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introduccion

2 Corintios La mortalidad de los vasos de barro (5:1–10)

Pablo ha estado hablando de la frágil naturaleza de los que sirven como ministros del nuevo pacto. Sólo son vasos de barro. Hasta aquí Pablo ha enfocado su atención en la manera en que esta verdad afecta a su ministerio. El hecho de que sean vasos de barro hace ver claro que los resultados obtenidos no se deben al esfuerzo de ellos sino al mensaje todopoderoso de Dios. El poder no está en el mensajero sino en el mensaje.

2 Corintios Uno murió por todos (5:11–15)

Cuando piensa en ese día venidero, se llena de un temor reverente por Cristo que vendrá nuevamente como Juez. Este temor y reverencia por Cristo, temor del Señor, como lo dice aquí, le hace querer comportarse de una manera que le agrade a su Señor.

Los corintios deberían saber que su ministerio entre ellos había sido llevado a cabo en este temor del Señor.

2 Corintios Uno murió por todos (5:11–15)

5:11. Es claro por algunas referencias anteriores que el ministerio de Pablo en Corinto estaba siendo menoscabado por ciertos individuos (vea 1:15–24; 2:17–3:1; 4:1, 2). No menciona quiénes eran, pero más adelante los llama falsos “superapóstoles” (capítulos 10–13). Así que Pablo, por causa del evangelio, se ha sentido obligado a defender su ministerio. Este es el contexto que nos ayudará a entender los primeros versículos de la sección que tenemos ante nosotros. Quiere que los corintios sepan que él no hace tratos con ellos en forma fraudulenta.

Con las palabras, conociendo, pues, Pablo nos dice que lo que sigue es una aplicación de lo que él acaba de decir. Al final de la sección anterior les había recordado a sus lectores: “Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo” (5:10). Entre esos “todos” que habrán de comparecer ante el tribunal de Cristo se encuentra él mismo. Este es un pensamiento sensato, que lleva al apóstol a decir: conociendo el temor del Señor.

Cuando piensa en ese día venidero, se llena de un temor reverente por Cristo que vendrá nuevamente como Juez. Este temor y reverencia por Cristo, temor del Señor, como lo dice aquí, le hace querer comportarse de una manera que le agrade a su Señor.

Los corintios deberían saber que su ministerio entre ellos había sido llevado a cabo en este temor del Señor. Caracteriza este ministerio como un intento de persuadir a los hombres. Pero, ¿persuadirlos de qué? Algunos comentaristas interpretan estas palabras en forma muy limitada. Sostienen que Pablo habla de tratar de persuadir a las personas de que él—y no los “súperapóstoles” que son falsos—es un verdadero apóstol.

Pero parece preferible tomar estas palabras en un sentido más amplio, es decir, que habla aquí de la totalidad de su ministerio de hacer discípulos entre los corintios. Lucas usa esta misma palabra (persuadir) en Hechos para describir la obra de Pablo en Corinto: “Discutía en la sinagoga todos los sábados, y persuadía a judíos y a griegos” (Hechos 18:4). Como los siguientes versículos lo indican en el relato bíblico, Pablo estaba especialmente interesado en persuadir a los judíos de que aceptaran a Jesús como el Cristo, el Mesías prometido.

¿Pero cómo concuerda esto con lo que el apóstol dice en 1 Corintios: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas” (1 Corintios 2:4)? Pablo estaba consciente de que la lógica estricta, la elocuencia y las frases cuidadosamente escogidas no servirían para convencer a nadie. La conversión es la obra del Espíritu Santo; no es el resultado de los argumentos persuasivos de la sabiduría humana. El evangelio siempre es necio para los incrédulos no importa cuán atractiva, convincente o persuasiva sea la manera en que se les presente.

Por otra parte, el Espíritu Santo obra precisamente por medio de este mensaje. Por lo tanto, el que lo presenta, lo manejará con santo temor. No lo predicará con desánimo, descuidadamente, ni con indiferencia; así sólo oscurecería el mensaje. Ni estará satisfecho con proclamarlo sólo una vez. Pablo no lo hizo así. En el griego original el verbo “persuadir” está en tiempo presente, que da la idea de una acción continua. Pablo siguió persuadiendo a la gente con el evangelio, el poderoso mensaje que el Espíritu Santo usa para tocar el corazón.

