IDENTIDAD DIVINA

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Mientras esperamos, ¿qué? 5:6–9
¿Cuál debe ser nuestra actitud mientras aguardamos nuestra transformación? Pablo indica dos cosas
Vivimos confiados, vv. 6–8. Podemos vivir confiados y con buen ánimo, porque sabemos que en el momento de nuestra transformación estaremos en la presencia de nuestro Señor. Al abandonar nuestro cuerpo físico presente, nuestra alma va directamente a la presencia de Dios.
No existe el llamado “sueño del alma” entre la muerte y la resurrección. Mientras esperamos aquel día, “por fe andamos”. Fe en la seguridad de estar inmediatamente en la presencia del Creador.
Trabajamos con ahínco, v. 9. Nuestra meta es agradar al Señor bajo cualquier circunstancia. Por esto “procuramos”. Esta palabra significa literalmente “amar o buscar el honor”. El que busca el honor estará anheloso, diligente en trabajar por el Señor.
Desnudos. Es decir, sin “morada terrestre” (vers. 1) ni “habitación celestial” (vers. 2). Pablo prefería, si hubiera sido posible, ser trasladado sin ver la muerte; quería unirse con el grupo selecto de Enoc y Elías, quienes fueron trasladados sin ver la muerte (Gén. 5:24; 2 Rey. 2:11). Si ese estado intermedio —en el cual no habría tenido un cuerpo ni terrenal ni celestial; ver com. “Presentes al Señor”— le hubiera ofrecido la perspectiva de estar en forma de espíritu, sin cuerpo, disfrutando de la presencia de Dios, Pablo no había deseado evitarlo tan fervientemente (2 Cor. 5:2–4). Si hubiese sido posible ese bendito estado, ¿por qué el apóstol habría deseado tan ardientemente ser estorbado por otro cuerpo, aunque hubiera sido un cuerpo celestial? Ver com. vers. 4.
4. Gemimos. Ver com. 2 Cor. 5:2; cf. Rom. 8:20–23.
Con angustia. Pablo estaba completamente consciente de la fragilidad de la “tienda” mortal, que tarde o temprano debía deshacerse (cap. 4:7–12). Anhelaba quedar liberado de todas las flaquezas y los sufrimientos de esta vida actual. El episodio por el que acababa de pasar en Efeso y su preocupación por la iglesia de Corinto casi habían traspasado el límite de lo que puede soportar un ser humano (ver com. cap. 1:8–9; 2:13; 11:23–28).
Desnudados. Esto es, sin cuerpo, ni mortal ni inmortal.
Absorbido por la vida. Es claro por el vers. 4 que la inmortalidad no ocupará el lugar de la mortalidad hasta que el ser humano sea “revestido” con “aquella… habitación celestial” (vers. 2). Pablo no apoya aquí la enseñanza —sin base en la Biblia— de que cuando uno es “desnudado” entra en un estado de existencia inmortal (ver com. 1 Cor. 15:51–54; 1 Tes. 4:15–17; 2 Tim. 4:6–8).
5. Nos hizo. Gr. katergázomai, “realizar”, “cumplir”, “alcanzar”, “preparar”. La obra del Evangelio es la de hacer aptos a los seres humanos para que reciban la “vida” (ver Efe. 2:10; 1 Ped. 5:10).
Para esto mismo. Es decir, para el cambio de la mortalidad a la inmortalidad. El cristiano debe ser la persona más alegre en el mundo, pero al mismo tiempo la más descontenta con el mundo; es como un viajero: completamente satisfecho con la posada como tal, pero siempre deseando ir en camino a su casa. Debe anhelar las realidades eternas, no las cosas transitorias de la tierra. La mente carnal se satisface con lo que pueden ver los ojos; la mente del cristiano, con las cosas que son invisibles (cap. 4:18). El intenso anhelo de justicia y del mundo eterno, antes que por las insignificancias de este mundo, demuestra conversión genuina y madurez cristiana (ver com. Mat. 5:48).
Arras. Ver com. cap. 1:22.
6. Confiados siempre. En el pensamiento de Pablo nunca hubo la menor duda en cuanto a la certeza de la resurrección (ver com. vers. 14).
El cuerpo. Es decir, la “morada terrestre” (ver com. vers. 1).
Ausentes del Señor. Esto es, no en su presencia inmediata, no “revestidos” aún con “aquella… habitación celestial” (vers. 2); sin poder ver al Señor “cara a cara” (1 Cor. 13:12; cf. 3 Juan 14). Ver com. vers. 8.
