LA CARRERA DE LA FE - PARTE II

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INTRODUCCIÓN

El pasado viernes 23 de Julio dieron inicio en Tokyo los Juegos Olimpicos que habían sido pospuestos en el 2020 por motivo del COVID-19. Este es un evento deportivo de trascendencia mundial. Cada cuatro años, alrededor de 10 mil deportistas de todas partes del mundo se dan cita para competir al más alto nivel en toda clase de disciplinas, como el atletismo, el ciclismo, el remo, bádminton, fútbol, waterpolo, tenis, natación sincronizada y muchos más. No sé si usted lo sabía, pero los deportistas se preparan durante cuatro años, escuche bien, se preparan durante los cuatro años que hay entre cada edición de las olimpiadas para asegurarse de tener el máximo rendimiento el día de la competición.
Cuatro años de entrenamiento. Cuatro años de compromiso extremo para competir en un solo día.
La preparación es tanto física como mental, y afecta todos los aspectos de la vida del atleta. Este entrenamiento es lo que determina lo que el deportista come, es decir, su alimentación; la hora a la que se despierta, es decir, las horas de sueño que debe tener. La rutina que debe seguir diariamente, que se refiere a los ejercicios diarios que debe hacer, toda su agenda, su calendario, su día a día gira en torno a esta preparación. Cada detalle importa, cada aspecto del entrenamiento es igual de importante. Incluso, el control de los nervios, del estrés, la ansiedad que produce competir ante el mundo entenero que observa.
Si usted alguna vez ha participado en algún deporte, bien sea individual o colectivo, a nivel aficionado o profesional, usted sabrá lo que se necesita para poder competir. La exigencia es máxima.
Estos desportistas de alto nivel están dispuestos a hacer cualquier sacrificio con el fin de competir y llevarse la victoria. La soñada medalla olímpica. No pueden permitir que nada se interponga en su camino a la meta, no pueden tener distracción alguna que los retrase en su entrenamiento.
Usted se imagina pasar los próximos cuatros años de su vida entrenándose con la mayor exigencia, levantándose temprano, yendo a la cama temprano, no saliendo de fiesta, no comiendo cosas que le puedan aumentar su peso, y estar completamente determinado a cumplir con cada rutina de entrenamiento. Todo eso, para ganar una medalla.
En el mundo deportivo, el cuidado y la disciplina son indispensables. Muchos deportistas haste se abstienen de particpar en ciertas actividades recreativas para prevenir algún accidente que les cause una lesión y luego no puedan competir.
Creo que ésta es una gran ilustración para la vida Cristiana. De hecho, la Biblia se refiere a la vida cristiana como una carrera.
El apóstol Pablo dijo a los corintios en 1 Corintios 9:24 “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos a la verdad, para recibir una corona incorrumptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la aventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo bajo servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.
Pablo veía en la vida deportiva del antiguo Imperio Romano una perfecta ilustración para la vida cristiana. La vida cristiana es una carrera. Vivir por fe es vivir corriendo la carrera de la fe. Y, al igual que en cualquier otra carrera, se necesita disciplina, paciencia, perseverancia y esfuerzo. Por eso Pablo corre, pero no en vano, y golpea, pero no al aire, sino que golpea su cuerpo, eso no es literal, evidentemente, sino mas bien figurado. Se refiere a la disciplina necesaria en su vida para correr la carrera de la fe.
Al final de sus días, el apóstol Pablo le dice a su amado discípulo Timote en 2 Timoteo 4:7-8 “He pelado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.
Pablo estaba próximo a ser ejecutado por el Imperio Romano, y sabía que estaba acercándose el final de su vida. Había corrido toda su vida, desde su conversión, fiel al Señor, había corrido la carrera de la fe. Al final dijo “he guardado la fe”, porque la vida cristiana es una carrera, pero no una carrera cualquiera, es una carrera que nos demanda guardar la fe.
Esto es exactamente lo que estamos estudiando en el libro de Hebreos. Toda la carta es una exhortación a la perseverancia, a la paciencia, a correr hasta el final sin desviarnos del camino.
Por eso el autor de Hebreos nos dice en Hebreos 12:1 “Por tanto, nostros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.
Hace una par de domingos que comenzamos a estudiar este pasaje, y veíamos cómo la Biblia no solo nos manda a correr la carrera, sino que nos instruye sobre cómo debemos correr.
