NO RECHACÉIS LA GRACIA

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INTRODUCCIÓN

Buenas tardes, hermanos; y amigos que hoy nos visitan.
Hoy seguimos con nuestro estudio de la carta a los Hebreos, y nos encontramos en el capítulo 12. Ya llevamos un buen tiempo en este capítulo, en el que hemos hablado acerca de la carrera de la fe, la disciplina de Dios como una muestra de amor que nos ayuda en nuestra carrera.
El día de hoy estaremos estudiando Hebreos 12:11-29.
Llegados a este punto, el texto nos lleva a preguntarnos, ¿cómo reconocemos a un verdadero cristiano? Quizás más importante aún ¿Cómo puedo saber si soy un verdadero creyente? Recientemente estaba conversando en un discipulado con un hermano, y él me preguntaba acerca de la seguridad de la salvación, ¿Cómo puedo tener certeza de que verdaderamente soy creyente?
Esta es una pregunta, no sólo válida, sino también muy importante que lamentablemente no nos hacemos demasiado en las iglesias. Generalmente, tendemos a asumir que todos los que asisten a la iglesia son creyentes, pero la Biblia y la historia de la iglesia nos han demostrado que eso no es cierto. No todo el que dice ser creyente, realmente lo es.
El mismo Señor Jesús dijo en Mateo 7:21 “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos”.
El apóstol Pablo le dijo en Tito 1:16 de algunos que “profesa[ba]n conocer a Dios, pero con sus hechos lo negaban”.
La Biblia es muy clara al exponer a aquellos que dicen ser creyentes, pero no lo son. De hecho, nos advierte sobre nuestro propio corazón, y nos exhorta a examinarnos.
Del mismo modo, el libro de Hebreos está lleno de muchas exhortaciones y advertencias acerca de aquellos que aparentemente están en el camino de la fe, pero que, finalmente, no perseveran hasta el final. Exhorta a que no nos dejemos engañar por el pecado, de manera que nuestro corazón se endurezca y nos terminemos alejando del Dios vivo.
En cuanto a advertencias se refiere, el libro de Hebreos está lleno de ellas. Hoy precisamente, estudiaremos la última de estas advertencias que el escritor de Hebreos hace a su audiencia, y que el Espíritu Santo nos hace a nosotros hoy también.
Así que vamos a leer juntos nuestro pasaje de hoy.
Lectura: Hebreos 12:11-29.

LA OBEDIENCIA ES EVIDENCIA - Hebreos 12:11-14

Esta sección del libro de Hebreos es prácticamente la parte final de toda la carta. Desde Hebreos 12:12-13:19 encontramos las aplicaciones prácticas de la carta, encontramos los imperativos. Ahora bien, estos imperativos deben ser entendidos a la luz de todo lo que el capítulo 12 nos viene diciendo. No podemos separar los conceptos de la carrera de la fe ni de la disciplina del Señor de estos imperativos, de lo contrario, estaríamos predicando moralismo.
Pero, entonces, ¿cómo debemos entender estos imperativos estos primeros imperativos que encontramos en Hebreos 12? Pues, deben ser entendidos a la luz del fruto que la disciplina de Dios produce en nuestra vida. Hace un par de domingos conversábamos sobre la disciplina de Dios como una muestra de amor, y una de las cosas que aprendimos es que Dios nos disciplina con el propósito de hacernos participar de su santidad y para que demos fruto de justicia. Lea conmigo Hebreos 12:10-11.
De modo que, la obediencia es el fruto de justicia que produce en nosotros la disciplina del Señor. Esto es sumamente importante, porque nuestra obediencia a Dios no está condicionada por las circunstancias, de ser así, entonces, debemos examinar nuestro corazón.
De ahí que el autor nos exhorte a obedecer al mismo tiempo que nos adiverte no sea que no hayamos alcanzado la gracia de Dios. Esto lo explicaremos en breve.
Pero el punto de estos imperativos, es que están fundamentados en la obra que Dios hace en nuestra vida, tanto su disciplina como la seguridad que nos da por medio de Cristo deben ser suficientes para motivarnos y alentarnos a obedecerle sin importa cuáles sean nuestras circunstancias.
