imposible convencerlo de su gran necesidad y de cuán lejos se encuentra de la meta de la perfección.
Puesto que los mensajes a las siete iglesias reflejan el curso completo de la historia de la iglesia cristiana (ver com. cap. 1:11; 2:1), el séptimo mensaje debe representar la experiencia de la iglesia durante el período final de la historia de este mundo. El nombre Laodicea sugiere el último paso en el proceso espiritual del cristiano: la perfección de “un pueblo juzgado” (ver com. cap. 3:14) y hallado justo. Además, implica que la preparación de este pueblo y el procedimiento divino de determinar que son justos, concluirán al final del período (ver com. Dan. 8:13–14; Apoc. 3:8; 14:6–7). Por lo tanto, el mensaje para Laodicea se aplica en un sentido especial a la iglesia desde 1844 hasta el fin del tiempo (ver Nota Adicional al final del capítulo). Este lapso puede describirse como el período del juicio.
El mensaje de Laodicea se aplica a todos los que afirman que son cristianos (ver 6T 77). Los adventistas del séptimo día han reconocido por más de un siglo que el mensaje a los laodicenses también tiene una aplicación especial para ellos (ver Jaime White, RH 16-10-1856; cf. 1JT 41–44). El reconocimiento de esta aplicación es una constante reprensión contra el engreimiento y un estímulo para vivir íntegramente de acuerdo con el modelo de una vida perfecta en Cristo Jesús (ver com. cap. 3:18).
Ojalá. Un estado espiritual de tibieza produce una disminución de la vigilancia, lentitud en las reacciones e indecisión. Si la iglesia de Laodicea fuese fría, el Espíritu de Dios tal vez podría convencerla más fácilmente de su peligrosa condición.
¿Por qué es preferible una condición de frialdad a una de tibieza? Las siguientes palabras proyectan luz al respecto: “Al Señor le agradaría que los tibios, que creen que son religiosos, nunca hubieran mencionado su nombre. Son una carga continua para los que anhelan ser fieles seguidores de Jesús. Son una piedra de tropiezo para los incrédulos” (1T 188).
16. No frío ni caliente. Ver com. vers. 15; cf. IT 188; 2T 175–176.
Te vomitaré. La figura del agua tibia prosigue hasta su lógica conclusión. Nuevamente, conviene recordar el agua de Hierápolis, que además de ser tibia, tiene mal gusto por su contenido mineral. Esta agua desagrada, produce náuseas; el que la bebe casi involuntariamente vomita. Ver 3JT 15.
17. Yo soy rico. Puede entenderse literal o espiritualmente. Laodicea era una ciudad próspera, y sin duda algunos de los cristianos que vivían allí tenían recursos. En el año 60 d. C., cuando toda la región sufrió un devastador terremoto, Laodicea se negó a aceptar la ayuda que Roma ofreció para la reconstrucción. Sus ciudadanos se sintieron suficientemente ricos como para hacer frente a los gastos de levantar los edificios caídos.
Esta iglesia evidentemente no había sufrido ninguna grave persecución. El orgullo producido por su prosperidad llevaba naturalmente a la complacencia espiritual. La riqueza no es mala en sí misma; lo que sucede es que las riquezas hacen que su poseedor se sienta tentado a ceder al orgullo y a la complacencia propia. Contra esos males la única protección segura es la humildad espiritual.
Los cristianos pobres en bienes terrenales se sienten ricos y colmados de bienes espirituales; sin embargo, se parecen a un antiguo filósofo que orgullosamente proclamaba su “humildad” usando un vestido desgarrado. El orgullo que les produce su pretendida espiritualidad, brilla a través de los agujeros de sus vestiduras. El conocimiento de importantes verdades que sólo se han albergado intelectualmente, pero que no se permite que impregnen el alma, lleva al orgullo espiritual y a la intolerancia religiosa. Hasta la iglesia de Dios, poderosa en la estructura de su organización y rica con las joyas de la verdad, fácilmente puede llegar a ser intolerante en doctrina e inmoralmente orgullosa de sus riquezas de verdad. “El pecado más incurable es el orgullo y la presunción. Estos defectos impiden todo crecimiento” (3JT 183–184).
Enriquecido. La iglesia de Laodicea no sólo afirma que es rica, sino que también comete el error fatal de considerar que estas riquezas son el resultado de sus propios esfuerzos (cf. Ose. 12:8).