Ahora bien, algo que pasamos por alto hace unas semanas, pero que debemos resaltar es que el pasaje afirma que tenemos una carrera por delante. El pasaje no está hablando hipotéticamente, no, está afirman que usted y yo, si verdaderamente somos creyentes, ya estamos en una carrera. La carrera no es opcional, la carrera ya es una realidad en su vida. Así que, ya sea que esté consciente de ello o no, usted y yo estamos en una carrera. La pregunta es, ¿vamos a correr de una manera digna y fiel, o haremos el ridículo ante el mundo que nos observa?
En el 2017 un jóven venezolano compitió en el Campeonato Mundial de Esquí Nórdico. El joven, llamado Adrián Solano participó en una carrera de equí a campo traviesa de 10km, y el asunto es que la primera vez que ese muchacho conoció la nieve fue unos minutos antes de la competencia. Nunca había visto la nieve, nunca había usado unos skis, nunca había si quiera entrenado en algún sitio con condiciones similares, y fue a Suecia a competir con atletas que se preparan durante años y que ven nieve prácticamente todos los días de su vida. Estos son los meses de invierno en latinoamerica, del 22 de Junio al 22 de Septiembre, ¿sabe usted cuál es la temperatura mínima en Maracay? Veinte grados. Veinte grados es la temperatur mínima en la ciudad de dónde venía este muchacho. Veinte grados es lo más frío que seguramente había experimentado, y se va a Suecia a competir, nada más y nada menos, que en el Mundial Nórdico. Adrián Solano pasó a la historia como el peor esquiador del mundo.
Si usted busca en Google “peor esquiador del mundo” podrá leer su historia. Este muchacho hizo el ridículo en una competición deportiva, sencillamente porque no estaba preparado para la carrera.
Esto es una anécdota en el mundo deportivo, pero debería llamarnos a la reflexión ¿pasaremos nosotros a la historia como alguien que hace el ridículo en la carrera de la fe? ¿Estaremos tan poco preparados que en vez de correr tengan que arrastranos en la carrera para poder avanzar?
¿Tan gordos y fuera de forma estaremos que pasaremos vergüenza en la carrera?
Amado hermano, estamos en una carrera, la carrera de la fe. Una carrera que ya está pueda por delante de nosotros. El autor de Hebreos no está diciendo, si quieren pueden participar, no, está diciendo, tenemos una carrera por delante, ya estás en ella, ahora corre.
Por eso la Biblia nos instruye sobre cómo debemos prepararnos, cómo debemos entrenar, y cómo debemos correr, a fin de que no pasemos la misma vergüenza. Porque créame, podemos pasar mucha vergüenza en esta carrera, pasamos vergüenza cuando nos enredamos con el pecado, pasamos vergüenza cuando somos inmaduros, pasamos vergüenza cuando no conocemos a profundidad a nuestro Señor, pasamos vergüenza cuando, en vez de avanzar en la carrera, retrocedemos. Hebreos 10:38-39 “Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nostros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”.
Si retrocediere no agradará a mi alma, si retrocedemos pasaremos vergüenza en la carrera, y aún nuestra alma quedará insatisfecha sin agrado.
Así que, pensando en esta carrera en la que ya nos encontramos, prestemos mucha atención a lo que el texto nos dice acerca de cómo debemos correr
Lectura: Hebreos 12:1-4

I. DESPOJÁNDONOS (Breve resumen)

En primer lugar, y no pasaremos mucho tiempo en este punto, porque fue el punto central del sermón anterior, debemos correr despojándonos. La carrera de la fe se corre despojándonos constantemente, debemos estar continuamente desechando ciertas cosas que nos afectan en la carrera, debemos vivir constantemente dejando de lado, quitando de nosotros dos cosas:
A) Todo peso: Esto se refiere a todas aquellas cosas que no son necesariamente pecaminosas, pero que son una distracción de la carrera. Todo aquello que aumenta mi peso, que me impide avanzar como debería, que distrae mi vista de la meta. Todo aquello que nos frena en la carrera y nos hace ir más lentos.
La palabra peso puede tener dos significados, en primer lugar, puede referirse a los “kilos extras” que tengamos. La acumulación de grasa por una mala alimentación nos hará estar más pesados de lo que deberíamos, y mientras más gordos estemos, más cansados estaremos, menos resitencia tendremos y más lentos avanzaremos. Cuidado y no tengamos también que parar por un momento para recuperar el aliento.
