Oración y alabanza - Pablo

La Oracion  •  Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 56 views
Notes
Transcript
Romans 1:8–12 RVR60
8 Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9 Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10 rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11 Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12 esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí.
8. vuestra fe es predicada en todo el mundo
Esto era bien posible por medio de las frecuentes visitas hechas a la capital desde todas las provincias
el apóstol, conocedor de la influencia que estos ejercerían en otros
así como la bienaventuranza que ellos mismos poseían
gracias da por semejante fe
a su Dios por Jesucristo,”
la fuente, según su teología de la fe, de toda gracia en los hombres.
9. testigo me es Dios, al cual sirvo
[en ministración religiosa] en mi espíritu
[en lo más íntimo de mi alma]
en el evangelio de su Hijo
[al que estaban consagradas toda la vida y actividad religiosas de Pablo]
sin cesar me acuerdo de vosotros en mis oraciones
Lo mismo por los efesios (Efesios 1:15, 16),
por los Filipenses (Filipenses 1:3, 4);
por los Colosenses (Colosenses 1:3, 4)
por los Tesalonicenses (1 Tesalonicenses 1:2, 3)
¡Qué amor más universal
qué espiritualidad más comprensiva
qué devoción más apasionada a la gloria de Cristo entre los hombres!
10. Rogando, si al fin algún tiempo haya de tener, por la voluntad de Dios, próspero viaje para ir a vosotros
Pablo había anhelado desde hacía mucho tiempo visitar la capital
pero se había encontrado con un número de impedimentos providenciales (v. 13; cap. 15:22; y véase nota Hechos 19:21; 23:11; 28:15)
de modo que casi un cuarto de siglo pasó, después de su conversión, antes que se realizara su deseo
eso solamente como “preso de Jesucristo.”
Sabiendo pues que todo su futuro estaba en las manos de Dios
continúa orando siempre para que sean quitados los obstáculos que impedían una feliz y próspera reunión.
11, 12. Porque os deseo ver, para repartir con vosotros algún don espiritual
No algún don sobrenatural, como lo comprueba la frase que sigue (véase nota, 1 Corintios 1:7). para ser juntamente consolado con vosotros por la común fe vuestra y juntamente mía—No deseando “señorearse de la fe de ellos,” sino ser más bien “ayudante del gozo de ellos,” el apóstol corrige sus expresiones anteriores: mi deseo es de instruiros y haceros bien; esto es, que nos instruyamos y nos hagamos bien mutuamente; pues, al dar, yo también recibiré [Jowett.] “Ni es insincero al hablar así, porque no hay ninguno en la iglesia de Cristo tan pobre que no nos pueda impartir algo de valor; es sólo nuestra malignidad y nuestro orgullo lo que nos impide sacar algún fruto de cualquier fuente.” [Calvino.] ¡Cuán “marcadamente diferente es el estilo apostólico del estilo de la corte de la Roma Papal”! [Bengel.]
13. muchas veces me he propuesto ir a vosotros … he sido estorbado
Principalmente por su deseo de ir primero a los lugares donde Cristo era desconocido (cap. 15:20–24). para tener también entre vosotros algún fruto [de mi ministerio] como entre los demás Gentiles—El origen gentílico de la iglesia Romana está aquí aseverado tan explícitamente, que los que concluyen, meramente por el tono judaico del argumento, que en ella predominaba el elemento israelita, lo hacen en oposición al apóstol mismo. (Pero véase la Introducción a esta Epístola.)
14, 15. A Griegos [los instruídos] y a bárbaros [los iletrados] … soy deudor. Así que, cuanto a mí, presto estoy a anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma
Se siente bajo la obligación ineludible de llevar el evangelio a todas las clases de la humanidad, adaptado como era a todos y ordenado para todos (1 Corintios 9:16).1
No vamos a considerar las oraciones de Pablo siguiendo su orden cronológico, sino según las encontramos en sus Epístolas en su disposición actual.
Pablo escribió las Epístolas a los Tesalonicenses antes que la Carta a los Romanos, sin embargo, teniendo en cuenta que, por su tema e importancia, Romanos ocupa correctamente el primer lugar, comenzaremos con las oraciones de Pablo consignadas en esta epístola.