De hecho, son nuestras circunstancias que Dios usa para disciplinarnos, bien sea enseñándonos o corrigiéndonos a través de su Palabra y de las situaciones de la vida.
Por esta razón, la obra de Dios en nosotros debe alentarnos y no desanimarnos. La obra de Dios puede ser a veces incómoda, a veces dura, pero es precisamente lo que nos dice el pasaje anterior, ninguna disciplina es cuasa de gozo en el momento que se recibe, sino todo lo contrario, es causa de tristeza. Pero cuando vemos el resultado, podemos gozarnos en el fruto de justicia que Dios produce en nosotros, un fruto de justicia que se evidencia en la obediencia.
La injusticia, la iniquidad nos llevan a la desobediencia, la disciplina nos lleva a la justicia que produce obediencia. Por eso cada oportunidad, cada prueba, cada dificultad, debemos verla como Dios obrando en nuestra vida para enseñarnos y disciplinarnos. Esto sí que es un motivo de gozo, tener esto en mente debe quitar de nosotros un gran peso de encima, el preso de la duda y la incertidumbre. Lo que ocurre en mi vida no es porque Dios no me ama, todo lo contrario, su disciplina es una muestra de amor, por tanto, debo cobrar ánimo en la carrera de la fe. Es en este contexto que encontramos entonces los siguientes imperativos, algunos de ellos lo veremos rápidamente pues ya los comentamos en la predicación anterior:
Levantad: Citando originalmente al profeta Isaías, lo que nos anima es a un etimulo continuo en el que buscamos levantarnos unos a otros para seguir en la carrera. Cuando vemos a un hermano ha caído, o sus extremidades están agotadas por la carrera, paralizadas, casi sin fuerza, debemos alentarnos unos a otros y si es necesario levantar las manos de aquellos que las tienen cansadas. De la misma manera de Aarón y Hur sostenían las manos de Moisés, pues, debemos levantar las manos cansadas, figurativamente nos está diciendo que debemos fortalecernos y sostenernos unos a otros. Esto es un mandamiento para toda la iglesia.
Haced sendas derechas: En segundo lugar, esta vez citando al libro de Proverbios, nos manda a hacer sendas derechas. El texto original del libro de Proverbios en Hebreo no dice “haced sendas derechas” sino que dice “examinas la senda de tus pies”, la cita la encontramos en Proverbios 4:26. En momentos de dificultad, los seres humanos tendemos a buscar atajos para evitar el problema. Cuando somos enfrentados a situaciones difíciles, lo que hacemos es intentar buscar un camino que nos alivie el sufrimiento, o que no nos haga pasar por aquello a lo que tememos. Esta inclinación nos lleva a querer comprometer la verdad para evitar el dolor. Pero en esto también debemos obedecer al Señor, debemos evitar cojear y salirnos del camino recto desobedeciendo al Señor, simplemente porque no nos conviene. Cuando la presión social, económica, de nuestros jefes, de nuestros familiares, o aún de los gobiernos nos llevan a hace un juicio moral, debemos tener mucho cuidado de no caminar por caminos torcidos, sino que debemos ir por caminos rectos. Pregúntate, hermano, ¿esto que voy a hacer, la forma en cómo estoy percibiendo esta situación o esto que voy a decir, está alineado con la voluntad de Dios? Si la respuesta es no, entonces, probablemente esté peligrosamente cojeando.
Seguid la paz y la santidad: El último imperativo que veremos el día de hoy, es el que encontramos en el v. 14, y quizás en el que pasaremos mayor tiempo antes de continuar con nuestro texto hasta el final del capítulo. En el v. 14 encontramos el imperativo seguid. La palabra en griego literalmente significa perseguir, como si se tratara de alcanzar a alguien que huye de nosotros. En este sentido, debemos perseguir la paz para con todos los hombres. Ahora bien, hay una gran conexión entre la paz y ser hijos de Dios, el Señor Jesús dijo en Mateo 5:9 “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Usted puede ver la conexión entre la disciplina que recibimos por ser hijos de Dios, y porqué debemos buscar la paz. Precisamente porque somos hijos de Dios es que somos disciplinados, y precisamente, porque somos hijos de Dios debemos buscar la paz.