De ninguna cosa tengo necesidad. El colmo de la jactancia de los laodicenses es que pretenden que su situación no puede ser mejorada. Este engreimiento es fatal porque el Espíritu de Dios nunca entra donde no se siente necesidad de su presencia; pero sin esa presencia es imposible que haya novedad de vida.
No sabes. El que no sabe, y no sabe que no sabe, casi no tiene esperanza. La ignorancia de su verdadera condición, que caracteriza a los cristianos de Laodicea, es un agudo contraste con el certero conocimiento que Cristo tiene de la verdadera condición de sus iglesias, como lo refleja su categórica afirmación a cada una de ellas: “Yo conozco tus obras” (cap. 2:2, 9, 13, 19; 3:1, 8, 15).
Tú eres. El pronombre es enfático en griego. El énfasis de la oración es: “No sabes que eres tú el desventurado y miserable”.
Desventurado… desnudo. El cuadro que aquí se presenta es diametralmente opuesto a la jactancia de la iglesia de Laodicea. No es rica ni necesita nada; en realidad es tan pobre que hasta le faltan ropas.
18. De mí compres. La “iglesia” de Laodicea no puede sin este esfuerzo llegar a la altura que Cristo desea que alcance. Las cosas que él le ofrece tienen su precio aunque la salvación es siempre gratuita. Debe abandonar su vieja manera de vivir para que sea verdaderamente rica, para que sea sana y para que esté vestida; para que aunque no tenga nada de dinero, pueda comprar (cf. Isa. 55:1).
Oro. Representa las riquezas espirituales que se ofrecen como el remedio de Cristo para la pobreza espiritual de los laodicenses. Este “oro” simbólico representa la “fe que obra por el amor” (Gál. 5:6; Sant. 2:5; cf. PVGM 123) y las obras que resultan de la fe (1 Tim. 6:18).
Refinado en fuego. Es decir el oro que ha salido del fuego después de consumirse toda su escoria. Sin duda se refiere a la fe que ha sido probada y purificada por el fuego de la aflicción (ver com. Sant. 1:2–5; cf. Job 23:10).
Vestiduras blancas. Se ofrecen como un contraste con la desnudez de los laodicenses, la cual se destacaba tan horriblemente frente a su jactancia de que no tenían necesidad de nada (vers. 17). Las vestiduras blancas son la justicia de Cristo (Gál. 3:27; ver com. Mat. 22:11; Apoc. 3:4; cf. 1JT 479; PVGM 252–254; com. Apoc. 19:8). Esta figura debe haber tenido un significado especial para los cristianos de Laodicea, porque su ciudad era famosa por su tela de lana negra.
Vergüenza de tu desnudez. Cf. Exo. 20:26; Lam. 1:8; Eze. 16:36; 23:29; Nah. 3:5.
Colirio. Gr. kollúrion, “rollito”. El colirio antiguo era conocido por la forma del paquete en el cual se envolvía. Cerca de Laodicea había un templo al dios frigio, Men Karou. Surgió una famosa escuela de medicina dependiente de ese templo, y allí podía conseguirse un polvo para los ojos. Este hecho puede ser la base histórica de la figura del colirio.
El colirio simbólico que se le ofrece a los laodicenses es el antídoto celestial para su ceguera espiritual. Su propósito es abrirles los ojos a su verdadera condición. Esta es la obra del Espíritu Santo (Juan 16:8–11); sólo por medio de su obra convincente en el corazón puede eliminarse la ceguera espiritual. También puede considerarse que este colirio representa la gracia espiritual que capacita al cristiano para distinguir entre la verdad y el error, entre el bien y el mal. Ver 1JT 479.
Que veas. Es decir, veas el pecado como lo ve Dios y comprendas tu verdadera condición, como requisito previo para el arrepentimiento.
19. Yo reprendo. El propósito de toda verdadera disciplina correctora es hacer comprender su culpa al que yerra y animarlo a un nuevo proceder.
Castigo. Gr. paidéuō, “educar a niños”, “disciplinar”, “castigar”, particularmente como un padre castiga a un hijo con el propósito de encaminarlo y educarlo. El castigo le llega al cristiano cuando no presta atención a la reprensión de Cristo; pero ni su castigo ni su reprensión son una expresión de ira —como cuando una persona pierde el dominio propio— sino de un gran amor, cuyo propósito es llevar a los pecadores al arrepentimiento.
