Sermon Tone Analysis

Oración después del canto

Gracias Señor.

Gracias por este día que nos regalas de vida, por darnos salud, por permitirnos acompañarte en este momento de adoración.

Ponemos en tus manos nuestras familias, nuestros corazones, nuestras vidas, nuestras intenciones y las de toda nuestra comunidad parroquial.

En tu corazón Padre Nuestro nuestra vida florece.

En el corazón de tu misterio vivimos.

Tu presencia nos acompaña, nos consuela y fortalece.

Llena nuestros hogares con tu presencia, ilumínalos con tu luz y tu presencia.

Todo será grande a través de tu presencia en nuestras vidas.

Todo renace al toque de tu mano.

Toca nuestras vidas, toca nuestros corazones.

Eres benévolo, misericordioso, curas nuestros corazones.

Envía tu Espíritu a consolar nuestras almas.

Que la presencia del Espíritu Santo crezca en nosotros y se manifieste cada día.

Llévame a tu presencia Señor y que mi corazón habite continuamente contigo.

Te ofrezco todas mis debilidades y mis necesidades.

Envía tu Espíritu a mí vida.

Condúceme a Tu Corazón.

Haz crecer nuestra fe para reconocerte en mi día a día, nuestra confianza para caminar con seguridad en medio de las dificultades sabiendo que están con nosotros y haz crecer nuestro amor para responder a las circunstancias diarias como Tú mismo lo harías.

Nuestra vida es diferente si Tú están con nosotros.

Ven Señor, reina en nuestro corazón, sé el rey de nuestras vidas.

Queremos seguirte y amarte .

Ven Señor.

Reflexión sobre el Evangelio (Leproso: Marcos 1:40-45)

En aquellos años, la lepra era una maldición, un castigo.

Las personas eran rechazadas y apartadas de la sociedad.

Vivían una vida de soledad y tristeza al ver su cuerpo consumirse por la enfermedad.

Lo peor no era la enfermedad sino el rechazo de sus propios seres queridos, su familia y amigos.

Ellos perdían todo a causa de la enfermedad.

El leproso, al ver a Jesús, corre hacia él y suplica de rodillas por su curación.

La vida que lleva es pesada y triste.

Quiere recuperar la salud y cree que Jesús puede curarlo.

Él ya ha curado a muchos otros y sabe que Jesús tiene el poder para hacerlo.

A pesar de ello, deja que Jesús decida si quiere o no currarlo.

Jesús quiere y desea que él sea curado, pero si Jesús quiere que la enfermedad se quede está dispuesto a cargar con ella hasta el final.

La mirada de Jesús se coloca sobre el leproso.

Una mirada de amor y de compasión de quien reconoce el dolor y no quiere que siga sufriendo.

Jesús extiende su mano y lo toca.

El gesto indica mucho.

Nadie tocaba a un leproso por temor al contagio.

Jesús lo toca porque está tocando a un hijo amado de Dios.

No le importa la enfermedad.

Lo toca porque lo conoce y lo ama.

El leproso debió comprender con el gesto la cercanía y el amor de Jesús.

Probablemente hacía mucho que no sentía la presencia de alguien así.

Después de años de rechazo, alguien lo toca, alguien se acerca y le habla.

Jesús le dice: Quiero, queda curado.

Jesús no quiere que él siga sufriendo y no quiere que nadie sufra.

Jesús quiere que recupere la salud pero sobre todo quiere recuperar su alma para Dios.

Quiere que sepa que su vida tiene origen en Dios y que Él es también su fin.

Jesús no quiere que sufra.

El leproso nos enseña que no hay enfermedad o mal que nos pueda alejar de Dios.

Él toca nuestros corazones porque sabe que nuestro lugar está en medio de las personas y teniendo al centro a Dios.

Este hombre experimentó una alegría tan grande que no pudo callar el milagro que Jesús había realizado.

La alegría de una vida renovada, una nueva oportunidad para este hombre.

Es la alegría de quien ha sido tocado por Dios, de quien lo ha conocido.

Quien tiene la experiencia de Dios queda transformado.

Él hace nuevas todas las cosas y la alegría y la paz son frutos de su presencia en nuestro interior.

Pedimos al Señor que nos conceda esa alegría de haber sido curados por su mano y de la necesidad de su amor y misericordia.

Él nos sale al encuentro y nos muestra su amor para luego ser testigos de esta experiencia hecha a su lado.

Nos acercamos y le pedimos también que nos cure y que transforme nuestros corazones.

Prière après le chant

Merci Seigneur.

Merci pour ce jour où tu nous offres le don de la vie, merci de nous donner la santé pour nous permettre de t'accompagner dans ce moment d'adoration.

Nous remettons entre tes mains nos familles, nos cœurs, nos vies, nos intentions et celles de toute notre communauté paroissiale.

Notre Père, dans ton coeur notre vie s'épanouit.

Nous vivons au cœur de ton mystère.

Ta présence nous accompagne, nous réconforte et nous fortifie.

Remplis nos maisons de ta présence et illumine-les de ta lumière.

Tout sera parfait grâce à ta présence dans nos vies.

Tout renaît au contact de ta main.

Touche nos vies, touche nos cœurs.

Tu es bienveillant, miséricordieux, tu guéris nos cœurs.

Envoie ton Esprit pour réconforter nos âmes.

Que la présence de l'Esprit Saint grandisse en nous et se manifeste chaque jour.

Fais-nous entrer dans ta présence, Seigneur, et que notre cœur demeure continuellement avec toi.

Nous t’offrons toutes nos faiblesses et nos besoins.

Envoie ton Esprit dans notre vie.

Conduis-nous à ton cœur.

Fais grandir notre foi pour te reconnaître tous les jours de notre vie, notre confiance pour marcher en sécurité au milieu des difficultés, en sachant que tu es avec nous, et fais grandir notre amour pour répondre aux aléas de la vie quotidienne comme tu le ferais toi-même.

Notre vie est différente si Tu es avec nous.

Viens Seigneur, règne dans nos cœurs, sois le roi de nos vies.

Nous voulons te suivre et t'aimer.

Viens, Seigneur.

Réflexion sur la Parole de Dieu

A cette époque, la lèpre était une malédiction, une punition.

Les gens étaient rejetés et mis au ban de la société.

Ils vivaient une vie de solitude et de tristesse alors que leurs corps étaient consumés par la maladie.

Le pire n'était pas la maladie mais le rejet de leurs proches, de leur famille et de leurs amis.

Ils avaient tout perdu à cause de la maladie.

Le lépreux, voyant Jésus, accourt vers lui et implore à genoux sa guérison.

Sa vie est lourde et triste.

Il veut retrouver la santé et croit que Jésus peut le guérir comme Il a déjà guéri beaucoup d'autres personnes.

Jésus a le pouvoir de le faire.

Malgré cela, il laisse Jésus décider s'il veut le guérir ou non.

Jésus veut et désire qu'il soit guéri, mais si Jésus veut que la maladie persiste, le lépreux est prêt à la subir jusqu'au bout.

Le regard de Jésus se pose sur le lépreux.

Un regard d'amour et de compassion de celui qui reconnaît la douleur et ne veut pas qu'il souffre plus longtemps.

Jésus tend la main et le touche.

Ce geste est éloquent.