Es fácil decir eso cuando no estamos en conflicto, pero la razón por la que el texto nos manda a perseguir la paz, es porque ésta huye de nosotros. El pecado no trae paz, el pecado trae conflicto, guerras, pleitos. Por eso la paz es algo que debe procurarse de manera intencional. La paz no llegará por casualidad, para tener paz con los hombres, nosotros debemos hacer un esfuerzo, muchas veces tendremos que perdonar aunque el otro no se arrepienta, tendremos que pasar por alto la ofensa, tendremos que evitar hacer ciertas cosas que al otro no le gustan, aunque no sean cosas malas en sí mismas. La paz nos lleva a pensar en el otro más que en nosotros mismos. El mundo en el que vivimos está tan alejado de la verdad, que aún el concepto de la paz lo enfocan de manera egocéntrica. Lo más importante es tener paz interior y conmigo mismo, y me da igual lo que el mundo diga o piense, si lo que a mi me da paz te ofende, entonces, oféndete pero mi paz interior no la cambio por nada.
Esa no es la paz bíblica, la paz de la que nos habla este pasaje es una paz que se evidencia en el vivir en armonía con los demás. Por eso dice, seguid la paz con todos, ¿quiénes son todos? Todos los hombres. El apóstol Pablo lo expresó de la siguiente manera en Romanos 12:18 “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”.
¿Qué quiere decir esto? Que siempre que sea nuestra la decisión de vivir en paz, debemos vivir en paz. Esto incluye a nuestros enemigos, o a aquellos que procuran nuestro mal. Es muy fácil cuando alguien nos hace daño querer pagar con la misma moneda, pero Dios puede usar esa situación para disciplinarnos, recuerde que la disciplina tiene dos facetas, una de instrucción y otra de corrección. Dios puede estar enseñándote a perdonar o corrigiendo la falta de perdon en tu vida por medio de esa situación. Dios puede estar enseñándote humildad o corrigiendo el orgullo en tu vida por medio de esa situación. Cualquier sea el caso, la disciplina de Dios en nuestra vida produce fruto de justicia, y uno de ellos es que procuremos la paz con todos, aún con aquellos que nos persiguen, nos odian, nos maltratan.
No olvide lo que estos cristianos estaban pasando. En Hebreos 10:32-34 se nos describe el maltrato que estaban sufriendo estos creyentes. Esta situación era providencialmente permitida por Dios para que diesen testimonio de ser hijos de Dios por medio de vivir en paz con todos, aún con sus enemigos. Esto es lo que nos dijo el Señor, si amas a quienes te amas, ¿qué diferencia hay en eso? Aún los pecadores hacen esto. Una muestra de que somos hijos de Dios y de que estamos creciendo en madurez en nuestra fe, y de que estamos corriendo la carrera de la fe correctamente es el hecho de que procuramos vivir en paz con todos, aún con nuestros enemigos.
Ahora bien, para lograr esta paz debemos estar dispuestos a pagar cualquier costo personal. Repito, para vivir en paz con todos, debemos pagar un costo personal muy alto, el de perdonar, pasar por alto muchas ofensas y no buscar venganza. Pero, un costo que no debemos estar dispuestos a pagar es el de comprometer la santidad. Si para estar en paz con los que están a mi alrededor, debo pecar o no confrontar pecado, entonces esa no es una paz verdadera, sino que es un temor a los hombres.
Por eso el texto nos dice, procura la paz con todos, pero también la santidad porque sin la santidad nadie verá a Dios. El coste personal debes pagarlo, pero no a expensas de tu santidad. Si para vivir en paz tenemos que consentir en el pecado de otro, o tenemos que dejar de confrontar el pecado, entonces eso no es una paz real. El único pecado que debemos perdonar y pasar por alto es la ofensa que esa persona hace contra nosotros, pero si esa persona está haciendo algo en contra de la voluntad de Dios, no debemos participar en ello, debemos confrontar el pecado.