7. Por fe. La confianza de Pablo en la resurrección (vers. 6, 8) tiene como base la fe (ver com. cap. 4:18). El apóstol camina en esta vida por fe, así como en la vida venidera caminará “por vista”.
Andamos. Es decir, vivimos como cristianos en esta vida actual (Rom. 6:4; 8:1, 4; 13:13; 1 Cor. 7:17; Gál. 5:16; Efe. 2:2, 10).
Vista. Gr. éidos, “apariencia”, “forma”, “aspecto”. Éidos se refiere a las cosas que se ven, no a la facultad de ver (cf. Luc. 9:29, “apariencia”; Juan 5:37, “aspecto”). Creemos en el Señor sin haberlo visto. Hasta el momento en que lo veamos cara a cara, nuestra manera de vivir como cristianos depende de nuestra creencia en lo invisible. Hay dos mundos, el visible y el invisible, que serían uno solo si el pecado no hubiera entrado al mundo. Una persona camina “por vista” cuando está bajo la influencia de las cosas materiales, temporales; pero camina por fe cuando está bajo la influencia de las cosas eternas. Las apariencias externas determinan las decisiones y la conducta de la persona que no ha sido regenerada; pero el cristiano tiene una convicción tan firme respecto a las realidades del mundo eterno, que piensa y actúa movido por la fe, a la luz de las cosas que sólo son visibles para el ojo de la fe (ver com. Mat. 6:24–34; 2 Cor. 4:18). Los que caminan guiándose por lo visible y no por fe, están expresando dudas acerca de las realidades invisibles y de las promesas de Dios. Por medio de la fe el reino de Dios se convierte en una realidad viviente aquí y ahora. La fe “es por el oír” y “el oír por la palabra de Dios” (ver com. Rom. 10:17). Ver com. Heb. 11:1, 6, 13, 27, 39.
8. Ausentes del cuerpo. Es decir, de la vida en este mundo actual.
Presentes al Señor. Una lectura superficial de los vers. 6–8 ha hecho que algunos lleguen a la conclusión de que con la muerte el alma del cristiano inmediatamente se hace presente ante el “Señor”, y que Pablo daba la bienvenida a la muerte deseando ardientemente estar con el Señor (vers. 2); pero en el vers. 3 y 4 ha descrito la muerte como un estado de desnudez. De serle posible espera evitar ese estado intermedio, pero anhela intensamente estar “revestido” de “aquella… habitación celestial”. En otras palabras, espera ser trasladado sin ver la muerte (ver com. vers. 2–4). En otros pasajes (ver com. 1 Cor. 15:51–54; 1 Tes. 4:15–17; 2 Tim. 4:6–8; etc.) Pablo afirma con certeza que los hombres no son “revestidos” de inmortalidad individualmente al morir, sino simultáneamente en la resurrección de los justos.
O para afirmarlo de esta manera: En 2 Cor. 5:2–4 Pablo ya ha declarado que la “vida” —evidentemente la vida inmortal— se alcanza cuando uno es “revestido” con su “habitación celestial” en la resurrección (ver com. vers. 4), no estando “desnudo” o “desnudado” debido a la muerte. En el vers. 8 expresa el deseo de estar ausente “del cuerpo” y presente “al Señor”, y es obvio que “estar ausentes del cuerpo” no significa estar desencarnado —“desnudo” o “desnudado”—, pues en los vers. 2–4 ha afirmado claramente que no desea ese estado intermedio y que lo evitaría de ser posible. Por lo tanto, tener “vida” (vers. 4) y estar presente “al Señor” (vers. 8) requiere la posesión de “aquella… habitación celestial” (vers. 2). Por estas razones, un estudio cuidadoso de las declaraciones de Pablo elimina clara y decisivamente cualquier posibilidad de un estado consciente entre la muerte y la resurrección en el que los seres humanos, como espíritus descarnados (“desnudos” o “desnudados”), estarán “presentes al Señor”. Cf. Rom. 8:22–23; ver com. Fil. 1:21–23.
En la Biblia se afirma que la muerte no es sino un sueño del cual serán despertados los creyentes en la primera resurrección (Juan 11:11–14, 25–26; 1 Cor. 15:20, 51–54; 1 Tes. 4:14–17; 5:10). Sólo entonces los fieles que estén vivos y los fieles resucitados estarán con el Señor (ver com. 1 Tes. 4:16–18). Ninguno de esos grupos precederá al otro (cf. Heb. 11:39–40).