Es objeto de debate si lo que consignan estos versículos es una oración específica que Pablo pronunció en aquella ocasión, o si el apóstol está aquí informándoles acerca de su costumbre de recordarles ante el trono de gracia.
Considero que esta distinción es tan exigua que en la práctica cambia poco la idea que adoptemos.
Personalmente me inclino a favor de la primera postura.
Esta epístola fue escrita por un amanuense (16:22) y cuando el apóstol dictó las palabras «a todos los que estáis en Roma, amados de Dios» (1:7), su corazón fue movido inmediatamente a dar gracias a Dios por el hecho de que algunos de sus escogidos se encontraran en la capital del imperio romano, en la propia casa de César (Fil 4:22).
Afecto de Pablo por los creyentes de Roma
La posición de Pablo era un tanto delicada, puesto que los creyentes de Roma no le conocían personalmente. No hay duda que a menudo habrían oído hablar de él (al principio como un hombre peligroso). Cuando se convencieron de su conversión, y supieron que había sido enviado a los gentiles, posiblemente se preguntaron por qué no les había visitado, teniendo en cuenta que había estado cerca de Roma cuando pasó por Corinto. Les hizo pues saber su profundo interés personal en ellos. Les tenía constantemente en el corazón y estaban presentes en todas sus oraciones. ¡Cómo habría suscitado el afecto de sus lectores hacia él al decirles, «primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros»! (1:8a) ¡Cómo les habría motivado a leer con un interés más cálido lo que les había escrito! Nada se gana más el cariño de un cristiano hacia otro que saber que este le recuerda ante el trono de gracia. Como escribió hace poco uno de nuestros lectores: «Para mí las oraciones de los amados santos de Dios tienen más valor que todas las riquezas del mundo. Estas solo demostrarán ser una maldición, mientras que aquellas tienen acceso a las más altas bendiciones del cielo y me postran más ante el santo trono de Dios».
«Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo» (Ro 1:8). Hay cinco cosas en este texto que reclaman nuestra atención. En primer lugar, el modo o método, de la oración de Pablo: La primera nota que suena es de alabanza. Pablo subraya mucho este aspecto, la expresión «primeramente doy gracias a mi Dios» precede a «rogando que» del versículo 10. Vemos, pues, de qué manera practicaba el apóstol lo que predicaba: «sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil 4:6). La acción de gracias ha de tener un lugar destacado en nuestras oraciones, es lo mínimo que podemos hacer. En palabras de un puritano, «es el pago que le debemos por las misericordias recibidas». La acción de gracias es un medio efectivo de fortalecer la fe, ya que sitúa el corazón en una disposición más adecuada para pedirle otros favores. Esta conduce a la alegría en la vida cristiana: «Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros» (Fil 1:3–4). No hay nada tan aconsejable para erradicar la tristeza y el pesimismo del alma como el cultivo de la gratitud y la alabanza. La práctica de estas cosas animará y estimulará a nuestros hermanos. La piedad no es encomendada por la tristeza y la amargura.
Pablo combinó acciones de gracias con peticiones
Lejos de ser algo excepcional, el ejemplo anterior indica más bien la costumbre habitual del apóstol. Es una bendición observar lo frecuentemente que Pablo combinaba la acción de gracias con las peticiones (ver 1 Corintios 1:4; Efesios 1:16; Colosenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:2; Filemón 4.) Recordemos que estos ejemplos se han consignado para que aprendamos de ellos. ¿No explicará esto por qué tantas de nuestras oraciones siguen sin respuesta? Si no hemos reconocido la bondad y gracia de Dios por las bendiciones ya recibidas, ¿podemos acaso esperar que él siga dispensándonoslas? Siempre deberíamos combinar alabanzas y peticiones, acciones de gracias y súplicas (Col 4:2). Pero el apóstol nos muestra aquí mucho más que esto; algo más noble y desinteresado. Su corazón era constantemente atraído a Dios, agradecido por las cosas asombrosas que él había hecho a favor de su pueblo, y esto le daba confianza para pedir más bendiciones para ellos.