Juntamente con Pablo, los cristianos de hoy en día quieren compartir el evangelio con los que todavía no conocen a Cristo. Estas palabras sirven de aliento para ser persuasivos y persistentes en este esfuerzo.

A Dios le es manifiesto lo que somos, dice Pablo. Es claro que esto es muy importante. Dios sabía cuáles eran sus motivos. Sabía que Pablo estaba llevando su ministerio entre los corintios en verdadero temor de Dios, en un deseo de cumplir su voluntad.

Entonces, ¿importaba realmente la manera en que los corintios lo evaluaran? En 1 Corintios él había escrito: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano… pues el que me juzga es el Señor” (1 Corintios 4:3, 4). A fin de cuentas, lo único que vale es el juicio del Señor. Si uno tiene que escoger entre la aprobación del Señor o la de la gente, el cristiano escogerá al Señor siempre.

Sin embargo, no tiene que ser siempre una cosa u otra. Pablo espera que los corintios reconozcan que él ha sido franco y transparente con ellos y que no tiene nada que ocultar, ya que el apóstol había tocado profundamente la conciencia de ellos mediante la predicación de la ley y el evangelio.

5:12. Pablo se dio cuenta de que en esta carta tenía que escoger sus palabras con mucho cuidado. Sabía que sus enemigos de Corinto tratarían de tergiversarlas y explicarlas al revés de lo que eran. Con frecuencia, como ocurrió en este versículo, el apóstol se anticipó a las objeciones y las había contestado. Había dicho que no tenía nada que ocultar ni de Dios ni de los corintios. Había llevado a cabo su ministerio de persuadir a la gente con temor reverente del Señor. En el capítulo anterior él había descrito su ministerio con afirmaciones como: “Recomendándonos a nosotros mismos ante toda conciencia humana, en la presencia de Dios… No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor … Llevando en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal … La muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida” (4:2, 5, 10, 12).

Preveía la acusación: “Allí viene otra vez, jactándose de sí mismo en vez de trabajar tranquilamente, con humildad como debe hacer un predicador del evangelio”. Para contrarrestar esta posible objeción, les explica por qué les ha recordado la forma en la que ha llevado su ministerio: Quiere darles la oportunidad para gloriarse de él (literalmente estar “orgullosos” de él), para que tengan municiones con qué responder a los ataques de sus enemigos.

Anteriormente, en esta misma carta, Pablo había escrito: “Nuestro motivo de orgullo es éste: el testimonio de nuestra conciencia, de que con sencillez y sinceridad de Dios, no con la sabiduría humanas, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros” (1:12). Esta era la manera correcta y santa de enorgullecerse de sí mismos. Ahora Pablo añade que también hay tal cosa como enorgullecerse apropiadamente de otro. Cuando los oponentes de Pablo lo comenzaran a menospreciar, los creyentes de Corinto deberían responder con “orgullo” acerca de él, dándolo a conocer cómo realmente era.

Debían comprender que en sus quejas acerca de él, los enemigos del apóstol se estaban fijando sólo en cosas externas. Ellos se glorían (literalmente: se jactan) en las apariencias y no en el corazón. Más adelante el apóstol explicará este asunto con mayor detalle; dirá, por ejemplo, que esos “superapóstoles” se enorgullecían de su linaje como descendientes de Abraham (vea 11:22, 23). También se jactaban de ser predicadores mucho mejores que Pablo (vea 11:6).

Claramente eso no es lo que en verdad importa. Lo que está en el corazón es lo que determina el valor verdadero de un ministro de Cristo. La esperanza de Pablo es que su discurso y su conducta hayan dejado bien claro que en su corazón moraba un verdadero temor del Señor y un deseo genuino de servir a los corintios.