En segundo lugar, la palabra peso, también puede significar aquellos accesorios que tenemos encima que también nos frenan. No es lo mismo correr con una mochila pesada encima que sin ella. Las mujeres sabrán esto mejor que los hombres, no es lo mismo correr con vestido y usando tacones, que en ropa y zapatillas deportivas.
Esta poderosa imagen aplicada a la carrera de la fe es muy significativa. El autor trae una imagen muy visual, y conocida para sus lectores, los atletas en el Imperio Romano muchas veces corrían casi desnudos para no tener nada que los frenara en la carrera, para correr más ligeros y con menor resistencia al viento.
Por esto, la Biblia nos manda a correr la carrera de la fe quitando de nuestra vida aquellas cosas que no necesariamente son pecado, pero que sí son una distracción. David Burt menciona en su comentario como muchas veces “llenamos nuestra vida de posesiones materiales, de compromisos laborales, compromisos sociales, gustos, pasatiempos, actividades o aún relaciones, llenamos nuestra vida de tantas cosas, que ya no tenemos tiempo para participar en la carrer”.
Nuestra vida gira en torno a nuestro trabajo, y no a nuestra fe. La mayoría de nosotros somos inmigrantes en este país, cuando llegamos ¿qué fue lo primero que hicimos? ¿Buscar un trabajo o una iglesia? Organizamos nuestras vidas de tal manera que faciliten el trabajo, pero nos olvidamos de la carrera que tenemos por delante. En mi último sermón comentaba con tristeza como muchas veces para el cristiano el dinero es un mayor motivador que Jesucristo. Somos discipliandos para ir a trabajar, no importan los obstáculos, si estamos enfermos, si estamos cansados, si no hemos dormido bien, todo esto queda sin importancia porque tengo que ir a trabajar. Estoy dispuesto a recorrer grandes distancias en transporte público porque tengo que ir a trabajar, pero cuando se trata de avanzar en la carrera de la fe, cualquier excusa es buena para no ejercitarnos.
Si algo nos enseña el libro de Hebreos es que entender la fe bíblicamente debe afectar toda nuestra vida. De la misma manera que el entrenamiento para una competencia deportiva afecta toda la vida del atleta, la fe debería afectar toda la vida del creyente. De qué nos estamos alimentanto, de las redes sociales, las noticias, a lo mejor, estamos estudiando y nos esforzamos por aprender todos los conceptos académicos; pero y qué de nuestro estudio de la Palabra.
¿Qué tal la rutina? Cambiamos de país, de residencia, en algunos casos, hasta aprendemos un nuevo idioma, nos alejamos de nuestros familiares, de nuestra cultura, estamos dispuestos a aceptar cualquier cambio con el fin de econtrar un buen trabajo, pero que ni se le ocurra decirme que tengo que cambiar mi rutina y dejar de ir al gimnasio para leer la Biblia. Eso no. Ese cambio no. Que mi agenda gire en torno a mi fe no. El trabajo sí, el gimnasio también, pero la fe, ni se le ocurra. Pídame que madruge para salir en bici o al gimnasio, pídame que madrugue para salir de viaje, pídame que madrugue para sacar al perro a hacer pis y caca, pídame que madrugue para ir al trbaajo, pero no me pida que madrugue para leer la Biblia, eso no. Pídame que me quede tarde viendo una película, pero ni se le ocurra pedirme que pase una noche leyendo la Biblia en casa con mi familia o con otros hermanos.
Ni se le ocurra pedirme que deje aquellas cosas que no son pecado, aquellos pesos que son tan cómodos, que tanto me divierten, que tanto me agradan, ni se le ocurra pedirme que me deshaga de aquello que me distrae de la carrera, no me pida que me deshaga de el peso que me hace ir más lento en la carrera. Eso no.
El pecado que nos asedia: La segunda cosa de la que debemos despojarnos es el pecado que nos asedia. Es interesante que la palabra está en el singular, el autor no está pensando en pecados específicos, sino en el pecado como tal. Hay una gran diferencia, porque los pecados que cometemos son la manifestación del pecado que hay en nosotros. Es la tendencia del corazón humano inclinado a la incredulidad, y a poner en duda aquello que Dios ha dicho. Cuando Dios llama a algo bueno, el ser humano lo llama malo; cuando Dios llama algo malo, el ser humano se apresura a revolcarse en ello. Esa inclinación es lo que nos lleva esclavos de nuestra maldad que luego se expresa en los pecados que cometemos.