Consideremos, en segundo lugar, a Aquel a quien invoca Pablo, a quien se dirige aquí como «mi Dios». Es sin duda una bendición observar que el apóstol no concebía a la Deidad como un ser absoluta e infinitamente alejado y desligado de los suyos. Para Pablo no hay formalidad o sentido de distancia o incertidumbre; Dios es una realidad viva y personal, «mi Dios». Con esta expresión el apóstol declara una relación contractual. La grandiosa promesa del pacto es «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Heb 8:10), y evoca Jeremías 24:7 y 31:33 que a su vez tiene sus raíces en Génesis 17:7 y Éxodo 6:7. Sobre esta base Moisés y los hijos de Israel cantaron en las lejanas playas del mar Rojo, «Mi fortaleza y mi canción es el SEÑOR, y ha sido para mí salvación; éste es mi Dios» (Éx 15:2 LBLA). Por ello David exclamó, «Dios, Dios mío eres tú» (Sal 63:1). De igual manera vemos que Caleb (Jos 14:8), Rut (Rt 1:16), Nehemías (Nh 6:14), Daniel (Dn 9:4, 19) y Jonás (Jon 2:6) le reconocieron como «mi Dios» como una forma de ratificar la relación contractual.
«Mi Dios» expresa una relación personal. Dios era el Dios de Pablo por elección eterna, habiéndole amado con un amor eterno. Era también su Dios por redención, que le había comprado con sangre preciosa. Era asimismo su Dios por su poder regenerador con que le había impartido vida espiritual y grabado en su corazón su imagen divina, haciéndole de forma manifiesta su querido hijo. Era su Dios por elección personal, porque cuando se reveló a él y en él, Pablo se había rendido a sus demandas diciéndole, «¿qué quieres que haga?» Al impartirle su propia naturaleza tras la aceptación de sus demandas por parte del apóstol, se había convertido en la eterna porción de Pablo, su gratificante herencia. «Mi Dios»: Aquel que había mostrado a Pablo una misericordia soberana y fuera de lo común. Su relación era también segura; no había en ella duda, vacilación o incertidumbre. Pablo podía decir con Job: «De oídas había oído de ti, más ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). Y la suya era también una relación práctica: «a quien sirvo» (Ro 1:9).
Pongamos ahora las dos expresiones juntas: «doy gracias a mi Dios» ¡qué combinación tan apropiada! ¿No es acaso un Dios así digno de infinita gratitud? Y si yo le conozco personalmente como mi Dios, ¿no debería acaso, la acción de gracias brotar de manera espontánea de todo corazón y labios? La unión de estas dos expresiones hace comprensible el sentido de la frase introductoria, «primeramente doy gracias a mi Dios»; no es primero en enumeración, sino en énfasis, en orden espiritual. Si Dios mismo es mío, entonces todo lo que es puro, santo, precioso y grato también es mío. Si este hecho glorioso, esta verdad infinitamente grandiosa, es tema de constante meditación y adoración, entonces mi corazón no será frío y pesado, ni mi boca estará paralizada cuando me acerque al trono de la gracia. No me acerco a una Deidad despótica y distante, sino a «mi Dios». Y el cristiano ha de reconocer debidamente esta feliz y bendita relación cuando dobla la rodilla delante de él. Lejos de ser lenguaje presuntuoso, negarlo sería impía presunción, insultante incredulidad.
Base del acercamiento de Pablo
Observemos, en tercer lugar, cuál es la base del acercamiento del apóstol: «mediante Jesucristo». Cuán agradecido está el autor (y también el lector, si ha sido regenerado) por esta cláusula. Aunque Dios sea «mi Dios» sigue siendo siempre el inefablemente Santo. ¿Cómo puedo yo, consciente de mi impureza y absoluta indignidad, pensar en acercarme a la pureza infinita? ¡Aquí tenemos la bendita respuesta, la perfecta provisión que suple todas mis necesidades: puedo acceder al Dios tres veces Santo «mediante Jesucristo»! Pero supongamos que mi certeza se desvanece, que dejo de andar cerca de él y pierdo la certidumbre de que él es «mi Dios». ¿Cómo puedo, en tal caso, darle gracias? Una vez más, la respuesta es «mediante Jesucristo». Como está escrito, «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre» (Heb 13:15). Sea cual sea mi caso, y aunque tenga un profundo sentido de culpa e impureza, esto no debe impedir que me acerque al trono de gracia, ni frenarme de dar gracias por Jesucristo y la provisión de Dios que él representa.