Parece que la iglesia de Laodicea no había sufrido aún persecución como sus iglesias hermanas, porque no se menciona que hubiera padecido sufrimientos. Pero Cristo amonesta a la iglesia que no puede continuar en su proceder indiferente sin encontrar una disciplina correctiva. Más de medio siglo después de los días de Juan, parece que la iglesia de la antigua Laodicea sufrió persecución (ver Eusebio, Historia eclesiástica iv. 26; v. 24).
Los que amo. Gr. filéō, “amar”, “tener afecto”, “tratar como amigo”. Compárese con el amor de Cristo como se expresa para la iglesia de Filadelfia mediante la palabra agapáō (vers. 9). En cuanto a la diferencia entre estas palabras, ver com. Mat. 5:43–44; Juan 11:3; 21:15. Esta seguridad del favor de Cristo muestra que los laodicenses no están sin esperanza (ver Nota Adicional al final de este capítulo). En realidad, son el objeto especial de la atención divina. El amor de Dios por ellos se expresa en el castigo por cuyo medio espera inducirlos al arrepentimiento (ver Prov. 3:12).
Sé, pues, celoso. Gr. zēlóō, de la misma raíz que zestós, “caliente”, condición que la iglesia de Laodicea no había alcanzado (vers. 15). Se invita a los laodicenses a que disfruten del calor y el entusiasmo que propicia el verdadero arrepentimiento, la consagración y la entrega a Cristo.
Arrepiéntete. Gr. metanoéō (ver com. Mat. 3:2). El verbo en singular destaca la naturaleza personal e individual de esta admonición. El arrepentimiento, como la salvación, nunca suceden en masa. La vida espiritual de un pariente o un amigo sólo puede tener valor de salvación para esa persona. Este nuevo dolor por la vida del pasado y el celo con sabiduría por el futuro, es lo que Cristo quiere que experimente la iglesia de Laodicea. Ver Nota Adicional al final del capítulo.
20. Estoy. La flexión del verbo sugiere que Cristo se ha detenido junto a la puerta y allí permanece. Nunca se cansa de ofrecer su bendita presencia a todos los que quieren recibirlo.
La puerta. No es la puerta de la oportunidad que se ofrece en el vers. 8, ni la puerta de la salvación (cf. Mat. 25:10; Luc. 13:25). Esas puertas las abre y cierra únicamente Dios. Pero esta puerta está bajo el control individual y cada uno puede abrirla o cerrarla según su voluntad. Cristo aguarda la decisión de cada persona porque es la puerta del alma. Cristo llama a la puerta de las emociones por medio de su amor, su palabra y sus providencias; llama a la puerta de la mente por medio de su sabiduría; llama a la puerta de la conciencia por medio de su autoridad; llama a la puerta de las esperanzas humanas por medio de sus infalibles promesas.
También puede considerarse que este pasaje se refiere a Cristo que está a la puerta de la vida humana, y en verdad de la historia humana, listo para entrar y bendecir con su presencia a su pueblo que espera (cf. Mat. 24:33; Luc. 12:36; Sant. 5:9).
Cenaré. Gr. deipnéō, “comer”, “cenar”; participar de la comida principal (ver com. Luc. 14:12). Esta palabra indica que el versículo se aplica a la gran cena de las bodas de Apoc. 19:9. Generalmente los judíos comparaban los goces de la vida futura con un festín (ver com. Luc. 14:15–16).
Con él. Pocos actos revelan mayor amistad y compañerismo que el compartir juntos los alimentos. Cristo promete compartir nuestras experiencias y nos invita a participar de las suyas (cf. Gal. 2:20; Heb. 2:14–17).
21. Al que venciere. Ver com. cap. 2:7.
Le daré que se siente. Ver Mat. 19:28; Luc. 22:30; cf. 1 Cor. 6:2; com. Mat. 25:31.
En mi trono. El vencedor compartirá la gloria y el poder de Cristo, así como él comparte la gloria y el poder de su Padre.
Como yo he vencido. Ver com. Juan 16:33. El ser humano puede vencer únicamente con la fuerza de la victoria de Cristo.
Con mi Padre. Ver Mar. 16:19; Efe. 1:20; Heb. 1:3; 8:1; 12:2.
22. Tiene oído. Ver com. cap. 2:7.
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