El pecado puede manifestarse en la falta de gratitud, la queja, la ira, la falta de perdón, la falta de contentamiento, la insatisfacción, la falta de dominio propio, la idolatría, el espíritu crítico, siempre criticando y cuestionando a los demás y nunca mirando hacia adentro, la pereza, hasta el temor al hombre, o el miedo al sufrimiento, entre muchos otros. No solo los pecados escandalosos sino que cualquier manifestación de pecado es evidencia del pecado que habita en nosotros. Si las distracciones nos hacen avanzar más lento, imagínese cómo nos afecta el pecado en nuestra carrera.
Déjame decirte, hermano, si no estás avanzando en la carrera, no es por culpa de las circunstancias. Si no estás avanzando en la carrera es por tu propia responsabilidad. No es la circunstancia, sino nosotros que no damos prioridad a la fe; no son las circunstancias sino nuestro pecado lo que nos impide avanzar. En cualquier caso, somos nosotros los responsable de correr la carrera despojándonos de toda distracción y de todo pecado que nos asedia, que busca enredar nuestros pies a fin que tropecemos y dejemos de correr.
De modo que, en primer lugar, debemos correr despojándonos. Esto es, desechando toda distracción y todo pecado que nos asedia.

II. DEBEMOS CORRER CON PACIENCIA

En segundo lugar, el texto nos llama a correr con paciencia. La palabra paciencia es sumamente interesante en el griego, ya que puede ser traducida también como resistencia, o incluso aguante. Debemos ser paciente, es decir debemo tener resistencia, nuestros músculos se cansarán, se fatigarán, correremos cuesta arriba, soportaremos el sudor, quizás hasta nos caigamos en la carrera, pero ante todo esto debemos aguantar, resistir.
La carrera que tenemos por delante, la carrera de la fe no es una competencia en la que hay que llegar primero, no es una carrera de velocidad, sino una carrera de resistencia. No tenemos que ir más rápido que los demás, lo único que tenemos que hacer es no quedarnos sin gasolina en medio de la carrera. No es llegar rápido, sino llegar hasta el final. Perseverar a pesar de las dificultades.
Por eso el autor nos dice en Hebreos 10:36 “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa”
La carrera de la fe no es una carrera sin galardón, no es una carrera sin premio, al final de la meta nos espera una promesa, una ciudad, un galardón, una corona que el mismo Señor nos dará, pero ese premio se encuentra al final de la carrera, y para llegar al final, necesitamos resistir y aguantar la fatiga y todo lo que nos sobrevenga, hasta el final.
No es llegar rápido, es llegar hasta el final. Tu vida nunca más será cómoda, estará llena de tu lucha contra el pecado, estará llena de luchas contra el mundo, las presiones de afuera serán fuertes, y debemos ser pacientes, aguantando, resistiendo mientras corremos hasta la meta. Para lograr esta resistencia, el Señor traerá todo tipo de circunstancias que nos permitan desarrollar la paciencia.
Piense en la paciencia como un músculo, que solo se fortalece ejercitándose. Por lo tanto, para crecer en paciencia debe enfrentarse a situaciones que produzcan impaciencia.
Sinclair Ferguson comenta acerca de esto: “Muchos de nosotros pensamos que somos `relativamente pacientes´. ¡Pero es una ley de vida que la paciencia solo puede manifestarse, ejercerse y fortalecerse en circunstancias que pueden crear impaciencia!”.
De modo que, cada situación que vivimos debemos verla a la luz de la carrera que tenemos por delante, porque cada situación es soberanamente traída por Dios a nuestra vida a fin de que el músculo de la paciencia sea fortalecido y nos permita aguantar hasta el final de la carrera hasta alcanzar el galardón de Dios. Aquel galardón que Hebreos 11:10 llama la ciudad de Dios.
Ustede resistir, aguantar y tener paciencia hasta que se materialicen las promesas invisibles de Dios que aceptamos y creemos por fe. Hasta que sean una realidad tangible, debemos correr con paciencia.