Por eso nos advierte, la paz con los hombres no es más importante que la santidad para con Dios. Como hijos de Dios debemos vivir en santidad. El apóstol Pedro dijo esto mismo en 1 Pedro 1:16 “Porque escrito está: sed santos porque yo soy santo”.
En medio de las aflicciones de la vida, no debemos desarrollar una mentalidad victimista, en la que soy un desfavorido y un pobrecito. Sino que, por el contrario, debo ver las aflicciones en mi vida como la obra de Dios en mi vida con el propósito de que participemos de su santidad y de que demos fruto de justicia por medio de la obediencia a Dios.
Los impertativos son muy importantes, porque la obediencia es la evidencia de que somos hijos de Dios. La pregunta es, ¿cómo estamos viviendo? ¿Acaso las circunstancias nos están llevando a desobedecer a Dios? ¿Acaso estamos siendo complacientes con nosotros mismos porque pensamos que somos unos pobrecitos? O por el contrario, ¿vamos a levantar las manos caídas y examinar si el camino por el que estamos es el camino de la justicia?

NO ALCANZANDO LA GRACIA - Hebreos 12:15-17, 25

Estos imperativos no son solo para saberlos sino para obedecerlos, la obediencia es la evidencia, por eso el pastor John MacArthur comentó con respecto a este texto lo siguiente: “La verdad que es conocida, mas no obedecida, se convierte en juicio más que en una bendición”
Por eso Hebreos 12, después de exhortarnos a la obediencia, nos advierte de la siguiente manera: “mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios”. No es la primera vez que nos adiverte de esta manera, de hecho las advertencias son tan comúnes en el libro de Hebreos, que podemos verlas a lo largo de toda la carta:
Advertencia a no deslizarnos de lo que hemos oído (Hebreos 2:1-4).
Advertencia a no endurecer nuestro corazón contra la voz de Dios (Hebreos 3:7-14).
Advertencia a no tener temor de Dios y perdernos su reposo (Hebreos 4:1).
Advertencia contra la apostasía (Hebreos 5:11-6:8).
Advertencia contra la incredulidad menospreciando la sangre de Cristo (Hebreos 10:26-31).
Y finalmente, llegamos a las últimas dos advertencias de la carta de Hebreos, la advertencia de no menospreciar la gracia de Dios, y la advertencia contra rechazar a quien nos exhorta, Dios mismo. Ahora bien, tal como comenta David Burt Todas las advertencias en la carta a los Hebreos tienen la misma características:“se centran en el peligro de la apostasía, y toma como ejemplo al pueblo de Israel”.
Y ésta no es la excepción. Despreciar la gracia de Dios llevará a las personas a la condenación eterna. Ahora, para comprender la conexión entre esta advertencia y todo lo que hemos estado estudiando hasta ahora, es importante no perder de vista que las aflicciones pueden ser vistas como la obra de Dios en nuestra vida para santificarnos y hacernos crecer en nuestra obediencia; o, pueden ser vistas como una dificultad tan grande que abandono la fe para evitarla. Abandonar la fe significa menospreciar todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús.
Abandonar la fe, significa abandonar a Cristo, quien es sumo sacerdote y quien se ofreció a sí mismo por los pecados. Creer en Cristo es el motivo por el que somos perseguidos, estimar la comodidad en este mundo más que la gracia que Dios nos ha mostrado en Cristo, llevará a muchos a la apostasía.
Por eso nos advierte, diciendo “mirad bien”. No sea que por querer evitar un mal trago, termines llevándote un disgusto mayor al estar despreciando su gracia. Si la obediencia es una evidencia de que estamos respondiendo como hijos de Dios a su disciplina; la amargura, es la evidencia de lo contrario.
La amargura es lo que se enquista en el corazón de la persona que desprecia la gracia de Dios y que termina contaminando al resto. Por eso todos los creyentes debemos estar vigilantes, esta es una advertencia no solo para ver por nuestra propia vida sino también por la de quienes forman parte del cuerpo. Esta es una cita de Deuteronomio 29:18, y quiero que lea conmigo el pasaje solo para que podamos ver la seriedad de esta advertencia Deuteronomio 29:18 “No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo, y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed”.