Gramaticalmente, la expresión «mediante Jesucristo» se relaciona con la acción de gracias, pero desde un punto de vista teológico o doctrinal hay un doble pensamiento. Dios es «mi Dios mediante Jesucristo». Como declaró a sus amados discípulos, «subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20:17b): «vuestro» Dios porque es «mi» Dios. Y doy gracias a mi Dios «por medio de Jesucristo», porque es tanto deber como privilegio de los regenerados, que forman parte del sacerdocio santo, «ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1Pe 2:5b). No podemos acercarnos a Dios sino «por medio de Jesucristo», el único mediador entre Dios y los hombres. Nuestra adoración solo es aceptable a Dios por medio de sus méritos (Col 3:17). Este hecho debe ser objeto de constante meditación y adoración por parte del creyente, puesto que solo de este modo se mantendrá en el corazón la bendita certeza que comporta el uso de la expresión «mi Dios». Jesucristo no cambia; su mediación tampoco. Por abatido que pueda encontrarme por mi sentido de indignidad cuando me acerco al trono, he de volverme hacia Jesucristo y ponderar con fe, su infinita dignidad. Entonces daré «gracias a mi Dios».
«Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo». Sobre estas palabras el finado Handley Moule dijo de un modo sumamente bello,
«‘Mi Dios’ […] es la expresión de una indescriptible identificación y una reverente intimidad […] es el lenguaje de una personalidad en la que Cristo ha destronado al yo para ocupar él mismo el trono […] Y esta santa intimidad, que se expresa en gratitud y súplica, es siempre ‘por medio de Jesucristo’, el mediador. La persona en cuestión, que conoce a Dios como ‘mi Dios’ y se relaciona con él como tal, nunca lo hace fuera de este amado Hijo que es, al mismo tiempo, uno con el creyente y con el Padre, no un medio extraño, sino el punto vital de la unidad».
En proporción a la percepción que el alma tiene de esta verdad y a la fe que se deposita en las declaraciones de lo que la Palabra dice al respecto, habrá libertad y confianza, santa audacia, cuando nos acercamos al trono. Solo de este modo disfrutará el cristiano de su derecho de primogenitura y vivirá a la altura de sus privilegios comprados con la sangre de Jesús; y únicamente de esta manera será Dios honrado por la alabanza y la acción de gracias que expresa tal persona.
Los receptores de la acción de gracias de Pablo
En cuarto lugar, consideramos a los receptores de la acción de gracias de Pablo: «por todos vosotros». Esto le parecerá extraño al hombre natural tan absorto en su propio yo. La mente carnal es incapaz de comprender los motivos que activan y los principios que regulan a quienes son espirituales. El apóstol da aquí gracias a Dios por personas a las que no conocía personalmente. No eran fruto de sus propios esfuerzos, y aun así se alegraba por ellos. ¡Cómo condena esta actitud del apóstol el estrecho fanatismo y sectaria exclusividad que tanto han afeado y perjudicado a la cristiandad! Aunque estos creyentes de Roma no eran sus hijos en el evangelio, no les conocía personalmente ni, por lo que sabemos, había recibido ninguna comunicación de ellos, alababa a Dios por ellos. La razón de esta alabanza era lo que Dios había hecho en sus vidas, eran árboles de su hacienda, fruto de su labranza (1Co 3:9). Este principio es para nuestra instrucción. No esperemos la certeza que implica la expresión «mi Dios» si no tenemos un amor por «todos los santos» y oramos por ellos (Ef 6:18).
En quinto lugar, observemos la ocasión de la acción de gracias de Pablo: «porque por todo el mundo se habla de vuestra fe». Viajeros procedentes de Roma, capital del imperio, propagaban las buenas nuevas por todas partes, dando fe de la humilde dependencia de los creyentes en el Señor Jesús y de su amorosa lealtad hacia él. Dondequiera que iba el apóstol se le daba esta bendita información. No era solo que estas personas hubieran creído el evangelio, sino que el carácter de su fe era tal que se hablaba de ella por todas partes, y la acción de gracias de Pablo por ellos era el reconocimiento y la gratitud porque Dios era el dador de su fe. Esta notificación de Pablo no pretendía producir autocomplacencia, sino incentivar a los creyentes de Roma a responder a este testimonio y a las expectativas que se habían suscitado. Una vez más, quiero subrayar la bendición de ver al apóstol alabando a Dios por lo que su gracia había producido en otras personas. ¡Qué luz vierte este hecho sobre su carácter! ¡Qué espíritu de amor por los hermanos se nos revela aquí! ¡Qué gratitud y devoción por su Maestro! ¡Qué ejemplo para los siervos de Cristo de nuestro tiempo cuando reciben noticias de los frutos del Espíritu en lugares distantes!