III. DEBEMOS CORRER CON LA MIRADA EN CRISTO

Finalmente, debemos correr poniendo los ojos en Jesús. Hebreos 12:2
Ahora bien, antes de avanzar en este tercer punto, debemos recordar que toda la carta a los Hebreos es una gran comparación. Sé que muchas veces hemos oído que las comparaciones son odiosas, y eso puede llegar a ser cierto, pero no es el caso de la carta a los Hebreos. El escritor de esta epístola se propone a hacer una gran comparación entre Cristo y todo lo demás que encontramos en el Antiguo Testamento.
El autor compara a Cristo, y resalta su superioridad sobre:
Los profetas.
Los ángeles.
Superior a Moisés.
A Josué.
Superior a cualquier sacerdote del AT. Su sacerdocio es incomparable.
Superior a Abraham.
Superior al tabernáculo.
Superior y mucho más efectivo y suficiente que los sacrificios hechos en el Antiguo Testamento.
La carta a los Hebreos es una gran comparación que resalta la superioridad de Cristo sobre todo lo que encontramos en el Antiguo Pacto.
Y llegados al capítulo 11, el escritor compara a todos los grandes ejemplos de fe de los que hemos leído en el capítulo 11, con el ejemplo de Cristo. Jesús es el ejemplo supremo de lo que significa vivir por fe, y correr la carrera de la fe. Es bueno, saludable y bíblico contar con ejemplos humanos que nos ayuden y motiven a vivir por fe, y a correr la carrera de la fe. Pero, en última instancia, nuestro mayor y mejor ejemplo será siempre Jesucristo.
Todos los ejemplos que tenemos en Hebreos 11 son excelentes, pero ninguno de ellos vivió perfectamente la fe. Sus vidas están llenas de debilidad, pero en Cristo tenemos un ejemplo perfecto. Nadie vivió por fe como lo hizo Él. Nadie vivió tan libre de distracciones como lo hizo Él. Nadie dependió del Padre como Él lo hizo. Nadie despreció los bienes materiales de este mundo como lo hizo Él. Nadie fue tentado tan severa e intensamente como Él. Por eso, al ser nuestro ejemplo de fe supremo, el autor nos exhorta a correr poniendo nuestra mirar en Él. No dejando de mirar a nuestro mayor ejemplo de lo que significa vivir por fe.
Poner los ojos en Jesus: La expresión “puestos los ojos en Jesús” denota un un acto voluntario en el que apartamos nuestra vista de todo lo demás y la fijamos en Jesús. Para poner la vista en Cristo es necesario dejar de mirar a otros lados. Hay muchos cristianos que tienen completo de camaleón, porque quieren vivir con un ojo en Cristo y el otro viendo para los lados. Pero la carrera de la fe es tan intensa que para correr bien tenemos que fijar nuestra mirada en Cristo, y quitarla de todo lo demás.
En una ocasión, un artista experimentado le aconsejó a uno que recién comenzaba diciéndole “No copies copias. Has copiado este cuadro de uno que en sí era ya imperfecto. Si debes copiar, hazlo directamente de la obra original, o sal a la naturaleza a fin de inspirarte para tus paisajes”. De la misma manera, el autor de Hebreos nos ha mostrado copias imperfectas, ejemplos imperfectos de lo que es vivir por fe. Ahora bien, estos ejemplos pueden ser de ánimo para nosotros, claro que sí, pero si queremos correr bien, debemos mirar al original y no copiar las copias.
Los ejemplos de estos hombres y mujeres en el capítulo 11 son solo un ejemplo porque ellos mismos procuraron imitar al original. La vista de ellos estaba puesto en Jesús. De hecho, cuando vemos todos estos ejemplos de fe en el capítulo 11, debemos prestar especial atención a lo que se nos dice de Moisés en Hebreos 11:27 “porque se sotuvo como viendo al invisible”. El ejemplo de Moisés solo nos sirve para exhortarnos a mirar a Jesús de la misma manera que él procuro hacerlo. No debemos mirar a Moisés y decir, ¡Wow! Mira cómo corrió Moisés, sino ¡Wow! Mira cómo Cristo sostuvo a Moisés mientras corría.
Nuestros ojos no pueden estar fijados en los otros corredores de la carrera, ni mucho menos en nosotros mismos, sino en Jesús. Hay muchos por ahí que se fijan en cómo otros corren, y si ellos corren de cierta manera, entonces buscan imitarlos, pero no es eso lo que la Biblia nos dice.