5:13. Algunos años antes de que Pablo escribiera esto, los parientes incrédulos de Jesús, cuando vieron que trabajaba por tan largas horas que ni siquiera tenía tiempo para comer, exclamaron: “Está fuera de sí” (Marcos 3:21). Es probable que Pablo se refiera a algo similar; él se esforzaba y trabajaba día y noche. Por causa del evangelio se expuso una y otra vez al ridículo, a la burla, a los azotes, a ser apedreado y encarcelado (vea 2 Corintios 11:23–29). Un celo tan incansable fácilmente podía llevar a sus enemigos a catalogarlo de ser un fanático religioso.

¿Y cuál fue la respuesta de Pablo? “Si por lo que ven, quieren llegar a la conclusión de que estoy loco, entonces que así sea. Pero la verdad es que no puedo hacer otra cosa; lo que hago, lo hago para Dios, un Dios que me amó tanto que envió a su Hijo para morir por mí”.

Y continúa diciendo: Si somos cuerdos, es para vosotros. El punto de Pablo es este: no hizo nada en su ministerio para su propio beneficio. Si parecía estar loco, era para la gloria del Señor. Y cuando Pablo callada y sensatamente instruía a los corintios, era para el beneficio de ellos.

5:14–15. La palabra porque [NVI] une estos versículos con los que los preceden inmediatamente. Fue el amor de Cristo lo que constriñó a Pablo a trabajar tan intensamente, hasta el grado de que lo acusaran de estar loco. Fue el amor a Cristo lo que lo constriñó a seguir instruyendo a los corintios en una forma sana y sensata, aun cuando en ocasiones sus enseñanzas parecían estar cayendo en oídos sordos.

La traducción de la New International Version, que dice en efecto “el amor que Cristo tiene”, es muy apropiada. El griego original dice: “el amor de Cristo”. Eso puede significar el amor que Cristo tiene por nosotros o el amor que nosotros tenemos por Cristo. Así que la pregunta que se debe responder es: ¿Qué constriñó a Pablo a llevar su ministerio con tal intensidad y devoción? ¿Es el amor que Pablo tiene por Cristo? ¿O es el amor que Cristo le tiene a Pablo?

Por el contexto de este versículo es evidente que Pablo se refiere a lo que pasa antes de la respuesta de amor del cristiano por Cristo. Lo que viene primero es el amor de Cristo por él, como se expresa en las palabras: Uno murió por todos.

La palabra que se traduce por puede significar “en beneficio de” o “para el beneficio de”. Pero también puede significar “en lugar de” o “en vez de”, como, por ejemplo, en Gálatas 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley [muerte eterna], habiéndose hecho maldición por [en lugar de] nosotros”.

Con estas palabras, Uno murió por todos, Pablo habla acerca de lo que los cristianos hoy en día llamamos la expiación vicaria o substitutiva. Nosotros no moriremos porque Cristo murió en nuestro lugar. Realmente, debido a que Cristo murió en nuestro lugar, nosotros ya hemos muerto: Si uno murió por todos, luego todos murieron. En un sentido real, cuando Cristo murió, nosotros morimos. Con la muerte de Cristo, el pago por nuestra muerte ha sido saldado.

Especialmente debemos notar una palabra que ocurre tres veces en estos dos versículos, la palabra todos. “Uno murió por todos, y por lo tanto, todos murieron… y por todos murió.” Todos significa exactamente eso, nadie está excluido. El amor de Cristo es tan amplio y sin límites que se extiende a todo el mundo. Cuando Cristo murió, todo el mundo murió; no hay nadie cuyos pecados no hayan sido expiados: Uno murió por todos.

Pablo va a explicar este pensamiento en los versículos restantes del capítulo, pero antes hace una aplicación que explica más detalladamente su servicio dedicado e incansable como ministro de Cristo. Cristo murió por todos, explica, para que los que viven, es decir, los creyentes, que comparten el beneficio de la muerte y resurrección de Cristo, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

La muerte de Cristo es nuestra muerte; su resurrección es también nuestra resurrección. Los cristianos que han muerto y resucitado con el Señor a una vida enteramente nueva, llevan una “vida prestada”, como lo prueba el profesor J.P. Meyer tan adecuadamente en su comentario de 2 Corintios. Esta es una vida que está marcada, no con el amor egoísta a sí mismos, sino por el amor a Cristo que fue quien los amó primero. Esto explica el por qué a veces Pablo casi parece un fanático en su ministerio. Estaba obligado, no por la ley, sino por el amor, el amor que Cristo tiene por él, a vivir cada minuto de su existencia para aquel que murió y resucitó en su lugar.