En ese episodio, Dios está recordando a Israel su pacto en Moab, y está advirtiéndoles de aquellos que eran parte del pueblo de Israel, pero cuyo corazón era apóstata y rechazaba el pacto de Dios. De la misma manera que la hiel, el corazón del incrédulo está lleno de amargura. De hecho, Romanos 3:14 describe la boca de los incrédulos como llenas de “maldición y amargura”. Es actitud amarga es la que caracteriza a aquellos que no están bajo la gracia sino que han rechazado a Dios y su pacto.
Esa actitud amarga será un estorbo en la carrera para muchos, y peor aún, terminará por contaminar a muchos. Por eso los creyentes debemos estar vigilantes, porque debemos exhortarnos unos a otros no sea que la amargura se enquiste en nuestro corazón, debemos exhortarnos al arrepentimiento, debemos exhortarnos a correr juntos la carrera, debemos exhortarnos a la obediencia y animarnos levantando las manos y las rodillas caídas.
Por eso el discipulado en la iglesia es vital, porque el disicipulado, más que un programa, es esa relación de amor en la que los creyentes invierte sus vidas, su tiempo, sus recursos los unos en los otros para ayudarse a crecer y madurar como seguidores de Jesús.
Te pegunto, hermano, al igual que nos anima el versículo 15 “mirad bien”, ¿por quién estás mirando tú hoy en la iglesia? ¿Quién está mirando por ti? ¿Cómo estamos cuidándonos unos a otros? La consecuencia de ser negligentes en este imperativo es terrible, el cuerpo se contamina, se corrompe. En vez de motivarnos a correr la carrera, nos desalientará.
El autor usa una imagen poderosísima para ilustrar su punto, la imagen de Esaú, una historia muy conocida en Génesis 25:29-34. Muchos de ustedes la han leído, Esaú era el hijo primogénito de Isaac, pero no valoró la primogenitura, sino que la menospreció, la tuvo en poco, y la intercambió por un mísero plato de lentejas. Éstas son las lentejas más caras de la historia, son las lentejas que costaron la bendición de Dios. Esaú no estaba consciente del costo que estaba pagando por ese plato de lentejas. Despreció aquello que era de valor incalculable, y terminó perdiéndolo todo.
El pasaje en Hebreos nos dice que después de eso “no hubo oportunidad para el arrepentimient, aunque lo procuró con lágrimas”.
Aquellos que menosprecia la gracia de Dios por los deleites del pecado y de este mundo son igual a Esaú, desprecian aquello que es de valor incalculable porque son ignorantes, no entienden la importancia, y tienen el corazón lleno de amargura. Pero las consecuencias serán terribles, quien rechaza la gracia de Dios mostrada en Cristo Jesús por la comodidad de este mundo no tendrá escapatoria.

UN NUEVO MONTE Y UN NUEVO PACTO - Hebreos 12:18-24

Si rechazan a Dios y su pacto de gracia en Cristo, entonces solo les queda el pacto por obras que nadie puede cumplir.
De ahí la comparación que encontramos en los versículos 18-24. Estos pasajes parecieran no tener sentido alguno con lo que el autor está hablando, pero en realidad son una continuación del mismo punto, de rechazar la gracia de Dios. Lo que el autor hace es usar una imagen que los judíos entendían muy bien y que estaba estrechamente relacionada con el pacto de Dios.
Una comparación bastante fuerte para le pueblo judío, en primer lugar el Monte Sinaí, este es un episodio que encontramos en Éxodo 19 - 20 en los que se describe el pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel, un pacto en el que ellos debían guardar sus mandamientos y Él sería su Dios bajo esa condición. La descripción de la presencia de Dios en el monte tenía la intención de causar un profundo temor en los corazones de los israelitas a fin de que no pecaran (Éxodo 20:20).