Si tal o cual hermano hace o deja de hacer esto, entonces yo también. Pero a quien debemos imitar es a Cristo, y no a los hombres. Solo imitar de los hombres la determinación que estos tienen de imitar a Jesús.
Fíjense lo que dice el Apóstol Pedro 1 Pedro 2:21-24 “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. Su ejemplo es el ejemplo a imitar. Su vida fue una vida de fe como la de ningún otro hombre que haya caminado sobre la tierra.
Y a él debemos mirar.
Hermanos, nadie corre una carrera mirando hacia los lados, ¿Se imagina usted a Usain Bolt corriendo con la vista puesta en el que está al lado?
Ahora bien, hay varias razones que se describen a continuación y que hacen a Jesús el ejemplo supremo de la fe:
Autor: En primer lugar, se le llama el autor de la fe. Esta idea de Jesús como autor no es nueva en la carta de Hebreos, de hecho, en Hebreos 2:10 se nos dice que Jesús es el autor de nuestra salvación.
La palabra autor se refiere, no solo a que Él es el objeto de nuestra fe, sino al hecho de que Jesús es quien hace la vida de fe posible. De la misma manera que Él es quien hace la salvación posible, asimismo es quien hace la vida de fe posible. Él caminó por fe mostrándonos cómo se vive por fe. Cuando el autor habla de Cristo como el autor de la fe, se refiere a aquel que abre el camino de la fe y nos muestra el sendero. Nuestra fe no solo se origina en Él y por Él, sino que además Él nos guía abriendo el camino de la fe, caminando Él mismo, mostrándonos los padecimientos, y alcanzando la gloria eterna por medio de la fe.
Cristo es el autor de la fe porque Él nos abre paso en la carrera por la fe. El camino de la fe es desconocido para el hombre, pero Cristo va delante de nosotros con machete en mano abriendo camino para que podamos pasar por él siguiente sus pisadas.
Consumador: En segundo lugar, se le llama el consumador. Esta palabra puede ser traducida como perfeccionador de la fe. Él es el que nos muestra la fe vivida de manera más clara, y también, en Él la fe alcanza su mayor nivel de madurez. En Él la fe es perfeccionada, pues el soportó todas las aflicciones reteniendo la fe hasta el final. Esa misma fe que tuvo Cristo, él la produce en nosotros. Él es quien obra en nuestra vida por medio de las circunstancias para que nuestra fe madure.
Tal como dice Filipenses 1:6 “él comenzó la buena obra, él la perfeccionará”. La fe es un regalo de Dios tal como nos dice Efesios 2, pero no es un regalo en el que Dios nos da fe para ver luego qué hacemos nosotros con ella. Él nos la da, pero también nos la perfecciona. Él no dejará a la deriva, sino que nos guiará en el camino y fortalecerá nuestra fe a medida que avanzamos.
Él no nos dejas desprovistos en la carrera. Él nos perfecciona en medio de ella. Su ejemplo nos infunde aliento.
Gozo puesto por delante… sufrió la cruz, menospreciando el oprobio: Jesús fue el mejor ejemplo de cómo valorar el gozo celestial más que las penurias terrenales. Se nos dice que por el gozo puesto delante de Él, sufrió la cruz y menospreción el oprobio.
El gozo que tenía delante es lo que le llevó a menospreciar el sufrimiento y la muerte, pero, ¿cuál era ese gozo? En este aspecto, el profeta Isaías nos da gran luz Isaías 53:11 “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos”.
En otras palabras, a Cristo le fue propuesto gozo de justificar a los pecadores y llevarlos con Él a la presencia de Dios, pero para disfrutar de ese gozo de salvar a los rebeldes, debía experimentar el sufrimiento y la vergüenza de la cruz.
De la misma manera que Cristo fijó su mirada en el resultado de su sufrimiento, que es la salvación de muchos, nosotros debemos fijar la mirada en Cristo y en el galardón que nos espera al final de nuestros padecimientos en esta tierra. El gozo que le fue propuesto a Cristo, y que le llevó a dar su vida, es el de cumplir el propósito reconciliador y redentor del Padre. Cristo disfrutó del placer último al hacer la voluntad de Dios.
Por eso pudo decir, mi alimento es hacer la voluntad del que me envió. Ése era su gozo y su deleite. Y por ese gozo, estuvo dispuesto a soportar cualquier clase de padecimientos. Eso nos muestra que todos los males de este mundo quedan empequeñecidos cuando son comparados con las bondades de la Ciudad Celeste, donde estaremos por la eternidad libres del pecado, libres de la culpa, libres de la esclavitud y de todo tipo de sufrimiento. Pero para llegar allí, debemos correr la carrera de la fe hasta el final. Siguiendo las pisadas de Jesús.