9. Por tanto. Es decir, en vista de la confianza de Pablo en la resurrección y en la vida futura (vers. 6–8).
Procuramos. Gr. filotiméomai, “desear honores”, “afanarse”, “trabajar con empeño” (cf. Rom. 15:20; 1 Tes. 4:11); de ahí que sea más expresiva la traducción “nos afanamos” (BJ). Lo que siempre motivó a Pablo a avanzar a pesar de las pruebas que lo acosaban (cf. 2 Cor. 4:7–18) era la gloriosa perspectiva de la resurrección o de la traslación sin ver la muerte, tanto para él como para sus conversos. Pablo se afanaba personalmente por llegar a ser “agradable” al Señor cuando estuviera ante “el tribunal de Cristo” (cap. 5:10). Trabajaba no para ganar méritos ante Dios, ni para expiar sus pecados, ni para añadir algo al don de la justicia de Cristo, sino para cooperar con Cristo en la obra de salvar a sus prójimos (1 Cor. 15:9–10; Col. 1:29). También se esforzaba para que en su vida todo fuera un reflejo de Cristo, pues reconocía que esto sería agradable y aceptable a la vista del Señor. La diferencia entre el creyente sincero y el que pretende serlo, es que el primero busca la aprobación de Dios y el otro la aprobación de los hombres. El que se propone vivir no para sí mismo sino para Cristo, no pasa su tiempo en la comodidad y el ocio o en la búsqueda de placeres terrenales (Gál. 1:10).
En la antigüedad los refinadores de oro miraban fijamente el metal fundido en su crisol hasta poder ver su propio rostro reflejado en el metal; entonces sabían que el oro estaba puro. Cristo también procura reflejarse en nosotros (cf. Job 23:10). Tenemos el privilegio de llegar a ser semejantes a Cristo, de quien se dice que no “se agradó a sí mismo” (Rom. 15:3; cf. Heb. 11:5). La diferencia que hay entre hacer lo correcto porque es correcto y porque Dios lo pide, y hacerlo por el gozo que produce porque se hace por Cristo, es inconmensurable. Aunque es laudable hacer lo correcto como un dictado del deber, mucho mejor es hacerlo movido por un corazón rebosante de amor por el Maestro. El amor de Cristo fue el que constriñó a Pablo a vivir como vivió (2 Cor. 5:14). El peso de la obediencia a los mandamientos de Dios se aligera cuando la obediencia es motivada por el amor (ver com. Mat. 11:28–30; cf. Rom. 8:1–4). El sincero deseo de agradar a Cristo capacita al cristiano para discernir con absoluta seguridad entre lo malo y lo bueno (ver com. Rom. 8:5–8).
Ausentes o presentes. Ver com. vers. 6, 8.
Serle agradables. La gran preocupación de Pablo no era si continuaría viviendo o si pronto terminarían sus labores terrenales. Su único interés era que, a pesar de cualquier cosa que sucediera, su vida fuera tal que recibiera la aprobación de Dios (2 Tim. 4:6–8; ver com. Mat. 25:21; Luc. 19:17).
10. Porque es necesario. La conjunción causal “porque” relaciona este versículo con lo anterior. El hecho de que tendría que presentarse delante de Dios en el gran día del juicio, era razón suficiente para que Pablo procurara con tanto fervor ser considerado como “agradable” ante el Señor. Se proponía cumplir fiel y abnegadamente la obra que le había sido confiada como embajador de Cristo. Aquellos para quienes la solemnidad de ese día es una realidad, siempre serán diligentes y sinceros en colocar a Dios primero y en agradecerle cotidianamente en sus vidas.
El juicio final es necesario para defender y justificar el carácter y la justicia de Dios (Sal. 51:4; Rom. 2:5; 3:26). En esta tierra con frecuencia los mejores son los que sufren más, mientras que es común que prosperen los peores (Sal. 37:35–39; cf. Apoc. 6:9–11). Sin embargo, el carácter de Dios requiere que finalmente les vaya bien a los que hacen el bien, y mal a los que hacen mal, lo cual no sucede hoy. Por lo tanto, llegará un día cuando todas las injusticias actuales serán eliminadas. Esto también es necesario para que Cristo pueda consumar su triunfo sobre el príncipe de las tinieblas y sus seguidores (Isa. 45:23; Rom. 14:10–11; Fil. 2:10; CS 724–730), y para que pueda recibir lo que compró con su propia sangre (Heb. 2:11–13; cf. Juan 14:1–3).
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