Era un monte que, aunque se podía palpar físicamente, nadie podía hacerlo porque moriría inmediatamente, aún si un animal tocase el monte moriría. La presencia de Dios es esa presencia de fuego consumidor. Mire las palabras que se usan para describirlo: tinieblas, fuego, tempestad, oscuridad, sonido de trompeta y una voz como el estruendo de un trueno. Tal fue el temor que los israelitas pidieron a Mosiés que no hablara Dios con ellos directamente. Este es el pacto de la Ley. El pacto en el que debes obedecer para vivir.
Por eso el autor les dice, éste no es el pacto en el que vosotros estáis, vosotros no os habéis acercado a ese monte Sinaí, sino que os habéis acercado a otro monte, el Monte de Sión. Os habéis acercado a la Ciudad de Dios, la ciudad celestial, la Jerusalén celestial. Estáis en otro régimen, el régimen de la gracia. Formáis parte de los primogénitos, recordándonos nuestra adopción como a hijos. La disciplina es parte de ese pacto nuevo.
Os habéis acercado, no por medio de Moisés y la Ley, sino por medio de Jesucristo quien es el mediador de un nuevo pacto, del cual Hebreos 8 nos dice que está fundamentado en mejores promesas.
Éste es el pacto de la gracia. Dos montes que representan dos pactos completamente distintos, en uno, no podíamos acercarnos ni aún tocar el monte porque moriríamos. En el segundo, se nos dice que entremos confiadamente al trono de la gracia para hallar misericordia y oportuno socorro. Cuán diferente es un pacto del otro.
Quien rechaza este pacto de la gracia de Dios por los placeres de este mundo, no tiene más remedio que quedar bajo el régimen anterior. Tendrá que satisfacer a Dios bajo las condiciones del Monte Sinaí, es decir, una obediencia perfecta a la Ley. Esto es imposible, quien rechaza la gracia de Dios no tiene más que enfrentarse al Dios descrito como fuego consumados en el v.29.
Amado amigo, tú que hoy nos visitas o que te conectas por primera vez en ZOOM, esto es una cosa terrible. Enfrentarse a Dios sin Cristo solo nos llevará al castigo eterno. Al igual que el pueblo de Israel, nosotros no hemos obedecido a Dios y hemos rotos sus mandamientos. Cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas a Dios por nuestra vida. Independientemente de tu creencia, al final de tus días estarás frente a tu Creador y tendrás que dar cuenta de cada cosa en tu vida ante un Juez justo, perfecto y santo. No hay manera de que ninguno de nosotros pueda soportar ese juicio. Por eso, Dios mostró su favor para con los pecadores, sabiendo de nuestra condición, y motivado únicamente por su amor, Jesucristo se entregó y ofreció su vida como pago sustitutorio por nuestro pecado.
Él sufrió la condena que nosotros merecíamos, Cristo derramó su sangre para que nosotros no tengamos que hacerlo. Por eso el versículo 24 dice que Cristo es el mediador entre nosotros y Dios, es el único que puede mediar en Dios y los hombres, y su sangre da testimonio del pacto que Dios hace con nosotros. Pero no debemos rechazar su gracia, si Dios nos ofrece perdón y lo rechazamos, lo único que nos queda es el juicio. La única manera de recibir ese perdón es por medio del arrepentimiento de nuestros pecados y de poner toda nuestra esperanza en Cristo como el único que puede pagar por mi rebelión.
Amado amigo, de todo corazón, no deseo que te enfrentes al Dios vivo fuera de Cristo, será terrible para tu alma. Yo anhelo que puedas disfrutar del don celestial de paz con Dios. Te animo a que no dejes pasar un día más. Sin santidad nadie verá a Dios, solo por medio de Cristo podemos ser santificados. No vaciles más, no sea que al igual que Esaú, no haya luego oportunidad para el arrepentimiento, aunque éste se procure con lágrimas.
Rechazar la gracia de Dios es cosa terrible.
Ahora bien, esta es una advertencia también para quienes forman parte de la iglesia. Como dije al principio, decir que uno es creyente, no nos hace creyentes. Esta advertencia que nos hace el libro de Hebreos hoy es necesaria para toda la iglesia, para cada uno de nosotros.
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