Es como cuando una mujer da a luz, sabe que en el parto sufrirá un gran dolor, sabe que su cuerpo sufrirá grandemente, las contracciones son dolores muy intensos y continuos. Recuerdo que mi esposa me decía que ella sentía como si se fuera a partir en dos mitades, es un dolor que venía desde lo más profundo de su cuerpo. Y luego la cesárea, todo el dolor de la recuperación, todo ese sufrimiento quedó completamente eclipsado por el gozo de sostener a nuestro hijo Bruno en sus brazos. Si usted le pregunta a mi esposa si sufriría todo eso nuevamente, le responderá con un rotundo sí, porque al comparar el dolor intenso, el gozo posterior es mayor.
Eso mismo es lo que ocurrió con Cristo, sabía que para rescatarnos a los pecadores debía sufrir, pero ese sufrimiento no se comparó con el gozo posterior de reconciliar para consigo a un pueblo.
De esta misma manera, nosotros debemos estar dispuestos a soportar toda clase de sufrimientos con el fin de alcanzar las delicias de la Ciudad de Dios. El autor de la novela “El Progreso del Peregrino”, John Bunyan Se refirió al valor de las bondades celestes de la siguiente manera:“¡Oh! ¿Quién es capaz de concebir los deleites inefables e inconcebibles que hay allí? Nadie, salvo aquellos que los han gustado. Señor, ayúdanos a concederles tal valor aquí que, con vistas a prepararnos para ellos, estemos dispuestos antes a sufrir la pérdida de todos esos placeres engañosos aquí.” - John Bunyan
A Cristo le fue ofrecido un gozo y una tentación. El Padre le ofreció el gozo de ser el Salvador de un pueblo, Satanás le ofreció los reinos del mundo si le adoraba. Satanás intentó convencer a Cristo que no pasara por el dolor de la cruz, esto lo vemos en el Evangelio de Marcos cuando reprendió a Pedro y le dijo “apartate de mi Satanás porque no pones la mirada en las cosas de Dios sino en la de los hombres”.
Cristo no apartó su mirada de aquel glorioso gozo de salvarnos. Como dijo Isaías, Él vio el fruto de sus aflicciones y quedó satisfecho.
Es lo mismo que hizo Moisés en Hebreos 11:24-27 quien no tuvo por valioso los deleites del pecado en Egipto sino que valoró más el sufrir con Cristo para luego reinar con Cristo como nos dice Pablo en Romanos 8:17 “si sufrimos con él, también reinaremos con él”.
Muchas son las voces, las tentaciones, los obstáculos que querrán que quitemos nuestra mirada de Cristo y del gozo eterno, pero debemos aferrarnos a Cristo, fijando nuestra mirada en Él, quien es el autor y consumador de nuestra fe, y quien no quitó nunca su vista del gozo eterno.
En el libro de Bunyan, el personaje central, que se llama Cristiano, emprende su peregrinaje desde la Ciudad de la Destrucción hacia la Ciudad Celestial, y en una parte del camino se encunetra con un hombre que se llama “Sabio-según-el-mundo”, quien intenta convencerle que deje de transitar por el camino que va porque ahí solo encontrará sufrimiento. Este hombre llamado “Sabio-según-el-mundo” le dice:
“Soy más viejo que usted, y he oído a muchos dar testimonio de que en él encuentran cansancio, penalidades, hambre, peligros, cuchillo, desnudez, leones, dragones, tinieblas… En una palabra: la muerte con todos sus horrores. Créáme: ¿por qué se ha de perder un hombre por prestar oído a un extraño [refiriéndose a Evangelista]?”
En la mitología antigua, hay un relato muy famoso y muy conocido sobre Ulises y el canto de las sirenas. Las sirenas eran seres que con su canto atraían a los marineros a una muerte terrible. Muchos eran seducidos por sus cantos, pensando que iban al deleite, cuando lo que realmente encontraban era la muerte inminente. Este es un relato mitológico, y no un hecho histórico, pero sirve como ilustración para este punto.