Los cristianos de hoy en día que se fatigan en el servicio que prestan al reino de Dios, que sienten que declina su ferviente amor por Cristo, harían bien en volver una y otra vez a la fuente, al manantial de donde fluye el amor y el servicio cristiano. Necesitamos regresar al Calvario y ver otra vez el amor que Cristo demostró por nosotros, el lugar donde uno murió y, por lo tanto, donde todos murieron. Y entonces, resucitamos a nueva vida con el Redentor, viviendo una “vida prestada”, su vida, para su gloria.

El mundo fue reconciliado con Dios por medio de Cristo (5:16–6:2)

5:16–17. Estos versículos sirven como transición porque les dan forma a dos conclusiones de los versículos anteriores (versículos 11–15), y llevan al punto culminante de los versículos finales del capítulo (versículos 18–21).

La primera conclusión es que Pablo ya no ve a las personas según la carne. Ver a las personas según la carne significa verlas sólo superficialmente. Cuando Pablo veía a las personas, no veía sólo lo que estaba ahí ante sus ojos, como la apariencia externa, la edad, el sexo, el nivel de educación, los ingresos, las habilidades, y cosas semejantes. Tampoco veía a las personas como objetos que podían ser maniobrados y explotados para beneficio personal. Esto es ver a las personas “según la carne”, es decir “según los criterios meramente humanos” (v. 16, NVI).

El apóstol veía a la gente desde la perspectiva de la obra completa de Jesús. La muerte del Salvador fue la muerte de ellos; la resurrección de Jesús era su resurrección. Al ver a las personas bajo esta luz, su interés no estaba en lo que podía sacar de ellos, sino más bien, en lo que él les podría ofrecer. Lo mejor que les podía dar era el mensaje acerca de Jesús que había muerto y resucitado para el beneficio de ellos. Pablo ampliará este pensamiento en los versículos finales del capítulo.

Pablo confiesa que aun él conoció a Cristo según la carne, es decir, desde un punto de vista mundano. Había visto sólo lo externo y vio a un falso Mesías, porque el Cristo que tenía delante de sí no satisfacía sus expectativas. Había sido criado en la espera de un Mesías que satisfaría los deseos de su carne de rescatarlo a él y a su pueblo de sus enemigos políticos. Desde el punto de vista mundano de Pablo, la crucifixión de Jesús parecía ser la derrota más amarga, no un triunfo glorioso.

Pero ahora por el Espíritu ya no veía las cosas según la carne. Veía a Jesús como el que había sufrido la muerte de todos y que por su resurrección él es la seguridad de la vida para todos.

Este era el gran cambio que había ocurrido en la vida de Pablo; ahora veía a Jesús como el que había muerto y había resucitado para que todos vivieran. Y cuando veía a las personas, las veía como parte de “todos” aquellos por los que Cristo había muerto y resucitado.

Pablo llega a una segunda conclusión que extrae de la verdad de que Cristo murió y que resucitó en lugar de todos: Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. El que está en Cristo es la persona que por medio de la fe ha hecho suya la muerte y la resurrección de Cristo. Dios ya no ve a la antigua persona que vivió antes de ser de Cristo. Las cosas viejas, dice Pablo, pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. La palabra que se traduce como “son hechas” tiene la idea de algo que comenzó en el pasado y que continúa en el presente. Uno que está en Cristo ha llegado a ser, es, y continúa siendo una nueva criatura a los ojos de Dios.

¡Imagine el gozo que había en el corazón de Pablo cuando escribió estas palabras! Piense en lo que él había sido en el pasado. Le recuerda a Timoteo: “Yo [era] antes blasfemo, perseguidor e injuriador” (1 Timoteo 1:13). Pero ahora, porque “uno murió por todos”, confiadamente puede decir: Las cosas viejas pasaron. En lugar de esto, hay una nueva criatura a quien Dios no mira como un pecador culpable.