Una aplicación personal
Antes de pasar al versículo siguiente esforcémonos en aplicar a nuestra vida lo que hemos considerado. Lo que causó revuelo fuera de los círculos de estos cristianos romanos no fueron sus dudas e incredulidad, sino su fe. La pregunta es, ¿conocen otras personas nuestra fe y hablan de ella? ¿Suscita acaso nuestro ejemplo alabanza y acción de gracias a Dios? La de ellos no era una fe formal e inerte, sino una confianza vigorosa y fructífera que obligaba a los demás a tomar nota de ella. Era una fe que transformaba su carácter y conducta. Y para que no se piense que queremos añadir cosas que no están en el texto, remitimos al lector a Romanos 16:19: «Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos». Las dos declaraciones han de considerarse juntas, puesto que la una explica y amplía la otra. Si nuestra fe no produce una obediencia tal que otras personas la perciban, algo importante está fallando. Consideramos, pues, el término fe en Romanos 1:8 como una expresión genérica para aludir a las gracias del Espíritu; sin embargo el empleo de esta palabra en concreto fue posiblemente una reprensión profética del romanismo, ¡cuya falla principal es precisamente la ausencia de una fe salvífica!
«Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones»; el primer «porque» significa que aquél que mora en el cielo sabía hasta qué punto estaban estos cristianos en el corazón de Pablo. Se trata de un acto de adoración, el debido reconocimiento de la omnisciencia de Dios; una reverente apelación a él como el que sondea los corazones (ver 2 Corintios 1:23; Gálatas 1:20). «A quien sirvo» Pablo estaba a su entera disposición, sujeto a sus órdenes. «En mi espíritu»: No con una actitud hipócrita de avaricia, ni formalmente, sino desde las profundidades de su ser: de buena gana, de todo corazón, con gozo. La expresión, «en el evangelio de su Hijo» es la contraparte de «siervo de Jesucristo […] apartado para el evangelio de Dios» (1:1). La frase, «de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones» nos da a conocer la constancia de Pablo. Su gozo y oración por ellos no eran arrebatos evanescentes, sino algo permanente. Pablo había puesto a Dios por testigo de que al decir «sin cesar» no estaba exagerando. Aunque estos creyentes estaban en un estado vital y saludable, necesitaban, no obstante que se orara por ellos.
No podemos hacer mayor favor a los creyentes, o ejercitar nuestro amor de un modo más práctico y efectivo que orando por ellos. No obstante, no considero que estos versículos establezcan un precedente para que los cristianos o ministros vayan proclamando por todas partes por quiénes oran o dejan de orar. Hacer alarde de nuestra devoción no es sino una especie de fariseísmo. La oración no es algo que tengamos que publicar; puesto que se trata de un ejercicio secreto delante de Dios, esta debería, como norma, guardarse en secreto. Es cierto que existen excepciones, cuando los creyentes experimentan dificultades o están aislados, les es un consuelo saber que están siendo recordados en oración. La mención que Pablo hace de sus oraciones pretendía informar a los creyentes de que, el hecho de no haberles visitado (v. 13), no era una muestra de indiferencia por su parte; les aseguraba que ellos ocupaban un lugar estable en sus afectos y preparaba el terreno para su visita a Roma haciéndoles saber la profunda solicitud que sentía por ellos.
Pablo estaba deseoso de conocer a los creyentes en Roma
«Rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros» (v. 10). Su amor por los cristianos hacía que Pablo tuviera un gran deseo de conocerles y le llevaba a orar para que Dios lo hiciera posible. Obsérvese que el apóstol se negaba a actuar por su cuenta movido por un impulso personal, sino que subordinaba sus anhelos e impulsos a aquél a quien servía. Esto es algo muy sorprendente y satisfactorio. Pablo no consideraba que lo que muchos entenderían como «el impulso del Espíritu» fuera una razón suficiente para obrar. Este tenía primero que asegurarse, por sus providencias, de que este viaje era ordenado por su Señor. Presentó, por tanto, su caso delante de Dios, encomendando el asunto a su decisión y placer. Observemos también que el tono no era de «demanda», ni mucho menos de exigencia, sino de humilde y sumisa petición: «si es posible» o «de alguna manera». Esta actitud expresaba el reconocimiento de que Dios es quien ordena todos los acontecimientos (Ro 11:36).