El pecado quiere engañarte haciéndote creer que el placer inmediato es mejor que el gozo que el Señor ofrece al final de la carrera. Te seducirá para que te enredes con el pecado, para pongas más distracciones y quites tu mirada de Cristo y del galardón, lo hará de manera tan sutil que no te darás cuenta sino hasta que ya es demasiado tarde.
Mantengamos nuestro ánimo: Por eso debemos escuchar a la instrucción de la Palabra de Dios en cuanto a cómo debemos correr esta carrera.
Las distracciones pueden hacernos bajar la guardia, el pecado pueda hacernos tropezar, caer y desanimarnos, el sufrimiento puede hacernos temer, pero cuando miramos a Jesús, y vemos cómo Él vivió venciendo cualquier distracción, pecado y temor, nuestro ánimo no decae.
El versículo 3 nos dice precisamente esto: Hebreos 12:3 “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”.
El ánimo del creyente se encuentra en Cristo. Él es nuestro gozo. Contemplar a Cristo es lo que nos mantiene avanzando en la carrera.
Hermano, si estás desmotivado en la carrera de la fe, es muy probable que sea porque has dejado de mirar a Cristo. Has dejado de considerar al Señor y has comenzado a escuchar el canto de las sirenas, dejando que alguna raíz de pecado endurezca tu corazón.
Si estás estancado en la carrera, es porque probablemente estás muy entretenido viendo Netflix, jugando con la Play, o aún muy distraído con tu trabajo y con los afanes de este mundo que has dejado de ver a Cristo.
A lo mejor el peso y los accesorios que has adquirido te han desanimado. A lo mejor se ha apoderado de ti el temor a perder el trabajo por no participar en prácticas deshonestas en el trabajo y por eso has dejado de correr.
Hermano, a ti te digo, mira a Cristo. Considera a Cristo, fija tu mirada en Él, y Él te dará el ánimo necesario para continuar:
Si te sientes abrumado por el pecado y la tentación, refuerda lo que dice Hebreos 4:15-16.
Si te sientes solo y desgastado, recuerda lo que dice Hebreos 7:24-25.
Si te sientes temeroso y que el mundo está en tu contra, recuerda lo que dice Hebreos 11:27.
Cristo es quien nos sustenta. Él es quien nos sostiene.
Sinclair Ferguson comenta al respecto “… es significativo que la exhortación del autor de Hebreos a acercarse a Dios con plena seguridad de fe (Hebreos 10:22) se basa en última instancia en su exposición de la humanidad de Cristo como un sumo sacerdote misericordioso y empático, quien asumió nuestra frágil carne en un mundo caído, experimentó nuestras debilidades, soportó nuestras tentaciones, y sabe lo que es orar con fuerte clamor y lárgrimas (Hebreos 2:14; 4:14-16; 5:7-10). Aquellos que tienen un espíritu melancólico y que son propensos a la duda necesitan tener la mente impregnada de las certezas de la gracia divina que se deben hallar en un Salvador plenamente vestido con las prendas de su evangelio”.
Mirar a Cristo es el único antídoto contra el desaliento que se produce en la vida cristiana, ¿Ves a Cristo tan glorioso como es? ¿Meditas en la salvación que ha logrado para ti? ¿Te aferrar al consuelo que su amor trae al corzacón herido? ¿Te refugias en su palabra cuando la tentación golpea tu puerta? ¿Acudes a Él en oración cuando la duda te atormenta? ¿Acudes a Él en oración cuando el temor se apodera de ti?
Hermanos, para correr la carrera de la fe nos es necesario mirar a Cristo y no apartar nuestra mirada de Él.
Por eso la letra de aquel glorioso himno escrito por Helen Lemmel es tan significativa:
“Pon tus ojos en Cristo,
Tan lleno de gracia y amor,
Y lo terrenal sin valor será,
A la luz del glorioso Señor”
Tenemos una carrera por delante, una carrera que debemos correr despojándonos de toda distracción y pecado, una carrera que debemos correr con paciencia, aguantando y resistiendo mientras esperamos que se materialicen las promesas, una carrera que debemos correr mirando a Jesús, apartando nuestra mirada de todo lo demás y fijándola en Cristo, quien es nuestro máximo ejemplo, el autor y consumador de nuestra fe.
Que el Señor nos ayude a correr con paciencia, a correr con fidelidad, y que al final de nuestros días podamos decir al igual que Pablo “He acabado la carrera, he guardado la fe”.
Oremos,
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