Lo que Pablo escribe no es menos consolador para los lectores de hoy en día. Las Escrituras nos recuerdan: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3). Pero ahora el cristiano puede decir: “Las cosas viejas pasaron. En Cristo, que murió y resucitó en mi lugar, soy una nueva creación.”

En los versículos que siguen, Pablo explica esta maravillosa verdad y lo que significa para el mundo.

5:18–19. Y todo—el amor de Cristo que murió y resucitó por todos, el milagro de ser transformado en una nueva criatura, que ahora puede vivir para Cristo que murió y resucitó por todos; una nueva perspectiva de la vida, que ve a Cristo y a las personas desde el punto de vista de la cruz y de la tumba vacía—todo esto, dice Pablo, proviene de Dios. Ni Pablo ni ningún ser humano ha podido lograr esta obra.

Pablo describe esta obra de Dios con la palabra “reconciliación”. Dios, dice Pablo, nos reconcilió consigo mismo. Esta es la primera de las cinco veces que se usa la palabra “reconciliar” o “reconciliación” entre los versículos 18–21. Es obvio que esta es la palabra clave de estos versículos.

El significado básico de la palabra es “cambiar”. El Greek-English Lexicon of the New Testament (El Léxico Griego-Inglés del Nuevo Testamento) de Thayer destaca que el primer uso de esta palabra se aplicaba a “los cambistas, a los que intercambiaban valores equivalentes”. Luego se modificó su significado a un cambio en la relación entre las personas, de una relación hostil y enemiga a una de paz y amistad.

Pablo usa la palabra en este sentido en 1 Corintios; al escribir sobre el tema del matrimonio y del divorcio, dice: “Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido” (1 Corintios 7:10, 11). Las dos personas que están en desacuerdo, esposo y esposa, deberán restablecer sus relaciones. Debían reconciliarse.

Pablo usa la palabra reconciliar en forma semejante en los versículos que ahora estudiamos. En este caso los dos partidos son Dios y toda la humanidad. Es obvio que aquí el problema fue causado por una de las dos partes. Al usar esta misma palabra en Romanos 5, Pablo escribe: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios” (Romanos 5:10). Nosotros éramos enemigos. Dios fue y siempre ha sido amor. Si iba a haber un cambio en la relación, Dios tendría que tomar la iniciativa. Esto es exactamente lo que ocurrió: Dios nos reconcilió consigo mismo. Él decidió cambiar nuestra condición de enemigos a amigos.

¿Cómo lo hizo? Por medio de Cristo, dice Pablo. En el pasaje de Romanos que acabamos de citar, Pablo explica la manera en que Dios se reconcilió con nosotros por medio de Cristo: “Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10). El profesor J.P. Meyer lo define apropiadamente en su comentario acerca de 2 Corintios:

Si Dios nos encuentra fuera de Cristo, nos ve como personas que no sólo están recubiertas de pecado, sino que también están empapadas hasta la médula con este veneno. Pero tan pronto como Cristo interviene, y Dios nos mira mediante Cristo, entonces todos nuestros pecados quedan cubiertos y bloqueados. Su mirada que todo lo escudriña no encuentra ningún pecado, por lo que nos declara justos (p. 108).

Dios ha hecho algo más aparte de reconciliarnos con él mediante Cristo. También nos dio el ministerio de la reconciliación. En el texto griego original estas dos acciones divinas están estrechamente unidas. Pablo dice que el mismo Dios que nos reconcilió consigo mismo es el que nos ha dado el ministerio de la reconciliación. El ministerio de la reconciliación es el camino mediante el que Dios hace que su mensaje de reconciliación llegue al mundo. Quizá podríamos decir hoy en día que Dios nos ha hecho misioneros.