La expresión «al fin» muestra que Pablo había estado esperando un cierto tiempo el momento oportuno de su viaje y visita. «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Ec 3:1). Tener en cuenta este hecho es de una gran importancia práctica, porque implica la diferencia entre el éxito y el fracaso de nuestros proyectos. A menos que guardemos silencio ante el Señor y le esperemos con paciencia (Sal 37:7), solo experimentaremos confusión y problemas. Estoy de acuerdo con Charles Hodge en que el «próspero viaje» de que habla Pablo significaba «que sus circunstancias debían ser ordenadas de un modo tan favorable que él pudiera llevar a cabo su propósito largamente esperado de visitar Roma». Es precioso observar que un poco más adelante, antes de concluir esta epístola, Pablo recibió la divina certeza de que su petición le había sido concedida (Ro 15:28–29). Este viaje se describe en Hechos 27 y 28. Tras una travesía ardua y peligrosa, Pablo llegó a Roma ¡como prisionero en cadenas! Aunque es importante ver no obstante, Hechos 28:30–31 donde se muestra la medida de libertad que se le concedió.
«Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados» (Ro 1:11). Estas palabras no forman parte de la oración de Pablo, pero están íntimamente conectadas con ella, porque da a conocer lo que suscitó su petición, por qué tenía tanto deseo de visitarles. El anhelo de Pablo procedía de su afecto espiritual, como se ve si lo comparamos con Filipenses 2:26 y 2 Timoteo 1:4 (el apóstol usa la misma palabra griega en los tres casos). La palabra deseo (otras versiones traducen «anhelo» [LBLA, BTX]) muestra la intensidad del deseo que tenía el apóstol de visitar a los creyentes romanos, y el carácter real y encomiable de su sometimiento a la voluntad de Dios. Vemos el corazón pastoral de Pablo en su ardiente celo, pero lo vemos felizmente sujeto a los propósitos del Gran Pastor. Pablo no pretendía emprender un viaje de placer, ni cambiar de actividad, sino que Dios le hiciera una bendición para estos creyentes. Aunque se hablaba bien de su fe, su deseo era, no obstante, que los cristianos en Roma fueran afirmados, fortalecidos y establecidos (1 Pe 5:10). El objeto de Pablo era exponerles el camino de un modo más perfecto, aumentar su luz y gozo espirituales, desplegar de un modo más completo ante ellos las inescrutables riquezas de Cristo. Los pastores, no se contentan con ver que los pecadores se convierten; quieren verles crecer y establecerse firmemente en la fe.
«Esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí» (Ro 1:12). Con estas palabras Pablo quería evitar que se ofendieran, pensando quizá que quería destacar su inmadurez. Handley Moule ha afirmado con respecto a esta frase:
«¿Diremos que son palabras de un tacto exquisito, hermosamente conciliadoras y entrañables? Sí, pero son también perfectamente sinceras. El verdadero tacto es ciertamente un arte que brota del amor compasivo, pero no es menos genuino en lo que piensa, puesto que su deseo es agradar y conquistar. Pablo se goza en mostrarse amigo y hermano de sus discípulos; pero no solo se muestra así, sino que lo es, y disfruta de ello, y ha venido sintiendo y experimentado una constante alegría y fortaleza en su comunión con aquellos creyentes mucho menos dotados por el testimonio que estos daban del Señor».
Es hermoso ver a Pablo sirviéndose de la voz pasiva: «a fin de que seáis confirmados» (v. 11), no «a fin de que yo les confirme». El apóstol se esconde al expresar el resultado. Igualmente generoso son sus siguientes palabras «para ser mutuamente confortados» (v. 12). El contacto con mentes afines es reconfortante, y «el que saciare [a otros], él también será saciado» (Pr 11:25).
Romans 1:8–15 RVR60
8 Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9 Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10 rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11 Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12 esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí. 13 Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. 14 A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15 Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
Related Media
See more
Related Sermons
See more