¿A quién se refiere el “nos” a quienes Dios ha reconciliado consigo mediante Cristo y a quienes les ha dado el ministerio de la reconciliación? Es cierto que Pablo se podía incluir a sí mismo y a alguien como Timoteo cuyo nombre está incluido en los saludos de 2 Corintios. Sin embargo, el “nos” se podría aplicar también a todos aquellos a quienes el Espíritu Santo ha llevado a la fe y que por lo tanto gozan de la nueva condición de amigos, en vez de la de enemigos de Dios. Cuando mediante la fe hemos sido llevados a aceptar la obra reconciliadora de Dios por medio de Cristo, junto con el don de la fe Dios nos da la comisión: Lleva las buenas nuevas de la reconciliación a otros. Hablándoles a todos los creyentes, Pedro dice que su llamado es para anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

Hay una buena razón para esta comisión, como lo explica el versículo siguiente. La obra de la reconciliación de Dios mediante Cristo no estaba restringida a unos cuantos: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Fue el Dios hombre, Jesucristo, quien reconcilió al mundo con Dios. Esto encuentra un paralelo con las palabras que escribe Pablo en Colosenses: “Porque al Padre agradó que en él (Cristo) habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas” (Colosenses 1:19, 20).

De cualquier forma, Pablo está dirigiendo la atención del lector a la reconciliación que Dios ha efectuado mediante Cristo. Pablo ya dijo: “Uno murió por todos” (versículo 14). Ahora, al usar el término “al mundo”, que es lo mismo que “todos”, habla de los resultados de esta muerte por, o en lugar de, todos: Dios ha reconciliado consigo mismo a todo el mundo. Y luego explica cómo lo hizo: No tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.

La palabra que se traduce como tomándoles en cuenta es un término que usan las contadurías. Significa acreditar a la cuenta de alguien. Aquí Pablo está afirmando que Dios ya no acredita el pecado a la cuenta de la humanidad. Dios ha reconciliado al mundo consigo mismo simplemente porque ya no carga a la cuenta de éste sus pecados.

Pablo, en el versículo final del capítulo, explicará cómo el verdadero Dios que ha dicho: “Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para cumplirlas” (Gálatas 3:10), ahora puede decir: “Ya no tomo más en cuenta los pecados contra el mundo”. Pero antes de continuar, debemos considerar las implicaciones de los versículos que están frente a nosotros. El apóstol habla aquí de un hecho objetivo, de algo que se llevó a cabo cuando Cristo estaba en la tierra. Dios, mediante Cristo, trajo una reconciliación universal; le dice al mundo, y esto incluye a todos los que están en él ayer, hoy y mañana: “Ya no tomo en cuenta los pecados contra ustedes. Ante mí ya no son pecadores culpables. Sus pecados han sido perdonados”.

Esto marca una gran diferencia en el mundo en cuanto a la seguridad personal de estar bien con Dios. No son mi arrepentimiento ni mi fe los que producen el perdón; si este fuera el caso, entonces los que son débiles en la fe tendrían menos perdón. Nunca estaría seguro de que estoy completamente limpio ante Dios. Más bien, por medio del arrepentimiento y de la fe recibo el perdón completo ya ganado para todo el mundo cuando Dios en Cristo ya no le tomaba en cuenta los pecados al mundo.

Para aquellos a quienes Dios encargó la palabra de la reconciliación, o sea todos los creyentes, es importante que tengan un entendimiento correcto del hecho objetivo de la reconciliación universal efectuada por Dios en Cristo. Nuestro mensaje no es: “Si tú crees, Dios no tomará en cuenta tus pecados”; el mensaje es: “En Cristo, lo que necesitaba hacerse, ya se ha hecho. Dios ya no toma en cuenta tus pecados. Cree”.

Pablo habla de su obra como mensajero de la reconciliación en el versículo siguiente:

5:20. Un embajador no habla en nombre propio, tampoco actúa por su propia autoridad, ni comunica sus opiniones personales; dice lo que se le pidió que dijera. Actúa con la autoridad del que los había enviado y habla en su nombre.

El misionero y sus acompañantes eran embajadores, actuaban con la autoridad del que los envió, Cristo. Hablaban en su lugar y decían lo que él hubiera dicho de haber estado allí. El mensaje era muy sencillo: Reconciliaos con Dios.

A primera vista, estas palabras suenan como algo contradictorio respecto de lo que Pablo acaba de decir, que Dios ya nos ha reconciliado, a nosotros y a todo el mundo, consigo mismo. Y ahora habla de la necesidad que tenemos de reconciliarnos con Dios.

Sin embargo, este testimonio no presenta ningún conflicto. Al contrario, el apóstol nos está advirtiendo contra el llamado “universalismo”, la filosofía de que un día todos iremos al cielo. Esta idea bien podría existir si uno sólo mirara el lado objetivo de la reconciliación. Uno podría concluir: Si Dios ya no toma en cuenta los pecados del mundo, entonces eso quiere decir que todas las personas del mundo se salvarán. Pero este no es el caso y las Escrituras así lo testifican. Por ejemplo, Marcos 16:16, dice: “El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado.”

Pablo está diciendo lo mismo aquí con la petición reconciliaos con Dios. Es por fe que el individuo recibe los beneficios de la reconciliación que Dios ya ha consumado. Si alguien rechaza esta obra terminada, los pecados permanecen sobre la persona. En el último día Dios verá esos pecados y, viéndolos, condenará al individuo a sufrir sus consecuencias, la muerte eterna.

Esto destaca la necesidad de proclamar el evangelio a través de todo el mundo. Todos han sido reconciliados con Dios. Dios ya no le toma más en cuenta sus pecados al mundo. Pero sólo los que escuchan este mensaje y lo creen experimentarán personalmente el perdón y vida que ofrece.

En los primeros dos versículos del siguiente capítulo Pablo regresará a este tema. Hablará de la urgencia de aferrarse en fe al mensaje de la reconciliación. Pero antes de hacerlo, resume en forma muy bella cómo es que el santo y justo Dios ya no le toma en cuenta al mundo sus pecados.

5:21. Este es el “Gran Intercambio” de Dios. Por un lado está Jesús, el que no conoció pecado. El texto griego original así lo dice: No “conoció” pecado. Experimentó muchas tentaciones, realmente había sido “tentado en todo según nuestra semejanza” (Hebreos 4:15), pero nunca cayó en la tentación. Nunca experimentó personalmente lo que significa pecar ni lo que significa ser un pecador. “[Cristo] no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). Fue “un Cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19).

Por otro lado estamos nosotros. Con el nosotros Pablo se incluye a sí mismo y a cada uno de los que han vivido y vivirán. El lado del “nosotros” no es un cuadro agradable. En Romanos Pablo combina algunos pasajes del Antiguo Testamento para describir el cuadro del “nosotros”:

Como está escrito: No hay justo ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de víboras hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; destrucción y miseria hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos (Romanos 3:10–18).

En el lado de “nosotros” hay sólo pecado, no hay justicia, y esto amerita la muerte. El lado de Jesús es lo que el lado de “nosotros” necesita desesperadamente: la justicia y la santidad que dan la vida.

Entonces vino el intercambio: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado. Note las palabras [Dios] lo hizo. No fue ningún accidente la crucifixión de Cristo en el Calvario llevando los pecados del mundo sobre sí. Isaías escribe: “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:10). Jehová tuvo en la mente el bien del mundo. En el Calvario el triunfante “consumado es” de Cristo comunicó claramente que el castigo de muerte, que merecía el mundo por su pecado, había sido pagado totalmente por otro.

Esta es una mitad del cambio. La otra mitad: para que nosotros seamos justicia de Dios en él. Dios, que por causa de Cristo ya no le carga la culpa al mundo por sus pecados, le acredita la justicia y la santidad de Cristo al mundo. ¡La justicia de Cristo por los pecados de la humanidad—realmente fue un gran intercambio!

Un himno expresa los resultados de este gran intercambio:

Tu sangre ¡oh Cristo!, y tu justicia

Mi gloria y hermosura son;

Feliz me acerco al Padre eterno,

Vestido así de salvación. (CC 218:1)

A medida que avancemos en los primeros versículos del siguiente capítulo, vamos a ver que Pablo regresa al pensamiento de que, aunque los pecados del mundo fueron puestos sobre Cristo y han sido pagados totalmente, y aunque la justicia de Cristo le ha sido acreditada a todo el mundo, la incredulidad hace que se pierdan los beneficios de este gran intercambio.

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